Estudio bíblico: El diablo no tiene poder sobre Cristo - Juan 14:30-31

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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El diablo no tiene poder sobre Cristo (Juan 14:30-31)

Mientras Jesús estaba en el aposento alto, su mente no sólo estaba enfocada en los discípulos a quienes tanto amaba, sino que también escuchó acercarse los pasos de su mayor adversario, Satanás. De hecho, mientras en aquella noche Jesús estaba enseñando a sus discípulos, Satanás estaba ocupado trabajando a través de Judas el traidor, y de los intrigantes líderes judíos, y de los soldados del templo, que ya se estaban armando esperando el momento oportuno para prender a Jesús. Por lo tanto, el tiempo del Señor con los discípulos se estaba terminando aquí en la tierra, porque venía "el príncipe de este mundo" para su momento de aparente victoria.

"Viene el príncipe de este mundo"

(Jn 14:30) "No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí."
El Señor comienza diciéndoles a sus discípulos que se acercaba el fin de su ministerio terrenal: "No hablaré ya mucho con vosotros". La traición de Judas, el arresto del Señor, su juicio y crucifixión tendrían lugar en muy pocas horas, lo que implicaba que ya no habría lugar para que el Señor pudiera prolongar su ministerio de enseñanza con sus discípulos.
Aunque la razón que el Señor dio acerca de porqué su tiempo se acababa fue: "porque viene el príncipe de este mundo". Esto era una clara referencia a Satanás. Vemos, por lo tanto, que el Señor veía detrás de Judas, las autoridades judías y romanas, las multitudes hostiles o los soldados, la siniestra mano del Maligno.
A lo largo de todo el evangelio hemos visto que el diablo no había dejado de perseguir al Señor de múltiples maneras, sin embargo, él había manifestado una perfección absoluta en todo cuanto dijo e hizo. Había sido probado en todas las áreas posibles, sin que se encontrara en él ninguna impureza. Todos los ataques del enemigo habían fracasado, y llegaba al final de su carrera con absoluta perfección.
Pero en estos momentos finales, cuando se acerca la crucifixión de nuestro Señor, el diablo se mostraba especialmente activo. No hay que olvidar que la Cruz fue donde tuvo lugar la batalla definitiva entre las fuerzas del bien y las del mal; el reino de Dios y el dominio de Satanás; la luz contra las tinieblas, así que no es de extrañar que el diablo estuviera reuniendo todas sus fuerzas para hacer este último y más violento ataque.
Es interesante notar que el Señor tenía mucho interés en que los discípulos percibieran la auténtica dimensión espiritual de todo lo que estaba por ocurrir en las próximas horas, tanto en Getsemaní como en el Calvario. No era simplemente un desencuentro entre el Señor y las autoridades judías. Había mucho más que eso. Las mayores potencias espirituales de maldad se estaban organizando con "el príncipe de este mundo" a la cabeza.
El enemigo a vencer no eran los jefes religiosos judíos o el gobernador romano. Era una guerra a un nivel muy superior, donde las armas de este mundo no tienen valor alguno.
Como diría el apóstol Pablo, las personas son simplemente las herramientas que el maligno utiliza para llevar a cabo sus planes diabólicos:
(Ef 6:12) "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes."
Desde la perspectiva humana, la muerte del Señor en la cruz podría parecer una victoria de Satanás, pero desde la divina, resultó ser la derrota definitiva del diablo y la pérdida de todo poder efectivo sobre los pecadores que se quieran librar de su dominio.
En tres ocasiones el Señor se refiere en este evangelio al diablo como "el príncipe de este mundo" (Jn 12:31) (Jn 16:11). Y una vez más nos sorprende esta descripción. ¿En qué sentido el diablo es el gobernante de este mundo?
La Biblia no duda en afirmar que el diablo gobierna en los corazones de la gran mayoría de la humanidad.
(1 Jn 5:19) "Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno."
(Ef 2:1-3) "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás."
El diablo logró introducir su poder en este mundo desde el momento en que Adán y Eva decidieron rebelarse contra la voluntad de Dios. A partir de entonces, el diablo ha ido ganando cada vez más poder e influencia sobre el ser humano en la misma medida en que el pecado ha ido avanzando.
Notemos que se le describe como el príncipe de "este mundo", y aquí, como en otras partes de este evangelio, el término "mundo" se refiere a la sociedad humana que se opone a la voluntad de Dios.
Realmente tenemos muy poca idea de la extensión e intensidad de la influencia de Satanás en este mundo, pero viendo muchas de las cosas que en él ocurren, sospechamos que desarrolla una enorme actividad maléfica.
Pero el evangelio nos enseña que a pesar de la rebeldía del mundo contra Dios, él sigue amándolo intensamente (Jn 3:16), y está comprometido a salvarlo del gobierno tirano e ilegítimo del diablo.

"El nada tiene en mí"

El pecado es lo que le da el poder a Satanás para controlar a las personas, pero cuando se trata de Jesús, no hay pecado en él, y por esa razón, el diablo no le puede dominar. Así es como debemos entender este modismo hebreo: "el diablo no puede hacer ninguna reclamación legal contra mí, no tiene ningún dominio sobre mí". Con esto queda clara la absoluta perfección moral y espiritual de Jesús. No había en él ningún punto débil o defectuoso al que el diablo pudiera aferrarse. Como él mismo oraba al Padre un poco más adelante: "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese" (Jn 17:4).
Esto sólo se puede decir de Cristo, porque de todos los demás que han nacido de mujer, el diablo siempre ha encontrado alguna imperfección moral. Las encontró en Noé, Abraham, Moisés, David y en todos los grandes santos de la antigüedad, pero cuando el diablo se acercó a Cristo, no encontró en él mancha alguna.
Todos nosotros somos débiles por naturaleza, somos parte de una raza caída, y por lo tanto, terreno fértil para el diablo. Como alguien dijo, si se arroja una cerilla encendida en un barril de pólvora, se produce una espantosa explosión, pero si se echa en un cubo de agua, se apaga inmediatamente. Y esa es la diferencia que existe entre Cristo y el resto de la humanidad. Satanás no pudo encontrar grietas en la armadura del Hijo de Dios; ningún defecto que explotar, ninguna debilidad que tentar y ningún pecado que condenar.
Satanás puede imponer la muerte sobre cualquier persona porque todos somos pecadores, pero no así en el caso de Cristo. Por lo tanto, notamos que el Señor hizo esta afirmación para que sus discípulos supieran que él no iba a la muerte porque el diablo estuviera ejerciendo algún poder sobre él debido a que fuera pecador. Un poco más arriba decíamos que el diablo no había logrado encontrar ningún tipo de pecado en el Señor (Mt 4:1-11). Incluso había desafiado a sus enemigos a señalar alguna falta en su vida, sin que ninguno de ellos pudiera encontrarla (Jn 8:46). Por lo tanto, podría haber regresado al cielo sin pasar por la muerte. Cabe entonces la pregunta: ¿Por qué murió Cristo?
Sabemos que la "paga del pecado es la muerte", pero Cristo no había pecado. El mismo diablo no había podido condenarle por ningún pecado, y por lo tanto, tampoco tenía poder legítimo para llevarle a la muerte. Así que, si él había de morir, sería porque se ofreciera voluntariamente, sin ningún tipo de imposición.
Y una de las razones por las que Cristo moriría en la cruz sería para entregar su vida perfecta en sustitución de los pecadores. El suyo sería un sacrificio sustitutorio:
(1 P 3:18) "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu"
Si él iba a ser una víctima por el pecado, se requería que fuera "sin mancha y sin contaminación", a fin de que pudiera ser un sacrificio adecuado. Y lo que se recalca aquí es que Jesús cumplía plenamente con ese requisito. Cristo es nuestro sustituto perfecto en el que Satanás no pudo encontrar absolutamente nada indigno.

"Para que el mundo conozca que amo al Padre"

(Jn 14:31) "Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí."
Todos debemos entender que Cristo no cedió a la muerte por debilidad frente al diablo. Ya hemos señalado que lo hizo para llegar a ser nuestro salvador. Pero esa no era la razón principal. Fijémonos en lo que dice a continuación acerca de su muerte: "para que el mundo conozca que amo al Padre".
No hay duda de que la cruz es una demostración del amor de Dios por el mundo (Jn 3:16) (Ro 5:8), pero este versículo nos recuerda que su muerte fue ante todo una demostración al mundo de su obediencia y amor al Padre. No todo gira en torno a nosotros, sino en torno al Padre.
Este es el único lugar en los evangelios donde Jesús declara su amor por el Padre. Por supuesto, no hay duda en ningún momento de ese amor constante, pleno y verdadero, pero sólo aquí es expresado de esta manera abierta. En contraste, los hombres hablamos con excesiva facilidad de nuestro amor a Dios, aunque con demasiada frecuencia nuestra conducta contradice nuestras bellas afirmaciones.

"Como el Padre me mandó, así hago"

El Señor había dicho antes que el amor de sus discípulos por él debía ponerse en evidencia por medio de la obediencia a sus mandamientos (Jn 14:15,21). Y según este mismo principio, ahora él mismo iba a demostrar su amor por el Padre por medio de la entrega de su propia vida para conseguir la salvación del mundo en obediencia al mandato de su Padre (Jn 10:17-18). No hay duda de que Cristo predicaba con el ejemplo.
En todo caso, Cristo podría haber evitado la cruz si hubiera estado dispuesto a dejar de amar a su Padre, pero con su actitud manifestada aquí, quería dejar claro que no había nada más importante para él, de tal modo que si debía elegir entre todos los reinos de este mundo y la lealtad al Padre, que implicaba dolor y sufrimiento inigualables, él elegía lo segundo. Su amor al Padre era inquebrantable, sin desviaciones ni titubeos.
Después de esto el mundo está obligado a concluir que la muerte de Jesús fue por su amor obediente al Padre, y no por alguna victoria satánica.
Al mismo tiempo, apreciamos la intensidad del amor del Hijo hacia el Padre en el sacrificio que estaba dispuesto a realizar, porque no es lo mismo obedecer a un "pequeño" mandamiento que entregarse para morir en una cruz por los pecadores.
Pensemos por ejemplo en Adán y Eva en el huerto del Edén, rodeados de todos los deleites que Dios tan generosamente había provisto para su disfrute. En aquel ambiente privilegiado sólo tenían una prohibición: comer de un árbol concreto. Realmente no era nada lo que se les pedía, puesto que tenían infinidad de árboles frutales para saciar sus necesidades, pero aun así, cedieron a la tentación del diablo. ¡Habría sido tan fácil demostrar su amor a Dios! Pero no lo hicieron. Ahora encontramos a Cristo en un escenario completamente distinto, con un mandamiento ante sí increíblemente costoso de cumplir, pero se entregaba a él como demostración de su inmenso amor al Padre. Porque como ya hemos señalado, el amor no se demuestra con la retórica de las palabras, sino a través de la acción de las obras.
En esto consiste la verdadera santidad; en una entrega por amor a la voluntad del Padre. Y es en la medida en la que amamos de verdad a Dios y nos sometemos a su voluntad que somos librados de tentaciones y pecados (Stg 4:7).

"Levantaos, vamos de aquí"

Los comentaristas han debatido mucho sobre si estas palabras indican un cambio de lugar, es decir, si a partir de este momento el Señor se levantó con sus discípulos y salió en dirección al Getsemaní, lo que implicaría que el resto del discurso tuvo lugar en las sombras de la noche mientras caminaban a través de las calles de Jerusalén antes de que cruzaran el torrente de Cedrón (Jn 18:1). No habría nada de extraño en eso, puesto que ya en otras muchas ocasiones el Señor había enseñado a sus discípulos en el camino mientras se dirigían a otros lugares. Esta era una forma habitual en la que los rabinos judíos enseñaban.
Pero mucho más importante que el cambio de lugar en el que se estaban impartiendo estas enseñanzas, estaba la disposición del Señor al enfrentar el tramo más difícil de su ministerio que terminaría en la cruz. Con estas palabras: "Levantaos, vamos de aquí", mostraba que entregaba su vida voluntariamente, de acuerdo al mandamiento de su Padre, y salía valientemente a encontrarse con el "príncipe de este mundo" y sus representantes.
También debemos ver detrás de estas palabras que el Señor sabía perfectamente el conflicto que le esperaba. Y al invitar a sus discípulos a acompañarle en estos dramáticos momentos, hemos de entender que les estaba preparando para un día futuro, cuando ellos también deberían estar dispuestos a morir por él, tal como más adelante les anunciaría el Señor: "Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios" (Jn 16:2).
Por lo tanto, podríamos decir que la enseñanza del Señor se dividía en dos partes. La primera de ellas había transcurrido en la intimidad del aposento alto, en el ambiente solemne de la cena pascual. Y nos imaginamos que les hubiera gustado quedarse allí para siempre en aquella comunión sagrada con el Señor. Pero quedaba la segunda parte que habría de desarrollarse en el exterior, en el ambiente hostil del mundo, donde se respiraba el odio envenenado de la religión contra el Señor y sus seguidores. Allí es donde tendrían que dar testimonio del Señor. Aprendemos, por lo tanto, que para cumplir con la misión encomendada por el Señor, no lo podemos hacer desde el aislamiento, la seguridad y comodidad de nuestros hogares o iglesias, sino que hay que salir al mundo exterior, donde nos espera indudablemente mucho del odio que este mundo siente por el Señor. Pero al mismo tiempo, también es cierto que sería completamente inadecuado salir a cumplir nuestra misión en el mundo si previamente no hemos disfrutado de la comunión con el Señor y hemos aprendido de sus palabras. Un testimonio público de ese tipo carecería de fundamento y resultaría desequilibrado.
En todo caso, hoy también seguimos escuchando el desafiante llamamiento del Señor: "Levantaos, vamos de aquí". Esta es una invitación a acompañar al Señor hacia la cruz.

Recapitulación de algunas promesas en este capítulo

Antes de terminar este estudio podríamos enumerar algunas de las promesas que el Señor hizo a sus discípulos en este capítulo.
(Jn 14:2) "En la casa de mi Padre muchas moradas hay, voy pues a preparar lugar para vosotros."
(Jn 14:3) "Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy vosotros también estéis."
(Jn 14:12) "El que cree en mí las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará."
(Jn 14:13) "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre lo haré."
(Jn 14:16) "Yo rogaré al Padre y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de verdad."
(Jn 14:18) "No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros."
(Jn 14:19) "Porque yo vivo, vosotros también viviréis."
(Jn 14:23) "El que me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada con él."
(Jn 14:26) "El Espíritu Santo os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho."
(Jn 14:27) "Mi paz os dejo mi paz os doy."

Comentarios

Argentina
  Sánchez Francisco Alejandro  (Argentina)  (14/12/2023)
Excelente explicación de Juan14:30
Gracias por todo!
Maranatha!
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