Estudio bíblico: ¿De quién es hijo el Cristo? - Marcos 12:35-37

Serie:   El Evangelio de Marcos   

Autor: Luis de Miguel
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España
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¿De quién es hijo el Cristo? - Marcos 12:35-37

(Mr 12:35-37) "Enseñando Jesús en el templo, decía: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? Porque el mismo David dijo por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estrado de tus pies. David mismo le llama Señor; ¿cómo, pues, es su hijo? Y gran multitud del pueblo le oía de buena gana."

Introducción

Nos encontramos en la última semana del ministerio de Cristo en la tierra. Durante este tiempo el Señor estuvo desvelando algunos aspectos importantes acerca de cómo sería establecido su reino, así como de su naturaleza. Veamos un pequeño resumen de lo que hemos considerado hasta aquí.
La entrada de Jesús en Jerusalén (Mr 11:1-11) significó un clímax en su ministerio. Fue el momento cuando el Rey se presentó en la capital del reino, y las multitudes le aclamaron como el "hijo de David" porque creían que él era el Mesías que venía a librarlos. Sin embargo, después de que entrara en la ciudad, fue al templo, pero no se quedó allí, sino que inmediatamente salió y pasó la noche fuera de Jerusalén. Con su actitud dejó claro que no estaba dispuesto a alentar las expectativas que la gente se había hecho en torno a él en cuanto a un Mesías político.
En los pasajes de la purificación del templo y de la maldición de la higuera estéril (Mr 11:12-26) el Señor puso en evidencia que la nación de Israel necesitaba una profunda limpieza espiritual antes de que él pudiera establecer su reino sobre ellos. En este sentido, era especialmente escandalosa la corrupción e inmoralidad de la clase sacerdotal.
Luego, en el encuentro que tuvo con "los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos" (Mr 11:27-33), observamos que la mayor resistencia al establecimiento de su reino se encontraba entre los líderes religiosos de Israel, que no estaban dispuestos a reconocer su autoridad como Mesías. Y con la parábola que el Señor contó acerca de los labradores malvados (Mr 12:1-12) anunció que en su actitud de rechazo, los líderes religiosos llegarían incluso a darle muerte. Pero ese mismo hecho, que aparentemente podría ser indicio para algunos de que Jesús no era realmente el Mesías, sería de hecho el cumplimiento de la profecía que anunciaba que el Mesías había de ser desechado por los encargados de la edificación. Y además, Jesús estaba dejando claro que el establecimiento de su reino se llevaría a cabo por medio de su propia muerte.
Por supuesto, esto no era lo que el pueblo esperaba, por eso, una y otra vez le provocaban con el fin de que estableciera su reino por otros caminos. Por ejemplo, los fariseos y herodianos se acercaron a Jesús para tentarle con la cuestión del tributo a César (Mr 12:13-17), lo que dio la ocasión al Señor para que nuevamente clarificara que su reino no iba a establecerse ni por un llamamiento a la desobediencia civil ni tampoco por una guerra abierta contra los imperialistas gentiles. De hecho, preparó a sus discípulos para que entendieran que su reino había de coexistir con los reinos de este mundo hasta el momento de su manifestación plena.
Después el evangelista recoge otra controversia de Jesús con los saduceos. Ellos llegaron con la intención de ridiculizarle por su enseñanza acerca de la resurrección (Mr 12:18-27). El Señor aprovechó la oportunidad para resaltar la autoridad de la Palabra, pero también para explicar que la plenitud del reino tendría lugar en la resurrección. Esto tenía que ser así porque el cumplimiento definitivo de las promesas hechas a Abraham y sus hijos necesitaba un nuevo orden de cosas.
La pregunta del escriba sobre cuál era el primer mandamiento de todos (Mr 12:28-34) sirvió para que el Señor explicara que el amor a Dios y al prójimo son los principios por los que se rige su reino ahora y en la eternidad.
Pero aún quedaban por definir algunas cuestiones fundamentales: ¿Quién es el Cristo? ¿Cuál es su programa para el establecimiento de su reino? Estas son las preguntas que el evangelista se dispone a tratar a continuación.

"¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?"

En esta ocasión fue el Señor quien hizo una pregunta. Su intención no era crear problemas a sus oponentes judíos, sino que quería enfrentarlos con una cuestión que les daría la clave para entender las profecías mesiánicas y la Persona del Mesías.
Ya hemos explicado en otras ocasiones que los términos "Cristo" y "Mesías" son las palabras griega y hebrea que quieren decir "Ungido". La razón para este título es que en los tiempo antiguos cuando se coronaban a los reyes se hacía "ungiéndolos" con aceite.
Ahora bien, el Señor hizo referencia a la acertada deducción que los escribas habían hecho de que el Mesías había de ser "hijo" o "descendiente" del rey David. De hecho, esto era algo que todos los judíos creían:
(Jn 7:42) "¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo?"
Esta era la promesa que Dios mismo había hecho a David en un momento crucial de su historia:
(2 S 7:8-16) "Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra. Además, yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más, como al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos. Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente."
Es muy interesante ver el contexto en el que Dios le hizo estas promesas a David por medio del profeta Natán. En aquella ocasión David había manifestado su deseo de edificar una casa a Jehová, y aunque el profeta le dio su plena aprobación, Dios le mandó de vuelta al rey para explicarle que iba a ser Dios mismo quien le iba a levantar una casa a David y también le daría un hijo que se sentaría en su trono eternamente. Por supuesto, la historia ha dejado constancia de que Dios tuvo que "castigar con vara de hombres y con azotes de hijos de hombres" a muchos de los descendientes de David, hasta el punto de que en los tiempos de Jesús no había ninguno de ellos ocupando el trono de Israel. Pero la promesa de Dios seguía vigente esperando su cumplimiento. Ahora bien, en estas circunstancias y con una larga historia de fracasos, era muy difícil pensar en quién podría ser este "hijo de David" que llegaría a sentarse en el trono. Pero lo que resultaba imposible de imaginar era cómo un simple hombre podría llegar a gobernar eternamente. Sobre estas cuestiones son sobre las que Jesús estaba llamando la atención de los judíos.
Pero a todo esto debemos añadir otro detalle muy significativo, y es el hecho de que Jesús nunca había puesto objeciones cuando en diferentes ocasiones la gente le había llamado por el título "hijo de David". Ese fue el caso del ciego Bartimeo en Jericó (Mr 10:47), o de las multitudes cuando Jesús llegó a Jerusalén (Mr 11:10).
¿Era Jesús el "hijo de David" al que los judíos esperaban? Por su puesto que sí, y por eso nunca les corrigió cuando se referían a él de esa forma. Pero el problema es que las multitudes interpretaban este título con ideas muy terrenales y con una fuerte carga política y nacionalista. Esto era lo que Jesús se proponía aclarar a la luz de las Escrituras.

"Dijo el Señor a mi Señor"

Nuevamente el Señor hizo uso del Antiguo Testamento. En esta ocasión citó el (Sal 110:1) e hizo dos importantes afirmaciones: que el Salmo había sido escrito por David, y también que había sido inspirado por el Espíritu Santo: "Porque el mismo David dijo por el Espíritu Santo". Sin duda este es un versículo muy importante en cuanto a la doble autoría de la Biblia; la humana y la divina.
El Salmo de David comenzaba con una invitación a sentarse en el trono: "Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra". Ahora bien, ¿quién hacía la invitación? ¿y a quién se dirigía la invitación?
Para empezar, en el Salmo está claro que quien hacía la invitación era "Jehová". Y el Señor Jesucristo confirmó lo que por otro lado era evidente, que a quien se invitaba a sentarse en el trono era al Mesías.
Ahora bien, como ya hemos dicho, este Mesías había de ser un hijo de David, y es aquí donde surge la pregunta de Jesús: ¿Cómo David le llama Señor si es su hijo? Para entender esto debemos recordar que ningún padre oriental, y mucho menos un monarca, llamaría jamás señor a uno de sus propios hijos. Todos recordamos, por ejemplo, que aunque José llegó a ocupar un puesto muy encumbrado en la corte de Faraón, su padre Jacob nunca le llamó señor. Pero en cambio, David sí que lo hizo con su hijo, tal como quedó recogido en el Salmo 110. ¿Quién sería este hijo al que el mismo rey David reconoce como su Señor? ¿Y cómo podía llamar "Señor" a un descendiente suyo que todavía no había nacido? La única explicación lógica es que el Mesías ya existiera en el tiempo en que David había escrito el Salmo, sólo de esta manera podría dirigirse a él. Pero además, no debemos pasar por alto el hecho de que David se refiere al Mesías como "Señor", que para los judíos era un título con el que únicamente se dirigían a Dios.
Esta era una cuestión vital a la que los escribas no prestaban la debida atención. Para ellos la preocupación principal consistía en establecer la genealogía de David, pero nunca se habían detenido a pensar sobre el carácter trascendente del Mesías.
Por el contrario, Jesús quiere que recapaciten sobre el hecho de que el mismo David había reconocido que su "hijo" tendría una dignidad mucho mayor que la suya. Por un lado habría de venir del "linaje de David", pero por otro, era anterior al mismo David, era "la raíz de David". El libro de Apocalipsis recoge esta doble verdad cuando el mismo Jesús se presenta como "la raíz y el linaje de David" (Ap 22:16).
Por lo tanto, la conclusión lógica es que el Mesías tenía que ser humano, pero también divino. Como hijo de David, sería humano. Como Señor de David, sería divino. Y esta era la verdad que los escribas no habían llegado a comprender. Y es el mismo problema que tienen también los racionalistas y modernistas de nuestro tiempo.
Jesús había afirmado en innumerables ocasiones que él había existido desde la eternidad. Por ejemplo, los judíos se escandalizaron cuando les dijo que "antes de que Abraham fuese, yo soy" (Jn 8:58). Y lo mismo les ocurrió cuando con toda claridad afirmó su filiación divina:
(Jn 5:18) "Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios."
(Jn 10:33) "Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios."
Pero en cierto sentido, podemos entender su reacción. Ellos había sido educados en el estricto monoteísmo del Antiguo Testamento, y las declaraciones de Jesús les parecían que rompía este principio sagrado. Y a muchos les ocurre lo mismo cuando escuchan hablar de la Trinidad. Pero la idea de un Dios en varias personas ya estaba presente en las Escrituras, y el Salmo 110 es un claro ejemplo de ello.
A la vista de todo esto, podemos concluir que en este Salmo, Dios Padre se estaba dirigiendo a Dios Hijo concediéndole la honrosa posición a su diestra.

¿Cuál era el programa para el establecimiento de su reino?

Pero el Salmo no sólo trataba sobre la naturaleza divina del Mesías, también adelantaba cuál iba a ser el programa para el establecimiento de su reino.
1. "Siéntate a mi diestra"
La expresión "siéntate a mi diestra" es indicativa del incomparable honor y dignidad que Dios concede a su Ungido. Porque ¿qué simple criatura podía ser invitada a compartir semejante posición de igualdad con Dios?
Quedaba claro que aunque David había sido un gran rey, la invitación a sentarse a la diestra de Dios no se dirigió a él. En su primer discurso de la era cristiana, el apóstol Pedro explicó este pasaje diciendo que David no había ascendido personalmente al cielo para compartir el trono de Dios. La invitación se dirigía a su hijo, y según explicó Pedro, encontró su pleno cumplimiento en Jesús cuando resucitó y ascendió al cielo:
(Hch 2:34-36) "Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo."
Por supuesto, Jesús no se convirtió en Señor y Cristo en el momento de su ascensión, porque él siempre fue ambas cosas. Lo que Dios estaba haciendo por medio de su exaltación era manifestar que Jesús poseía esos dos atributos, y por lo tanto le otorgó la posición en el universo que es coherente con su dignidad.
Pero al mismo tiempo, la invitación a sentarse en el trono implicaba necesariamente que había habido un tiempo en que el Mesías no había estado sentado a la diestra de Dios. Y sabemos que esto tuvo lugar cuando el Hijo vino al mundo para salvar a los pecadores. Él mismo lo explicó:
(Jn 16:28) "Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre."
2. "Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies"
La segunda parte del versículo implica que habría un intervalo de tiempo entre su ascensión al trono y el momento en que sus enemigos serían puestos por estrado de sus pies: "Siéntate a mi diestra, hasta que...".
Desde que Jesús ascendió al cielo, muchos se han preguntado dónde está su reino. Han pasado dos mil años sin que hayamos visto evidencias de que él haya resuelto el problema del mal. De hecho, el siglo pasado ha sido testigo del Holocausto, de las purgas de Stalin, de los campos de exterminio camboyanos, y de cientos de atrocidades comparables. Ante estos hechos, cabe preguntarse si resulta creíble que Jesús sea Señor y Cristo, o que se reino sea real.
Pero una vez más, el salmo tiene una respuesta. Nunca formó parte del programa divino que el Mesías empezara a erradicar el mal inmediatamente después de su ascensión. El Salmo anunciaba un periodo de tiempo indeterminado entre su glorificación a la diestra de la Majestad y su segunda venida a juzgar a los pecadores.
Y sería un grave error pensar que por esta razón Jesús no sea realmente Señor y Cristo, o que su reino no sea real. Pensemos en lo que hubiera ocurrido si inmediatamente después de su ascensión Cristo se hubiera dedicado a destruir toda forma de mal. Esto habría terminado también con toda oportunidad de arrepentimiento, cerrando la puerta a la entrada en su reino. Pero cuán agradecidos debemos estar a Dios porque en su misericordia ha incluido este intervalo de gracia, en el que está llamando a los pecadores al arrepentimiento y la fe, con el fin de que puedan reconciliarse con Dios. Pero es cierto que muchas personas se burlan de la paciencia de Dios:
(2 P 3:8-10) "Oh amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas."
La paciencia de Dios no debería servir para que los hombres duden de la realidad del juicio venidero, sino más bien para que se acojan a la oferta de la gracia divina y sean salvos.
Pero a muchas personas les resulta difícil pensar que el mismo Cristo que en los evangelios aparece con un carácter compasivo y que dio su vida en una cruz para salvar a los pecadores, sea al mismo tiempo quien se sentará en el trono divino para juzgar a los pecadores, pero esta es una verdad ampliamente afirmada en las Escrituras.
(He 10:12-13) "Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies."
(Fil 2:5-11) "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre."
Finalmente, cada hombre tiene que tomar una decisión entre estas dos opciones: o unirse a Cristo mediante la fe y el arrepentimiento, o ser destruido bajo su pie. O triunfa la gracia o se impone el juicio. No hay una tercera opción.

"Gran multitud del pueblo le oía de buena gana"

El evangelista nos muestra que la reacción de las multitudes era muy diferente a la de los líderes religiosos. Esto había sido así desde el comienzo del ministerio público de Jesús. La razón era que los escribas no transmitían la verdad de las Escrituras como el Señor lo hacía. Además, cuando Cristo hablaba del programa divino para el establecimiento de su reino, todo encajaba perfectamente, había una coherencia innegable.
Pero no debemos pensar que los líderes religiosos no escuchaban también a Jesús. Por supuesto que lo hacían. De hecho, cuando el sumo sacerdote interrogó a Jesús, no sólo le preguntó si él era el Cristo, también añadió "el Hijo de Dios". Es evidente que ellos habían llegado a entender la explicación que Jesús había hecho de que el Cristo tenía naturaleza divina. Y notemos que en su contestación el Señor utilizó también el mismo Salmo 110 para afirmar que efectivamente él era el Cristo. Esta fue la razón por la que el sumo sacerdote le condenó a la muerte.
(Mt 26:63-64) "El sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo."

Preguntas

1. Explique de forma resumida y con sus propias palabras qué podemos aprender en los capítulos 11 y 12 de Marcos acerca de la naturaleza del reino de Jesús, así como de la forma en la que sería establecido en este mundo.
2. ¿Cuál era la finalidad con la que Cristo hizo su pregunta? Razone sobre su importancia.
3. Explique a la luz de este pasaje la siguiente afirmación de Jesús: "Yo soy la raíz y el linaje de David" (Ap 22:16).
4. ¿Qué aprende en el Salmo 110 acerca del programa mesiánico para el establecimiento de su reino?
5. ¿Qué nos dice en este pasaje acerca de la inspiración de las Escrituras?
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