Estudio bíblico: ¿Casa de oración o cueva de ladrones? - Lucas 19:45-46

Serie:   La vida de oración de Jesús   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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¿Casa de oración o cueva de ladrones?

(Lc 19:45-46) "Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él. Diciéndoles: Escrito está: Mi casa, casa de oración es; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones."
Es sabido que en la vida de nuestro Señor hubo dos purificaciones del templo, la primera, al principio de su ministerio (Jn 2:13-17) y la segunda, pocos días antes de su muerte.
En la primera purificación hizo un azote de cuerdas y echó con él fuera del templo a los vendedores y cambistas con sus animales. Después tiró al suelo el dinero y volcó las mesas diciendo a los vendedores de palomas que habían quedado: "no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado" (Jn 2:16).
Con razón habló del templo como de un mercado, porque los comerciantes legitimados por los sumos sacerdotes hacían buenos negocios con la religiosidad de la gente. Los historiadores cuentan, que estos negociantes sólo aceptaban monedas de Tiro, que eran las que más porcentaje de plata contenían. Cuando un judío venía con monedas de plata romanas, tenía que cambiar las monedas donde los cambistas, con recargo, claro está, para después poder comprar en otra sección el animal que quería sacrificar.
Los líderes religiosos ganaban lo suyo con este sistema casi mafioso, al igual que los cambistas y los tratantes de ganado. Una mano lavaba la otra.
La venta de animales en el templo no estaba prohibida por Dios. En (Dt 14:24-26) leemos que si un judío vivía a gran distancia del templo, podía llevar dinero en su bolsa y comprar con él en Jerusalén el animal que quería sacrificar a Dios.
Pero este servicio permitido y útil, con el tiempo se hizo un negocio lucrativo. La religiosidad era comercializada por los "buitres" y su afán de lucro. Eso no sólo existía en los tiempos de Jesús. Ya siglos antes, Dios tuvo que amonestar al sumo sacerdote Elí: "Habéis hollado mis sacrificios, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel" (1 S 2:29). Siglos más tarde hallamos negocios parecidos entre la cristiandad. Nos estremecemos al recordar el comercio con las bulas de indulgencias y las reliquias de la Edad Media. Y hoy nos asombramos ante perversiones parecidas, también entre los que se denominan "evangélicos" y buscan satisfacer su afán de lucro mediante negocios malévolos bajo pretexto cristiano.
Así por ejemplo, en ciertas iglesias "evangélicas" de los Estados Unidos se puede pedir que "oren" por uno, a cambio de dinero. También se puede alquilar una cita pastoral con algún evangelista prominente a cambio de una suma enorme de dinero. Incluso ofrecen "agua que sana" o "paños curativos" a cambio de donativos adecuados.
Parece no haber límites para la comercialización de la religiosidad. Ya nos hemos acostumbrado a las entradas que hay que pagar para poder asistir a actos religiosos y conciertos cristianos, ni tampoco protestamos cuando predicadores y músicos piden su honorario etc.
Los libros de autores evangélicos de superventas son subastados a los que más dinero dan. Las birrias y los artículos de regalo llenan los catálogos de las editoriales cristianas, que ven pocas posibilidades de sobrevivir, si ofrecen solamente libros.
No sólo en los tiempos de Pablo hubo hombres "que toman la piedad como fuente de ganancia" (1 Ti 6:5). Hoy muchas iglesias están llenas de ellos, y algunas hacen pensar más en una empresa que en una casa de oración.
La segunda y última purificación del templo, pocos días antes de la muerte de Jesús, fue parecida, pero con otra explicación:
(Lc 19:46) "Escrito está: Mi casa, casa de oración es; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones."
En tres años parece ser que el carácter del templo cambió de "mercado" a "cueva de ladrones". Y, efectivamente, en el versículo siguiente leemos que "los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle" (Lc 19:47).
La codicia y el instinto asesino siempre han sido "parientes" cercanos, y los que hoy denuncian públicamente la codicia de personas evangélicas influyentes, tienen que contar con ser "asesinados moralmente" y es posible que caigan "en manos de ladrones". Esperemos que al menos ellos, tengan las manos limpias.
Esto sólo entre paréntesis; el tema es sobre todo, el propósito que Dios tenía con el templo: debía ser "casa de oración".
En el tiempo del Antiguo Testamento, el templo consistía de piedras, mientras que en el Nuevo no se trata de un edificio, sino de "piedras vivas" (1 P 2:5), de hombres y mujeres nacidos de nuevo.
Es triste, pero con el tiempo ha ocurrido un cambio en la comprensión de estas expresiones, a saber, que pensamos en un edificio, cuando se habla de iglesia. Cuando decimos: "Vamos a la iglesia" entonces a menudo nos referimos a una casa o una sala donde se reúne la iglesia. Este malentendido se refuerza aún con los carteles que casi siempre hay puestos en los lugares de reunión, con el nombre de la iglesia.
En Inglaterra y en Estados Unidos algunos grupos denominan su lugar de reunión simplemente "Gospel Hall", o en Latinoamérica "Sala evangélica" para expresar que la iglesia de Dios no es un edificio de piedra.

La iglesia de Dios, ¿una casa de oración?

El Nuevo Testamento llama "templo de Dios" a la iglesia donde "mora el Espíritu Santo" (1 Co 3:16). También cada creyente en particular es denominado "templo del Espíritu Santo" (1 Co 6:19), lo cual muestra que cada creyente, al igual que cada iglesia, deberían mostrar el carácter de una "casa de oración".
Recordemos también la conversación de Jesús con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, donde deja claro que llegará un tiempo donde ya no contará el templo real en Jerusalén o un altar en el monte de Gerizim. Dios quiere ser adorado "en espíritu y en verdad", porque "el Padre busca tales adoradores" (Jn 4:21-24).
Después que Salomón hubo terminado de edificar el templo en Jerusalén, leemos en (2 Cr 6) como esta grandiosa casa es dedicada con una emotiva oración del rey en presencia de todo el pueblo. La primera parte, más breve, de esta oración es adoración a Dios. La segunda parte, más larga, es petición e intercesión. Con ello muestra el propósito verdadero de la casa de Dios: ¡una casa de oración!
La primera reunión de los discípulos de Jesús después de la ascensión del Señor fue una reunión de oración en un aposento alto. Pocos días después, el grupo de los apóstoles y discípulos estaban todos reunidos juntos el día de Pentecostés (Hch 2:1), cuando fueron llenos del Espíritu Santo. A partir de entonces, leemos siempre que los creyentes alzaban "unánimes la voz a Dios" (Hch 4:24) con el resultado:
(Hch 4:31) "Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con denuedo la palabra de Dios."
Cuando Pedro fue prendido por Herodes y metido en la cárcel, el libro de los Hechos nos cuenta: "pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él", en la casa de María "donde muchos estaban reunidos orando" (Hch 12:5,12).
La oración en común, unánime y perseverante era la característica de las iglesias en el tiempo de los apóstoles, y después siempre ha sido la característica de todo avivamiento espiritual en la historia de la Iglesia; la iglesia debe ser una "casa de oración".
James O. Fraser, que en los años 1910-1937 trabajó entre los Lisus en China occidental, escribió:
"Debemos orar en todo tiempo, tengamos ganas de orar o no. Si tenemos un sano apetito de orar, mejor; pero si no se hace caso de este hambre ni se satisface, entonces nos haremos indiferentes y seremos debilitados espiritualmente, igual que la falta de alimento debilita nuestro cuerpo."
Con arreglo a esto, su vida de oración personal era ejemplar, y también las reuniones de oración en las iglesias que habían nacido por su ministerio: "Las reuniones de oración duraban a menudo hasta la madrugada."
Es interesante que ahora el mayor porcentaje de misioneros a nivel mundial viene de Corea del Sur. Eso seguro que es debido a que después de la Segunda Guerra Mundial en Corea nació un poderoso movimiento de oración. El punto de partida fue precisamente la ciudad de Pionyang, hoy capital de Corea del Norte. Esta ciudad que podemos calificar como la central de una de las peores persecuciones de cristianos en todo el mundo, antes de la guerra era conocida como "la Jerusalén de Este". Miles de cristianos se reunían allí cada mañana para orar.
Cuando comenzó la cruel guerra de Corea, donde los comunistas de Corea del Norte querían ocupar Corea del Sur, miles de cristianos huyeron del Norte al Sur, continuando con sus costumbres de oración en su nueva patria. Cada día de la semana los hermanos se reunían en muchas iglesias a las cinco de la mañana para orar juntos.
Esta costumbre ha continuado en algunas grandes iglesias durante décadas y hasta el día de hoy. Un amigo mío, que hace pocos años visitó algunas iglesias en Corea del Sur, me confirmó este hecho. Ya a las cinco de la mañana venían cientos de hermanos para la primera reunión de oración. Y cuando ésta terminaba, venía el próximo grupo, de los que no tenían que comenzar a trabajar a las 7 de la mañana. Y así día tras día y año tras año.
Esta oración perseverante tiene mayor efecto sobre la conversión de personas en todo el mundo que todas las demás estrategias misioneras y programas para el crecimiento de las iglesias. Recordemos la convicción de Tozer:
"El verdadero secreto del éxito de cualquier iglesia es la oración. No nos engañemos: Nuestra pureza, nuestra fuerza, nuestra piedad y nuestra santidad solamente tendrán la fortaleza que tenga nuestra vida de oración."
Las iglesias que crecen en número, pero con sus reuniones de oración menguando, están gravemente enfermas y viven engañándose a sí mismas. La asistencia y la intensidad de nuestras reuniones de oración son un espejo de nuestra vida de oración personal. La persona que en casa normalmente suele orar unos cinco minutos, poco interés tendrá en orar con su iglesia 50 minutos.
El análisis subsiguiente de la encuesta sobre las reuniones de oración hace patente lo siguiente:
En la mayoría de las iglesias la reunión de oración es la que menos asistencia tiene.
Cada vez más iglesias han optado por reunirse solamente cada dos semanas a orar.
En muchas iglesias se ve claramente la tendencia de cambiar de sitio la reunión de oración de la iglesia, repartiéndola en varias reuniones caseras, con la esperanza de que en este ambiente más libre quizás se ore más.
En muchas iglesias faltan los hermanos jóvenes en las reuniones de oración, o son muy pocos los que asisten.
Hace unos meses visité una joven iglesia, dinámica, atractiva y creciente. Fue para mí una experiencia destacada: Un edificio estupendo. Perfectamente acondicionado y con buenísima acústica y refrigeración. Unos 120 a 150 asistentes, entre ellos familias jóvenes. Un ambiente abierto y afable. Pero, mucho programa de entrada y sólo unos 30 minutos para la predicación. Cuando al final del culto me quedé hablando con algunos hermanos allí, les pregunté por la reunión de oración. Primero hubo un silencio precario, y después la respuesta abrumadora: "Cada semana tenemos un culto de oración, pero por lo general vienen sólo unos diez hermanos. La semana pasada fuimos sólo cuatro. Ni un joven asistió".
Lamentablemente, esta experiencia no es nada excepcional. También es asombroso que a menudo son los ancianos de la iglesia o los responsables de la iglesia los que asisten poco o incluso no aparecen.
De una gran iglesia, conocida por su fidelidad a la Biblia y por su disciplina, se cuenta que uno de los ancianos había propuesto una división del trabajo, por estar tan sobrecargado: "Vosotros oráis, y yo preparo el sermón". Esta propuesta del líder de la iglesia dice mucho sobre su valoración de la oración en la iglesia.
Las siguientes observaciones son también tristes hechos:
Las reuniones de oración son a menudo insípidas y aburridas.
Casi siempre oran los mismos cuatro o cinco hermanos, el resto se niega permanentemente a participar.
La palabrería general tiene un efecto adormecedor.
A menudo se ora por "deber", sin emoción y sin verdadero interés.
Muchas oraciones son infinitamente largas y poco concretas.
Se ora por Groenlandia y Suráfrica, pero no por las necesidades urgentes y candentes de la propia iglesia. Apuros y aflicciones que todos conocen, pero que nadie se atreve a expresar en oración. ¡Entonces seguro que todos estarían bien despiertos!
Razones para el desdén en contra de la reunión de oración:
"El culto de oración no me da nada, ¿de qué me sirve?".
"Orar puedo orar en casa igual".
"El culto de oración es aburrido, ya sé de antemano lo que van a orar los hermanos X e Y".
"Siempre me duermo en el culto de oración. Entonces prefiero quedarme en casa".
"No puedo concentrarme al orar, los pensamientos salen de viaje".
Podríamos mencionar aquí otros muchos argumentos que explican porqué no se asiste o no se asiste con gusto a la reunión de oración. A esto hay que decir lo siguiente:
Los cultos de oración no están para que recibamos algo, sino para dar: tiempo, interés y cuidado por los asuntos de Dios y las alegrías y sufrimientos de nuestros hermanos en la fe.
Por supuesto que se puede y se debe orar en casa. Pero Dios ha dado una promesa especial para la oración en común y perseverante (Mt 18:19-20). Pero este hecho exige que en la reunión de oración se ore específica y concretamente por las necesidades y asuntos de la iglesia. Entonces, la persona que ora públicamente es el portavoz de la iglesia frente a Dios, y los hermanos presentes lo confirmarán con un "amén" (= que así sea) en alta voz; ojalá sea así.
La reunión de oración no es el lugar donde cada cual puede derramar sus peticiones y asuntos personales delante de Dios. Eso puede hacerse en círculos de oración aparte o en casa a puertas cerradas. En la iglesia deberíamos orar específicamente por los asuntos comunes. Naturalmente los hermanos en situaciones difíciles o con necesidades personales pueden pedir que se ore por ellos allí, y entonces la petición personal se convierte en petición común.

Abogando por la reunión de oración de la iglesia

Podemos estar muy agradecidos, cuando dentro de una iglesia se forman círculos de oración separados, de hermanos, hermanas, matrimonios, jóvenes y jubilados, que se reúnen regularmente para orar por temas concretos. Pero, con todo, ¡no pueden ser sustituto de la oración unánime de la iglesia reunida!
La condición para que Dios pueda contestar a la oración de la iglesia es, a parte de la pureza y la santidad práctica, una coincidencia espiritual y unanimidad. Si en una iglesia se toleran las riñas, desacuerdos, intransigencias y amarguras, entonces la reunión de oración se convertirá en una farsa.
Es bueno y útil nombrar los temas de oración concretos antes de empezar a orar.
La "oración perseverante" no significa que un hermano ore por largo tiempo hasta cansar a todos los demás. Cuanto más hermanos oren uno tras otro con ahínco y perseverancia por un asunto concreto, mejor.

Por último un par de consejos

La persona que ora en público deberá hacerlo con voz alta y de forma que todos puedan oírle, para que con convicción puedan decir "amén" al final. Será necesario exhortar amablemente a los hermanos que piensen que una oración susurrada y con voz llorona refleja más humildad y especial espiritualidad.
"Las oraciones cortas son lo suficientemente largas" solía decir Spurgeon. ¡A su reunión de oración semanal asistían unas 1000 personas! Una característica de los fariseos es que entre otras cosas, decían oraciones largas por pretexto (Lc 20:47). Aunque hay excepciones, la experiencia muestra que aquellos que oran largamente en público, por lo general no pasan mucho tiempo en su aposento orando a puerta cerrada (Mt 6:6). El que llena su escaparate de mercancía, raras veces tiene los almacenes llenos.
La oración en el culto de oración no debe consistir de indirectas contra alguna persona presente, o ser abusada para predicar y exhibir los propios conocimientos de la Biblia.
Las oraciones deben ser concretas y específicas. Presenta uno o dos temas delante del Señor sin rodeos. Se puede aplicar también a la oración el consejo de Lutero "Levántate deprisa, abre la boca, y termina pronto". Cuando el hábil arquero Robin Hood sacaba su temido arca y las flechas, no lo haría manoteando con aire teatral y ruidoso, sino que apuntaba y tiraba, así de fácil. Otra vez Spurgeon nos da un sabio consejo: "Nuestra oración no necesita largura, sino fuerza. La urgencia de nuestra petición es un maestro excelente para enseñarnos la brevedad. Si nuestras oraciones tuvieran menos plumaje decorativo y más vuelo de fe, les iría mucho mejor. Las muchas palabras son para la religiosidad como la paja para el trigo". En 30 o 60 segundos es posible decirle al Señor uno o dos temas en concreto. Si la reunión de oración dura una hora, entonces se pueden hacer de 40 a 50 oraciones, calculando un par de segundos de silencio entre ellas. Si muchos hermanos oran con brevedad, sustanciosamente, concretos y de todo corazón, entonces difícilmente se dormirá alguno de los presentes. Y si hubiera alguno, en seguida se despertaría con el "amén" de todos. Y así el culto de oración puede convertirse de nuevo en una reunión de importancia elemental que nadie querrá perderse.

La forma exterior

El Nuevo Testamento no nos da instrucciones detalladas para la reunión de oración, indicando cómo y cuántas veces por semana debería tener lugar. Si se canta un himno para comenzar, o se leen algunos pasajes de la Biblia, o si alguien dice un par de pensamientos sobre el tema de la oración, o si la reunión comienza con la mención de los motivos de oración, eso no lo tenemos en el Nuevo Testamento.
Tampoco está prescrito si hay que arrodillarse, estar sentado, de pie o postrado en el suelo. Sin embargo hallamos instrucciones muy claras acerca de la condición espiritual requerida para orar, y eso, sin duda, es más importante que el marco exterior:
(1 Ti 2:8) "Quiero pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda."
Cambiar la organización para avivar las reuniones de oración sólo producirá un cambio pasajero, si es que hay un cambio. Si los hermanos particularmente no sienten su dependencia del Señor y no conocen en su vida personal la oración con intensidad, entonces fracasarán todos los intentos de reanimación artificial. El avivamiento comienza en el corazón de cada uno en particular.
(2 Cr 7:12-15) "Y apareció Jehová a Salomón de noche, y le dijo: Yo he oído tu oración, y he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio. Si yo cerrare los cielos, para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos, y atentos mis oídos, a la oración en este lugar."
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