Estudio bíblico: Muy valiente pero desobediente - 1 Reyes 13:1-32

Serie:   Cuando Dios hace maravillas   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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Muy valiente pero desobediente (1 Reyes 13:1-32)

El espectáculo es inusual e increíble. Al costado del sendero hay un asno. Cerca del asno hay un león. Entre los dos, yace el cuerpo sin vida de un hombre.
Si nos acercáramos, quedaríamos aun más impresionados por los detalles. El asno está quieto, como un soldado que hace una guardia de honor a un militar caído. A pesar de estar tan cerca del león, el asno no parece atemorizado. El león también permanece inmóvil, como una escultura finamente tallada. Está de pie, mostrando toda su majestad y poder, pero no ruge. El hombre ha recibido una herida mortal en el cuello.
Todo ha comenzado tiempo atrás. En el versículo 1, el texto bíblico relata: "He aquí que un hombre de Dios llegó de Judá a Betel, por mandato del Señor". El Señor le ha dado una responsabilidad altísima. Tiene que hablar y dar un mensaje en contra del altar que el rey Jeroboam ha edificado. El rey Jeroboam hizo fabricar dos becerros de oro y dijo al pueblo: "He aquí tus dioses, oh Israel, que te hicieron subir de la tierra de Egipto" (1 R 12:28). Luego establece dos nuevos centros de adoración en Dan y Betel, para contrarrestar la influencia religiosa de Jerusalén.
Después de pecar de esta manera tan grave, cambia las fiestas religiosas y establece nuevas festividades. Ordena sacerdotes para los lugares de sacrificio que él edificó. Usurpa el privilegio y responsabilidad de los sacerdotes ofreciendo él mismo el sacrificio. Trata de actuar como rey y sacerdote, responsabilidades que sólo a dos personas se les permitió ejercer: Melquisedec y el Señor Jesucristo. Dios envía a un profeta de Judá para amonestar a Jeroboam. El profeta cumple su misión con mucha valentía. El rey se enoja y ordena que lo encarcelen. Al hacerlo, su mano queda paralizada. El altar de piedra se parte al medio y las cenizas se derraman. El monarca, desesperado, se humilla y le pide al profeta que ore a su Dios para que le restaure las fuerzas de la mano paralizada. Levantar la mano contra un siervo de Dios es un delito grave. El profeta de Judá ora al Señor y el milagro se produce. De inmediato, con la misma prontitud con la cual la mano quedó paralizada, ahora recupera toda su función.
Aparentemente, la actitud del rey impío cambia. Invita al profeta que minutos antes había mandado a la cárcel a comer con él y le ofrece un presente. El rey ha quedado impresionado de los poderes de este profeta. Ha visto muchas cosas inusuales, pero ninguna tan increíble.
Al seguir la lectura y meditación de este capítulo, mi corazón se llena de un sentimiento de temor reverencial al Señor.
Note que no se nos dice el nombre de este vidente. Es el profeta "sin nombre" y quizás usted y yo hubiéramos actuado de la misma manera que él.
Pero los versículos 8 y 9 dicen que el varón de Dios dijo al rey:
— Aunque me dieses la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan, ni bebería agua en este lugar; porque así me está ordenado por mandato del Señor, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni vuelvas por el camino que vayas.
Dios le había dado un encargo, con instrucciones muy claras. A la mujer de Lot se le dijo "no mires atrás", pero ella lo hizo. Al joven rico, el Señor le dijo "sígueme", pero el joven no lo siguió. ¡Qué peligroso es cuando la obediencia a la Palabra de Dios es parcial o selectiva!
"Se fue, pues, por otro camino y no volvió por el camino por donde había venido a Betel" (1 R:13:10). Hasta aquí todo marcha bien.
Se nos presenta ahora otro personaje. Es el "viejo profeta que moraba en Betel". Sus hijos le cuentan la historia.
— Padre — dice uno de ellos —, hoy hemos visto con nuestros propios ojos algo realmente espectacular.
— ¿Que pasó? — pregunta el padre.
Los hijos le cuentan la historia con detalles.
— ¿Podrá creer, padre, que el rey invitó al profeta a comer a su casa y le ofreció un regalo? Todo el mundo sabe que cuando a Jeroboam se le da por regalar no es mezquino.
Otro de los hijos dice:
— Yo quedé impresionado cuando al rey se le paralizó la mano. Le quedó completamente inutilizada. Pero lo más notable es cómo el profeta de Judá oró y se le restauró. ¡Habría que haber estado allí para escuchar esa oración! Ese sí que es un profeta de pura cepa. Quien haga un milagro así merece todo mi respeto.
El otro hermano dice:
— A mí lo que me impactó es que rehusó nada menos que un regalo del rey. En estos días la gente no hace muchos obsequios y un presente del rey no es para despreciar.
A todo esto, el viejo profeta de Betel está siguiendo la conversación con mucha atención. Se levanta y dice:
— Yo no sé si este profeta del que ustedes hablan es tan extraordinario o tan obediente a Dios. Les apuesto que yo puedo hacerlo cambiar de opinión.
—¡No lo creo! — dice uno de los hijos —, ni el mismo rey lo convenció.
El viejo profeta hace que le preparen su asno y parte para encontrarse con el profeta de Judá, al que halla descansando debajo de una encina. ¡Qué bueno le hubiera sido a este hombre si nunca hubiese hecho un alto en el camino!
— Ven conmigo a casa y come pan — le dice el profeta de Betel.
— ¡Imposible! — responde el de Judá, y le repite las mismas razones que esgrimió frente al rey.
La frase "No comas pan ni bebas agua" no sólo indica que todo lo de Betel estaba contaminado sino que el Señor le ordenaba ir allí para decir lo que le había mandado y regresar con urgencia. El hecho de volver por otro camino evitaría que fuera reconocido. El profeta de Betel le dice, mintiéndole:
— Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por mandato del Señor, diciendo: "Hazle volver contigo a tu casa para que coma pan y beba agua".
"Entonces se volvió con él, y comió pan en su casa y bebió agua" (1 R 13:19). Notemos que el versículo 18 nos dice que el viejo profeta le mintió al decir que un ángel le había hablado.
Hasta aquí todo parece ir bien, pero de pronto viene la palabra del Señor al viejo profeta y le dice al profeta de Judá:
— Así ha dicho el Señor: "Porque has sido desobediente al dicho del Señor y no guardaste el mandamiento que el Señor tu Dios te había mandado, sino que volviste y comiste pan y bebiste agua en este lugar del cual él te había dicho que no comieras pan ni bebieras agua, tu cuerpo no entrará en el sepulcro de tus padres" (1 R 13:21).
El profeta de Judá queda como petrificado y guarda absoluto silencio. Las lágrimas comienzan a surcar su rostro. Me hubiera gustado que ese profeta hubiera confesado su error y hubiera implorado como el salmista: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia. Por tu abundante compasión, borra mis rebeliones" (Sal 51:1). Me pregunto qué hubiera sucedido si el profeta se hubiera arrepentido en ese momento, pero al parecer no lo hizo.
Luego de un rato prolongado, se rompe el silencio. Me imagino la conversación entre los dos. Habla el profeta de Judá:
— ¡Pero usted me engañó! ¡Usted me dijo que un ángel le había hablado! ¡Me dijo que era un profeta como yo! ¡Yo respeté su edad y acepté su palabra!
El profeta mentiroso le responde:
— Bueno, a mí realmente no se me apareció ningún ángel. Yo les aposté a mis hijos que podía demostrarles que usted no era tan honesto y fiel al Señor como parecía. ¡Y creo que yo tenía razón! Realmente no quise hacerle daño. ¡Nunca imaginé que el Señor iba a obrar de la manera que lo hizo! Si lo hubiera sabido, nunca hubiera hecho algo así.

Dios hace maravillas ante la desobediencia a su mandato

El profeta de Judá emprende por fin su regreso. Y "sucedió que cuando había comido pan y bebido agua, el profeta que le había hecho volver le aparejó el asno. Cuando se fue, un león lo encontró en el camino y lo mató. Su cadáver quedó tendido en el camino. El asno estaba de pie junto a él, y también el león estaba de pie junto al cadáver" (1 R 13:23-24).
¡Qué demostración solemne de lo que significa desobedecer a Dios cuando él ordena algo!
Quizás a usted le parezca que esta historia es muy oscura y triste. Pero recuerde: "Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza" (2 Ti 3:16).
Sin duda, es una historia impresionante. Pero creo que tiene un mensaje para nosotros hoy. De alguna manera, nos hemos acostumbrado a creer que a Dios no le importa, o no se ocupa, o está demasiado envejecido para mirar y juzgar las cosas que hacemos. Yo creo que en esta narración hay muchos elementos positivos para nuestra vida.
Los que pasan por el camino se sorprenden. Al recibir la noticia, el viejo profeta va hasta el lugar y encuentra el cadáver del profeta de Judá tendido en el camino. El asno está de pie junto a él, y también el león está de pie junto al cadáver. Pero el león no ha comido el cuerpo ni dañado al asno.
El Señor ha disciplinado a su siervo, pero ha puesto un límite. Su cuerpo no ha sido devorado por el animal feroz. Su cadáver no ha sido destrozado. Todo lo que el león ha hecho es darle muerte. Dios, que controla el universo y su creación, ha puesto un límite bien claro. El león no traspasa esa frontera. El asno está inmóvil, pero permaneciendo al servicio del amo aun con grave peligro para su propia vida. El león se siente un poco fuera de sitio. Ve a la gente que desde la distancia lo apunta con el dedo. Ve el cuerpo del hombre muerto al cual no se puede acercar. ¡Cuánto nos bendice saber que el león rugiente no puede penetrar el vallado de ángeles con que el Señor nos ha cercado! (Sal 34:7).
Para un israelita, el hecho de no ser enterrado era un gran deshonor. Si bien el profeta no fue enterrado en el sepulcro de su familia, fue enterrado en el del profeta de Betel. Este y sus hijos lo lamentaron diciendo: "¡Ay, hermano mío!" (1 R 13:30).
Probablemente, el viejo profeta ha comprendido que él ha tenido parte y responsabilidad en la muerte prematura del profeta de Judá. Las palabras del Señor, que son tan serias, se pueden aplicar aquí: "Es imposible que no vengan tropiezos; pero, ¡ay de aquel que los ocasione! Mejor le fuera que se le atase una piedra de molino al cuello y que fuese lanzado al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos" (Lc 17:1-2).
El castigo ha sido severo, pero sabemos que Dios es justo. La historia es una amonestación para nosotros "porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios" (1 P 4:17). El creyente que cae no pierde la salvación de su alma (Jn 10:28-29). No tiene que quedarse postrado para siempre en el camino de la vergüenza y la frustración. "Hijitos míos estas cosas os escribo para que no pequéis. Y si alguno peca, abogado tenemos delante del Padre, a Jesucristo el justo" (1 Jn 2:1).
El fracaso en la vida espiritual no es obligatorio. A pesar de que sabemos que "en nuestra carne no mora el bien", el Señor ha provisto modos de éxito aun después del desastre. Por eso, las palabras de Judas suenan tan hermosas: "y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y presentaros irreprensibles delante de su gloria con grande alegría; al único Dios, nuestro Salvador por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad desde antes de todos los siglos, ahora y por todos los siglos" (Jud 1:24).

La severidad del juicio de Dios

Nos conmueve el hecho de que el profeta de Judá haya caído a causa de un engaño y, sin embargo, haya sufrido el castigo. El engañador, en cambio, parece haber quedado sin disciplina. Sabemos que Dios es justo en todos sus caminos y decisiones.
La ofensa del profeta de Judá es extremadamente seria por varias razones:
El Señor le había dado una orden específica. El único que podía cambiar esa orden era el mismo Señor. El profeta no tendría que haber aceptado la invitación, por el simple hecho de que Dios no se contradice. Muchos años después, el apóstol Pablo lo expresa así: "Pero aun si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema" (Ga 1:8).
El mensaje que Dios le había dado para el rey tenía implicancia nacional. El Señor no podía condenar la desobediencia de Jeroboam e Israel, y pasar por alto la de su siervo.
Como profeta, tenía una responsabilidad especial. Las Escrituras nos hablan de la mayor responsabilidad que tienen los maestros (Stg 3:1).
La disciplina de Dios no significa pérdida de la salvación. El mismo concepto se observa en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en el caso de la muerte súbita de Ananías y Safira, relatada en Hechos 5.
El mensaje del profeta de Judá fue un mensaje público que se esparció y se conoció en una extensa zona. Su desobediencia también fue pública. De la misma manera, fue su castigo.
El profeta de Judá le informó a Jeroboam las restricciones que el mandato de Dios implicaba para él mismo, de no comer ni beber. Si después de desobedecer a Dios en forma pública, nada hubiera pasado, la gente habría pensado que Dios puede ser burlado sin consecuencias.
Suponemos que muchos fueron alertados y bendecidos por esta enseñanza que, desgraciadamente, se llevó la vida de un profeta. El mundo está lleno de personas que se dejan engañar y esto no los libra de culpabilidad. Los terroristas, por ejemplo, creen que obedecen a su dios al ponerse un cinto con explosivos y matar mujeres, niños y ancianos. Para el rey Jeroboam, la muerte del profeta tiene que haber sido una advertencia muy seria.
Esta narración es para nosotros una exhortación a la obediencia a la Palabra de Dios. "Estas cosas les acontecieron como ejemplos y están escritas para nuestra instrucción, para nosotros sobre quienes ha llegado el fin de las edades" (1 Co 10:11).
Albert Barnes dice: "El deber del profeta de Judá era no dejarse persuadir. Él tendría que haber sentido que su obediencia era probada. Tendría que haber pedido evidencias iguales o mayores que las que había recibido de Dios. Era importante castigar la desobediencia a los mandamientos específicos de Dios. Este era exactamente el pecado de Jeroboam y sus seguidores".

Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos

La importancia de la obediencia y los peligros de la desobediencia.
"Mansos como palomas y astutos como serpientes": El mandato cristiano de no dejarse engañar.
Cuando algunos reciben una "revelación de Dios" que contradice su Palabra (2 Co 11:4).

Preguntas para reflexionar y discutir

Trate de recordar alguna ocasión en la que haya desobedecido conscientemente algún mandato de Dios. ¿Qué consecuencias provocaron tal desobediencia? ¿Fue Dios demasiado severo con usted?
¿De qué manera Dios lo restauró? ¿Qué enseñanza aplicó a su vida desde ese momento?
¿Qué consejos le daría a un amigo creyente que se deja engañar por los valores del mundo?
¿Dedica usted un momento especial durante el día para leer la Biblia?
¿Qué debe hacer un creyente frente a quien dice haber recibido una "revelación de Dios"?

Comentarios

México
  Alvaro Velazquez Solorzano  (México)  (02/04/2024)
Siempre me ha parecido oscuro el actuar del profeta viejo.
Siendo hombre de Dios y años ejerciendo, por así decirlo su ministerio.
Pudo hacer eso.

Es claro el mensaje al profeta joven, así como el Rey Saúl..
Obediencia"


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Argentina
  Olga Ojeda  (Argentina)  (01/07/2023)
Hermosa reflexión, gracias.
Colombia
  Yenny  (Colombia)  (11/04/2023)
Hermosa explicación, Dios nos de discernimiento para obedecer su palabra y no dejarnos llevar por falsos maestros que nos persuaden con emociones y manipulación.
México
  Guillermo Muñoz  (México)  (17/06/2022)
Cuanta razón!

Tal vez, Dios envío al "profeta de JUDÁ", por qué originalmente quería probar su fidelidad, y el argumento perfecto era el mensaje a Jeroboam, no sabemos, de ser así, o no, de cualquier manera, la intención del corazón fue correcta en el principio, y cambio tal vez, en el momento que sintió que merecía un alto y descanso en el camino, y estaba enojado tal vez hasta con Dios por el engaño y castigo, por eso tal vez no quiso ni arrepentirse ni clamar ni nada mas.
Es un tiempo para examinar nuestro corazón y pedir la guía del E.S. para ser aprobado, bien mencionaron en el texto del comentario recordando a Judas 1:24.
Que nos ayude a ser aprobados!
Venezuela
  Hilda Lozada  (Venezuela)  (07/11/2021)
Dios les bendiga por estás explicaciones que nos ayudan bastante a comprender las escrituras.
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