Estudio bíblico: David: ¡motín a bordo! - 1 Samuel 30:1-31

Serie:   Hombres y mujeres de fe   

Autor: Roberto Estévez
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Uruguay
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David, ¡motín a bordo! (1 Samuel 30)

Galah, así llamaremos al jovencito egipcio, participó con gusto en el saqueo y en el incendio. Era una de las pocas satisfacciones que se daba en su vida de esclavo. ¡Pero qué placer tenía en prender fuego a las carpas, chozas y casas cuando acompañaba a sus amos los amalecitas en sus incursiones! Así podía desquitarse haciendo sentir a otros lo que él experimentó cuando arrasaron su casa y la incendiaron.
Pero aquella noche cayó enfermo. Empezó a vomitar y arder con una fiebre que lo devoraba. Tosía continuamente y le faltaba el aire. Su patrón le dijo:
— Lamento mucho que tengamos que dejarte.
— ¡Patroncito, por favor, no me abandone!
— No te preocupes, mañana tempranito te pasamos a buscar.
Por supuesto, ese día nunca iba a llegar. El joven delirante, que apenas podía escuchar las palabras, no tenía cómo darse cuenta de la magnitud de aquella despedida. Quedar abandonado, solo y moribundo en el desierto. Pero él era un esclavo, un egipcio, y a su amo no le costaría mucho conseguir otro sirviente a bajo precio, o reemplazarlo con algún mozalbete de los cautivos. Llevarlo resultaba incómodo y, además, pondría en peligro de contagio al resto de la gente.
Primero llegó la noche helada del desierto. Luego, el calor abrasador del día. En su delirio se acordaba de cuán feliz había transcurrido su niñez hasta que llegaron los amalecitas. Habían hecho una correría por su región, llevándoselo cautivo y quedando para siempre separado de su madre y sus hermanos. Bueno, eso era ya cosa del pasado. Allí estaba, tirado y espantado al ver esos buitres volando en círculos alrededor de él, esperando el momento oportuno...
En otro lugar distante del desierto dos individuos están conversando.
El rey Aquis era flaco, calvo, con ojos saltones e inquietos; con el aspecto de aquellos que nacieron para mandar. Con una expresión bien estudiada de pena genuina se dirige a David:
— Amigo, muchas gracias por tu ofrecimiento pero los príncipes han decidido que no quieren que participes en la acción militar contra Israel.
El rostro del guerrero se enrojece al mismo tiempo que la ira fulgura en sus ojos:
— ¿Por qué no quieren que yo vaya? Tú me habías solicitado ir en esa campaña militar (1 S 28:2).
— Sí — responde Aquis —, yo te lo pedí; pero mis aliados sospechan de ti.
— ¿Acaso temen que me pase al enemigo? ¡Yo no soy un traidor!
— Nada de eso — responde el rey Aquis —. Desde que llegaste has sido un hombre recto. Para mí tú eres como un ángel. Te tengo una confianza absoluta... pero los generales te tienen entre ojos.
David ha recuperado la calma. Se da cuenta de que todo argumento sería inútil. Saluda al rey con reverencia y vuelve a los suyos. Llega al campamento y se comunica con sus oficiales.
— ¡Ya mismo nos volvemos a nuestro pueblo!
El regimiento se pone en marcha hacia el desierto. Cuando está anocheciendo se aproximan a la ciudad.
Negras bocanadas de humo suben lentamente retorciéndose por el viento, desde la que hasta hace unas horas había sido la ciudad de Siclag. El contingente militar queda paralizado al ver desde la distancia las llamaradas color sangre bailando su danza macabra.
— ¡No puede ser! — exclama uno de los oficiales — ¿Será posible?
Por fin llegan a las afueras de lo que hasta hace poco era una ciudad. Todo estaba destruido. No había rastro de ningún ser viviente.
Cuando los recios soldados se dan cuenta de lo que ha sucedido se revuelcan de dolor. Cada guerrero se dirige al lugar donde había estado su casa para encontrar la misma escena de desolación, cenizas, maderos ardiendo y humo. Pero de los suyos ¡nadie!
La noche está cayendo y el bramido brutal de los corazones desgarrados se escucha en la inmensidad del desierto.
— ¡Lo hemos perdido todo! Esposa, hijos, hijas, casas, posesiones, todo; ¡no nos queda absolutamente nada!
Un grupo de hombres, los quejosos de siempre, los resentidos, se han apartado del grupo y conspiran. Sus rostros muestran no solo el odio y el deseo de venganza sino el plan de lapidar a su mismo jefe. Son los mismos que colaboran cuando todo marcha bien pero están prontos a criticar cuando hay dificultades.
— ¡David tiene la culpa! ¡Esta sí que no se la perdonamos! ¡Ya hemos sufrido bastante por sus "ideas locas"!
— ¡A quién se le ocurre dejar el campamento en manos de mujeres y niños sin un destacamento para defenderlo! ¡Y eso que se lo dijimos!
Uno de los amigos de David se le acerca:
— Disculpa, capitán, pero los hombres están hablando de apedrearte.
El héroe de Israel ya ha recuperado la calma. Ahora su aspecto demuestra paz y seguridad. David le responde:
— No se preocupen, sé que el Eterno está en el trono en los cielos y tiene un propósito en mi vida. Yo me fortalezco en el Señor. ¡Llamen al sacerdote! ¡Ah, y que venga con el efod!
El requerido acude y saluda al jefe del regimiento. David señala hacia el pectoral del sacerdote y le dice:
— Abiatar, consulta al Señor si he de perseguir a esa banda. Y también si la podré alcanzar.
Tras una tensa pausa el sacerdote habla:
— El Señor respondió: "Persíguela, porque de cierto la alcanzarás y librarás a los cautivos" (1 S 30:8).
El rostro de David esboza una sonrisa, eleva su cabeza y alaba al Todopoderoso por su misericordia. Tras ello imparte una orden:
— ¡A descansar ahora todos! Quien haya encontrado algún alimento, comparta con sus compañeros. Necesitamos recuperar energías para partir antes que salga el sol.
Los descontentos de momento se conforman y se dicen el uno al otro:
— Esta será la última oportunidad que le damos al jefecito; si esta vez no funciona, ¡no lo salva nadie!
Con el primer clarear del alba, el contingente se pone en movimiento. Un poco más adelante, los exploradores que constituyen un pequeño grupo de avanzada advierten el sobrevuelo de los oscuros cuervos.
— ¡Miren! — señala uno — ¿Será un camello agonizando?
— ¡No es tan grande! — dice otro — probablemente sea una cabra.
— ¡Para mí es un cuerpo! ¿Será de uno de los nuestros?
— ¡Se está moviendo! — indica el que se les había adelantado.
Al llegar junto a él, el soldado grita a sus compañeros:
— ¡Es un muchacho! Pero no lo conozco. No es de los nuestros.
Llegados los demás, la compañía lo rodea y examina, comprobando que no les es conocido.
Los ojos están hundidos en las órbitas; la piel parecería que le cuelga.
El más voluntarioso del grupo se arrodilla junto a él, pasa su brazo bajo los hombros y logra incorporarlo un poco.
— ¡Agua! — apenas alcanza a decir el joven.
Acercan una cantimplora, y otro de ellos la sostiene sobre su boca. Al principio bebe muy lentamente. Los labios están secos y cortados. Luego empieza a tragar con gran avidez.
— ¡No tan ligero que te va a caer mal! — dice uno de los soldados.
— ¡Llevémoslo al jefe! — propone el que comanda al grupo.
Los soldados cargan al menudo muchacho sobre la espalda del más alto y robusto de ellos, y vuelven por el camino andado hasta encontrar a David y el grueso de su ejército.
Después de un buen rato, ya sentado en el suelo, más que comer devora los bocados de pan que le dan. Luego, algo más recuperado, le ofrecen un pedazo de torta de higos secos. Como si todo le pareciera poco, le alcanzan primero una y luego otra torta con pasas de uva. El mancebo, que hace tres días que no comía, devora todo con rapidez.
— ¿Quienes son ustedes? — se atreve finalmente a preguntar el joven.
— Mejor empiezas tú por decirnos quién eres, ¡y sabe que a la primera mentira será la última en tu vida! — le advirtió el que parecía estar al mando.
— ¿Me van a matar después que me salvaron la vida? — dice el mozo todavía recostado contra las fuertes piernas del soldado que lo trajo.
David lo observa en silencio. Ve a este joven deshidratado y aún muy débil, y aunque compadecido de él insiste en preguntarle:
— ¿De quién eres tú? ¿De dónde eres tú? (1 S 30:13).
El muchacho, todavía temblando, responde:
— Yo soy un joven egipcio, siervo de un amalecita. Mi amo me abandonó hace tres días, porque yo estaba enfermo... — y con voz más temblorosa agrega —: También incendiamos Siclag (1 S 30:14).
Los soldados se miran con un odio contenido que no pueden disimular:
— ¡Hay que liquidarlo! — dice uno.
— Yo lo cortaría en pedacitos y se los tiraría a los perros — sugiere otro.
Uno a uno los duros hombres de guerra van ofreciendo distintas opciones de ejecución. Cuanto más cruel el individuo más lenta y dolorosa la tortura.
El rostro de David deja ahora traslucir una sonrisa. Se ha dado cuenta de que este joven es sincero pues no ha ocultado su participación en la calamidad infligida a su gente. Bien puede ser el instrumento que Dios le ha dado para el rescate de sus familias y pertenencias.
— Nuestro albergue estaba en Siclag — dice probándolo el futuro rey.
— ¡Sí, ya me lo imaginaba! — responde el egipcio en tono lastimero.
— ¿Podrás llevarme tú a esa banda? (1 S 30:15) — pregunta David.
Consciente de su difícil situación el joven replicó:
— Júrame por Dios que no me matarás ni me entregarás en mano de mi amo, y yo te llevaré a esa banda (1 S 30:15).
— Prometido — dice David, a lo que el mancebo agradece con un gesto y se inclina en forma reverente delante del guerrero.
El contingente llega cerca del campamento enemigo. Las carpas de los amalecitas se extienden por toda una vasta área. El griterío se oye desde lejos. Se está realizando una gran fiesta celebrando las riquezas robadas en Siclag y en otros lugares. Se come abundantemente, se bebe sin control y se danza febrilmente al ritmo diabólico de distintos instrumentos.
De pronto, como si fuera de la nada, aparece el ejército de David que no tiene problema en ejecutar a los que, bajo los fuertes efectos del alcohol, ni pueden defenderse a sí mismos. La victoria es completa y recuperan todo lo que les habían robado. Al volver al campamento en el arroyo de Besor, David, oponiéndose a algunos de sus seguidores, determina que el reparto del botín debe ser hecho en forma igual con los que fueron a la batalla y los que se quedaron con el equipaje. Luego envía hermosos presentes a todos sus amigos, los ancianos de Judá.
David se acerca a Abigail, la abraza y le susurra cerca de su oído: "Aunque acampe un ejército contra mí, mi corazón no temerá... Espera en el Señor. Esfuérzate y aliéntese tu corazón. ¡Sí, espera en el Señor!" (Sal 27:3,14).
Ella, con sus ojos cubiertos de lágrimas, responde:
— Gracias, amado esposo, por venir a rescatamos.

La historia bíblica y nosotros

¿Por qué Dios permite que a sus propios hijos les acontezcan cosas tremendas?
La sensación de pérdida irreparable que David y sus hombres tuvieron al ver la desolación en Siclag es indescriptible. El futuro rey experimenta lo mismo que nosotros frente a un accidente, una enfermedad mortal o una catástrofe natural.
No hay una respuesta fácil. Sin embargo, sabemos que el Omnipotente nos promete: "Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé" (He 13:5). El mismo David expresa gráficamente ese sentir de la presencia del Señor en los momentos más difíciles: "Contigo desbarataré ejércitos; con mi Dios saltaré murallas" (Sal 18:29). Esta es una de las lecciones que el salmista ha aprendido y en la situación de crisis "se fortaleció en el Señor su Dios" (1 S 30:6). Estos no son términos vacíos. Significa que David toma ánimo en el hecho de saber que el Señor está en el trono inmovible, que es misericordioso y que todas sus promesas se van a cumplir.
A veces en nuestra vida nos ponemos en situaciones realmente muy peligrosas, casi sin salida. El otrora vencedor del ogro Goliat estaba ahora en una de esas circunstancias. Parecería que su fe en el Todopoderoso ha flaqueado. A pesar de que ha recibido la promesa de que va a ser el futuro rey de Israel cae en la trampa sutil de la desconfianza y se atemoriza pensando: "algún día voy a perecer por la mano de Saúl" (1 S 27:1).
Es así que ya había optado por la solución lógica y humana, pero que no era la voluntad divina, cuando dijo: "Nada será mejor para mí que escapar de inmediato a la tierra de los filisteos... así escaparé de su mano" (1 S 27:1).
Creería que no puede ser la misma persona que luego en sus salmos expresará tantas veces y de distintas maneras su total confianza en Dios.
Aquel que no le tuvo miedo al gigante ahora se refugia en el territorio de los que no hacía mucho tiempo eran sus adversarios. Es lamentable cuando el creyente trata de encontrar en el "mundo" la paz y tranquilidad que solamente Dios puede otorgar (Fil 4:7).
La situación se complica cuando Aquis, el rey de aquella misma ciudad a la que perteneció Goliat, le obliga a comprometerse a salir a la guerra como aliado contra el pueblo de Israel. David se ve así forzado a jurar lealtad al rey de los filisteos (1 S 28:1-2).
En esta circunstancia David tiene dos posibilidades: traicionar en el último momento al rey Aquis o luchar contra su propia gente. El futuro regente ignora, por supuesto, que en esa batalla van a caer el rey Saúl y su íntimo amigo, el príncipe Jonatán. ¡Qué herida profunda e incurable hubiera sido si de manera directa o indirecta David hubiera participado en la masacre del pueblo de Dios! Si esto hubiera sucedido, el pueblo hebreo no elegiría como monarca a aquel que acababa de matar a su rey y al amado príncipe heredero Jonatán. David ignoraba que muy pronto Saúl iba a morir y que él estaba muy próximo a ser coronado como su sucesor.
Pero el Todopoderoso, en su misericordia, actúa de una manera providencial como lo hace tantas veces en nuestra vida. Los príncipes de los filisteos se niegan a aceptar la colaboración militar de David por temor de que a último momento este los traicione "cambiando de bando".
Dios, en su soberanía maravillosa, utiliza a los mismos generales de los filisteos para que David quede libre de su compromiso. Hubiera sido preferible que el futuro monarca no se hubiera colocado en esa posición de peligro. "Mejor es estar en medio de las ruinas ennegrecidas de Siclag, rodeado de una multitud amenazadora, que estar con los filisteos peleando contra el pueblo de Dios".
Al consultar al sacerdote Abiatar, David pregunta si debe perseguirlos y si puede alcanzarlos. El sistema que se utiliza no es exactamente conocido pero se supone que tenía que ver con piedras de distintos colores. En estas dos preguntas vemos una actitud de dependencia de David en su Dios. Él no se paraliza con el pensamiento de que el enemigo es más numeroso y poderoso. Está confiado en que con la ayuda del Señor puede lograr la victoria. El Omnisciente en su misericordia no solamente le contesta que sí los va a alcanzar, sino también le informa que va a recuperar a todos los cautivos. Por primera vez el futuro rey se entera de que su familia está todavía viva y que van a ser rescatados.
El joven egipcio que los hombres de David encuentran de forma tan providencial va a actuar como un "sistema de posicionamiento global" (GPS), como los utilizados por los aviones, barcos y vehículos modernos. La soberanía del Señor se ve en forma increíble en lo que le acontece a este joven. En última instancia, todo lo que le sucede al muchacho tiene como objeto que los guerreros de David lo encuentren y él les pueda conducir al enemigo. Si este hombre fuera un amalecita, el deber de David habría sido ejecutarlo. Dios, en su providencia maravillosa, decide utilizar a un mocetón egipcio aunque lo podría haber hecho de cualquier otra manera, inclusive haciendo un milagro.
El joven solicita que el juramento sea en el nombre de Dios. Siendo egipcio, quizá escuchó algún relato de cómo sus antepasados habían sido destruidos al tratar de cruzar el mar Rojo.
Observamos el contraste entre el amo amalecita, quien dejó sin atención al pobre enfermo para sucumbir en el desierto de una muerte espantosa, y los cuidados que los hombres de David le prestaron.
Mientras el muchacho estaba bien, su dueño lo usaba, pero cuando aquel se enferma su dueño no le tiene lástima ni compasión y lo deja desamparado como a un "perro rabioso". Pero así es este mundo con los suyos; les promete mucho, los utiliza, los gasta y luego los deja abandonados.
En cambio, aquel que va a ser el Pastor de Israel le da agua y alimentos, y luego le promete vida y seguridad. Por supuesto que el perdón está implícito.
En esta historia se destacan las cualidades de caudillo de David, que cuando un grupo habla de apedrearlo, propone un plan, y luego que este tiene éxito no se venga ejecutando a los amotinados. Se necesitan mucha sabiduría y paciencia para actuar así. Muchos de estos son los mismos que luego se niegan a compartir el botín con sus compañeros. En todas las iglesias tenemos descendientes directos de estas personas que requieren un alto grado de "mantenimiento" para tenerlos contentos y apacibles.
Sobresale el hecho de que David, a pesar de haber flaqueado desconfiando de la providencia divina, ante la crisis es capaz de tornarse a su Dios con todas sus fuerzas y no es defraudado. Es probable que cuando su propia vida está en peligro por el "motín a bordo", repite sus propias palabras: "Éste pobre clamó, y el Señor le escuchó y lo libró de todas sus angustias... Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón..." (Sal 34:6,18).
Brueggemann, citado por Ronald F. Youngblood, dice: "Ambos, David y Saúl, están bosquejados como personas en una gran crisis de liderazgo y los dos están en un alto riesgo. Nos interesa la diferencia en la respuesta... Saúl busca refugio en una pitonisa (médium) mientras que David le pregunta al Señor". "El capítulo 30 de 1 Samuel nos muestra las cualidades que hacen un liderazgo fuerte y compasivo: persistencia, simpatía, fe en Dios, dedicación a una causa, integridad, el decidir rápidamente y generosidad".

Detalles técnicos

El efod era una vestidura usada por el sumo sacerdote (Ex 28:5-14). Tendría un bolsillo donde estarían el Urim y el Tumim. Estos eran utilizados para determinar la voluntad divina. Podrían ser piedrecitas claras y oscuras o palitos de metal. También se ha sugerido que podrían representar letras del abecedario dado que estas palabras representan el primer y último signo del alfabeto. Algunos piensan que serían algo así como dados.

Temas para predicación o grupos de estudio

La providencia de Dios vista en este capítulo.
El joven egipcio estaba en gran peligro de sucumbir:
Por su grave enfermedad que no ha sido tratada.
Por los peligros de estar solo en el desierto.
Por sentencia de David por ser culpable del incendio de Siclag.
Por los amalecitas si se enteraran de su traición.
El Pastor de Israel va a proveer para todas las necesidades del muchacho moribundo.
Los amalecitas comiendo, bebiendo y haciendo fiesta (danzando); los podemos comparar con el hombre necio de (Lc 12:20).

Temas para análisis y comentario

1. ¿Qué significa que David se fortaleció en el Señor?
2. ¿Qué hizo David cuando algunos hombres hablaron de apedrearlo?
3. ¿Qué características notamos en el modo de actuar del amo amalecita?
4. ¿Por qué el joven egipcio contó su participación en el incendio de Siclag?
5. ¿Qué solicita el muchacho egipcio como "pago" para llevarlos al campamento amalecita?
6. ¿Dónde se percibe la soberanía de Dios en esta historia?
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