Estudio bíblico: La nueva Jerusalén - Apocalipsis 21:9-27

Serie:   Apocalipsis   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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La nueva Jerusalén - (Ap 21:9-27)

Introducción

(Ap 21:9) "Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero."
Ahora Juan recibe una orden de "uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras", y es convocado para asistir a una nueva visión. Lo que se le va a mostrar es "la desposada, la esposa del Cordero". Sin lugar a dudas, hay un claro paralelismo entre la forma en la que comienza este pasaje y el anuncio del juicio sobre la gran ramera que encontramos en: (Ap 17:1) "Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera".
Esta claro que en este caso el paralelismo no tiene como finalidad comparar dos cosas que son iguales, sino todo lo contrario, acentuar el tremendo contraste entre las dos visiones: el juicio de la gran ramera y la aparición gloriosa de la esposa del Cordero.
Por otro lado, el orden de los sucesos es totalmente lógico. El establecimiento pleno del reino de Dios no puede tener lugar sin antes haber juzgado a este mundo. Se sigue, por lo tanto, la misma línea de pensamiento que en el pasaje anterior, cuando para establecer el cielo nuevo y la tierra nueva, primero era necesario que aquellos primeros que estaban bajo la maldición del pecado fueran desechos.
Pues bien, lo que ahora tenemos por delante es la gloriosa unión del Esposo y la esposa, de Cristo y su iglesia. Es el momento tan largamente esperado por todos los creyentes. Entonces la Iglesia se mostrará en todo su esplendor, aunque por supuesto, la gloria deberá ser siempre para "el Cordero", quien la ganó por su propia sangre:
(Ef 5:25-27) "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha."
Sería de esperar que el aspecto que la iglesia tendrá en ese momento futuro se parezca al que presenta en la actualidad, pero lamentablemente, quizá en ese momento sea difícil encontrar casi ningún parecido.

Juan ve descender del cielo la nueva Jerusalén

(Ap 21:10) "Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios"
A continuación, Juan es llevado "en el Espíritu", igual que en (Ap 1:10) (Ap 4:2) (Ap 17:3). Se encuentra sobre un "monte grande y alto", y suponemos que estaba esperando ver a la esposa del Cordero, pero en realidad, lo que se le muestra es "la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios". Esto no es nuevo, porque ya vimos un adelanto en (Ap 21:2).
Es evidente la estrecha asociación entre la Iglesia y la nueva Jerusalén. Esta será la verdadera ciudad de Dios, morada eterna de los creyentes, y desde donde Dios centrará toda la administración de los nuevos cielos y la nueva tierra en la que la iglesia tendrá una labor importante.

La descripción de la nueva Jerusalén

Juan quedó tan asombrado al ver aparecer la nueva Jerusalén, que con grandes dificultades intenta transmitirnos con palabras algo de la gloria que vio en ella.
1. Dios manifiesta su gloria en ella
(Ap 21:11) "... teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal."
De la ciudad se nos dice que tenía "la gloria de Dios", lo que implica necesariamente que Dios mismo estaba en ella como su Dios, y sin duda, esto es lo más importante de todo.
Luego Juan intenta describir la gloria de esta ciudad, y dice: "Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal". La idea parece ser que la luz de la gloria de Dios atravesaba a través de esta piedra preciosísima, produciendo una belleza indescriptible. Parece que Juan no encontraba las palabras adecuadas para transmitir cómo era el fulgor que irradiaba aquella hermosa piedra. Busca la forma de relacionarlo con algo que podamos conocer en nuestro mundo actual, y lo compara con una "piedra de jaspe", aunque cuando veamos con nuestros propios ojos su belleza, nos daremos cuenta de las grandes limitaciones de esta comparación.
2. El muro, las doce puertas y los cimientos
(Ap 21:12-14) "Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero."
Lo primero que ve es "un muro grande y alto". Esto era algo que esperaríamos encontrar en todas las grandes ciudades de la antigüedad. De hecho, eso era lo primero que en la antigüedad veían los peregrinos cuando se acercaban a Jerusalén. Pero en el caso de la nueva Jerusalén, su presencia no deja de sorprendernos. ¿Cuál será el propósito de este muro? Evidentemente no será para defender la ciudad de sus enemigos, porque todos ellos habrán sido enviados al lago de fuego (Ap 20:12-15).
Tal vez debamos interpretarlo como un símbolo de la seguridad que gozarán los que habiten en la nueva Jerusalén. El profeta Isaías había hablado algo al respecto de esto:
(Is 26:1) "En aquel día cantarán este cántico en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro."
Pero pudiera ser que la presencia de este muro fuera necesaria también por algo que vamos a ver a continuación. Sin ese muro no se podría hablar de las puertas y de su cimiento, algo que para el autor es realmente importante.
Vemos que se nos dice que en la muralla había "doce puertas; y en las puertas, doce ángeles". Estos "ángeles" funcionarían como una guardia de honor que velarían por la seguridad de cada una de esas puertas.
Y en cuanto a las puertas se nos dice que tenían "nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel"; y también que estaban distribuidas de la siguiente manera: "Al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas".
Estos detalles nos obligan a mirar nuevamente hacia el Antiguo Testamento. En primer lugar, nos recuerda que el acceso a la nueva Jerusalén se produce a través de la nación judía. El apóstol Pablo explicó esta conexión:
(Ro 9:4-5) "... De los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén."
El Señor Jesucristo confirmó esto mismo cuando le dijo a la mujer samaritana: "la salvación viene de los judíos" (Jn 4:22).
Por otro lado, la disposición en la que las tribus estaban colocadas en las cuatro direcciones cardinales, nos recuerda la forma en la que el pueblo de Israel en el pasado había acampado alrededor del tabernáculo (Nm 2), o a los nombres de las puertas de la ciudad de los que profetizó Ezequiel (Ez 48:31-35).
Después de describir las puertas del muro de la ciudad, pasa a hablar de sus cimientos: "Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Es interesante notar la combinación de los nombres de las doce tribus de Israel con los de los doce apóstoles que encontramos en las puertas y el cimiento del muro. Se subraya con ello que ambos son diferentes pero complementarios.
Si las puertas nos sugerían un camino de entrada, los fundamentos tienen que ver con lo que está debajo y da estabilidad y permanencia. Por supuesto, sería una equivocación pensar que tanto los doce patriarcas como los doce apóstoles eran las puertas y el fundamento. Más bien debemos pensar en lo que ellos representaron y enseñaron.
En este sentido, es interesante considerar la referencia que el apóstol Pablo hizo a ambos en relación con la edificación del nuevo templo santo de Dios:
(Ef 2:19-22) "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu."
No deja de sorprendernos la posición de altísimo honor en la que aquellos sencillos pescadores de Galilea fueron colocados por el Señor al ser elegidos para encargarse de colocar el fundamento de la nueva Iglesia.
3. Las medidas de la ciudad y del muro
Lo siguiente que se nos dice de la nueva Jerusalén tiene que ver con sus medidas:
(Ap 21:15-17) "El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel."
La escena nos recuerda a la visión que Ezequiel tuvo de las mediciones del nuevo templo (Ez 40-42). Ahora bien, ¿cuál era el propósito por el que se midió la nueva Jerusalén?
En primer lugar podemos pensar que Dios mide aquello que le pertenece, pero es probable también que quiera mostrarnos la grandeza de la nueva Jerusalén.
Notamos que tanto su longitud, altura y anchura era la misma; "doce mil estadios". Esto equivaldría aproximadamente a unos 2.200 kilómetros. Es difícil para la mente humana imaginar una ciudad en forma de cubo de estas dimensiones.
Por supuesto, en una ciudad tan grande habrá lugar para todos. Como el Señor dijo, "en la casa de mi Padre, muchas moradas hay" (Jn 14:2).
Pero hay otro detalle que no debemos pasar por alto: la nueva Jerusalén es perfectamente cúbica. Esto puede indicar perfección, pero también nos recuerda al lugar santísimo dentro del hermoso templo que Salomón construyó.
(1 R 6:20) "El lugar santísimo estaba en la parte de adentro, el cual tenía veinte codos de largo, veinte de ancho, y veinte de altura; y lo cubrió de oro purísimo; asimismo cubrió de oro el altar de cedro."
De alguna manera es como si nos quisiera dar a entender que la totalidad de la ciudad será la morada de Dios tal como lo era el lugar santísimo. Esto nos hace pensar que los ciudadanos de esa santa ciudad tendrán una experiencia constante de la presencia de Dios y disfrutarán de la adoración.
Por último se nos dan también las medidas del muro: "ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel". Esto equivaldría a unos sesenta y cuatro metros de altura. Si lo comparamos con la altura de la ciudad, el muro sería pequeño, pero si pensamos en el muro en sí, sería muy alto, aproximadamente de la altura de un rascacielos de veinticinco pisos. En ese caso, dejaría ver la ciudad desde cualquier parte.
4. Los materiales de los que estaba hecha
Después se describen los materiales del muro, la ciudad, sus cimientos y sus puertas:
(Ap 21:18-21) "El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio."
Cuando Juan comenzó a ver la ciudad, lo primero que le sorprendió fue su muro de jaspe que resplandecía con la misma gloria que el Señor sentado en su trono (Ap 4:3). Pero al entrar en la ciudad la impresión fue mucho más fuerte: "Pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio". Una vez más Juan compara la belleza y riqueza de la nueva Jerusalén con los más costosos materiales que nosotros conocemos en este mundo actual, todo ello para intentar darnos una idea del brillo de la gloria de Dios manifestada en cada detalle de la ciudad. Aun así, resulta evidente las dificultades que Juan tenía para describirnos lo que estaba viendo.
Un detalle que nos llama la atención es que hasta los mismos cimientos del muro de la ciudad estaban adornados de doce piedras preciosas, y se nos da una lista de cada una de ellas. Y decimos que nos extraña porque ningún constructor se molestaría en adornar los cimientos de un muro. Sin embargo, esto era la forma en la que Dios había prometido que edificaría a Israel.
(Is 54:11-12) "Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo; he aquí que yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo, y toda tu muralla de piedras preciosas."
Aunque es cierto que resulta complicado identificar con exactitud las piedras preciosas de la antigüedad, sin embargo, hay varias ideas que nos quedan claras de esta descripción:
Vista en su conjunto nos comunica la impresión de una estructura radiante y hermosa. Es una ciudad de luz y color. El cielo no será un lugar triste y gris, sino todo lo contrario. Su belleza no puede ser comparada con ninguna cosa que conozcamos en este mundo presente.
La gran variedad de piedras preciosas nos recuerdan la diversidad inagotable de las manifestaciones de la gloria de Dios que podremos disfrutar por toda la eternidad.
Y también nos obliga a hacer una reflexión sobre nuestra vida presente aquí. Muchos se afanan por conseguir riquezas en este mundo, pero lo que aquí es tan costoso por ser escaso, allí será tan abundante que estará en cada parte.
Tenemos también una descripción de las puertas: "Las doce puertas eran doce perlas". Ya se nos había dicho que en las puertas estaban escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel (Ap 21:12), pero ahora se nos quiere mostrar la belleza insuperable de cada puerta comparándola con enormes perlas. Unas puertas así dan una idea de la gloria de la ciudad que se encuentra tras ellas, pero también invitarían a entrar.
Y por último se nos habla también de las calles: "Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio". Nosotros no nos fijamos demasiado en este tipo de cosas cuando vamos a una ciudad. ¿Quién presta atención a los materiales con los que está hecho el muro, los cimientos, las puertas o las calles de una ciudad? Pero es que en la nueva Jerusalén cada detalle es asombroso. Fijémonos lo que nos dice aquí: ¡sus calles son de oro! Una vez apareció un artículo en el periódico en el que se hablaba de un novedoso hotel de lujo en el que todas las cosas habían sido decoradas con oro. ¿Cuánto costará pasar una noche allí? ¿Quién puede permitirse algo así? Pues en la nueva Jerusalén hasta las calles son de oro, y cada creyente podrá disfrutarlas durante toda la eternidad por la gracia de Dios.
Por otro lado, es importante también que nos demos cuenta de que aquí se está estableciendo nuevamente una asociación con el templo que el rey Salomón construyó. En él los sacerdotes caminaban sobre el oro, como en la nueva Jerusalén (1 R 6:30). Podríamos decir que esta ciudad celestial a la que somos llamados a vivir por toda la eternidad, es la consumación plena de lo que en pequeña escala se nos mostró en el antiguo templo de Israel. Esto viene confirmado por lo que vemos a continuación en la descripción que Juan nos está haciendo de la nueva Jerusalén.
No obstante, antes de que sigamos adelante, debemos notar que con la descripción que se nos acaba de hacer, se está dando respuesta a una pregunta que previamente había sido formulada en este libro. Recordamos que cuando Babilonia fue destruida, la gente que veía el humo de su incendio dieron voces diciendo: "¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad?" (Ap 18:18). A pesar de todas las injusticias que se nos dice que eran cometidas en Babilonia, los hombres pensaban que era imposible que hubiera una ciudad más gloriosa que ella. Eso es lo máximo a lo que el hombre puede aspirar, pero Dios tiene su propio proyecto, que supera infinitamente a cualquier cosa que el hombre pecador pueda construir o siquiera imaginar.

La presencia de Dios en la nueva Jerusalén

(Ap 21:22-23) "Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera."
Juan pasa de la descripción de la hermosura de la nueva Jerusalén a la presencia de Dios en ella, que es la verdadera causa de su gloria.
Por otro lado, la presencia del "Señor Dios Todopoderoso" en ella hace que toda la ciudad se convierta en el nuevo templo de Dios. En realidad, deberíamos decir que toda la ciudad es el verdadero lugar santísimo. Esa es la razón por la que Juan no vio en ella un templo como siempre había habido en la nación de Israel. La presencia de Dios no estará limitada a alguna parte especial de la ciudad. Esto implica que cada creyente estará constantemente en la presencia de Dios en una comunión santa y perfecta con él. Volvemos así a los momentos cuando Adán y Eva todavía no habían pecado y se paseaban por el huerto del Edén a la luz del día en la presencia de Dios sin tener vergüenza ni temor (Gn 3:8).
En este sentido debemos recordar que cuando a Moisés se le ordenó construir el tabernáculo, se le dijo que debía hacerlo siguiendo el modelo celestial que le había sido revelado (He 8:5). Por lo tanto, bien podemos decir que lo que ahora tenemos delante es el verdadero templo de Dios, el auténtico y eterno templo de Dios.
Otra de las consecuencias que tendrá el hecho de que Dios mismo more en la nueva Jerusalén es que "la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella". La luz que pudieran dar el sol y la luna no lograrán aportar nada a la luz gloriosa de la presencia de Dios.
Con esto se cumplirá lo anunciado por el profeta:
(Is 60:19) "El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria."
Un detalle que debemos notar también es la plena armonía e igualdad entre el Padre y el Hijo: "la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera". Esto no nos extraña porque sabemos que "Dios es luz" (1 Jn 1:5), y que también Cristo afirmó: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8:12).

Las naciones llevan su honor y gloria a la nueva Jerusalén

(Ap 21:24-26) "Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella."
Nos encontramos en estos versículos con algunos hechos sorprendentes. En primer lugar se nos dice que "las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella".
Empecemos por preguntarnos: ¿A qué naciones se refiere? En principio, la conclusión lógica es que son gentiles, es decir, no son exclusivamente de la nación judía. Ahora bien, aparte de esto, es imposible saber a qué naciones se refiere, porque en ese momento, todo será nuevo y no habrá una correspondencia exacta con las naciones que conocemos en el día de hoy. Sin embargo, parece que habrá algún tipo de diversidad nacional, aunque no establecida sobre las mismas bases por las cuales han sido constituidas las naciones en el mundo en el que vivimos hoy.
Es probable que en el nuevo orden mundial establecido por Dios se crearan nuevos pueblos que serán gobernados por los creyentes. Esto podría guardar relación con lo que el Señor Jesucristo enseñó en la parábola de las minas (Lc 19:11-27).
Si esto es así, no será de extrañar lo que se dice a continuación: "Y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella". Este será un cambio muy significativo, porque todos los gobernantes de la tierra servirán al Señor y llevarán sus presentes a la nueva Jerusalén, centro del gobierno universal de Dios.
Otro detalle sobre el que Juan quiere llamar nuestra atención es que "sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche". En cualquier ciudad amurallada de la antigüedad, sus puertas serían cerradas al anochecer a fin de impedir que entraran invasores, delincuentes o cualquier otra persona potencialmente peligrosa. Pero en la nueva Jerusalén las puertas permanecerán abiertas día y noche, lo que nos transmite la idea de paz y tranquilidad. En realidad se nos dice que "allí no habrá noche", las tinieblas nunca más harán su aparición. Terminará el temor que nos sugiere la oscuridad y viviremos en un día sin fin, lo que implica también el fin de los ciclos de la antigua creación.
Con todo esto se cumple lo dicho por el profeta Isaías:
(Is 60:11) "Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes."
Todo esto nos hace pensar que quizá no todos vivirán de manera permanente dentro de la Jerusalén celestial. Podría ser algo similar a lo que ocurría antiguamente con el pueblo de Israel, que tenían a Jerusalén como la capital e iban allí para las grandes celebraciones.

Los habitantes de la nueva Jerusalén

Y finalmente se nos indica qué tipo de personas vivirán en la nueva Jerusalén.
(Ap 21:27) "No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero."
A diferencia de lo que ocurría en la gran Babilonia, que era "la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra" (Ap 17:5), en la nueva Jerusalén "no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira".
Y parece que hay un registro de los habitantes de esa gloriosa ciudad: "Los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero". Esto nos recuerda que nadie podrá estar allí sin haber creído en la obra salvadora de Cristo.

Comentarios

Argentina
  Juan Herrera  (Argentina)  (05/04/2024)
El Ángel le dice a Juan, te voy a presentar la esposa del Cordero, y le muestra la ciudad santa de Jerusalén.
No es una ciudad literal , le muestra la hermosura de la iglesia, la esposa del Cordero. Así es como ve Jesús a la iglesia. Hermosa
Chile
  Osckar Alarcón  (Chile)  (10/06/2023)
Dios le bendiga , mi página favorita , muy bíblica , saludos.
Chile
  Mauricio Soto  (Chile)  (24/09/2022)
Muy bueno, biblico, sana doctrina.
Costa Rica
  Hair Miranda  (Costa Rica)  (23/09/2022)
Agradezco colocar a nuestra disposición estos estudios tan preciosos, valiosos y sobre todo tan sanos doctrinalmente, apegados al texto bíblica y explicados de una forma clara y sencilla
Ecuador
  Melva Molina  (Ecuador)  (24/08/2022)
Por fin llegará el día en que los verdaderos adoradores tengamos un hermoso templo en donde habite Nuestro Padre Celestial y tengamos la luz eterna de nuestro Señor Jesucristo y adoraremos por siempre a nuestro Rey de Reyes y Señor de Señores.
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