Estudio bíblico: La justicia y la gracia de Dios - 2 Samuel 11-12

Serie:   La lucha entre lo bueno y lo malo   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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La justicia y la gracia de Dios (2 Samuel 11-12)

— Buenas tardes mi comandante, acabo de llegar de Jerusalén. El rey le envía esta carta.
El oficial Urías extrae de entre sus ropas un manuscrito que entrega al general Joab.
Joab le hace varias preguntas acerca de la situación en la capital y sobre algunos de sus conocidos en el palacio real. Luego de un rato de conversación Urías se retira.
Una vez solo, Joab abre el pliego y lee el mensaje: "Poned a Urías en el frente más peligroso de la batalla; luego retiraos de él, para que sea herido y muera" (2 S 11:15). Una sonrisa burlona aflora en los labios del militar mientras cavila. "¡Qué iba a sospechar Urías que había traído consigo su propia sentencia de muerte!". Joab se pasea dando vueltas en su tienda de campaña, lee nuevamente la carta antes de incinerarla en el brasero. Se pregunta qué habría hecho Urías para que el rey tomara esa determinación tan drástica. Al día siguiente, llama a Urías y le dice:
— Oficial, tenemos que tratar de conseguir cómo penetrar en la ciudad. Yo le voy a dar a usted la oportunidad de demostrar una vez más sus dotes de gran guerrero. Mañana a primera hora quiero que usted con un escuadrón especial traten de entrar por la puerta del oeste porque parece que no está bien resguardada. La empresa es delicada pero yo estoy seguro de que un buen soldado como usted la hará posible. Quizá Joab pregunta: "¿Cuántos soldados va a llevar para la misión?". Urías establece el número y Joab le promete que él mismo le va a seleccionar el destacamento.
Al día siguiente, Urías con su escuadrón se dirigen hacia la muralla para tratar de abrir una brecha. Una flecha lo atraviesa y cae. Pocos minutos después su cuerpo queda inerte. En ese mismo momento quizá David se encuentra sentado en su estrado. Ese triste día, el verdadero victorioso no es el rey de Jerusalén, apoltronado en su trono con almohadones de decepción y traición, sino aquél soldado fiel que honra a su Dios y que ha cumplido con su deber.
De inmediato, Joab manda un mensajero al rey. Al llegar el mensajero, éste le informa al rey de todos los detalles de la artimaña militar tal como Joab le había mandado:
— Los hombres prevalecieron contra nosotros. Los arqueros tiraron contra tus servidores desde arriba del muro y murieron algunos de los servidores del rey. También tu servidor Urías, el heteo, ha muerto.
Una sonrisa que no puede disimular aparece en el rostro del rey David. Su plan ha salido a la perfección. Cambia su tono de voz y ahora como un militar profesional le dice al mensajero:
— Dile a Joab lo siguiente: "Que esto no parezca malo a tus ojos, pues la espada devora unas veces a uno y otras veces a otro. Refuerza tu ataque contra la ciudad y destrúyela" (2 S 11:25).
La noticia de la muerte de Urías corre en el palacio real. Betsabé hace duelo por su marido de acuerdo a la costumbre. Cuando termina el luto, "David envió a traerla a su palacio. Ella vino a ser su mujer y le dio a luz un hijo" (2 S 11:27). Los sirvientes hacen sus comentarios y cálculos basados en el hecho de que Betsabé está muy avanzada en su gravidez. ¡Y lo más interesante de todo era que Urías hacía más de un año que no había estado en su casa! Pareciera que todo ha salido a la perfección. Sin embargo, hay un pero: "Pero esto que David había hecho pareció malo a los ojos del Señor" (2 S 11:27).
Han pasado los meses y parece que en el palacio todo sigue como de rutina. Sin embargo, la gente que está más cerca del rey — los criados y consejeros — notan que éste ha cambiado. Ya no canta en las mañanas las hermosas melodías que él mismo ha compuesto. A veces ha tratado de entonarlas y es como si estuviera ronco y disonante. Se le forma como un "nudo en la garganta" y no puede seguir (Sal 51:15). Otras veces, trata de tañer el arpa pero pareciera como si esta estuviera desafinada. La toma por unos minutos pero después la deja abandonada, y a veces por muchas semanas.
Ya no sonríe como antes (Sal 51:8). Los ayudantes de cámara dicen que de noche no duerme. Se pasa caminando por su cuarto y hasta pareciera que hablara solo. Los criados no logran entender qué es lo que dice. Son frases cortas. Las reitera una y otra vez: "No me eches de tu presencia, ni quites de mí tu Santo Espíritu" (Sal 51:11).
Hay días en que todo parece andar bien pero luego las cosas cambian. David ya no come mucho, aun ha perdido peso. Por la mañana se queja de no haber descansado y dice que le duelen todos los huesos (Sal 51:8).
Los sirvientes dicen que sus oraciones son muy cortas. A veces ni siquiera ora. Esa paz y alegría de vivir que antes tenía se ha esfumado. Los asistentes comentan que a veces actúa como si viera algo delante de sí y que se tapa los ojos.
Esa mañana, el criado le anuncia al rey que el profeta Natán quiere hablar con él. El rey accede y el profeta entra en la gran sala. El profeta es un hombre ya entrado en años. Su aspecto infunde respeto. Camina despacio y con dignidad. Habla lentamente y con claridad.
— Buenos días profeta — saluda David — ¿a qué debo el gusto de su visita?
Tras una inquisidora mirada, Natán le dice:
— Quisiera que usted me aconseje sobre una situación muy difícil que ha sucedido. Es un problema legal.
— ¡Explíquemelo! — dice el rey.
— Sucede que había dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre — comienza Natán.
El rey hace un gesto con la cabeza y levanta los hombros como diciendo: "así es la vida". El profeta continúa:
— El rico tenía numerosas ovejas y vacas, pero el pobre no tenía más que una sola corderita.
— Yo sé, en la vida hay desigualdades — interrumpe el rey —, pero ¿qué se puede hacer?
Natán toma nuevamente la palabra:
— Pero el pobre no tenía más que una sola corderita que él había comprado y criado, que había crecido junto con él y sus hijos.
El rey pone cara de impaciencia y dice:
— Sí, es verdad. Yo conozco gente que trata muy bien a los animalitos; son personas que tienen un buen corazón.
El anciano profeta lanza una significativa mirada al rey y prosigue:
— Comía de su pan, bebía de su vaso.
— Cuando yo era pastor de las ovejas de mi padre muchas veces alimenté a los corderitos — interrumpe nuevamente David —. Se hace un silencio y Natán continúa:
— Dormía en su seno y la tenía como su hija.
— Bueno — dice el rey —, yo creo que eso ya es una exageración. Los animalitos son los animalitos y las personas son las personas.
El profeta Natán repite lentamente las palabras:
— La había comprado y criado; había crecido junto con él y sus hijos. Comía de su pan, bebía de su vaso y dormía en su seno. La tenía como a una hija.
En este momento el rey ya ha perdido la paciencia, e interrumpe para decir:
— Natán, me gusta su historia; sin embargo, estoy muy apurado con mis obligaciones de gobernante.
— Ya casi termino — dice el anciano antes de proseguir —. Sucede que un viajero vino al hombre rico, y éste no quiso tomar una de sus ovejas o de sus vacas para guisarla para el viajero que había llegado, sino que tomó la corderita de aquel hombre pobre, y la guisó para el hombre que había venido a él.
— ¡Me imagino que el pobre se habrá resistido! — Repuso David.
Sí, trató de oponerse pero el rico vino con sus sirvientes que eran muy fuertes y se la arrebató de sus brazos — explicó Natán —. Usted no se imagina cómo lloraba este pobre al ver que le arrancaban su corderita para hacer un guisado, pero todo fue en vano.
— ¿Le dieron alguna explicación por lo que hicieron? — Preguntó el rey.
— Sí, el rico dijo que él era el que mandaba y que él hacía lo que se le venía en gana.
En este momento el rey David se pone de pie. Tiene el rostro enrojecido por el furor, y hasta pareciera que sus ojos se han agrandado. Levanta la mano y con voz tronante dice:
— ¡Vive el Señor, que el que hizo semejante cosa es digno de muerte!
Seguidamente extiende su brazo con autoridad y agrega:
— Él debe pagar cuatro veces el valor de la corderita, porque hizo semejante cosa y no tuvo compasión.
Se hace un silencio profundo. El rey se sienta en su trono, pero su rostro todavía refleja el furor. Los sirvientes escuchan con atención. El rey repite:
— Yo decreto que debe pagar cuatro veces.
Hay una larga pausa. Natán se levanta y extendiendo su mano dice:
— Tú eres ese hombre. El rostro del monarca se pone blanco como una tiza. Una a una las acusaciones se suceden, estallando como salvas de mortero.
Pero primero vienen los "preliminares": "Así ha dicho el Señor Dios de Israel: Yo te ungí como rey sobre Israel y te libré de la mano de Saúl. Te di a la casa de tu Señor y puse las mujeres de tu Señor en tu seno. Te di la casa de Israel y de Judá; y por si esto fuera poco, yo te habría añadido muchas otras cosas" (2 S 12:7-8).
Ahora viene la pregunta que no tiene respuesta: "¿Por qué, pues, menospreciaste la palabra del Señor e hiciste lo malo ante sus ojos?" (2 S 12:9).
David se pone aún más pálido. Su corazón empieza a latir rápidamente y con fuerza, y un sudor frío le cubre la frente. Natán continúa: "Has matado a espada a Urías el heteo; has tomado a su mujer por mujer tuya, y a él lo has matado con la espada de los hijos de Amón" (2 S 12:9). En otras palabras: Has usado a los enemigos del pueblo de Dios para ejecutar tu malvado plan.
Y aquí viene la sentencia: "Ahora pues, porque me has menospreciado y has tomado la mujer de Urías el heteo para que sea tu mujer, jamás se apartará la espada de tu casa... tú lo hiciste en secreto, pero yo haré esto ante todo Israel y en pleno día" (2 S 12:10-12).
Se hace un prolongado y sepulcral silencio. El rey se hinca en el suelo, eleva sus brazos y dice: "He pecado contra el Señor" (2 S 12:13), mientras gruesas lágrimas corren por sus mejillas. El profeta está de pie; el rey, sobre sus rodillas. No es teatro; es real.
Natán responde: "El Señor también ha perdonado tu pecado; no morirás. Pero como en este asunto has hecho blasfemar a los enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido morirá irremisiblemente" (2 S 12:14).

La historia bíblica y nosotros

La caída del rey David ha sido espeluznante. Pero la gracia de Dios es mucho más grande y vence ese tenebroso capítulo en la vida de este hombre.
Miles de personas que se han hundido en las profundidades de la impiedad han sido impulsadas a buscar la misericordia al comprender que Dios perdona a aquel que está realmente arrepentido. El mensaje del Evangelio es un mensaje de perdón.
Dios manifiesta su clemencia hacia David al enviar al profeta, quien lo confronta. Como resultado, la constricción de David es absolutamente profunda y real. No se arrepintió porque "las cosas al final salieron mal", sino porque se da cuenta de lo grave que es ofender a Dios y perjudicar al prójimo.
Las palabras: "Pero esto que David había hecho pareció malo a los ojos del Señor" (2 S 11:26), expresan una declaración muy profunda. Son como relámpagos y nubes muy negras en el horizonte que presagian una tremenda tormenta.
La gran enseñanza de este capítulo es que el pecado trae graves consecuencias. Pero la gracia de Dios se manifiesta con el arrepentimiento del pecador. David lo hace. Llora por su pecado. Por supuesto, el daño está hecho.
En un sentido, él no puede restaurar con "cuatro veces el valor de la corderita" (2 S 12:6), como él mismo había sentenciado que se debía pagar. Betsabé ha cometido adulterio y además David ha cometido un crimen.
En esta sombría historia aparece un personaje luminoso y radiante, se trata del profeta Natán. Sin duda él ha puesto en peligro su propia vida al ir al rey y denunciarle su crimen de la manera que lo hace. La técnica que utiliza es muy interesante. Él usa una parábola. Nos preguntamos qué hubiera sucedido si hubiera acusado a David de primera entrada. De la manera que lo hace deja que sea el mismo David quien juzgue y pronuncie la severidad y extensión de la condena.
En la narración, como en una obra de teatro, cada personaje tiene que tomar una decisión, que va a ser muy importante. Como ocurre con un castillo hecho con piezas de dominó, al caerse una sola pieza las otras se van involucrando en la caída:
1) David decide invitar a Betsabé.
2) Betsabé opta por aceptar la invitación.
3) Urías determina no ir a su hogar como lo ha maquinado el rey.
4) Urías decide dormir nuevamente en el umbral de la puerta del palacio.
5) El rey resuelve que Urías muera en el campo de batalla.
6) Joab decide acatar la orden criminal del rey.
Si cualquiera de estos eslabones se hubiera interrumpido no se hubiera llegado al terrible final.
Todos tenemos que tomar decisiones que muchas veces traen consecuencias muy serias a largo plazo.
Joab está en una situación similar a la que enfrentó Pilato mil años más adelante. Joab sabe que Urías es inocente pero lo entrega a la muerte. Al acatar la orden se produce un fenómeno interesante. De aquí en adelante el mismo rey queda subyugado a Joab quien es su cómplice.
Observemos que cuando se nos dice: "Al oír la mujer de Urías que su marido, Urías, había muerto, hizo duelo por su marido" (2 S 11:26). El escritor bíblico, guiado por el Espíritu, continúa llamando a Betsabé la esposa de Urías (Mt 1:6).
Al parecer el mínimo duelo sería por siete días.
Urías probablemente nunca supo que su amada esposa le había sido infiel. Tampoco que su tan venerado rey planificaría su muerte, ni que su admirado comandante se prestaría a ello con certera precisión. De haber sobrevivido hubiera sufrido el dolor de saber que tres personas que él respetaba le fueron infieles. ¡Es muy difícil quedar de pie sufriendo tres golpes tan fuertes!
¿Quién es en esta historia el viajero o el caminante de la parábola? Sin duda que representa a la pasión carnal del rey. Alguien ha dicho: "Primero viene como peregrino, luego entra como huésped y termina quedándose como amo de la casa".
Es probable que muchos de los elementos de esta parábola correspondan a la vida real. Es muy posible que Urías y Betsabé se conocieran de niños y crecieran jugando juntos. Un día, con el pasar del tiempo se casaron. Esta es una de las partes de la Escritura donde se nos muestra un afecto maravilloso, una relación del esposo con su cónyuge. La belleza de la parábola está en la simplicidad de los términos que tienen un significado profundo.
"La había comprado" se refiere, por supuesto, al hecho de que contrajo matrimonio con ella. Pero Betsabé no era una sirvienta que tenía que hacer todo lo que a Urías se le ocurriera. La trataba con un cariño excepcional. Compartía con su esposa aun de sus alimentos: "Comía de su pan, bebía de su vaso" (2 S 12:3). Luego nos da una imagen de ternura e intimidad muy especial. Dormía en su seno. Se llega a la cúspide de la narración cuando dice: "La tenía como a una hija" (2 S 12:3). El amor y el respeto eran las características de esa relación. El apóstol va a expresar el mismo concepto: "vivid con ellas con comprensión, dando honor a la mujer como a vaso más frágil" (1 P 3:7).
La acusación principal no es el adulterio sino el crimen y el "tomar por mujer" a Betsabé luego de asesinar a su marido. El casarse con la viuda del hombre que acaba de matar no fue una obligación moral, fue un atropello a la ley de Dios.
Está afrentando y pisoteando la institución del hogar que el mismo Dios estableció. David se convierte así en alguien que ataca la institución divina que es la familia. "Porque me has menospreciado y has tomado la mujer de Urías el heteo para que sea tu mujer" (2 S 12:10).
Natán enfrenta una decisión muy seria. El llevar el mensaje de juicio al rey podría significar su muerte si el monarca se enfureciera como solía suceder. Sin embargo, Natán es fiel al Señor y asume el riesgo. Sin duda ha estado en la presencia del Señor que le ha mostrado exactamente qué decir y cómo hacerlo. Su intrepidez y fidelidad deben ser para nosotros un ejemplo (2 Ti 2:3).
Las palabras pronunciadas un milenio después se podrían aplicar a la vida de Natán: "He peleado la buena batalla; he acabado la carrera; he guardado la fe" (2 Ti 4:7).
Años después va a ser uno de los que establece el ministerio musical en el templo (2 Cr 29:25).
La Escritura nos enseña: "Así ha dicho el Señor: He aquí yo levantaré contra ti el mal en tu propia casa. Ante tus propios ojos tomaré tus mujeres y las daré a tu prójimo, el cual se acostará con tus mujeres a la luz del sol. Ciertamente tú lo hiciste en secreto, pero yo haré esto ante todo Israel y en pleno día" (2 S 12:11). Este juicio tremendo se va a cumplir textualmente cuando Absalón, su hijo, haga exactamente lo que está profetizado. Absalón hace eso tan inmoral para que no exista duda de que el "golpe de estado" es real y que no se va a retroceder. De esa manera al hacer este acto depravado se gana la adhesión de todos los de la oposición y a nadie le puede caber la mínima duda de que ha cruzado la línea donde la reconciliación es imposible. La imagen de Absalón desde la azotea cometiendo esas vilezas a la vista del pueblo tiene cierta similitud a los golpistas que aparecen en la televisión rodeados de los altos comandos militares. El efecto que se trata de lograr es muy similar.
David ha dado su propia sentencia. Es digno de muerte y debe pagar cuatro veces. No existía pena de muerte para el robo de un animal, Pero sí para un asesinato: "¡Maldito el que hiera de muerte a su prójimo en secreto!" (Dt 27:24).
Como resultado de este episodio David va a perder cuatro hijos. Primero muere el niño de Betsabé. Después Absalón mata a su medio hermano Amón como castigo por la violación de su hermana Tamar (2 S 13:28-29). Absalón luego es muerto por las flechas de Joab cuando hace la revolución (2 S 18:14). Lo llamativo es que David usa a Joab para matar a Urías que cae por las flechas enemigas. El hijo del rey, Absalón, va a caer por las flechas de la misma persona que David usó para matar a Urías. El tema del bumerán se ha repetido (Ga 6:7). Por último, Adonías es ejecutado por orden del rey Salomón (1 R 2:25). En los tres casos tenemos que la muerte está relacionada con lo sexual: Amón, incesto y violación (2 S 13:8-14), Absalón, profana el harem de su padre (2 S 16:22), y Adonías trata de obtener a Abisag la sunamita quien había sido concubina de su padre (1 R 2:22).
En cuanto a la muerte del niño de Betsabé, Matthew Henry dice: "¡Contemplemos la soberanía de Dios! Los padres que son los culpables sobreviven y el niño, que es sin falta, muere; pero nuestras almas son de él, y él puede, de la manera que a él le agrada, glorificarse a sí mismo en sus criaturas".
El principio de que el pecado engendra muerte se ha cumplido (Ro 6:23) (Ro 7:5). Cuando pensamos en la familia real con tres muertes violentas y un incesto-violación nos damos cuenta de la importancia de que el padre debe ser ejemplo, y de la responsabilidad de instruir a los hijos en el temor reverencial del Señor.
Dios no crea los hechos malos que hacen los seres humanos, pero el Señor en su providencia puede actuar dejando a los hombres para que actúen sin los frenos y las murallas que normalmente él utiliza para proteger a los suyos.

El Señor nos ofrece el triunfo

Al hombre tullido de Betesda Jesús le dijo: "no peques más" (Jn 5:14). El hombre de Betesda tuvo la promesa del Señor de que es posible tener una vida victoriosa. Esto implica que es absolutamente factible apartarse de ese pecado o vicio que parece que es tan difícil o casi imposible de vencer. "Esto erais algunos de vosotros..." (1 Co 6:11). El mismo apóstol Pablo no termina sus días temiendo la posibilidad de la caída espiritual sino confiando en la promesa: "El Señor me librará de toda obra mala y me preservará para su reino celestial" (2 Ti 4:18).
Pero alguien podría decir: "¿Qué seguridad tengo yo de que no voy a caer si alguien tan espiritual como David cayó en el pecado?".
Los creyentes tenemos hoy cuatro líneas de fortificaciones que David no tenía. Esto no nos hace inexpugnables pero alabamos al Señor por su gracia.
a) Somos recipientes del ministerio de intercesión actual del Señor Jesús a nuestro favor que no existía en los tiempos del Antiguo Testamento (He 7:25).
b) Tenemos la oración sacerdotal del Señor Jesucristo a nuestro favor: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno" (Jn 17:15).
c) Poseemos el "Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Ro 5:5) y que nos "guiará a toda la verdad" (Jn 16:13).
d) Disponemos de todo el canon de las Escrituras que es "la espada del Espíritu..." (Ef 6:17).
Por eso, la declaración: "somos más que vencedores" (Ro 8:37) no es una frase imaginaria y bonita sino que es una meta que por su gracia podemos alcanzar.
No temáis la caída pero mirad a "Aquel que es poderoso para guardaros sin caída" (Jud 1:24).
Terminamos esta parte del estudio con las palabras del amado apóstol: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Jn 1:9).

Notas al margen

Hay algo que parecería ser una contradicción pero por supuesto no lo es. La Escritura en (2 S 11:24) nos dice que Urías cae herido por los flecheros. Sin embargo, en (2 S 12:9) nos dice que fue muerto a espada. Probablemente, primero fue herido con las flechas y después fue acabado con la espada. Además, el vocablo espada es un término genérico que incluye todo tipo de armas.
Joab acata la orden del rey (a lo cual podría resistirse dado su rango de comandante en jefe) porque esto le proporciona más "poder". Ahora él puede chantajear al monarca.
Urías muere como un héroe. Por el contrario, llega el día en que el mismo Joab va a morir como un cobarde agarrándose de los cuernos del altar (1 R 2:28-31).
No podemos pensar que el arrepentimiento del rey David sucede en alguien que haya estado viviendo como que si nada hubiera sucedido. El Salmo 51, que se escribe inmediatamente después de la visita acusadora del profeta Natán, nos da a entender claramente la angustia y el sufrimiento que David tiene antes de su arrepentimiento.
La declaración: "mi pecado está siempre delante de mí" (Sal 51:3), la interpretamos, no como una frase teórica y etérea, sino como algo real. Su crimen lo tiene delante de él. ¡Es como si viera a Urías lleno de vida y despidiéndose de él con una gran sonrisa y luego caído ensangrentado frente a la muralla apuntándole con su dedo!
El arrepentimiento de David es un proceso largo como lo sugiere el Salmo 51. Es muy probable que el Salmo 32 también se refiera a este mismo momento. Indudablemente no hay episodio en la vida de David que sea tan tremendo como este. "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir, todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; mi vigor se convirtió en sequedades de verano" (Sal 32:3-4).
La sentencia de Natán: "Tú eres ese hombre" ha sido llamada "la frase más dramática del Antiguo Testamento".
Estas palabras tocan lo profundo de ese corazón sobre quien Dios, en su misericordia, estaba obrando. Cuando un hombre prominente de Dios cae en el pecado, sus enemigos se alegran. Sin duda sucedió así con David. Estarían aquellos que dirían: "¡Miren a ese que hablaba tanto de Dios y de la santidad! ¡Miren lo que hizo!".
Hemos dicho muy poco desde el punto de vista de Betsabé. Cuando su marido muere en el combate ella probablemente cree que es el resultado natural de la guerra. En algún momento David, ahora su esposo, le tiene que confesar que los rumores son ciertos y que él ha sido realmente el que le ocasionó la muerte. Nos imaginamos el enorme sentido de culpa de esta muJer ¡Betsabé tiene que vivir el resto de su vida con el peso de dos cadáveres sobre sus espaldas! El de su esposo (aunque ella probablemente no tenía que ver con la trama) y el de su primer hijo. Cada vez que se acuerda de los buenos momentos que tuvo con su primer esposo tiene que pensar que el actual esposo es el que lo hizo matar.
Sí, es verdad que el pecado de David es horroroso pero él tiene el corazón de la persona que un día estaba en comunión y en paz con su Dios, y ahora no lo está. El incrédulo comete un crimen y su remordimiento puede ser poco o nada. El creyente peca y lo va a sentir en el corazón porque el Espíritu Santo es entristecido (Ef 4:30).
La declaración: "Has hecho blasfemar a los enemigos del Señor" no se refiere solo a los extranjeros. Aunque estos no se podían explicar cómo un general como Joab hubiera mandado a sus soldados a cumplir esa "misión imposible". La declaración mencionada también se refiere a aquellos del pueblo de Israel que no seguían al Señor.

El líder que hay en mí

Urías y el profeta Natán son los verdaderos líderes espirituales de esta historia. El profeta enfrenta al rey con una valentía increíble. Al mismo tiempo, utiliza sabiduría al narrarle la parábola. Cada uno de los detalles que se mencionan tiene un significado en la hermosa relación entre los esposos.

Temas para el estudio en grupo

Las consecuencias graves del pecado.
La justicia y la gracia de Dios.
El ser fiel al Señor puede ser peligroso (Natán).
El arrepentimiento.
El perdón de Dios (Salmo 32 y Salmo 51).

Preguntas para reflexionar

¿Qué síntomas tuvo David (de acuerdo con el Salmo 51) cuando trató de ocultar su pecado?
¿De qué pecado acusa Natán a David?
¿Por qué razón utiliza Natán esta larga historia de la "corderita"?
¿Cuáles son las seis decisiones clave que se hacen en esta historia?
¿Cuál era la responsabilidad moral de Joab al recibir la siniestra carta?
¿De qué manera David pagó "cuatro veces" por su pecado?

Comentarios

Colombia
  Alexandra Montealegre Tovar  (Colombia)  (12/10/2021)
Bendiciones a la escuela bíblica y al autor de este mensaje, muy bien analizado y explicado, me ha dejado una profunda enseñanza y reflexión acerca de las consecuencias del pecado, pero también me ha dejado una esperanza de la gran misericordia que tiene Dios hacia nosotros.
México
  Alba Salem Hernandez Hernandez  (México)  (25/07/2020)
He sido mas que bendecida , son una grande bendición para mi vida , El Espiritu Santo es el que hace todas las cosas , gloria a Dios por su palabra que es vida para nosotros , les amo en el amor de Cristo , Muchas gracias Dios les siga usando para su servicio.
Colombia
  Irma Chery Montoya Moreno  (Colombia)  (24/07/2020)
Se enriquece mi conocimiento con los detalles de esta historia, pero lo más valioso es que se enriquece mi espíritu con el análisis de los hechos y la aplicación a nuestra vida actual. Hoy no tenemos disculpas para el pecado, hoy tenemos invaluables recursos para no dejarnos vencer por la tentación del pecado y poder vivir en la lucha de la santidad.
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