Estudio bíblico: De la muerte a la vida por Cristo - Efesios 2:1-10

Serie:   Exposición a los Efesios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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De la muerte a la vida por Cristo (Efesios 2:1-10)

Observaciones generales

El pasaje (Ef 2:1-10) es tan conocido que existe el peligro de considerarlo como algo distinto y separado del tema general, que, como hemos visto, es el propósito de Dios, determinado antes de los siglos, de reunir todas las cosas en Cristo en el cumplimiento de los tiempos. Dentro del plan universal, como corazón activo en un cuerpo perfecto, se halla el designio de constituir la Iglesia, unida vitalmente con su Señor y bajo su señorío. Cambiando la metáfora, la Iglesia universal constituye el pabellón interior de un maravilloso palacio, siendo también el módulo que determina la estructura de todas las demás edificaciones, abarcando la obra total todo cuanto Dios ha creado. Dentro del pabellón interior se encuentra el "salón del trono", y sobre el trono Aquel que Dios ha constituido Señor sobre todo principado, autoridad, potencia y soberanía. En el curso de nuestros estudios veremos la necesidad de emplear otras figuras complementarias a éstas, debido a la infinita riqueza de la obra de Dios, pero, en este lugar, sólo sirven para recordar al lector la necesidad de no olvidar el plan total al pasar al estudio de temas que, a primera vista, parecen ser muy diferentes.
El apóstol acaba de señalar (Ef 1:19-23) el triunfo y el dominio total de Cristo, demostrados en su Resurrección y su glorificación a la Diestra de Dios, y surge el interrogante: ¿Triunfo sobre qué y sobre quiénes? ¿No se identifica el Cristo con el Verbo eterno, Mediador desde siempre de todas las obras de Dios, omnipotente como segunda Persona de la Trinidad? ¿No ha triunfado siempre por las exigencias de su propia naturaleza divina? La pregunta involucra todo el misterio del comienzo del mal en el universo de Dios, misterio que no se revela en las Escrituras, bien que se insinúa su relación con la necesaria libertad de los seres inteligentes que Dios, en sus perfectos y libres designios, ha tenido a bien crear. Lo importante es el hecho del mal, con sus diversas manifestaciones, aquellas "obras del diablo" que habían de ser destruidas por la manifestación del Hijo de Dios (1 Jn 3:8). Al desarrollar el argumento de esta epístola, Pablo comprende que la gracia de Dios ha de destacarse sobre el fondo de la negrura del pecado, cual hermoso arco iris sobre los nubarrones de un día tempestuoso. El Plan de los siglos tomó en cuenta el misterio del mal e hizo provisión para el triunfo de la bondad de Dios sobre la malignidad del diablo, aquel agente activo y dirigente de las fuerzas enemigas. El mal logró entrar en la esfera de las actividades humanas por medio de la Caída, siendo preciso analizar su naturaleza y potencia que se desarrollan en el curso de este "siglo" —y por lo ancho de la esfera del "mundo"— con el fin de estimar la sublimidad del plan que venció el mal, sacando de los dominios satánicos un pueblo que fuese para la alabanza de la gracia de Dios. Valiéndonos otra vez del idioma metafórico, el edificio había de levantarse por medio de piedras sacadas de la cantera del mundo de los hombres, hundidos éstos en sus ofensas y pecados.
He aquí la razón que impulsa al apóstol a analizar el estado de este mundo que sigue las corrientes impuestas por Satanás como príncipe de la potestad del aire. Los tres primeros versículos del capítulo 2 encierran una gran riqueza doctrinal sobre el estado del hombre caído y las fuerzas que operan en este mundo durante el "siglo" actual, siendo tan necesaria para la comprensión del plan de la gracia como lo es un diagnóstico exacto antes de la intervención del cirujano, que dará esperanza y vida al paciente.
La potencia de la resurrección. Pablo acaba de señalar "la extraordinaria potencia de la fuerza de Dios" al levantar a Cristo de entre los muertos, colocándole a su diestra como Señor absoluto sobre toda autoridad conocida en el universo. Tomando en cuenta el contenido total de (Ef 2:1-10), discernimos un hermoso paralelismo, ya que el mismo Dios, por una obra de gracia que no depende para nada de los méritos humanos, da vida "juntamente con Cristo" a una generación de hombres antes "muertos por sus ofensas y pecados". La potencia de la resurrección se extiende, generando nueva vida espiritual en las vastas multitudes de hombres que habían de unirse a Cristo por la fe. Por eso la gran mayoría de los traductores bíblicos anticipan el sentido de (Ef 2:5) al dar el significado del versículo 1 en el que Pablo deja una laguna gramatical, señalada por la frase subrayada: "Y a vosotros os dio vida, estando muertos por vuestras ofensas y pecados".
Por la ayuda de estas observaciones debiéramos estar bien situados para discernir la continuidad del argumento de Pablo, sin hacer caso de la división entre los capítulos 1 y 2, pero, sí, notando que se trata del "reverso de la medalla de la gracia".
1. El estado del hombre caído (Ef 2:1)
No nos cansamos de reiterar que los hondos misterios de la redención han de ser revelados a la inteligencia de los hombres por medio de una gran diversidad de metáforas, que llegan a ser "ilustraciones abreviadas", facetas de la verdad que nuestra mente no podría abarcar en su totalidad ahora, bien que es posible que veamos el "todo" con facilidad cuando seamos no sólo salvados, sino también glorificados. No hemos de levantar sistemas de interpretación sobre la base de una sola metáfora, ni siquiera sobre un conjunto de ellas; nos toca procurar comprender el significado de cada una a la luz de todas aquellas que Dios nos ha concedido en su Palabra: trabajo que exige estudios pacientes, examinando las facetas del "diamante" de la verdad una por una, pensando también si quizá nos hemos olvidado de alguna. Esto nos ayudará a ser humildes, ya que siempre estaremos en espera de nueva luz; nos salvará también de la tendencia de "cerrar el sistema", según el imperativo de la lógica humana, creando una dogmática "ortodoxa" que otros han de recibir so pena de ser considerados "herejes". Desde luego no nos referimos aquí a la necesidad de aceptar las verdades fundamentales de la fe, sin las cuales el cristianismo no existe.
Los lectores, ya regenerados y sentados con Cristo en esferas celestiales, habían estado muertos por sus delitos y pecados, habiéndose obrado en ellos el milagro de la resurrección espiritual, en espera de la del cuerpo cuando venga Cristo. Eran "muertos que andaban", según la fraseología del versículo 2, de modo que se trata de una muerte ética y espiritual. Disfrutaban de la vida natural, pero, siendo hijos de Adán caído, carecían de las facultades espirituales que les permitiesen apreciar verdades reveladas y espirituales. Conocemos a científicos y eruditos, cuyos raciocinios en su especialidad nos asombran por el poderoso vuelo de sus pensamientos, pero que son capaces de hacer declaraciones infantiles y ridículas cuando hacen referencia a las Sagradas Escrituras. La acción del pecado ha "ofuscado su entendimiento" y son "extraños a la vida de Dios por la ignorancia obstinada que hay en ellos" (Ef 4:18).
Entre otras muchas metáforas, este estado se describe como la muerte espiritual, pero no quiere decir la figura que estos "muertos" hayan perdido toda responsabilidad moral, ni que sean incapaces de responder afirmativamente al llamamiento del Evangelio, siempre que acepten humildemente la ayuda del Espíritu Santo. Para creer tal cosa tendríamos que borrar centenares de textos de la Biblia. El versículo 1 declara que los gentiles estaban "muertos por sus ofensas y pecados", y el original señala el instrumento que produjo el mal. El término traducido por "ofensas" ("paraptoma"), describe el tropiezo del hombre que cayó por el camino. "Pecados" ("hamartia"), enfatiza el fallo de aquellos que "no alcanzaron la gloria de Dios" (Ro 3:23). Ambos términos señalan la separación de Dios, única Fuente de vida.
2. El triste camino de los pecadores (Ef 2:2)
El curso de este mundo. Pablo se dirige, en primer término, a los efesios y demás lectores como "gentiles" o "paganos", empleando el pronombre "vosotros", bien que más adelante ha de ensanchar el área de las actividades de los enemigos de Dios. Anduvieron "en otro tiempo" —antes de su conversión— "siguiendo la corriente (curso) de este mundo". El vocablo traducido por "curso" o "corriente" es "aión", que normalmente quiere decir "siglo", pero los traductores han querido evitar la extraña expresión "el siglo de este mundo", prefiriendo darnos el sentido general en la frase: "el curso de este mundo". Con todo, Pablo emplea sus términos con sumo cuidado, de modo que esta breve frase señala que los tristes caminantes de las sendas del pecado andan en la esfera del "mundo" —que aquí significa la esfera donde el diablo ejerce su nefasta influencia— y durante el período de su dominio —siempre limitado— que tuvo su principio y tendrá su fin. El uso corriente nos ayuda a comprender que el pecador anda en los dominios del diablo durante el curso de este período de tiempo caracterizado por las actividades de Satanás.
La autoridad de Satanás. Satanás se llama aquí "el príncipe de la potestad del aire", y conforme a sus impulsos aquellos "muertos" del versículo 1 son llevados adelante a su triste fin. Es muy natural que los escriturarios hayan discutido bastante el significado de esta expresión, que es análoga a la que utilizó el mismo Señor en (Jn 12:31): "El príncipe de este mundo"; nos recuerda también que el diablo pretendió que la autoridad y la gloria de todos los reinos del mundo le habían sido entregadas (Lc 4:5-6). Las Escrituras no nos dejan duda respecto a la autoridad real del diablo sobre los seres que ha podido involucrar en su propia caída; no nos atañe a nosotros preguntar por qué Dios lo permitió, sino aceptar el hecho evidente de la potencia de un ser real, llamado Satanás, quien dirige poderosas fuerzas del mal hasta el límite predeterminado por Dios. Es probable que, a través de potencias espirituales del mal —ángeles caídos—influya también en las decisiones de los príncipes de este mundo, inspirando así los grandes movimientos antagónicos a Dios, como son los sistemas paganos, el mahometismo, el comunismo en su aspecto ateo, etc. No es omnipresente, de modo que no puede dirigir todos los movimientos de todos los hombres al mismo tiempo; pero, habiendo ganado el bastión de la "carne" en cada uno de ellos, y disponiendo del auxilio de las huestes espirituales del mal, se ha erigido en "director" de este funesto camino del hombre caído. "Potestad" —mejor "autoridad"— está en número singular aquí, de modo que no se trata de su control de diversas "autoridades", como las que se mencionan en (Col 2:15), sino de un principio central de autoridad que es suyo hasta que Dios determine otra cosa.
"La autoridad del aire" no significa que Satanás domina especialmente en la atmósfera que rodea nuestro globo terráqueo, compuesta principalmente por oxigeno y nitrógeno —conceptos modernos surgidos de estudios científicos desconocidos cuando Pablo redactaba Efesios—, sino que a él le corresponde una autoridad especial en una esfera supraterrenal, que, con toda naturalidad, se llamaba "del aire", por hallarse la atmósfera encima de la tierra, y por debajo de los "cielos" de los astros. Cada escritor tiene que expresarse en el idioma de su tiempo, y en este caso la figura se entiende perfectamente bien con tal que no nos comprometamos a un literalismo que, lejos de esclarecer la verdad, la oscurezca.
El orden satánico. Pese a ciertas dificultades gramaticales, es necesario entender la expresión "el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia" como una extensión de la descripción de Satanás y de su autoridad de la cláusula anterior. El es "espíritu", o sea, se mueve libremente sin la sujeción de un cuerpo como el de los hombres; pero, repetimos, eso no implica la omnipresencia, que es atributo sólo de Dios. Ya hemos visto su poderosa influencia detrás de los hombres y de sus sistemas, y ahora aprendemos que "obra en los hijos de desobediencia".
"Hijos de desobediencia" es un "hebraísmo", o sea, una forma de hablar muy usada por los hebreos, y no tanto por los griegos. "Hijo de algo o de alguien" significa una participación muy directa e inmediata en el asunto de referencia, del modo en que el hijo participa en la vida del padre. Así que los secuaces de Satanás se caracterizaban por su desobediencia; término fuerte en el griego que significa "la resistencia obstinada a la voluntad divina". Querían ser libres de la voluntad de Dios —la única legítima y en último término fuente de la libertad verdadera—, pero, engañados por este "espíritu" que cayó él mismo a causa de su orgullo y desobediencia, se hallan arrastrados a una servidumbre funesta, ya que el diablo se vale de su desobediencia para imponer sobre ellos su yugo. Queriendo ser libres, se han convertido en esclavos del rebelde por antonomasia, uniendo su suerte a la de aquel que será echado al lago de fuego.
3. La vida de los rebeldes (Ef 2:3)
"Vosotros y nosotros". En los versículos 1 y 2 Pablo tenía delante el triste estado de los gentiles, cuyos desvaríos estaban delante de sus ojos en todos los lugares que visitaba al llevar el evangelio por las provincias del Imperio. Pero toda la raza cayó en Adán, y, pese a los privilegios especiales de los israelitas, éstos eran tan "caídos" como los gentiles incircuncisos que tanto despreciaban. Pablo se había convertido siendo judío, y ahora se apresura a ensanchar la definición del ámbito del mal con el fin de abarcar a sus compatriotas según la carne: "Entre los cuales también todos nosotros vivíamos en otro tiempo". El mal era universal, y no se anulaba por el llamamiento especial del pueblo hebreo.
La carne y sus impulsos. "La carne" es un término que es preciso entender en su contexto, pues no todos los usos bíblicos indican el mal. Aquí, sin embargo, es "la carne" como concepto teológico, es decir, todo lo que viene a ser el hombre caído, aparte de la intervención de la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo. Es la "sustancia" misma del hombre natural, y aún persiste en el hombre convertido a Dios, siendo la cabeza de puente que utiliza Satanás para influir en las decisiones de cada ser humano. Aquí Pablo indica que todo hombre caído vive según los impulsos y "voluntades" —"manifestaciones de la voluntad", pues el sustantivo se halla en número plural— de esta carne, ajena, por definición, a la vida y voluntad de Dios. Incluye también "los pensamientos" del hombre caído, pues éstos se tuercen bajo la misma influencia satánica. Hablando en términos generales, los "deseos" ("epizuiníais") pueden ser buenos o malos, pero en este contexto salen del corazón corrompido del hombre natural, de modo que equivalen a "concupiscencias", "malos deseos". La "voluntad" lleva al hombre a ciertas decisiones, y aquí el hombre "hace" o cumple la voluntad —en sus diversas manifestaciones— de la carne y de los pensamientos humanos, ya torcidos por el pecado. El mismo Señor hizo el diagnóstico del mal y de sus resultados al enseñar a los fariseos y a los discípulos que el pecado —aquello que contamina al hombre— sale de los escondrijos de su "corazón", como sede de sus pensamientos, deseos y decisiones (Mr 7:20-23). En la sección (Ef 4:17-5:14) Pablo habrá de detallar los amargos frutos de los deseos del pecador, hondamente enraizados en el subsuelo de la "carne".
El hombre caído frente a Dios. "Eramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás", declara Pablo, pasando ahora a ver al hombre caído frente a su Creador y Juez. Es preciso fijarnos en la frase "por naturaleza", pues no llegamos a ser pecadores porque hemos pecado, sino que pecamos a causa de ser pecadores "por naturaleza": la naturaleza del hombre descendiente de Adán y envuelto fundamentalmente en la caída de Adán. La experiencia nos enseña esta misma verdad, por desagradable que sea, pues los niños pequeños, pese a su gracia infantil, pronto manifiestan el egoísmo, la rebeldía, la envidia, el espíritu de lucha, etc. Por la gracia de Dios, esta "solidaridad en el mal y en la culpabilidad" halla su bendita contrapartida en la Persona y Obra de Cristo como Postrer Adán, pues, enlazados los creyentes con él, hallan una nueva solidaridad de vida y de justificación (Ro 5:12-21).
Para algunos creyentes es difícil comprender los conceptos contrastados y complementarios del "amor de Dios" y de la "ira de Dios" (Jn 3:16) (Jn 3:36), pero constituyen la "cara y cruz" de la misma moneda. Lo que se llama "la ira de Dios" es la reacción constante e inevitable de la justicia y de la santidad de Dios frente al pecado, que es algo ajeno a su ser, aborrecible, y que merece sus justos juicios. En cambio, el hombre, como "ser salvable", es el objeto de su amor, pues "de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito", quien había de sufrir bajo la ira judicial de Dios con el fin de que el amor divino hallara libre curso frente al pecador. Pasaremos en el versículo 4 al amor de Dios, pero, antes de contemplar las maravillas de la gracia, es preciso reconocer el triste hecho de que todo hijo de Adán, judío o gentil, es "hijo de ira"; o sea, que la manifestación de la ira de Dios es algo natural e inevitable en su caso, mientras se halla en la esfera del pecado, que trae consigo la condenación. La palabra traducida por "hijo" aquí es diferente de aquella que Pablo usó en la expresión análoga del versículo 2, pero el sentido de "íntima asociación" es igual, y aquí es con "la ira de Dios".
4. Los móviles del plan de redención (Ef 2:4)
Misericordia y amor. Acabamos de estudiar las malignas operaciones del diablo, quien, movido por su odio a su Creador, procura desbaratar sus obras, sobre todo llevando a la perdición a los hijos de la raza humana creada a imagen y semejanza de Dios. El comienzo del versículo 4 ofrece un contraste dramático y consolador: "Pero Dios, siendo rico en misericordia, por su mucho amor... nos dio vida juntamente con Cristo". Dios, dentro de los sabios propósitos que sólo entendemos en parte, permite la operación del príncipe de la potestad del aire hasta la fecha señalada. Sin embargo, no ha dimitido y sigue gobernando por medio de su providencia soberana. No sólo eso, sino que la maravilla de su amor y la infinita sabiduría de su plan resplandecen con gloria aumentada al sacar a los suyos de las garras de Satanás, llevándoles a alturas de bendición insospechables cuando anunció su propósito de crear al hombre (Gn 1:26).
A los efectos de nuestro comentario, colocamos en primer lugar el concepto del amor, y después el de la misericordia de Dios, ya que Dios es amor de modo que todos los múltiples aspectos de su gracia brotan del manantial de su amor. Hemos de leer "a causa de su mucho amor con que nos amó", notando el énfasis que se deriva del uso del sustantivo con su adjetivo —"su mucho amor"— seguido por la forma verbal análoga: "con que nos amó". Pablo contempla extasiado la maravilla del amor divino, que brota inagotable del corazón del Creador. "De tal manera amó que dio a su Hijo unigénito...", pues el amor no tiene más expresión que el don, es decir, la entrega total que anula todo interés personal con el fin de satisfacer el profundo deseo de enriquecer al destinatario del amor (1 Jn 4:9-10).
Del amor emana la misericordia, que se relaciona muy estrechamente con la gracia de Dios. El amor es el móvil que pone en marcha todo el plan, mientras que la misericordia es la actitud que Dios adopta frente al pecador en su deseo de bendecirle, pese al pecado que "provoca la ira". Sin embargo, la misericordia no es una mera sombra del amor, pues Dios es "rico en misericordia", deleitándose en recibir a los rebeldes de antaño. Nos puede extrañar que Pablo no hable directamente de la obra de la Cruz en esta porción (pero véase más abajo en los versículos 14-16), pasando en seguida a la vida que el creyente recibe al unirse con Cristo resucitado, pero, si estamos familiarizados con el modo de expresarse del apóstol, recordaremos que "la Palabra de la Cruz" abarca también la Resurrección y, a la vez, la proclamación de la Resurrección siempre supone la realidad de la condenación del pecado por el sacrificio de la Cruz. Aquí Pablo quiere destacar la gran victoria sobre todas las fuerzas del mal, por la que los "muertos por sus delitos" pasan a ser los resucitados con Cristo, participando de la plenitud de su vida; la doctrina de la expiación se sobreentiende sin necesidad de detallarla en este contexto.
5. La realización del plan por medio de la Resurrección (Ef 2:5-6)
Los muertos y los vivos. Anteriormente señalamos el hermoso paralelismo que existe entre la elocuente descripción de la potencia que levantó a Cristo de los muertos, exaltándole sobre toda cosa creada (Ef 1:19-23) y esta declaración sobre la nueva vida de los creyentes en unión con Cristo resucitado: "Dios... nos dio vida juntamente con Cristo". Para subrayar aún más el dramático cambio en el estado del creyente, Pablo recuerda parentéticamente que los vivos de hoy eran los "muertos por sus ofensas" de ayer, y bien que su propósito aquí es el de poner de relieve el móvil del amor, se insinúa que la resurrección de entre los muertos es una manifestación estupenda de la potencia de Dios. Los muertos necesitan "vida de resurrección", y primeramente fue necesario que Cristo hiciera suya nuestra muerte para que nosotros pudiésemos ser partícipes de su vida de resurrección. Necesitamos que él se presente a nosotros de la forma en que lo hizo a Marta, diciendo: "Yo soy la Resurrección y la vida", pues en ambos casos había mediado el hecho de la muerte que sólo es reversible por medio de la Resurrección.
La unión del creyente con Cristo al recibir esta nueva vida, al ser resucitado con él y al participar con él de la dignidad de los lugares celestiales, se expresa por el uso del prefijo ("sun") —"con" o "juntamente con"— en combinación con los tres verbos principales: "dar vida", "resucitar" y "sentar". Aprendemos así que no puede haber nada, ni de vida ni de gloria, sino a través de nuestra unión vital con Cristo en todo lo que significa su Muerte expiatoria, su Resurrección y su Exaltación. "Nos dio vida juntamente con Cristo" contrasta nuestro estado actual con el anterior de muerte, mientras que "nos resucitó con él" señala el hecho histórico de la victoria sobre la muerte, y quizá también proyecta el pensamiento hacia la resurrección futura del cuerpo, ya que la Resurrección de Cristo es la garantía de la nuestra. "Con él nos sentó en lugares celestiales en Cristo Jesús" enseña enfáticamente que hemos pasado a una nueva esfera espiritual por estar en Cristo, cumpliendo así la declaración de (Ef 1:3): "Nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo". Se trata de algo que ya se efectuó, y no de una promesa escatológica, aunque es muy evidente el eslabón que une el aspecto "celestial" de la vida del creyente ahora con la plenitud de las bendiciones que recibiremos —también en Cristo— en los tiempos venideros.
Los resultados prácticos de esta posición celestial se ponen de relieve en (Col 3:1-4): "Si, pues, resucitasteis con Cristo, buscad las cosas de arriba... Pensad en las cosas de arriba, y no en las de la tierra...". Se ha hecho notar que el paralelismo entre la Resurrección y la glorificación de Cristo, y nuestra experiencia al ser exaltados con él, aun siendo muy real, no es completo, pues Cristo fue glorificado para sentarse "a la diestra de Dios", con el fin de administrar, en plena soberanía, los frutos de su obra redentora. En cambio, nosotros somos elevados a las regiones celestiales por la sola gracia, y nunca se dice del creyente que Dios le sentó a su diestra como símbolo de dominio. Es verdad que reinaremos, pero sólo "con Cristo" y en la medida y manera que él mismo determine.
"Por gracia habéis sido salvos". Pablo interrumpe su declaración básica mediante dos incisos: "aún estando nosotros muertos por nuestras ofensas... por gracia habéis sido salvados". Hemos hecho algún comentario sobre el primero, que recuerda el antiguo estado de muerte con el fin de enaltecer las maravillas de la vida presente de los resucitados con Cristo. El segundo inciso anticipa las declaraciones de los versículos 8 y 9, recordando a los lectores que el maravilloso triunfo de la Resurrección, en cumplimiento del plan de los siglos, se debe única y exclusivamente a la gracia de Dios. Ya hemos notado que la gracia es "el amor de Dios obrando" para el bien del hombre, aparte de todo mérito de éste. Es verdad que el pecador ha de humillarse, arrepentirse y confiar totalmente en Cristo para ser salvo, pero estas actitudes no son "obras", sino la manifestación de la nulidad de toda obra, la confesión de que todo ha de proceder de la gracia de Dios para ser recibido por la mano de la fe. Volveremos a este tema fundamental al comentar los versículos 8 y 9.
6. La finalidad del plan (Ef 2:7)
La perspectiva futura. El epígrafe subraya "la finalidad del plan", pero el lector comprenderá que señala aquélla tan especial explicada en el versículo 7, ya que el plan de Dios abarca muchas finalidades y su voluntad para la totalidad de su creación se revestirá de innumerables aspectos. El versículo 7 declara que la gran obra de la gracia de Dios, al darnos vida juntamente con Cristo, elevándonos con él a "lugares celestiales", fue "para mostrar en el siglo venidero las extraordinarias riquezas de su gracia en benignidad (bondad) hacia nosotros en Cristo Jesús". No es sólo que la Iglesia glorificada servirá como "muestra" de las maravillas de la gracia de Dios que la redimió de los dominios del diablo, elevándola al centro de la Nueva Creación —que es cierto—, sino también que Dios desea tenerla como objeto de su gracia por los siglos de los siglos, deleitándose en manifestar una "benignidad" especial a su favor. No hay artículo delante de "benignidad" y el verso habla de algo futuro, del propósito divino de derramar cariñosos favores sobre nosotros "en Cristo". Hemos hablado de la "Iglesia" a los efectos de la claridad de expresión, pero el pronombre "nosotros" individualiza el trato cariñoso que recibirá cada persona salva. Colectivamente seremos "Iglesia", pero no dejaremos de ser personas, hombres y mujeres salvos por la gracia de Dios, recibiendo cada uno algo especial del amor del Padre.
Los siglos venideros. La mención del "cumplimiento de los tiempos" en (Ef 1:10) nos llevó a ciertas consideraciones sobre el programa de Dios que se lleva a cabo por medio de períodos de tiempo, o "siglos". Los griegos no disponían de un vocablo especial para lo que nosotros llamamos "eternidad", valiéndose de frases como "el siglo de los siglos" o "los siglos de los siglos", que Pablo usa en (Ef 3:21), etc., bien que "generaciones" o "tiempos" pueden llevar un sentido análogo. Pero el uso inspirado de "siglo" o "siglos" en las Escrituras nos hace pensar en aquellos períodos predeterminados, a través de los cuales Dios lleva a cabo sus propósitos, sea en esta creación, sea en la venidera. Solo Dios puede ser "eterno", en el sentido de estar por encima de toda consideración de "tiempo" en cuanto a su propio Ser. En el momento en que Dios determinó "algo" que salió de Él, siendo diferente de Él, se hizo necesario el concepto de "tiempo" como marco dentro del cual podía desenvolverse la historia de la criatura.
La frase "los siglos venideros" señala períodos futuros, posteriores a la venida de Cristo, indicando también una diversidad en el desarrollo del tiempo. Bajo el régimen del pecado, el tiempo lo envejece y desgasta todo, pero, después de la resurrección de los salvos, el tiempo —"los siglos"— servirá para el desarrollo de los planes de Dios en orden a sus criaturas, sin el desgaste de ahora, llegando cada siglo a su debida consumación. A veces las descripciones simbólicas del "Cielo" del Apocalipsis se interpretan en sentido muy literalista, lo que da la impresión de algo estático y homogéneo: una perfección que llega a un punto estacionario precisamente a causa de su misma perfección. Tal no es el cuadro que sacamos al meditar en la totalidad de las Escrituras, pues innumerables "siglos" podrán salir de la infinitud y eternidad de Dios, siempre nuevos, llevando cada uno su signo especial, que determina su finalidad, su desarrollo y su consumación, de modo que la perfección nunca desembocará en el estacionamiento y el aburrimiento. Durante tales "siglos" Dios mostrará las extraordinarias riquezas de su gracia al derramar su infinita bondad sobre "nosotros", que tenemos la dicha inefable de "estar en Cristo".
7. La salvación: su fuente y su finalidad (Ef 2:8-10)
La salvación. De todos los términos que las Escrituras emplean para ilustrar la obra de gracia de Dios a nuestro favor, la salvación es el más amplio, abarcando todos los demás. La metáfora supone un estado anterior de perdición, como el de un hombre caído al océano, sin saber nadar, cuyas luchas desesperadas por mantenerse a flote sólo sirven para hundirle más. Sin el buen intento de otros de salvarle —disponiendo de los medios necesarios— tal hombre se pierde irremisiblemente. Pablo ha descrito el estado de perdición espiritual del hombre natural en (Ef 2:1-3), pero ahora, dirigiéndose a creyentes, puede declarar: "Por gracia habéis sido salvos". No hay lugar aquí para examinar todas las facetas de esta salvación provista por Dios, y que procede enteramente de su gracia, pero recordamos al lector que —en el sentido de nuestro pasaje— es algo ya completo, pues nos hallamos en Cristo por la fe. Con todo, se aplica varias veces en el Nuevo Testamento a la consumación de nuestro testimonio y servicio aquí en el mundo hasta que el Señor venga, y por eso hemos de "llevar a cabo nuestra propia salvación con temor y temblor", bien que la potencia es la de Dios que "obra en nosotros tanto el querer como el hacer" (Fil 2:12-13). No sólo eso, sino que "somos guardados para la salvación dispuesta a ser revelada en el tiempo postrero" (1 P 1:5); la salvación futura que abarcará el cuerpo además de todo el conjunto de nuestras circunstancias.
Gracia, fe y obras. El amor de Dios le impulsa a proveer una salvación completa para el hombre perdido, y que llegará a su consumación cuando cada personalidad redimida se halle consumada, perfectamente preparada para su destino eterno. Este "movimiento" de Dios hacia el hombre, sin que éste merezca nada, es la gracia, el amor manifestado como potencia salvadora. El énfasis de este pasaje recae sobre la gracia de Dios, pero la fe del hombre arrepentido ha de responder con toda humildad a la gracia de Dios revelada en Cristo. La salvación es don de Dios, la manifestación del amor divino, pero la situación total se describe en estas palabras: "Porque por gracia habéis sido salvos, por la fe, y esto no de vosotros, es don de Dios". "Esto" (el género neutro en el griego) es todo el proceso salvador que brota de la gracia y se expresa en el don de Dios. La fe (un sustantivo de género femenino) tiene su parte como la mano vacía que se extiende para recibir el don de la salvación. No es meritoria en manera alguna, siendo todo lo contrario de una obra.
La fe tiene dos facetas principales: a) la percepción y la inteligencia del hombre que reconoce la verdad de la palabra de Dios que le ha sido presentada, pues "la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Cristo". No se trata de creer "cualquier cosa", sino de reconocer el valor de la Palabra divina que ha sido predicada; b) sin embargo, muchas personas admiten la verdad del Evangelio y aun así se pierden, pues no han pasado a la segunda etapa: la de la confianza total y personal en el Salvador presentado por medio de las Buenas Nuevas de la salvación. Valiéndonos de una ilustración muy usada, pero muy significativa, el hecho de creer que un tren sale de la estación para la ciudad de X a cierta hora, y el acto de comprar el billete para tal tren, no servirá para nada a los efectos de llegar a X, si el poseedor del billete no sube al tren. La fe completa es la entrega de la voluntad, de los afectos, del "corazón" a Cristo, de tal forma que el creyente, después de su entrega, se halla "en Cristo", según la repetida y profunda frase del apóstol.
Las obras que se cree meritorias. La confusión que rodea el tema de "las obras", tanto en el ámbito católicorromano como en otros, se debe a una lectura muy superficial de las Escrituras. Aquí Pablo hace constar con toda claridad que la salvación brota de la gracia y se recibe por la fe, "no por obras para que nadie se gloríe"; sin embargo, pasa en seguida a una segunda declaración, igualmente importante, que subraya la inmensa importancia de "obras" en su debido lugar: "nosotros somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras" (Ef 2:10). El versículo 9 niega la validez de las obras del hombre carnal como medio para "ganar" la salvación, ya que brotan de la carne, que es abominable delante de Dios, y llevan la mancha de su origen. "Buenas obras" pueden ser muy necesarias y útiles en la sociedad, en la que los hombres, movidos por diversos impulsos, son capaces de ayudarse mutuamente, y tales obras son muy estimables dentro de aquella esfera. Pero NO sirven de "moneda" para comprar la salvación, ya que todo hombre es pecador, transgresor de la santa Ley de Dios, y, por ende, bajo la condenación. Si el hombre natural fuese capaz de coadyuvar en la obra de su propia salvación, podría jactarse, diciendo: "Dios ha hecho su parte, y yo la mía", aun cuando la parte humana no fuese más que el uno por ciento; jactancia que es totalmente inadmisible cuando se trata del hombre perdido que se halla en la presencia de su Creador y Juez. Que doble su rodilla anquilosada por el orgullo delante de su Dios, pidiendo el perdón de sus pecados, dispuesto a recibir por la fe la salvación que es fruto bendito y único de la gracia de Dios manifestada en Cristo Jesús.
Es preciso que aun buenos evangélicos hablen con cuidado de la fe, pues a veces se presenta como un algo "místico" que se produce en el hombre, permitiéndole acercarse a Dios. Si fuese eso, se convertiría en "mérito", que es igual que una "obra natural", y tal concepto ha de ser rechazado totalmente. La fe no pasa de ser "la mano del corazón" que recibe el don que se ha provisto enteramente por la gracia de Dios: o, dicho de otra manera, es la confianza total en quien ha hecho toda la obra. Así queda claro que toda la gloria y la honra corresponden a Dios.
La obra de Dios y las obras espirituales. No sólo es cierto que la salvación no es el resultado de las obras de los hombres, sino también se revela que todos nosotros, que constituimos conjuntamente la Iglesia, somos "hechura suya, creados en Cristo Jesús". El vocablo "hechura" traduce el griego ("poiema"), del cual ha derivado nuestra voz "poema", la obra de un poeta ("poiétes") para los griegos. Se encuentra en número plural en (Ro 1:20), con referencia a las obras de Dios en la creación, y en ningún otro sitio del Nuevo Testamento. Dios es el gran Hacedor, quien se deleitó en trazar los planes para su obra maestra, la Iglesia, antes de los tiempos de los siglos. Si un "pintor de brocha gorda" intentara retocar el cuadro "Las Lanzas" de Velázquez, guardado en el Museo del Prado, Madrid, toda persona entendida llamaría al "pintor" un loco, y su intento "un crimen", por ser el cuadro perfecto en su género, mientras que los medios del "pintor" no son aptos más que para dar color a las puertas de un pajar. ¿Cómo calificaremos, pues, a quienes se sienten capaces de añadir sus míseras obras al "poema" de Dios? La locura es evidente, y el intento degenera en blasfemia. Él es el Creador, y nosotros, conjuntamente, su obra maestra, debiendo ésta todo su valor a la infinita sabiduría del Creador, de quien deriva también todo concepto de "hermosura".
Sin embargo, nuestras obras, ya como creyentes, se relacionan estrechamente con la obra de Dios, pues Pablo sigue diciendo: "creados (nosotros) en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". Antes de pasar al significado general del verso, notemos una vez más que la obra de Dios se realiza "en Cristo Jesús", o sea, en relación estrecha con su Persona y en la esfera de su obra de redención. Siendo "obra de Dios" en este sentido, hemos de andar "en buenas obras", pues el Creador tuvo este designio antes de la fundación del mundo. Las obras espirituales del creyente constituyen el fruto de la nueva vida que ha recibido por medio del nuevo nacimiento, y el árbol es conocido por sus frutos. Si un árbol no produce naranjas, después de los años necesarios de desarrollo, es evidente que no es naranjo, o siendo naranjo, es estéril e inútil; de igual modo un "cristiano" que no manifieste los frutos del Espíritu Santo en su vida (Ga 5:22-23) o no es tal cristiano —en el sentido real de poseer la vida nueva que brota de la Resurrección de Cristo—, o es uno tan carnal que no es posible distinguirle del hombre natural, del hombre sin Cristo. Bien asimilado este sencillo principio, es fácil entender el dicho de (Stg 2:18): "Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras".
Las buenas obras que Dios acepta no brotan de impulsos humanos naturales, sino de la obra del Espíritu Santo, Quien opera a través del "nuevo hombre, creado según Dios" (Ef 4:24). No han de considerarse sólo como algo eventual que se manifiesta normalmente en la vida del hombre convertido, sino como una parte constitutiva del plan de Dios —aquel plan de los siglos que es el tema dominante de Efesios—, ya que "Dios las preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". Nuestras versiones reflejan bien el sentido del original, y nos hacen pensar en las etapas del plan: a) la victoria sobre el mal por la obra de la Cruz; b) la vida de resurrección de Cristo, bendita fuente de la vida nueva; c) la participación de los creyentes en esta vida de resurrección; d) las buenas obras que habían de surgir de la nueva vida en la potencia del Espíritu Santo. Recordemos el pensamiento análogo que ya consideramos en (Ef 1:4): "Según nos eligió en él (Cristo) antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mácula en su presencia". En (Ef 2:10) aprendemos que las buenas obras fueron "preparadas" para "los santos" predestinados. Ya hemos hecho referencia a la lista de las distintas variedades del "fruto del Espíritu" en (Ga 5:22-23), y debiéramos recordar que todas brotan, directa o indirectamente, del amor. El egoísmo no puede producir buenas obras, pese a la aparente "nobleza" de ciertas actitudes del hombre que mantiene su "amor propio", pensando en su propia dignidad. Nuestras buenas obras son de servicio, de sacrificio, de humildad, como las del Maestro cuando lavó los pies de los discípulos, amonestándoles después: "Si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (Jn 13:1-17).

Temas para recapacitar y meditar

1. Discurra sobre los diversos aspectos de la vida del hombre caído según se presentan en (Ef 2:1-3).
2. Sería posible ordenar todo el contenido de (Ef 2:4-10) bajo el epígrafe de "Salvación". Utilice el material de estos versículos para discurrir sobre el tema de la salvación, siguiendo el bosquejo siguiente:
Una definición de la salvación en contraste con la perdición.
El Autor de la salvación. Sus fuentes, en relación con el Autor.
Aspectos de la salvación.
La finalidad de la salvación: 1) En el futuro. 2) En el presente.
Los medios para que el hombre reciba la salvación: 1) negativos, es decir, supuestos medios humanos; 2) positivos, es decir, los medios ordenados por Dios.
(Quédese dentro del análisis de estos versos, sin hacer referencia a otras partes de las Escrituras.)
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Venezuela
  Leonardo Fuenmayor  (Venezuela)  (09/09/2020)
Excelente estudio bíblico..
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