Estudio bíblico: Donde no hay visión de futuro el pueblo perece - Hageo 2:20-23

Serie:   Hageo   

Autor: Eric Bermejo
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Reino Unido
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Donde no hay visión de futuro el pueblo perece (Hageo 2:20-23)

Aquí tenemos el cuarto y último mensaje del profeta Hageo. En él se repite un tema que ya apareció en el segundo mensaje: "Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca" (Hag 2:6). Y vemos que ahora vuelve a insistir nuevamente en ello: "Habla a Zorobabel gobernador de Judá, diciendo: Yo haré temblar los cielos y la tierra" (Hag 2:21).
Por supuesto, si Dios repite algo, es porque se trata de un asunto importante. Y en este caso concreto, vemos que no sólo Hageo dice dos veces la misma cosa, sino que también en el Nuevo Testamento el autor de Hebreos repite por tercera vez la misma idea: "La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo" (He 12:26). Así que, como dijo el sabio Salomón: "Cordón de tres dobleces no se rompe pronto" (Ec 4:12).
Con esta solemne declaración Dios nos está comunicando la decisión tomada en sus altos consejos divinos. El asunto es muy serio, porque tiene que ver nada más y nada menos que con el día cuando Dios nuevamente interrumpirá en la historia de este mundo de forma catastrófica para conmover los cielos y la tierra.
Ya lo hizo en el pasado cuando sacó al pueblo de Israel de Egipto. ¡Vaya que si trastornó los carros de Faraón, destruyó su ejército y rompió todo su poderío! Pero todo aquello fue en una escala local y muy reducida.
Pero lo que tanto Hageo como Hebreos anuncian, es un día muy cercano en el que Dios trastornará toda la tierra con todas sus naciones, reinos, tronos, gobiernos, ejércitos, imperios comerciales y financieros... Todo vendrá abajo.
(Hag 2:22) "Y trastornaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones; trastornaré los carros y los que en ellos suben, y vendrán abajo los caballos y sus jinetes, cada cual por la espada de su hermano."
El autor de Hebreos añade que en ese día Dios quitará todo lo que es movible, temporal y transitorio a fin de introducir lo que realmente es inconmovible y permanente (He 12:27). Y como luego añade, eso no puede ser otra cosa que el "Reino inconmovible" de Dios (He 12:28).
Todo esto tendrá lugar en la Segunda Venida en poder y gloria del Mesías, nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo. Y en ese día también su gran Casa real será manifestada y establecida en esta tierra con toda su gloria y autoridad. Será el día cuando por fin, "toda la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar" (Is 11:9).
Ahora notemos tres cosas importantes en cuanto a este anuncio.
1. Una advertencia solemne
El contexto inmediato de la cita mencionada en el capítulo 12 de Hebreos tiene que ver con el momento cuando Dios se reveló a Israel en el monte Sinaí una vez que los había sacado de Egipto. Aquel fue un acontecimiento aterrador, lleno de fuego, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta... de tal modo que Moisés mismo dijo: "Estoy espantado y temblando" (He 12:18-21).
Y un poco más adelante, ese mismo Dios se dirige nuevamente a nosotros con toda solemnidad:
(He 12:25) "Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos."
Ahora nosotros estamos llegando al final de estos estudios en el libro de Hageo, pero a lo largo de sus breves mensajes, Dios nos ha estado hablando también a nosotros. ¿Cómo escuchamos lo que él nos está diciendo? ¿Tomaremos en serio lo que nos ha dicho y le obedeceremos? Meditemos en nuestros corazones sobre lo que hemos aprendido y no lo desechemos.
2. Una promesa gloriosa
En (Hag 2:23) vemos que Zorobabel fue el hombre clave que lideró al pueblo de Dios en su salida de Babilonia y en su retorno a Israel con el fin de reedificar la Casa de Dios. Los libros de Esdras y Nehemías nos hablan ampliamente de él. Por todo lo que leemos allí, vemos que fue un hombre íntegro, trabajador y celoso de los intereses de su Dios. Sin lugar a dudas, un auténtico ejemplo y estímulo para todo el pueblo. Bien se podría decir de él lo que se dijo de Moisés: "fue fiel en toda la Casa de Dios" (He 3:2).
Dios mismo se refiere a Zorobabel como "siervo mío" (Hag 2:23). Y como consecuencia, Dios le promete que le colocará en una posición de autoridad ("como anillo de sellar"), cuando la gran Casa real de Dios se manifieste en ese glorioso día venidero del cual estamos hablando.
Algo similar a lo que ocurrió con José en la casa de Faraón, pero a una escala mucho más elevada, puesto que ahora se trata de la misma Casa de Dios.
Ahora bien, todas estas cosas fueron escritas para nuestra instrucción y ánimo. De hecho, en el Nuevo Testamento encontramos pasajes como la parábola de las diez minas (Lc 19:11-27), donde se nos enseña que si trabajamos fielmente para el Señor y sus intereses en este mundo mientras el Señor está en el cielo, finalmente, nosotros también seremos puestos como "anillos de sellar" en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Seremos puestos sobre diez ciudades, o sobre cinco, según nuestra fidelidad y la calidad de nuestro trabajo para el Señor. Aunque también cabe la posibilidad de que no seamos puestos sobre ninguna ciudad si desechamos al que nos amonesta desde los cielos.
3. Una visión animadora
Es interesante notar que en el espacio de cuatro pequeños mensajes, Dios les presenta por dos veces la visión de la venida del Mesías en poder y gloria, derribando todos los gobiernos y sistemas mundiales para establecer aquí en la tierra la gran Casa de Dios, su Reino inconmovible.
Y esta es una visión que también nosotros necesitamos tener constantemente delante de nuestros ojos. Como dice la Escritura: "Donde no hay visión (de futuro) el pueblo se desenfrena" (Pr 29:18). Por el contrario, el que sí que tiene esta visión de futuro permanentemente delante de él, "se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Jn 3:3). Y no sólo eso, sino que también se entregará de todo corazón al servicio del Dios vivo y verdadero, "esperando de los cielos a su Hijo" (1 Ts 1:9-10).
Por lo tanto, esforcémonos, cobremos ánimo y trabajemos. La Casa de nuestro Dios requiere esfuerzo, sacrificio, y a veces hasta sudor y lágrimas. Hay que "subir al monte" en busca de los materiales y llevarlos hasta la ciudad para la construcción (Hag 1:8). Esto implica que la Obra de Dios no es una especie de pasatiempos para cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer. Este es un asunto muy serio que requiere sacrificio.
Pero recordemos también que la recompensa en ese día futuro será verdaderamente extraordinaria en el más amplio sentido de la palabra.
Al terminar estos estudios debemos hacernos una pregunta: ¿Qué estamos haciendo cada uno de nosotros para la Obra de la Casa de Dios?

Notas adicionales sobre los enemigos del pueblo de Dios

A lo largo del estudio de Hageo hemos visto que el principal problema para la edificación de la Casa de Dios era la actitud del propio pueblo de Dios. Muchas veces ellos estaban más preocupados en sus propias casas y vidas que en hacer la Obra de Dios, y por eso el profeta tuvo que amonestarles y exhortarles de parte de Dios. Pero habiendo dicho esto, también era cierto que había otros enemigos a su alrededor que constantemente estaban intentando que la edificación de la Casa de Dios fuera suspendida. De hecho, consiguieron que quedara paralizada durante dieciséis años.
De todo esto podemos aprender algunas lecciones importantes para nuestros días. La primera de ellas es que la obra de la Casa de Dios siempre suscitará oposición.
1. ¿Quiénes eran los enemigos en tiempos de Hageo?
El libro de Esdras nos proporciona información adicional sobre lo que estaba ocurriendo en los días en que Hageo profetizaba. En el capítulo 4 encontramos diferentes formas de oposición que el pueblo de Dios experimentó cuando comenzó a edificar el templo. Ahora bien, es interesante observar quiénes eran concretamente sus enemigos. Y notamos que eran personas de Samaria, pero, ¿quiénes eran exactamente?
La realidad es que aquellas personas no pertenecían a esa tierra, no eran parte del pueblo de Dios, sino que habían sido transportados allí por el rey de Asiria (Esd 4:2,9-10). Esto había ocurrido cuando Israel, la parte norte del país, fue conquistada por Salmanasar rey de Asiria. Él aplicó una política de desplazamientos con todas las naciones que conquistaba, de tal manera que a los israelitas los transportó a Halah, Habor y a las ciudades de los medos (2 R 17:5-6), mientras que en su lugar colocó allí a gentes de otras naciones que también habían sido conquistadas por el rey asirio (2 R 17:24-41).
Todo esto fue el punto final a un proceso de pérdida de identidad espiritual que había comenzado varios siglos antes. Recordemos que a la muerte de Salomón su reino fue dividido en dos partes: su hijo Roboam se hizo cargo de Judá en el sur, mientras que Jeroboam recibió el resto de las tribus en el norte, lo que desde entonces se conoció como Israel. Después de esto, para que los israelitas bajo el gobierno de Jeroboam no fueran al templo en Jerusalén que estaba en Judá, el rey estableció dos nuevos centros religiosos en el norte del país, encontrándose el principal de ellos en Betel. Además creó un sacerdocio diferente con nuevas ceremonias y prácticas. Hizo una mezcla del culto a Jehová, tal como se llevaba a cabo en Jerusalén, con un montón de cosas que él "había inventado de su propio corazón". Encontramos la historia de todos estos hechos en (1 R 12:1-33).
Nos damos cuenta, por lo tanto, que los pobladores que ocupaban Samaria en los días del profeta Hageo no formaban parte del pueblo de Dios, sino que eran extranjeros que habían sido llevados allí por la fuerza. Además, habían añadido al pervertido culto de Jehová que había inaugurado Jeroboam, otro sinfín de prácticas traídas de sus religiones paganas. El resultado fue una religión en la que se mezclaba cierto temor nominal de Dios con prácticas totalmente paganas.
Por lo tanto, nos encontramos aquí con miles de personas que ocupaban el lugar del pueblo de Dios, pero que no tenían ninguna experiencia personal de Dios ni de sus obras. Y fueron precisamente estas personas las que pidieron a los judíos venidos del cautiverio que les dejasen trabajar con ellos en la edificación de la Casa de Dios, algo a lo que Zorobabel y el resto del pueblo se negó (Esd 4:1-3).
2. La historia se repite
No cabe duda de que intentar llevar a cabo la Obra de Dios con personas que no comparten la misma fe en Dios tal como ha sido revelada a través de su Palabra, es una táctica del enemigo para hacer fracasar esta misión. El diablo lo sabe muy bien, y a lo largo de los siglos la ha usado con frecuencia. Notemos cómo todavía sigue haciéndolo en nuestros días.
Para ello es importante que reflexionemos sobre cómo "evolucionó" la cristiandad después de la era apostólica. Por la historia hemos tenido la ocasión de conocer que muy pronto el panorama comenzó a cambiar. Al principio se trató de pequeños cambios. Por ejemplo, en lugar de un liderazgo plural, que era llevado a cabo por los ancianos de las iglesias, se sustituyó por el liderazgo individual de un solo obispo, que poco a poco se fue convirtiendo en un obispo diocesano que controlaba varias iglesias. Con el tiempo, las propias iglesias dejaron de ser independientes y se convirtieron en una gran iglesia institucional, encabezada por un Obispo principal, cuya palabra llegó a ser infalible. Más adelante, según esa gran iglesia se iba extendiendo por los territorios del Imperio Romano, fue incorporando ritos y prácticas de las religiones paganas que asimilaba, aunque dándoles siempre un cierto barniz para que parecieran cristianas. Y junto a todo esto, incorporaron dogmas, que como en el pasado hiciera Jeroboam, fueron inventos de sus propios corazones, no de la Palabra de Dios. A todo esto se le llamó "la tradición".
Por ejemplo, cambiaron el acto y el significado del bautismo de adultos que encontramos en la Biblia, sustituyéndolo por el "bautismo de regeneración", que empezaron a aplicar a los niños recién nacidos. De este modo, decían ellos, quedaban constituidos en hijos de Dios y herederos del cielo. Como consecuencia, millones de personas fueron "convertidas" en cristianas sin haber llegado a tener un encuentro personal y salvador con Dios por medio de la fe en Jesucristo y en su obra en la cruz.
Y como no podía ser de otra manera, esa gran iglesia institucional ha sido siempre a lo largo de la historia uno de los peores enemigos que el pueblo de Dios ha tenido para la edificación de la Casa de Dios. Lo han hecho como lo hicieron los samaritanos en la época de Hageo:
Ridiculizando, burlándose y despreciando el trabajo que sencillos creyentes hacen en la Obra de Dios.
Apoyándose y usando el poder civil para obstaculizar cualquier iniciativa espiritual.
Promoviendo el ecumenismo para confundir a las personas haciéndoles creer que todo es igual.
Es imprescindible que hoy, igual que en los días de Hageo, escuchemos las exhortaciones de su Palabra y estemos alerta.
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