Estudio bíblico: Fundación de iglesias en Filipos, Tesalónica y Berea - Hechos 16:12-17:15

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Fundación de iglesias en Filipos, Tesalónica y Berea (Hechos 16:12-17:15)

La primera etapa de la obra en Filipos (Hch 16:12-15)

1. Filipos, colonia romana
Parece ser que Lucas conocía bien el distrito, y describe Filipos como "primera ciudad de la provincia de Macedonia y una colonia". No era oficialmente cabeza del distrito en que se hallaba, ni mucho menos capital de la provincia; pero quizá Lucas escribe desde el punto de vista de sus habitantes, que consideraban que su ciudad era superior a Anfípolis, la cabeza oficial de la región. No hay duda en cuanto a su importancia, hallándose cerca del término oriental de la célebre ruta egnaciana que enlazaba Roma con el Oriente, siendo enriquecida, además, por unas minas de oro. Cerca de allí, los sucesores de Julio César derrotaron a Bruto y sus compañeros, quienes habían dado muerte al César impulsados por su ideal republicano. Los veteranos de la famosa y decisiva batalla habían sido recompensados por alocaciones en Filipos, que recibió entonces la distinción de ser hecha colonia romana, o sea, un pequeño reflejo de la gran metrópoli en medio de tierras extrañas. Por eso los magistrados se llamaban "strategoi" (pretores) y los alguaciles "rhabdouchoi" (lictores), según el modelo de Roma. Hallamos un eco del orgullo de los "ciudadanos romanos" en las acusaciones de (Hch 16:21).
2. Los primeros frutos (Hch 16:13-15)
El lector sabe bien que Pablo solía empezar su testimonio en las ciudades que visitaba por asistir a la sinagoga de los judíos, aprovechando el primer sábado posible. En Filipos no había sinagoga, no hallándose allí los diez varones judíos que eran precisos para constituir una congregación hebraica. Durante los pocos días de espera (Hch 16:12), los misioneros se habían enterado de que unas mujeres judías (o "temerosas de Dios") solían reunirse en un "proseuche" ("lugar de oración") fuera de las murallas y junto al río, de modo que, al llegar el sábado, fueron allí para orar con ellas. Supongo que Pablo, el rabino, leería las Escrituras y que luego hablaría con las piadosas mujeres en forma familiar (el verbo es "laleo"). Con todo, el mensaje sería el de siempre: las profecías mesiánicas cumplidas ya en la Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Después del dramático preludio a la obra de Macedonia, parecería un anticlímax la reunión familiar en la que los siervos del Señor explicaban la Palabra a un grupo de mujeres, pero de hecho se dio principio allí a una de las obras más notables de toda la carrera del apóstol —pensando en la totalidad del testimonio en Macedonia— y la que mayor gozo y consuelo le había de proporcionar, puesto que las hermanas y hermanos macedonios habían de recibir con admirable sencillez su mensaje, mostrando luego un singular afecto a su persona, una comprensión exacta de su misión y un profundo aprecio de su obra apostólica. Las primicias de Filipos habían de convertirse en las hermosas cosechas de almas convertidas y abnegadas que se vislumbran por la lectura de las epístolas dirigidas más tarde a los filipenses y tesalonicenses, juntamente con las referencias a los hermanos macedonios en (2 Cor 8-9).
3. Lidia, vendedora de púrpura (Hch 16:14-15)
Entre las piadosas mujeres del "lugar de oración" pronto se destacó una llamada Lidia, vendedora de púrpura, oriunda de la ciudad de Tiatira, que se hallaba entre Sardis y Pérgamo, en la provincia de Asia. Se deduce de su forma de obrar que ella dirigía su propio negocio, siendo cabeza de su casa, lo que parece indicar que sería viuda, o, con menos probabilidad, soltera. Por ser la extracción del tinte de púrpura un proceso técnico y costoso, es probable que aquella mujer excepcional manejara intereses considerables, pero no por eso se dejaba dominar por el afán del lucro, ya que, siendo gentil de nacimiento, asistía a la sinagoga o "lugar de oración" como "temerosa de Dios" por apreciar la Palabra del Antiguo Testamento que allí se leía. Su caso fue análogo, dentro de las diferencias naturales impuestas por el sexo, al de Cornelio, en Cesarea. Sin duda había sinagoga en su ciudad natal, pero, no hallando ninguna en Filipos, se reunía con las pocas mujeres que buscaban a Dios. Todas las frases que la describen en (Hch 16:14-15) son especialmente importantes porque señalan los pasos de la entrada en el Reino de la primera convertida, por medio de Pablo, del continente que luego había de llamarse Europa.
a) Era temerosa de Dios, o sea, asistía a las sinagogas y se adaptaba a la vida de los judíos en lo posible, sin declararse como prosélita; tal actitud muestra que buscaba la verdad, habiendo reconocido la superioridad de la revelación del Antiguo Testamento sobre todos los sistemas del paganismo.
b) Escuchaba la Palabra con atención. Aquella mujer de discernimiento, llena de deseos espirituales, apreciaría el valor y el tremendo significado del mensaje de Pablo, comprendiéndolo a la luz de la revelación del Antiguo Testamento que ya conocía. Se trataba de un alma muy preparada, y en ella se cumplió el gran principio de (Ro 10:17): "La fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios", o, remontándonos a las enseñanzas del Maestro mismo, la vendedora de púrpura "tenía oídos para oír".
c) El Señor le abrió el corazón. "Abrir el corazón" es una hermosa metáfora que indica que los deseos espirituales inclinaron su voluntad a una clara decisión por Cristo, avivándose en ella el amor al Señor. Se podía decir con igual razón que "Lidia abrió su corazón" o que "el Señor le abrió el corazón", ya que nada puede realizar el hombre o la mujer en el trance crucial de su conversión sin el auxilio de la gracia, pero al mismo tiempo es la persona misma quien tiene que dar entrada al Señor, que está a la puerta y llama (Ap 3:20).
d) Fue bautizada juntamente con su "familia" (Hch 16:15). Igual que Cornelio, Lidia había influido en el ánimo de quienes constituían su "familia", o sea, el conjunto de personas bajo su cuidado y a su servicio. Como en otros casos, estas personas también escucharon la Palabra, y por ende, cuando ella fue bautizada, dando pública confesión de su fe en el Mesías-Salvador, los suyos pudieron acompañarla en el mismo acto de obediencia. Como siempre, el bautismo sigue la conversión, o el "abrir del corazón" ante la presentación del Señor en su Palabra.
e) Puso su casa a la disposición de los siervos de Dios (Hch 16:15). El "lugar de oración" no podía ser base permanente para la obra cristiana, aunque seguían visitándolo los misioneros (Hch 16:16-17), y la amplia casa de una mujer acomodada sería de inestimable valor para la extensión de la obra. Parece ser que Pablo no se dejó convencer en seguida; pero ante los persistentes ruegos de Lidia y la hermosa expresión de su deseo de consagrar su casa a su nuevo Dueño —"Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor"—, cedió, aceptando una oferta que tan obviamente surgió de un acto de verdadera consagración al Señor. Después del encarcelamiento de los apóstoles les era natural "entrar en casa de Lidia" para despedirse de los hermanos antes de emprender su marcha a Berea (Hch 16:40). La iglesia de Filipos fue honrada y bendecida por los trabajos de varias destacadas siervas del Señor (Fil 4:2-3).
Las lecciones que podemos aprender de la narración de la conversión de Lidia se resaltan del análisis de (Hch 16:14-15) que acabamos de hacer. Sólo añadiremos que si más creyentes "presentaran sus cuerpos en sacrificio vivo al Señor", según la exhortación de (Ro 12:1), habría también abundancia de capillas y hogares a la disposición de las iglesias y de los siervos del Señor para todos los efectos del adelanto de su Obra en nuestros tiempos... ¡y quizá menos televisores!

Persecución de parte de los gentiles en Filipos (Hch 16:16-24)

1. Persecuciones
Durante el período representado por Los Hechos las persecuciones contra los cristianos solían originarse en las colonias hebreas a causa de los judíos incrédulos, quienes disponían de medios para influir en el ánimo de los gobernantes de los gentiles en contra de los siervos de Dios. En Filipos faltaba el elemento judío, pero el diablo supo valerse de las supersticiones, la avaricia y el orgullo de los "ciudadanos romanos" de este lugar con el fin de despertar fiero antagonismo en contra del Evangelio. La Epístola a los Filipenses revela un estado latente de oposición a la familia de la Fe a pesar de la ausencia inmediata de judíos recalcitrantes (Fil 1:28-30).
Recordando la finalidad apologética de Los Hechos (véase capítulo introductorio), no nos extrañará que Lucas subraye que esta explosión de ira persecutoria de parte de los gentiles duró poco en su etapa inicial, haciéndonos ver al final de la narración cómo los magistrados visitan a los presos con el fin de rogarles que salgan pacíficamente de la ciudad, reconociendo tácitamente que, como ciudadanos romanos, podían seguir la religión que quisiesen.
2. La esclava poseída del espíritu pitónico (Hch 16:16-18)
La persecución tuvo un origen extraño que no deja de ilustrar la vida y las costumbres de la época, como también las maniobras de Satanás y los límites que Dios pone a ellas. La obra seguía su curso, teniendo por sus dos polos el "lugar de oración" y la casa de Lidia; los abundantes frutos de ella hacen suponer que Pablo y Silas pudieron mantenerse en Filipos bastante tiempo antes de producirse el dramático incidente que puso fin a su presencia personal en la colonia: nótese la frase "muchos días" en (Hch 16:18). Al ir y volver del lugar de oración, los misioneros se cruzaban frecuentemente con una esclava que hablaba bajo la influencia de un espíritu perverso, a la manera de los "médium" de los espiritistas. Se creía en aquellos tiempos que tales expresiones procedían del dios Apolo, cuyo símbolo en el santuario de Delfi era una pitón, o sea, una serpiente mitológica, y de ahí surgió la designación de "espíritu pitónico". Obedeciendo un impulso incontrolable, la muchacha seguía a los siervos de Dios diariamente, gritando: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian un camino de salvación" (R.V. 1909). Es importante notar que falta el artículo definido, de modo que no debe traducirse su "testimonio" como si anunciasen los apóstoles el camino de salvación. Al diablo no le importa que el Evangelio sea considerado como un camino de salvación entre otros, pero no puede aguantar que sea presentado como el único. Con todo, extraña el elemento de verdad que encerraba el testimonio de un espíritu de las huestes satánicas, y el reconocimiento de los misioneros como "siervos del Dios Altísimo", título que se emplea más en el Antiguo Testamento —y aun en escritos gentilicios— que no en el Nuevo Testamento. Sea ello como fuere, Pablo —como su Maestro durante su ministerio terrenal— no podía soportar testimonios de tal procedencia, y muy perturbado por la insistencia de la muchacha, que podría envolver la pureza del Evangelio con las mentiras y suciedades del paganismo y con las operaciones de demonios, terminó por proceder al exorcismo del espíritu: "Te mando en el Nombre de Jesucristo —dijo al espíritu— que salgas de ella". El resultado fue instantáneo: "y salió en aquella misma hora" (Hch 16:18). El milagro de sanidad es exactamente análogo a aquellos que el Maestro obraba frente a los afligidos por el diablo, con esta diferencia: el Señor de todos obraba por su propia potestad, mientras que sus siervos hacían uso de su poderoso Nombre, que representaba su presencia con ellos en toda su autoridad y poder. De nuevo insistimos en que el creyente sencillo ha de aceptar estas narraciones tal como se presentan en la Palabra —ciertamente con todos los visos de verosimilitud— sin rebajarse a sí mismo, ni el valor de la Palabra inspirada, por buscar "explicaciones" naturalistas que sólo enturbian lo que en sí es muy claro si aceptamos los datos de la Palabra inspirada con humildad de corazón.
3. Una explosión de violencia (Hch 16:19-22)
Con sutil ironía, Lucas escribe: "Y salió (el espíritu) en aquella misma hora. Pero viendo sus amos que había salido la esperanza de su ganancia, prendieron a Pablo y a Silas...". Con el demonio había salido una fuente de riquezas, ya que los supersticiosos y engañados filipenses pagaban bien los mensajes del espíritu pitónico que suponían fuese el de Apolos. Los amos de la esclava serían, probablemente, los miembros de una pandilla de los sacerdotes degenerados —agregados a diferentes cultos y santuarios— que abundaban en la época, a quienes poco les importaría el portento, con la manifestación de la operación de una potencia divina, y mucho menos el hecho de que la pobre muchacha había sido restaurada a una vida normal, quedando libre su personalidad humana de la sujeción del demonio. La avaricia podía más que toda consideración espiritual, humanitaria o lógica, y los amos no veían más que la intervención de un grupo de judíos, predicando un mensaje que se hallaba en fuerte contraste con su modo de proceder, quienes les habían originado una considerable pérdida tanto de dinero como de prestigio, de modo que lo importante era quitar de en medio a los extranjeros antes de que hiciesen otro milagro. Quizá ya se había apuntado el antagonismo esencial entre la idolatría en su forma más crasa y el mensaje de vida por medio de Jesucristo, de modo que los amos estarían preparados para organizar un acto de venganza. Después del milagro podemos imaginar que se produjeran unos momentos de asombro, seguidos por unas rápidas consultas de los enemigos entre sí, y luego la decisión de prender a Pablo y a Silas con el fin de llevarles ante el tribunal de los magistrados en el foro de la ciudad.
Los amos eran lo bastante astutos para saber que el exorcismo en sí, que había libertado a la esclava del espíritu pitónico, no llevaría mucho peso ante la justicia de Roma, de modo que idearon unas acusaciones que justificaran su ira y forzasen a los magistrados a tomar medidas drásticas. Estaban tan bien ideadas las acusaciones que reiteramos nuestro pensamiento de que no pudieron haber surgido improvisadas en aquel momento; estaban bien meditadas de antemano por personas que "veían venir" algo que hiciera posible la denuncia de los misioneros ante las autoridades.
Discernimos varias facetas en las acusaciones de (Hch 16:20-21), y son dignas de estudio puesto que, años más tarde, cuando se había puesto de manifiesto la incompatibilidad entre el cristianismo y la religión de Roma, consideraciones no muy diferentes de éstas influyeron en el ánimo de muchos romanos de distinción, llevándoles a apoyar la persecución de los cristianos como una medida necesaria para la protección del Estado contra ideas subversivas.
a) "Estos hombres siendo judíos". En la ausencia de una colonia influyente de judíos en la ciudad, los enemigos del Evangelio pudieron empezar por remover el espíritu antisemita tan extendido por el Imperio en aquellas fechas y que perdura hasta nuestros días en grado mayor o menor en el área del mismo Imperio, que, desde ciertos puntos de vista, nunca ha dejado de existir por entero. Desde luego este caso se distingue de todos los demás que Lucas presenta, puesto que, en general, eran precisamente los judíos incrédulos quienes promovían las persecuciones. Más tarde los romanos comprendieron perfectamente que el judaísmo y el cristianismo eran dos religiones netamente delimitadas.
b) "Alborotan nuestra ciudad". Sin duda la presencia y el ministerio de los misioneros ya había surtido sus efectos en Filipos, aceptando algunos el mensaje con agrado, mientras que otros protestaban contra las nuevas doctrinas que suponían cierto desprecio frente a las divinidades antiguas, por muy diplomática que fuera la predicación. Las discusiones y disputas podían representarse como alteraciones del orden público, frente a las cuales los oficiales romanos siempre se mostraban muy sensibles.
c) "Enseñan costumbres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos". El judaísmo era "religio licita" en el Imperio, bien que se vigilaba estrechamente la cuestión del proselitismo. En general, Roma era muy tolerante en materias religiosas, admitiendo las divinidades orientales en su "panteón" sin mayores dificultades, siempre que quedasen todas supeditadas al culto del emperador, que tenía más bien significado político al subordinar toda actividad al poder supremo del Imperio. Pero los acusadores de los apóstoles notaban algo diferente en la predicación del Evangelio y ya veremos en el caso de Tesalónica que la proclamación de un reino espiritual se prestaba a confusiones, pues personas carnales no podían por menos que pensar que se trataba de algún sistema de gobierno que rivalizaba con el de Roma. La sumisión a la Persona de un Reo ajusticiado por el gobernador Poncio Pilato no sería "lícita" para los "romanos" de la provincia, siempre más susceptibles en cuanto a su categoría y privilegios que aquellos de la metrópoli. En la ausencia de una colonia judía, los filipenses tendrían poca idea de la tolerancia oficial que concedía a los judíos el derecho de celebrar los sencillos cultos, llegando hasta eximirles de la adoración del emperador. La enfática declaración "¡Somos romanos!" resumió el quisquilloso orgullo de los romanos de una colonia muy alejada de la capital, y bastaría para inflamar el patriotismo —mal entendido— de los filipenses.
Los diferentes elementos de la acusación constituyeron una receta tan bien dosificada de prejuicios, de orgullo y de medias verdades que sirvieron igualmente bien para excitar la violenta oposición de la multitud en contra de los siervos de Dios como para cegar los magistrados hasta el punto que creyeron ver la necesidad de aplicar un castigo inmediato y ejemplar a los perturbadores del orden sin el menor intento de abrir una investigación sobre el caso según el procedimiento legal establecido.
4. Falla la justicia romana (Hch 16:22-24)
Recordemos que, según la constitución de una colonia romana, los magistrados se llamaban "pretores" y los alguaciles "lictores", y serían éstos seguramente los encargados de desnudar y azotar a Pablo y a Silas.
Al parecer, la violencia de la multitud, secundada por la precipitación de los magistrados, impidieron que Pablo y Silas presentaran defensa alguna. Lo más sencillo habría sido el grito de "¡Romanos somos!", pero, a juzgar por la evidencia que tenemos, Pablo nunca quiso hacer valer los derechos de su ciudadanía romana hasta verse "in extremis", o para la protección de los santos (Hch 16:35-39) (Hch 22:25-29). No se hace mención de otros siervos del Señor, de modo que podemos suponer que los amos de la muchacha prendieron solamente a Pablo y a Silas en concepto de jefes del bando, siendo posible también que se destacaran por su vestido hebreo, a diferencia de los hermanos griegos de la compañía.
Contra los cánones más elementales del procedimiento legal, los pretores hicieron arrancar los vestidos de Pablo y Silas a tirones, mandando luego que fuesen azotados con varas. Según la declaración de Pablo en (2 Co 11:25) pasó por tal suplicio tres veces antes de redactar la carta de referencia, pero nada sabemos de las circunstancias de los otros dos casos. Se ha de distinguir este castigo del más terrible del látigo romano que padeció el Señor y que Pablo estuvo a punto de sufrir más tarde en las circunstancias que veremos al comentar (Hch 22:22-29). Con todo, el ser azotado con varas por unos brutales lictores, sobre el cuerpo desnudo, no dejaba de ser un cruel padecimiento y una "afrenta", según lo describe Pablo en (1 Ts 2:2). De hecho era la multitud excitada y desbordada que juzgó el asunto por instigación de unos hombres malos y avariciosos, quedando muy mal la tan decantada justicia romana en todo este proceso.
Tratando a los misioneros como perturbadores del orden, los magistrados, después de presenciar el inmerecido castigo de las varas, ordenaron que los presos fuesen guardados con toda seguridad, pendientes otras medidas. El carcelero —hemos de entender más bien el director de la cárcel, quien podría ser un centurión retirado—, en vista de órdenes tan estrictas, hizo meter a los apóstoles en el calabozo interior, sujetando sus pies en el cruel cepo de la época: instrumento conocido en otras épocas también, por medio del cual era posible extender exageradamente las piernas, añadiendo el suplicio de una malísima postura al dolor de los azotes sin curar.

Dios habla por el terremoto y por la Palabra (Hch 16:25-34)

1. El griterío de los hombres y la Voz de Dios
Lucas nos ha hecho oír, a través de su gráfica narración, la extraña voz de un demonio que hablaba por boca de una esclava, los estridentes gritos de los amos, defraudados de su sucio lucro, con la algarabía de la multitud excitada y ciega, además de los precipitados e injustos mandatos de los magistrados asustados ante el tumulto; al mismo tiempo ha notado que los misioneros no pudieron hacerse oír en medio de tanta confusión y bullicio. A veces parece ser que prevalecen hasta tal punto las broncas voces de los hombres rebeldes a Dios que el testimonio de los santos queda ahogado y que Dios mismo se encierra en un mutismo inexplicable frente a la tribulación de los suyos. Esta narración nos recuerda que cuando haya pasado la loca algarabía de los hombres, como violenta y dañina tormenta, la voz del testimonio cristiano persistirá y seguirá operando con tranquila potencia. Al mismo tiempo Dios reserva su derecho de intervenir, bien que sólo su infinita sabiduría puede determinar cuándo lo ha de hacer de forma dramática y manifiesta como en el caso que nos ocupa.
2. Las oraciones y los cánticos de Pablo y Silas (Hch 16:25)
Suponemos que el cruel padecimiento arrancaría algún gemido inevitable de dolor de la garganta de los mártires, pero la historia sagrada no los menciona. A pesar de sus dolores y la terrible incomodidad de su postura, los siervos de Dios reaccionaron y, por su gracia, pudieron presentarle a él la causa que no habían querido escuchar los hombres. En contacto con el Trono de Dios por medio de sus oraciones, y seguros de la presencia de su Señor por la fe, se animaron hasta el punto de elevar sus cánticos cristianos de alabanza al Señor, y eso con voz tan fuerte que los demás de los presos los oyeron, a pesar del espesor de las paredes de los calabozos. No sabían en lo más mínimo cómo Dios obraría, pero estaban seguros de que él volvería en bien la penosa experiencia con tal de que ellos echasen toda la carga sobre él, buscando en primer término su gloria y la extensión de su Reino.
Fue sobre la medianoche cuando los siervos de Dios se entregaron a su extraño concierto sagrado, y quizá la autoridad que luego tuviera Pablo sobre los presos se explica en parte por la impresión que éstos habían recibido al notar que los forasteros del calabozo interior eran tan diferentes de sí mismos, intuyendo algún poder celestial por ellos desconocido.
3. La voz de Dios en el terremoto (Hch 16:26)
Esta vez plugo a Dios intervenir por medio de un terremoto que sacudió los mismos fundamentos de la cárcel, abriendo las puertas, sueltas ya de sus marcos, rompiendo los cepos y librando a todos los presos de sus cadenas. Generalmente, Dios habla a sus siervos por medio de la "voz apacible y dulce" y no por fuego ni por movimientos sísmicos (1 R 19:11-13), pero de vez en cuando le place hablar a su favor por medio de manifestaciones de poder que sacuden las obras de los hombres, anticipando por un breve momento la hora cuando "aún una vez más, dice el Señor, y conmoveré no solamente la tierra sino también el cielo... y esto "aun una vez" indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles" (He 12:26-29).
4. Las reacciones del guardián de la cárcel (Hch 16:27-30)
El guardián de la cárcel fue despertado de su sueño por el estruendo del terremoto y sus efectos inmediatos; como buen oficial romano, su primera preocupación fue la de mirar por la seguridad de los presos. Con horror comprobó que las puertas estaban abiertas, lo que suponía, en buena lógica, que los presos habían huido. Sin que tuviera culpa alguna, había sido infiel a su cometido y había faltado a su deber. Para un oficial romano no quedaba más que una solución: el suicidio. Él se hallaba en la relativa claridad de afuera, de modo que nada podía apreciar de lo que pasaba dentro de la cárcel, mientras que Pablo pudo percibir su gesto al sacar la espada de su vaina con el pensamiento de quitarse la vida. El apóstol tuvo tiempo para evitar la tragedia por el grito: "¡No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí!". El oficial dejó su intento, pidió luces, y cuando sus servidores se las trajeron, se lanzó dentro de la cárcel, lleno de asombro, temblando, preso de temor, pero percibiendo a la vez un rayo de esperanza.
5. Un mensaje de salvación (Hch 16:30-31)
No es muy atrevido suponer que el carcelero tuviera nociones sobre quiénes eran sus presos y cuál había sido su mensaje anterior a los padecimientos del día anterior. Había podido comprobar su digno comportamiento durante la prueba, y quizá sabía del reiterado grito de la muchacha endemoniada, insistiendo en que aquellos hombres eran siervos del Dios Altísimo y que enseñaban un camino de salvación. Ahora, bajo la impresión del terremoto, atónito ante la autoridad de dos presos que habían sabido controlar la explosiva situación de una cárcel llena de presos y abierta a los cuatro vientos, se encontraba sintiendo nacer una esperanza que no se atrevía a formular claramente. Dios había hablado, señalando como mensajeros suyos a aquellos presos cuyos dolores él mismo había aumentado por la rígida aplicación de las órdenes que recibió de los magistrados. Él, oficial romano, sabía que había de hallar orientación y salvación a los pies de estos mensajeros de Dios. Se postró ante ellos, y, al sacarles fuera, con tono de sumo respeto, y hasta de reverencia, exclamó: "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?". Nos es imposible sondear todo lo que encerraba la conocidísima pregunta del carcelero. Sin duda necesitaba orientación frente a la crisis angustiosa en que se encontraba, viendo que sólo la autoridad de estos misteriosos hombres controlaba la situación. Pero seguramente se habían despertado en él anhelos de vida y de perdón, vagamente sentidos anteriormente. La palabra "salvación", que hacía eco del grito de la pitonisa, le afectó en lo más íntimo de su ser. Si otra cosa no sabía, no se le escapaba que necesitaba salvarse.
Pablo supo darle inmediatamente la esencia del Evangelio en una frase lapidaria: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa". Fue un principio, una soga que se echa al hombre que se ahoga, quedando para más tarde la explicación del sentido pleno de la "salvación" y la presentación de la Persona del Salvador Jesucristo.
6. Palabra, benevolencia y comunión (Hch 16:32-34)
En el patio de la cárcel se hallaría un pozo con agua para lavar las heridas de los mensajeros, y allí primeramente Pablo y Silas "le hablaron la Palabra del Señor, a él y a todos los que estaban en su casa" (Hch 16:32). Nos gustaría saber lo que habían hecho los presos y si ellos pudieron aprovechar la predicación del Evangelio en el patio; pero Lucas no nos dice nada de eso, sino que se limita al hermoso epílogo del relato del encarcelamiento y de los dramáticos sucesos de la noche, por lo cual un oficial romano y todos los miembros de su casa recibieron la Palabra y fueron bautizados. El primer mensaje sería la ampliación del texto anterior, y, una vez aclarada la esencia del Evangelio, el oficial se acordó de la necesidad de cuidar de los cuerpos magullados de los siervos del Señor por medio de los cuales había recibido tanto bien, lavándoles las heridas y aplicando sin duda aceite y bálsamo.
El paso siguiente fue el de su bautismo con todos los suyos; de nuevo recalcamos que no existe base alguna para creer que el acto del bautismo se extendiera más allá del círculo que había escuchado y recibido la Palabra, siendo los creyentes quienes podían asociarse con su Salvador mediante el bautismo por agua.
Estos versículos señalan otro paso más. Tras la primera predicación, el cuidado de los mártires y el bautismo de los convertidos, el oficial hizo que Pablo y Silas subiesen a su propia casa, que quizá ocuparía un piso por encima de la cárcel, donde mandó que les trajesen comida. Un acto tan necesario y natural se convirtió en una hermosa ocasión de comunión durante las altas horas de aquella noche tan accidentada. Seguramente los siervos de Dios continuaban suministrando a los nuevos creyentes la comida espiritual de la Palabra, mientras que el rostro del carcelero, un poco antes espejo de desesperación, radiaba el gozo del Señor al darse cuenta de que la salvación había llegado a su casa: "Y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios"; de haber salido del reino de las tinieblas a la luz admirable del Reino de Cristo.
7. Los caminos de Dios
Hagamos un alto aquí para meditar por un momento en los diversos medios que Dios emplea para llevar almas a la luz. Si podemos pensar, siguiendo la analogía de los casos que se presentan en los Evangelios, que la esclava libertada del espíritu pitónico llegara a ser salva, tenemos en este capítulo el detalle de tres casos de conversión, entre otros muchos que se infieren pero que no se describen. Lidia recibió la Palabra en la tranquilidad del lugar de oración, meditándola, aprobándola y sometiéndose a ella con firme y sosegada decisión. La muchacha fue libertada por un mandato hecho en el Nombre de Jesucristo en medio de un tumulto, ignorada y despreciada por la multitud una vez que había dejado de ser un espectáculo frente a su malsana curiosidad. El carcelero tuvo que ser despertado por medio de un terremoto, llegando al fin de sí mismo y a la decisión de buscar la salvación en Cristo en medio de una cárcel arruinada, en las altas horas de la noche, improvisándose una "reunión de evangelización" en el patio del edificio y a la luz de las antorchas. Pero el Centro del mensaje era Cristo en los tres casos, y todos los convertidos recibieron la Palabra con sumisión y fe. Recordemos que los "accidentes externos" de la conversión de las almas pueden variar muchísimo, y no todas pasan por las mismas experiencias, pero la esencia del proceso y su resultado final son siempre iguales.

Pablo reclama sus derechos de ciudadanía (Hch 16:35-40)

Durante la noche, los magistrados de Filipos habían tenido tiempo para meditar bien, y lo que les pareció tan claro en el momento del alboroto se hacía dudoso durante las horas de las meditaciones nocturnas, cuando se acordarían que habían procedido al castigo sin haber iniciado siquiera una investigación de los hechos. Luego fueron despertados, asustados por el terremoto, y más tarde empezaron a recibir informes sobre el daño hecho a la cárcel y sobre el extraño proceder de los nuevos presos. Había algo raro en todo ello, y, tras consultas, determinaron libertar a los hombres, enviando un mensaje brusco a tal efecto por conducto de los lictores. El carcelero se alegró de ello, pero Pablo veía la conveniencia en este caso de no salir "encubiertamente", dejando a los discípulos a la merced de otra ola de oposición irracional. Decidió hacer valer sus derechos como ciudadano romano, juntamente con los de Silas, seguramente con el fin de crear un ambiente de respeto alrededor de la naciente comunidad cristiana. Exigió, pues, que acudiese la máxima autoridad de la colonia romana a la casa del carcelero con el fin de sacarles honrosamente, como manifestación pública del fallo de justicia en que había incurrido el día anterior. Los pretores temieron al saber que se trataba de ciudadanos romanos que podían apelar al procónsul romano de la provincia contra el abuso de poder, aviniéndose a ir hasta la prisión para rogar a Pablo y a Silas personalmente que saliesen de la ciudad, sin duda por miedo a nuevos alborotos. Los apóstoles no se negaron a marcharse, cosa que convenía a la iglesia naciente, pero tampoco salieron apresurados por la Vía Egnacia como quienes tuviesen que huir, sino que fueron primero a la casa de Lidia, con el fin seguramente de consolar a los hermanos y despedirse de ellos con oración. Es muy probable que el amado Lucas quedara en Filipos para pastorear la grey, y que él fuera "el compañero fiel" de (Fil 4:3), llevando la iglesia a aquella madurez espiritual que la caracterizaba según las referencias posteriores a la iglesia de los filipenses.
Se ha hablado mucho y de diversas maneras sobre el proceder de Pablo que acabamos de notar, y aún sobre toda la cuestión de su ciudadanía romana. A nuestro parecer Sir William Ramsay concede demasiada importancia a la categoría de Pablo como ciudadano de Tarso y del Imperio, imaginando un apego a Roma y a la civilización grecorromana que cuadraría muy mal con el rabino fariseo convertido en apóstol del Señor y adalid de la Iglesia. La única ciudadanía a la cual Pablo concedía verdadera importancia era la del Cielo (Fil 3:20), considerando al fuerte Imperio de hierro como la quintaesencia del "mundo". Con todo, su cultura griega, su aprecio de las garantías de un orden relativo que ofrecía el Imperio, su comprensión de que el cristiano había de dar a César lo que era de César, le llevaban a valerse de su ciudadanía cuando hacia falta para el avance de la obra, pero sin darle mayor importancia desde el punto de vista carnal. En cambio otros expositores se han escandalizado frente a la actitud de Pablo ante los magistrados en esta ocasión, extrañándose de que hiciera valer tales derechos humanos en vista de su propia enseñanza sobre la separación del creyente del mundo y la necesidad de desechar toda confianza humana. He aquí el otro extremo que olvida el principio de que el creyente puede usar del mundo sin abusar de él, siempre que su anhelo sea el de glorificar a Dios en todo (1 Co 7:31). De nuevo insistimos en la necesidad de aprender de los apóstoles, sin criticarlos, a no ser que la Palabra misma subraye claramente que habían caído en algún error humano, como en el caso del apartamiento de Pedro de los creyentes gentiles en Antioquía (Ga 2:11-14). La frase inglesa que corresponde al "término medio" es "el áureo punto medio". ¡Lástima que más expositores no busquen este precioso "punto de oro", situado en el fiel de las balanzas de la verdad, en lugar de lanzarse tantas veces a soluciones extremas, en las que fuertes "acciones" son seguidas por "reacciones" igualmente desproporcionadas! No hay nada de aburrida mediocridad en las Sagradas Escrituras, pero se halla mucho sentido común santificado por la luz que brota de arriba. Compárese con (Hch 22:25-29).

La fundación de la iglesia en Tesalónica (Hch 17:1-9)

1. Los apóstoles se trasladan a Tesalónica (Hch 17:1)
Las Epístolas a los Tesalonicenses arrojan mucha luz sobre la escueta narración del principio de una gran obra que ocupa los primeros nueve versículos del capítulo 17, y recomendamos al estudiante que vuelva a leer las Epístolas en relación con el comentario sobre este breve relato.
Guiados por el Espíritu, Pablo y Silas, después de despedirse de la iglesia en Filipos, con las espaldas doloridas aún por los azotes recibidos en aquella ciudad, emprenden la marcha a lo largo de la Vía Egnacia en dirección sudeste, pasando por las importantes ciudades de Anfípolis y Apolonia, sin hacer un alto considerable hasta llegar al gran puerto de Tesalónica, situado a la cabeza del golfo del mismo nombre y en posición muy estratégica en relación con las principales rutas terrestres y marítimas; tanto es así que su importancia se ha reconocido desde que fue ampliado por el rey macedonio Casander, en 315 a. C. hasta el día de hoy cuando sigue siendo un puerto de consideración, llevando el nombre de Salónica, una forma abreviada de Tesalónica.
Los romanos habían concedido los derechos de "ciudad libre" a Tesalónica, por lo que gozaba de cierta autonomía bajo un gobierno de oficiales llamados "politarcas": designación que se halla en (Hch 17:6) y que se confirma por la evidencia arqueológica. Desde luego todos los gobernantes indígenas se hallaban bajo la autoridad del procónsul de la provincia, quien representaba al César y el Senado. En tal ciudad había de nacer una de las iglesias más vigorosas de la época apostólica.
2. Los tres sábados en la sinagoga (Hch 17:2-3)
A pesar de todos los peligros que entrañaba la costumbre de empezar la obra en nuevas ciudades en la sinagoga, Pablo veía tantas ventajas en este método —amén del cumplimiento del principio "al judío primero"— que volvió a presentarse en la de Tesalónica el primer sábado de su estancia en el gran puerto, aprovechando la relativa libertad que se concedía a los visitantes para abrir las Escrituras. En (Hch 17:2) se recalca el debate, método tan apreciado por los judíos, que Pablo aprovecha para demostrar los dos puntos que necesitaban saber los hebreos: a) que era necesario, según las Escrituras, que el Mesías padeciese, que muriese y que resucitase de entre los muertos; b) que Jesús de Nazaret, el tema de su mensaje, era el Mesías profetizado, alegando Pablo, seguramente, como en Antioquía de Pisidia, que los hechos de la Vida, Muerte y Resurrección de Jesús constituían prueba palmaria del cumplimiento de las profecías mesiánicas que había citado. Lucas no necesitaba dar más informes sobre los mensajes y los argumentos, ya que había redactado un extenso resumen del discurso en Antioquía de Pisidia como muestra de la manera en que Pablo se acercaba a los judíos de la Dispersión.
No hemos de entender que el ataque contra Pablo se produjera inmediatamente después de los "tres sábados", pues hemos de suponer necesariamente un lapso de tiempo entre (Hch 17:4) y (Hch 17:5). Los filipenses habían tenido tiempo de enviar socorro material al apóstol dos veces (Fil 4:16) y el número de los hermanos y la estabilidad de la iglesia al redactar Pablo su primera carta es prueba de una extendida y fructífera labor, en la que muchos gentiles se habían convertido después del testimonio en la sinagoga.
3. La violenta reacción de los judíos recalcitrantes (Hch 17:5-10)
Los judíos de Tesalónica, rebeldes al Mensaje, se distinguieron tristemente por la violencia de su oposición a los apóstoles y a los creyentes. Algunos de los judíos de la sinagoga habían creído, con un gran número de temerosos de Dios, que incluían bastantes señoras distinguidas de la ciudad, de modo que los judíos incrédulos temían el fin de su influencia sobre un sector considerable de las personas religiosas de la ciudad si no lograban cortar el mal de raíz y prontamente. Los celos constituyen uno de los resortes más trágicamente potentes de las acciones humanas, y los judíos incrédulos, llenos de celos, estaban dispuestos a todo. Pocas veces acusaba Pablo a su propia nación, teniendo conciencia quizá de los crímenes que él mismo había perpetrado, movido por el mismo ciego fanatismo religioso que les caracterizaba a ellos, pero no puede por menos que estallar en una amarga queja frente a la persistente malicia de los judíos enemigos de Tesalónica: "los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo" (1 Ts 2:15-16).
Es probable que los judíos no podían actuar tan directamente sobre los politarcas en Tesalónica como lo habían hecho en Antioquía de Pisidia, a causa de la conversión de bastantes mujeres influyentes que podrían actuar eficazmente en defensa de los apóstoles. Pero no por eso dejaron de buscar medios para forzar a los politarcas a proceder en contra de los siervos de Dios, basándose en dos consideraciones: las autoridades no podían permanecer pasivas ni ante alborotos ni frente a denuncias presentadas por "delatores". Por eso tuvieron que buscar la ayuda de pandillas de hombres ociosos que deambulaban por la plaza —equivalentes a los gamberros de hoy—, sobornándoles seguramente y animándoles a atacar la casa de Jasón, un convertido distinguido que había puesto su casa a la disposición de los siervos de Dios y donde esperaban prender a Pablo. Luego, con el fin de echar una capa de legalidad sobre el alboroto que ellos mismos habían provocado, formularon las denuncias que pusieron en boca de los delatores: "Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos estos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús".
Los politarcas eran responsables ante el procónsul por el buen orden de la ciudad, siendo muy sensibles los romanos a motines de cualquier clase. Además, la acusación se había redactado de tal forma que los magistrados, por mucho que quisieran, no podían pasarla por alto.
4. Jasón ante los politarcas (Hch 17:5-10)
Prevenidos a tiempo, probablemente por medio de las señoras principales creyentes, los hermanos habían podido esconder al apóstol, blanco como siempre de la ira de los judíos y de la multitud. No hallándole a él en la casa de Jasón, hicieron responsable de todo a éste, su huésped, arrastrándole delante de los magistrados. La acusación se había redactado con astucia y consistía en tres elementos:
a) Que los propagandistas cristianos eran notorios perturbadores de la pax romana: lo que tenía ciertos visos de verosimilitud, ya que la predicación del Evangelio provocaba la violenta enemiga de los judíos, y aun a veces de los gentiles como en el caso de Filipos.
b) Que contravenían los decretos del César por proclamar una religión que no era autorizada: punto que había de revestirse de gran importancia durante los años sucesivos.
c) Que proclamaban otro rey llamado Jesús; denuncia que se fundaba en la predicación del Reino de Dios.
Suponemos que los politarcas actuaban con poca gana, sabiendo algo —quizá por sus mismas mujeres— del carácter noble de los predicadores y de la categoría espiritual de su mensaje; como los judíos acusadores no habían podido presentar delante de ellos al "reo", sino solamente a su hospedador, se limitaron a tomar medidas que podrían garantizar el buen orden en la ciudad, con miras a satisfacer cualquier preocupación del procónsul de la provincia. Jasón sería una figura conocida y respetada en la ciudad, adinerado probablemente. De él y de "otros" tomaron fianzas, haciéndoles responsables por el buen orden y luego los soltaron. Las fianzas podrían ser fuertes cantidades de dinero, y se pregunta: ¿De qué salió fiador Jasón aquel día? Algunos escriturarios han pensado que tenía que garantizar que Pablo saliese de la ciudad y de que no volviese a ella durante determinado período, lo que constituiría el obstáculo que Satanás había interpuesto que le impedía volver por entonces en persona para consolar a sus queridos hijos en la fe y confirmar su testimonio (1 Ts 2:17-18). Sea ello como fuere, Pablo y Silas tuvieron que salir de su escondrijo de noche, dejando la nueva iglesia bajo el cuidado de sus ancianos, con la ayuda quizá de algún colaborador de la compañía apostólica cuya presencia no se destacaría tanto. Luego, como veremos, Timoteo había de ser el mensajero del apóstol, llevando sus preciosas cartas a la amada familia cristiana, confirmando también a los santos por su propio ministerio.

Los judíos nobles de Berea (Hch 17:10-15)

1. Unos comienzos tranquilos (Hch 17:10-12)
A setenta kilómetros de Tesalónica, hacia el Oeste, se hallaba la ciudad de Berea, que no carecía de importancia, pero que se hallaba algo apartada de la gran ruta Egnacia. Pablo y su compañía no desistían de su empeño por anunciar la Palabra, a pesar de todos los padecimientos y tensiones experimentados desde el principio de su labor en Macedonia. Tampoco cambiaban de plan, pues de nuevo aprovecharon el primer sábado para exponer la Palabra en la sinagoga. Los judíos de la colonia de Berea se diferencian de todas las demás congregaciones de las sinagogas de la Dispersión visitadas por Pablo, ya que había entre ellos muchas personas —una mayoría, al parecer— de ánimo noble, vocablo éste que significa primordialmente "bien nacido", y, por una extensión natural de su sentido, "bien criado" o de espíritu comprensivo. Viendo que Pablo basaba su mensaje sobre las profecías del Antiguo Testamento —entendidas en sentido amplio—, además de ciertos hechos históricos con referencia a la Vida y Obra de Jesucristo, obraron conforme a su buena disposición, dedicándose a examinar cada día las Escrituras "para ver si estas cosas eran así". Este estudio humilde de la Palabra tenía que dar por resultado una rápida cosecha de almas convertidas al Señor: "Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres" (Hch 17:12). En un principio los griegos que creían, tanto hombres como mujeres, se hallarían entre los "temerosos de Dios", que formarían un puente que extendiera el Evangelio más tarde a los gentiles en general.
2. Las maniobras de los judíos de Tesalónica (Hch 17:13-15)
Las noticias de la buena recepción del Evangelio en Berea llegaron a Tesalónica, llenando a los creyentes de gozo y excitando el odio rabioso de los judíos recalcitrantes. En varias ocasiones hemos notado los estrechos lazos entre las comunidades judías de la Dispersión, y no faltarían incrédulos en la sinagoga de Berea también que sirviesen de base para las maliciosas maniobras de los hebreos de Tesalónica. Lucas abrevia mucho aquí, por ser archisabido el proceso. Por sobornos, por saber tocar los resortes de las supersticiones y prejuicios de los gentiles, los "invasores" lograron excitar y perturbar la multitud, de modo que, en vista del feo cariz que iban tomando las circunstancias, parecidas a las de Filipos y de Tesalónica, los hermanos se apresuraron a llevar a Pablo hacia el mar, quedando Silas y Timoteo por un breve espacio para confirmar la obra en Berea (Hch 17:15).
3. Los movimientos de Pablo y de sus colegas (Hch 17:15)
No está claro si los hermanos que conducían a Pablo le llevaron al puerto de mar más próximo para embarcar allí con rumbo a Atenas, o si le llevaron primeramente en dirección al mar para despistar cualquier persecución, acompañándole luego por la ruta normal, por tierra, a Atenas. Poco importa, pero es interesante combinar el relato de Lucas con las referencias en las Epístolas a los Tesalonicenses, con el fin de seguir los movimientos de Pablo, Silas y Timoteo en la época que siguió a la salida precipitada de Berea.
a) Pablo dejó a Silas y a Timoteo en Berea al ser llevado él mismo a Atenas por los hermanos de Berea, por quienes, a su regreso, envió un recado urgente rogando a sus colegas que se reuniesen con él cuanto antes (Hch 17:15).
b) Al recibir este mensaje, Silas y Timoteo se dirigieron a Atenas, donde hallaron a Pablo (1 Ts 3:1-2).
c) Pablo envió a Timoteo a Tesalónica para la ayuda de la iglesia allí en su aflicción, quedando él solo en Atenas (1 Ts 3:1-3). Al mismo tiempo envió a Silas a otro punto en Macedonia, probablemente Filipos (Hch 18:5).
d) Después de su estancia en Atenas y el discurso ante el Areópago, Pablo fue solo a Corinto (Hch 18:1).
e) Silas y Timoteo volvieron de Macedonia a Corinto (Hch 18:5) con (1 Ts 3:6).
f) Desde Corinto, Pablo redactó y envió por mano de Timoteo la primera carta a los tesalonicenses y más tarde la segunda. Probablemente estas cartas quedan como las primeras de Pablo que se han conservado, y los primeros escritos del Nuevo Testamento en orden cronológico.

Temas para meditar y recapacitar

1. Hágase un resumen del segundo viaje, describiendo la ruta y notando las ciudades y distritos visitados, desde la salida de Pablo y Silas de Antioquía en Siria hasta la llegada de Pablo a Atenas.
2. Compare los comienzos de la Obra en Filipos con los de Tesalónica, destacando los puntos de semejanza y de contraste.
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