Estudio bíblico: Viaje de Pablo a Roma - Hechos 27:1-28:15

Serie:   Hechos de los Apóstoles (II)   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Viaje de Pablo a Roma (Hechos 27:1-28:15)

Introducción

El apóstol acariciaba el propósito de llegar a Roma desde los días de su gran ministerio en Éfeso (Hch 19:21), dando cumplida expresión a sus deseos e intenciones en la Epístola a los Romanos; escrito que había de preparar el ánimo de los hermanos precisamente para la visita que ahora se realiza. Es interesante comparar (Ro 1:10-15) y (Ro 15:15-29) con el pasaje que hemos de estudiar. Veremos que, en efecto, no se había engañado a sí mismo al pensar que era la voluntad de Dios de que, como apóstol a los gentiles, diera su testimonio en la metrópoli del gran imperio gentil, habiendo de recibir una cordial acogida de parte de la gran iglesia que otros hermanos habían plantado en la capital. Pero, al redactar su carta, rogando a Dios que le diera "próspero viaje" para llegar a los santos en Roma, no podía prever que no llegaría a su destino sino después de estar en peligro de muerte a mano de los judíos; de estar sujeto a largos y molestos procesos legales, emprendiendo el viaje como preso. Y como si todo ello no fuese suficiente, la última etapa del viaje, que debiera haberse consumado por el otoño del año 59, no tocó a su fin hasta la primavera del año 60, después de un viaje marítimo tan accidentado que sólo una intervención divina pudo librar al apóstol de la muerte y hacer posible su llegada a Roma. Una y otra vez Dios confirmó a su siervo que había de testificar en Roma, pero tal designio de parte de Dios no le excusó de pasar por las pruebas y tribulaciones que surgieron de la oposición de sus enemigos, de las vacilaciones de los representantes de Roma, y de los peligros naturales del mar, aunque constituyó la garantía que había de ser librado de toda circunstancia adversa por fin para el cumplimiento del plan divino.
Es natural que nos preguntemos por qué Lucas dedicara tanto espacio a este viaje, y a la descripción del naufragio, después de haber omitido muchos otros incidentes que, a nuestro ver, habrían ilustrado puntos más importantes para nuestra comprensión de la obra misionera de Pablo y del funcionamiento de las iglesias en la era apostólica; pero, como en otros casos, nuestra sabiduría consiste en aceptar y aprovechar lo que Dios, en sus sabias providencias, nos ha hecho transmitir. El relato que hemos de estudiar es de gran interés, y al leerlo, quedamos agradecidos a la bondad de Dios que nos ha dado este cuadro que presenta a un apóstol, no ya predicando ante distintos auditorios, ni redactando sus maravillosas epístolas, sino pasando por una crisis como la que podría experimentar cualquier hijo de Dios. Es muy aleccionador comprobar que la "virtud" del siervo opera por igual en estas circunstancias que en otras que parecen más propias de su apostolado. El siervo de Dios, gracias a su clara visión de su propia vocación, comprendiendo además que las providencias de Dios estaban por encima de la tempestad, e interesándose en la suerte de sus semejantes en todo momento, llega a ser el único que controla la situación, y el único capaz de guiar y orientar a otros, aun tratándose aquí, en primer término, de una crisis material. Él es el consejero, el animador, el que da ejemplo de serenidad y de tranquilo poder, igual en lo peor de la crisis como cuando recoge ramillas para la hoguera en Malta. Se hace fuerte y sabio, porque puede testificar: "Creo en Dios... de quien soy y a quien sirvo". Las lecciones más importantes, pues, son las personales, ya que Pablo se destaca no tanto como el "apóstol a los gentiles", sino como el humilde siervo de Dios, bendecido y hecho bendición en medio de los azares de un peligroso viaje, gracias a su contacto íntimo y sostenido con el Omnipotente.
La parte histórica puede resumirse en la frase de (Hch 28:14): "Y luego fuimos a Roma". La larga odisea toca a su fin, pues Pablo llega a la consumación de su ministerio especial al llegar al corazón del Imperio de Roma: momento que había de ser forzosamente de gran importancia a pesar de la brevedad de la narración de Lucas en esta parte.

De Cesarea a Bellos Puertos (Hch 27:1-8)

1. Pablo y el centurión Julio
Se supone que Julio, centurión de la cohorte de Sebaste, o del Emperador, pudo pertenecer a un "cuerpo de comunicaciones" que mantenían relaciones entre el César y sus ejércitos en distintas partes del Imperio. Al ser así, es muy natural que Festo y sus oficiales le hiciesen entrega oficial del preso Pablo, merecedor de especial consideración en virtud de su ciudadanía romana, y sobre cuyo caso se había redactado un informe detallado y favorable después del interrogatorio delante del gobernador y del rey Agripa. Julio sería responsable por su preso, con otros, hasta entregarle a su vez al prefecto de la guardia pretoriana en Roma.
Todos los centuriones que se mencionan en Nuevo Testamento se presentan bajo una luz favorable, y Julio no es excepción. Mostró su consideración por su preso en Sidón, y bien que rechazó su buen consejo en Bellos Puertos, le salvó la vida en el desembarque de la nave naufragada en Malta. No podemos por menos que preguntarnos sobre el efecto que hiciera el testimonio de Pablo, visto tan cerca y en circunstancias tan dramáticas, sobre este oficial amable y sensato. No podemos ir más allá de la Palabra por suponer una conversión, pero el hecho es que el Evangelio se adentró en los pretorios y en los palacios reales precisamente por tales medios durante el primer siglo.
2. La nave adramitena (Hch 27:2)
Por el curso del viaje podemos suponer que el barco era costero, realizando sus recorridos durante el verano desde Alejandría a los puertos de la costa sur de Asia Menor. Julio tendría la intención de hacer transbordo en Mira, o puerto análogo, a una de las muchas naves dedicadas al transporte de trigo desde Alejandría hasta Roma: un comercio muy desarrollado, bajo el control del mismo gobierno imperial, pero a través de los patronos de las naves.
En el barco costero empieza la primera etapa del viaje, y hemos de notar que Pablo no viajaba solo, ya que se menciona a Aristarco de Tesalónica, que había de ser su compañero en Roma también (Col 4:10) (Flm 1:24), además de Lucas quien vuelve a escribir en "primera persona plural" aquí, lo que indica que él también acompañaba a su amado paciente. Sin duda no había estado muy lejos de Pablo durante el encarcelamiento en Cesarea, pero de aquí en adelante había de compartir sus trabajos y peligros aun más íntimamente.
En Sidón, donde el barco hizo escala, el centurión permitió a Pablo desembarcar para ser atendido por "sus amigos", que seguramente serían los hermanos de la iglesia cristiana en el puerto de Sidón, tan célebre en los días de la grandeza de Fenicia. De nuevo notamos el surgir de iglesias en todas partes como resultado natural, no sólo de los trabajos evangelísticos de los siervos de Dios, sino del testimonio de los miles de cristianos anónimos que viajaban o fueron esparcidos por distintas causas.
Los vientos procedían, sin duda, del noroeste o del oeste, y como eran "contrarios" al propósito de llegar a Mira en Licia, el piloto llevaba el barco "a sotavento de Chipre", que en este caso indica la costa nordeste de la isla, que sería la más protegida (Véase mapa).
Mira era "puerto gemelo" de Pátara, por donde Pablo había pasado a su ida a Jerusalén, famoso por su movimiento marítimo y su participación en el transporte de trigo desde los graneros de Egipto a Roma y las provincias. Allí, efectivamente, Julio halló un barco alejandrino que quería llegar a Roma antes de que las tempestades otoñales hiciesen imposible la navegación. Hemos de recordar que las naves del primer siglo no podían capear los temporales del mar abierto, y aun las grandes se mantenían cerca de las costas a ser posible, cesando de navegar en octubre, no sólo por miedo al mal tiempo, sino también por oscurecerse las costas y los cuerpos celestes. La estación se adelantaba, pero seguramente el maestro de la nave calculaba que "con suerte" podría llegar a Italia antes de cesar la navegación por completo.
3. De Mira a Bellos Puertos (Hch 27:7-8)
De nuevo tuvieron que navegar lenta y penosamente porque no les favorecía el viento. Ni la construcción de los barcos de entonces, ni la ciencia marinera, habían llegado al punto de poder adelantar mucho contra vientos contrarios, como se llegó a hacer en tiempos más modernos en los veleros, valiéndose de los frecuentes cambios de bordada.
Al parecer, los barcos trigueros de Alejandría dependían más de la vela que no de los remos. El capitán buscó el sotavento de la isla de Creta, frente al promontorio de Salmón, y así llegó a la costa sur de la isla, costeándola lentamente y logrando por fin entrar en un pequeño puerto poco digno de su hermoso nombre de "Bellos Puertos". Lo más grave del asunto era la pérdida de tiempo, comprendiendo todos ya que les sería necesario invernar en alguna parte, puesto que no había posibilidad de llegar a Italia antes de cerrarse la época de la navegación. Bellos Puertos se hallaba protegido hasta cierto punto por unas islas, pero, por lo demás, no ofrecía las facilidades para invernar que convenían a un barco grande como este alejandrino. Recordemos que llevaba 276 personas a bordo (Hch 27:37), dato que revela que se trataba de una nave bastante grande, bien que se habla de otras mayores.

Los consejos de Pablo (Hch 27:9-12)

Pablo era muy conocedor de aquellos mares, y tanto por su experiencia como por la lucidez de su espíritu profético, percibía que sería peligroso dejar la protección de Bellos Puertos, a pesar de la falta de comodidad desde el punto de vista del maestro del barco. El "ayuno" que se menciona en el versículo 9 sería el del Día de Expiaciones, fecha variable, pero que coincidía con el 5 de octubre de nuestro calendario en el año 59: fecha más tardía que la normal. De paso notamos que los eruditos ven en estos datos una confirmación indirecta de que, en efecto, el viaje a Roma se efectuara durante los años 59-60, ya que la fecha del ayuno cayó más bien temprano, tanto en el año anterior, como el posterior.
Naturalmente el centurión se aconsejaría con el capitán y el patrón del barco en toda cuestión marítima, pero el prestigio del preso era tal que tomó parte con toda naturalidad en las discusiones habidas en Bellos Puertos. No hemos de entender que no escucharon su aviso, pero que una mayoría de los peritos en la materia pensaban que sería factible llegar hasta el puerto de Fenice, más al oeste, donde había un puerto mejor preparado para invernar; el consejo de esta mayoría, apoyado por las voces autorizadas del capitán y del patrón, persuadió a Julio de la posibilidad de realizar este corto trayecto (Hch 27:11-12).
1. Fenice
El fin del versículo 12, sobre la posición y entrada del puerto de Fenice, ha dado mucho que cavilar a los eruditos, ya que la moderna "Fenika" no parece corresponder bien a la descripción "que mira al nordeste y al sudeste"; pero es posible que el puerto, antes bueno, se haya cegado por la sedimentación de los arroyos, o por el movimiento de los arenales, como en tantos casos. Se ha sugerido también el puerto de Lutro, que se halla en las proximidades, pero como tales cuestiones son problemáticas, no afectando para nada la exposición, no podemos hacer más que notarlas al pasar.

La embestida del huracán (Hch 27:13-20)

1. Falsas esperanzas (Hch 27:13)
Después de desecharse el consejo de Pablo, se levantó un suave viento del Sur, lo que llevó a los "optimistas" a pensar que el buen tiempo les daba razón. La distancia entre Bellos Puertos y Fenice no era más de ciento treinta kilómetros, pero la nave no había de invernar allí, pues pronto después de zarpar, al procurar seguir la costa en dirección al Oeste, el austro dejó su engañoso soplo, sustituyéndole un conocido viento huracanado del Nordeste que tuvo su origen en las tierras del interior de Asia Menor, y, pasando por Creta, dio repentinamente contra la embarcación con tal furia que, desde el primer momento, la tripulación tuvo que dejarse llevar, siendo imposible todo intento de maniobrar.
No quisiéramos convertir esta exposición en "alegoría", pero no es extraño que el incidente haya servido de figura, una y otra vez, de lo engañosas que son las ilusiones de la juventud, cuando el "austro" suave y primaveral parece llevar promesas de tantos bienes, con las cuales desentonan los sabios consejos de prudencia de parte de los siervos de Dios de conocimiento y de experiencia, que a menudo se desprecian como "cosas de viejos amargados". Pero el austro no sopla para siempre y los huracanes saltan sobre la embarcación de la vida en el momento menos esperado. ¡Y bienaventurado el joven que tenga otra vez a su lado a un consejero en contacto con Dios que le ayude a sacar algún bien de las ruinas de las primeras esperanzas!
2. El rigor de la tormenta (Hch 27:16-20)
La última tierra que avistaron era la pequeña isla de Clauda, al sudeste de Fenice. Desde entonces no habían de ver nada sino el caos de las aguas, locamente azotado por el huracán, hasta penetrar, como náufragos, en una ensenada de la isla de Melita. Pocas veces se ha descrito tan vívidamente los apuros y angustias de la tripulación y pasajeros de un barco que peligra por la furia de una tempestad como Lucas lo hace en estos versículos. Todos participaron en la lucha titánica por salvar la nave, y con ella sus vidas. Lucas, al escribir el relato más tarde, renueva los recuerdos hasta el punto de pasar otra vez en su imaginación por todas las etapas angustiosas del terrible trance. Hemos de entender que mantendrían los marineros una vela pequeña de trinquete (hacia la proa) para que el barco siguiese el curso del viento, evitando que se presentase su costado a los furiosos golpes de las olas. Todo lo demás estorbaba, de modo que recogieron a bordo el esquife, que normalmente se remolcaba detrás del barco (Hch 27:16). Después "usaron de refuerzos (ayudas) para ceñir la nave", o sea, pasaron sogas por debajo de la quilla, procurando dar mayor cohesión a las tablas de los costados para que no se soltasen. Todos los aparejos (fuera de la vela necesaria) tenían que arriarse y colocarse lo mejor que se podía sobre la cubierta, reduciendo así la marcha del barco por miedo de ser echados sobre los temidos escollos de la Sirte, que flanqueaban la costa del Norte de África. Pero el día siguiente parecía necesario alijar el barco, o sea, echar al mar todo lo que se pudo para reducir el peso (quizá ya entraba el agua). Se guardaba por lo menos una parte de la carga de trigo como lastre, pues algo quedaba por echar al mar antes del naufragio. Al tercer día hasta los aparejos del barco fueron lanzados al mar, lo que indicaba que los marineros habían perdido la esperanza de poder volver a utilizarlos a los efectos de terminar normalmente el viaje. Se trataba de mantener el casco a flote, fuese como fuese, hasta ver lo que pasaría (Hch 27:18-19). Los negros nubarrones que se cernían sobre el barco no permitían que nadie vislumbrara ni sol ni estrellas, lo que impedía toda orientación y aumentaba la impresión de estar perdidos en el caos de las aguas. Los oficiales, tripulación y viajeros, zarandeados por la tempestad, mareados muchos de ellos sin duda, debilitados, además, por la falta de comida, iban perdiendo toda esperanza, creyendo que el ciego "destino" del paganismo había decretado su destrucción. En tal momento asume el liderato el siervo de Dios, el único capaz de recibir la Palabra de Dios para la orientación de una compañía de 276 personas sumidas en el desaliento y la desesperación.

La segunda intervención de Pablo (Hch 27:21-26)

1. El siervo de Dios en la tempestad
Reiteramos que el valor moral y espiritual de esta dramática escena consiste en la revelación de la nobleza, valor y eficacia del apóstol en medio de una crisis producida por fuerzas naturales. El gran predicador no es un teórico o un dogmático que "predica sin dar trigo", sino el único hombre útil cuando todos los demás habían agotado los míseros recursos de su habilidad y de sus fuerzas. El testimonio del cristiano no ha de limitarse a cultos, reuniones y conferencias, sino que es algo que debe revelarse como oro puro en el crisol de los accidentes normales de la vida, ya que, si ha echado la mano de fe sobre las verdades que profesa, no será la víctima de las circunstancias sino que vivirá por encima de ellas, en la presencia de Dios.
La trágica experiencia del peligro había dado la razón a Pablo, lo que le prestaba mayor autoridad para intervenir de nuevo en este momento de máxima angustia, y sin duda nadie, desde el capitán al grumete, dejaba de escucharle. El "embajador en cadenas" habla por su Dios en la bodega de una nave triguera alejandrina, pronto a ir a pique, notándose en él, si cabe, un aumento de dignidad y de poder en tan extrañas circunstancias.
2. El mensaje del siervo
a) Una predicción (Hch 27:22). "No habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave". En Bellos Puertos Pablo había visto el peligro general del naufragio, con el riesgo de daños y perjuicios, no sólo para el cargamento y la nave, sino además para la vida de las personas. A la luz de una nueva comunicación divina puede rectificarse el presagio anterior en sentido optimista, ya que había recibido "seguridad" en cuanto a las vidas, bien que la nave se había de perder. Sobre el heterogéneo y atemorizado auditorio esta predicción debió de caer como nuevo rayo de esperanza.
b) El Dios de Pablo (Hch 27:23). Fue un "ángel de Dios" quien trajo a Pablo el mensaje consolador, pero más importante que el ángel fue el Dios quien le envió: "el Dios de quien soy y a quien sirvo" según la declaración del apóstol. La predicción de Pablo habría carecido de toda importancia si no la hubiese apoyado en la gran verdad que recalcó por medio de un testimonio claro, sencillo y conmovedor. "Soy del Dios quien me hizo y quien me redimió", y nos parece percibir un eco de (Is 43:1): "Así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú". Siendo de Dios por los derechos de la redención, Pablo se puso sin condiciones a su servicio, entregándose a Jesucristo como esclavo por amor. Aquí no caería bien la mención de su vocación especial como apóstol, pues nada de eso podría comprender la mayoría de sus oyentes, pero el recuerdo del hecho del Dios omnipotente se revistió de gran importancia en medio del desencadenamiento en toda su furia de las inconmensurables fuerzas de la naturaleza. Luego Pablo se presentó como la "posesión" y el "siervo" de este Dios único. Vemos una vez más cuán delicadamente se ajustan los términos de los mensajes de Pablo a la capacidad de los oyentes y a la necesidad del momento.
c) El propósito del Dios de Pablo (Hch 27:24). "Pablo, no temas, es necesario que comparezcas ante César". Tenemos aquí una hermosa ilustración del conocido dicho: "Es inmortal el siervo de Dios hasta que termine su obra". Ni el furioso euraquilo, ni la torpeza de los hombres, podían conseguir nada en contra de la vida de Pablo sobre la tierra mientras que seguía en el camino de la voluntad de Dios. Ya en Jerusalén su Señor le había afirmado: "Como has testificado por mí en Jerusalén, así es necesario que lo hagas también en Roma", y ahora, a bordo de una nave a punto de deshacerse, juguete, al parecer, del imponente temporal, se repite tranquilamente la declaración de la voluntad de Dios: "Has de comparecer ante César". Recordamos cómo, en medio de otros vientos tempestuosos, el mismo Señor consoló a otros discípulos con las palabras: "Yo soy; no temáis" (Jn 6:20). De tales declaraciones nace "la paz en las alturas" en el corazón del siervo de Dios, ya que su camino está delante de su Dios, y ordenado por él.
d) El "don de gracia" del Dios de Pablo (Hch 27:24). "Dios te ha concedido (como don de gracia) todos los que navegan contigo". La expresión es especial ("kecharistai soi"), ya que el verbo tiene por raíz la palabra "charis" ("gracia"), y se traduce variadamente por "dar", "perdonar", "hacer una donación", "conceder". Sin duda hemos de entender que Pablo se preocupaba por sus compañeros de viaje, e intercedía por ellos. Dios habría podido librarle a él solo, o a él y sus compañeros de milicia cristiana, pero Pablo suplicaba por las vidas de todos que le fueran concedidas como "gracia" de parte de su Señor. Algunos de sus compañeros de viaje le serían simpáticos en sentido natural, pero otros se habrían portado groseramente con el "preso". Pablo, sin embargo, no pensaba en términos de personas más o menos simpáticas según la naturaleza, sino en almas por las cuales murió Cristo, abrazando a todos en su intercesión de amor. ¡Cuán maravillosamente reflejaba el espíritu de su Maestro! ¡Que escudriñemos nuestra actitud frente a quienes nos acompañan por el camino de la vida a la luz de tan excelso ejemplo!
e) La fe de Pablo en su Dios (Hch 27:25). "Yo confío en Dios que será así como se me ha dicho". El hecho de Dios, sus divinas consolaciones, el plan eternamente decretado para el ministerio del siervo, los dones de gracia que Dios concede a los intercesores: todo está firme en Dios mismo, pero todo ha de asirse por la mano de la fe del siervo. Dios es, Dios obra, Dios promete, pero le toca al siervo responder a todo ello por su parte con la sencilla y sentida declaración: "Confío en Dios que será así". He aquí la fe que saca bálsamo de los venenos, palacios de ruinas, salvación de las pérdidas humanas y victoria de la derrota.
f) Una nueva predicción (Hch 27:26). Ya se había revelado que la nave había de perderse, salvándose sólo las vidas de las personas. Ahora se añade la predicción final, que tan literalmente había de cumplirse: habían de ser echados en una isla. Dios no les libró de la crisis, pero podían "confiar" ya que habían de ser salvados del peligro que aún les amenazaba.

Acercándose a Malta (Hch 27:27-37)

1. Señales de tierra (Hch 27:27-29)
Llegó la decimocuarta noche de su odisea cuando los marineros percibieron señales de la proximidad de tierra. Muy probablemente oían el estruendo lejano del rompimiento de las olas en el promontorio de Koura, cerca del escenario del naufragio, que ahora se llama "la Bahía de San Pablo". Al echar la sonda, comprobaron que, en efecto, se acercaban a tierra y echaron anclas por la popa. Normalmente las anclas se echaban (y se echan) por la proa, pero era necesario mantener el barco en línea con el viento y el empuje de las aguas, con la proa hacia la tierra, en espera de la posibilidad de encallarlo a la luz del día. En tan precaria situación las personas a bordo "ansiaban que se hiciese de día", que es otra de las gráficas pinceladas de Lucas, participante en las ansias de todos.
2. Otra intervención de Pablo (Hch 27:30-32)
Los marineros vieron la posibilidad de adelantar su salvación por huir en el esquife, que estaban echando al agua so pretexto de echar anclas también de la proa. Podemos suponer que estaban algo resguardados de la furia del temporal en la bahía. Pablo percibió la malvada intención, que habría dejado a los pasajeros sin la ayuda de la gente de mar en el momento de procurar encallar la nave: operación delicada y peligrosa hasta el punto de que Pablo no veía la posibilidad de realizarla sin la ayuda de los marineros. Avisó a los soldados, y éstos, con la prontitud típica de los militares romanos, cortaron las sogas, motivando la pérdida del esquife. Probablemente Pablo quería que la maniobra de los marineros fuese impedida sin tal pérdida, ya que el esquife habría podido ser útil en el desembarque.
3. Otra exhortación de Pablo (Hch 27:33-36)
De nuevo el liderato recae sobre Pablo, cuyo sentido práctico percibía la importancia de que comiera la compañía antes de arrostrar los peligros del desembarco. Recalcando la duración del ayuno —hecho inevitable, quizá, por las condiciones de a bordo, por el mareo y por el desánimo—, hizo ver a la compañía que les convenía tomar fuerzas antes del esfuerzo de llegar a tierra. Tranquilizó sus temores por repetir su predicción de que no había de sufrir daño físico ninguno de ellos; luego les animó por su ejemplo, tomando él mismo pan y comiéndolo delante de todos. Pero la preocupación por el bien físico de sus compañeros, con la tensión nerviosa tan propia de los momentos críticos por los cuales pasaban, no impidieron que diera su testimonio personal, ya que "dio gracias a Dios en presencia de todos". Otros invocaban a sus dioses, pero Pablo daba pruebas de su fidelidad al Dios que verdaderamente escucha la oración.
Es interesante comparar a Pablo y a Jonás, dos siervos de Dios que pasaron por los peligros de una formidable tempestad en las aguas orientales del Mediterráneo. Jonás, por huir de "la presencia de Dios", por desobedecer un claro mandato de su Dueño, no pudo testificar a sus compañeros de viaje sino por confesar su delito, declarando que, por tal causa, la salvación del barco dependía de que le echasen a él al mar. En cambio, Pablo sigue la senda de la voluntad conocida de Dios, y, lejos de ser un peligro para otros, es él quien repetidamente llega a ser medio de salvación, de bendición y de testimonio.

El naufragio controlado (Hch 27:38-44)

La nave llegó a naufragar, es cierto, pero gracias a las indicaciones de Pablo y la presencia a bordo de los marineros, fue posible controlar los acontecimientos de tal forma que se salvaron las vidas de todos. Aún quedaba trigo en la bodega, pero importaba para la maniobra del embarrancamiento que la nave se aligerara lo más completamente posible, así que la compañía, ya satisfechos y animados, arrojaron lo que quedaba al mar. Llegó la tenue luz de la madrugada, filtrándose aún por las nubes que traían abundante lluvia, revelando una ribera desconocida por los marineros. Seguramente algunos, si no todos, habrían conocido la puerta de Valetta, famosa aun en la antigüedad, pero la "Bahía de San Pablo" distaba bastantes kilómetros de Valetta, y no sería conocida sino por marineros indígenas del lugar. El "lugar de dos aguas" se identifica por corrientes marítimas que rodean una isla, y bien que ahora no hay arena en el lugar que mejor corresponde a la descripción de Lucas, es probable que ha sido removido por las corrientes a través de los siglos.
La vela de trinquete se izó, siendo impulsado el barco hacia la playa, en la que se hincó de proa. Las olas daban furiosamente contra la popa, ya fija y sin defensa, pero hubo lugar para que quienes supiesen nadar se echasen a las aguas hacia la playa, y para que los demás se procurasen tablas u otros objetos ligeros que les sostuviesen en el corto trayecto a la tierra firme. La dificultad consistiría más en la violencia de los rompientes que no en la distancia o en la profundidad del agua. Según la profecía de Pablo, todos llegaron salvos a la playa.
1. La vida de Pablo protegida (Hch 27:42-43)
Parece inverosímil que la vida del héroe de la odisea peligrase al último momento, a causa de la férrea disciplina de Roma, tan dura e implacable. Según las leyes de los países más civilizados de hoy, el acusado ha de tenerse por inocente hasta que sea sentenciado, pero en el sistema de Roma (que no se desconoce en el día de hoy) lo importante era que ningún reo escapase, y, ante la posibilidad de librarse un criminal, se creía que era necesario matar a todos, aun cuando fuesen inocentes. El caso del carcelero de Filipo nos ha enseñado algo sobre la tremenda responsabilidad de los guardianes de los presos, para quienes era punto de honor perder la vida antes de dejar escapar a un detenido. Pero Julio, amable desde el principio, había quedado hondamente impresionado por el carácter y el testimonio de Pablo, y, antes de permitir que los soldados le sacrificasen, corrió el riesgo de que algún criminal se escapara, contrariamente a las normas del ejército. Dios guardó a su siervo por la solicitud del centurión, pero podemos estar seguros de que su mano protectora le habría salvado por otros medios si éste no hubiese estado a mano.

Tres meses en Malta (Hch 28:1-10)

1. La isla de Malta (Hch 28:1)
No sabemos nada de sus habitantes antes de la era de los viajes marítimos de los fenicios (siglos IX a VI a.C.), pero los hábiles marineros de Tiro y Sidón ocuparon la isla hallándola muy útil como base para sus correrías mercantiles, hasta el punto de que los habitantes en los tiempos de Pablo eran descendientes en su mayor parte de los fenicios de hacía siglos, hablando un dialecto del fenicio. No tenemos que pensar que los "bárbaros" que habitaban la isla eran gente sin civilizar, pues habían tenido abundantes contactos con fenicios, romanos y cartagineses. El término en el griego helenístico solamente significaba que no hablaban griego, y que por eso estaban al margen de la civilización grecorromana. En muchas regiones más civilizadas, y eso en siglos más o menos recientes, los náufragos han sido mal recibidos por los naturales de tierras a donde los mares los han arrojado, considerando éstos que todo cuanto llegaba a sus costas les pertenecía, apropiándolo por la violencia y hasta con desprecio de la vida de las víctimas de la desgracia. En cambio los malteses de entonces se portaron de forma ejemplar con los náufragos de la nave alejandrina, preparando para ellos una gran hoguera que les secara y protegiera en lo posible contra el frío y las lluvias.
2. ¿Criminal o dios? (Hch 28:2-6)
De nuevo se destaca la humildad y el gran sentido práctico de Pablo, quien no podía permanecer ocioso cuando había algo que hacer, de modo que él también colaboraba en la tarea de recoger broza para la hoguera. De este servicio humilde surgió otro incidente que puso de relieve no sólo la mano protectora de Dios sobre su siervo, sino también su categoría como "embajador en cadenas", abriéndole así su Maestro otra puerta de servicio y de testimonio. Pablo no había planeado obra en la isla de Melita, pero el siervo de Dios está siempre "en funciones" dondequiera que se halle, siendo natural que el apóstol dejara su huella de bendición en este rincón del Mediterráneo.
Hoy en día se dice que no hay serpientes dañinas en la isla de Malta, pero eso no obsta para que las hubiera en el primer siglo. Una víbora, torpe a causa de los fríos del otoño, se hallaba dentro del manojo de broza que Pablo había recogido, y, al echarlo en la lumbre, el reptil se prendió de su mano. En éste se cumplió la profecía sobre la protección de los siervos del Señor (Mr 16:18), pues pudo sacudir la víbora a la lumbre y seguir trabajando. Los naturales de la isla quedaron muy impresionados ante el incidente, creyendo que Pablo había de ser algún gran criminal que, habiendo escapado del peligro del mar, tuvo que ser perseguido por la "justicia", que seguramente significaba alguna divinidad de su creencia que ejecutaba los decretos del "Destino". Pero no vieron en Pablo ninguna de las señales de un envenenamiento, teniendo por fin que rechazar su hipótesis para pasar en seguida a la opuesta: un ser que sufre la mordedura de una víbora, sin que le pase nada, pudiendo arrojar al reptil venenoso al fuego, ha de ser un dios que visita a los mortales. Ya sabemos por el relato de (Hch 14:8-18) que circulaban leyendas sobre tales visitas de dioses a los hombres; en Listra los naturales empezaron por aclamar a Pablo como un dios y terminaron por apedrearle como si fuera un criminal; en Malta empezaron con la idea de un criminal sentenciado a la muerte por los dioses para terminar creyendo que él era el "dios". ¡De cuántas fluctuaciones de mera opinión humana nos salva la revelación divina que hemos recibido!

Milagros en Malta (Hch 28:7-10)

1. La recompensa de Publio (Hch 28:7-9)
El principal de la isla, llamado brevemente "Publio", tenía fincas cerca del escenario del naufragio, y, hallándose allí después de la desgracia, recibió a los náufragos durante tres días. Podemos imaginar que, según pasaban los días, se hacía más fácil acomodar a la gente que había llegado a las costas de Malta por medios tan extraños. La hospitalidad de Publio dio por resultado que Pablo se enterase de la enfermedad de su padre —se trataba de una enteritis aguda seguramente— y, de la forma natural en que siempre se producían los milagros por las manos de los apóstoles, fue a ver al padre de su anfitrión, siendo movido a orar por él, con imposición de manos. Dios le escuchó y el anciano fue sanado. No se asocia muchas veces la imposición de manos con las curaciones milagrosas en el Nuevo Testamento, pero vemos casos análogos en (Hch 9:17) (Lc 4:40) y hemos notado la declaración general de (Mr 16:18).
La obra de curación se generalizó (Hch 28:10), creyendo algunos eruditos que en parte podía hacer referencia a la labor médica de Lucas y no sólo a los milagros que el Señor concediera. Se incluye con el apóstol al declarar: "los cuales (los sanados) también nos honraron con muchas atenciones, y cuando zarpamos, nos cargaron de las cosas necesarias" (Hch 28:10). La frase "hoi kai pollais timais etimesan humas" podría indicar los honorarios del tratamiento.
Mucho quisiéramos tener noticias sobre las bendiciones espirituales que los "bárbaros" hubiesen recibido, pero hemos de sobrentender la parte que no podía faltar, ya que es seguro que Pablo y sus colegas anunciasen el Evangelio de la gracia de Dios, y que, en terreno tan abonado, hubiese fruto en la salvación de las almas.

La última etapa (Hch 28:11-15)

1. La nave (Hch 28:11)
Por medio de Publio y otros el centurión tendría noticias de los barcos que estaban invernando en Valetta. De acuerdo con ellas habría hecho los arreglos necesarios con el capitán de otro barco alejandrino —quizá perteneciente a la misma flota triguera que el naufragado— cuyo nombre, o figurón de proa, era "Dioscuroi". Nos parecería indiferente que el barco fuese llamado "Dioscuroi" u otra cosa, pero tales detalles delatan el testigo ocular, que había estado presente cuando los oficiales hablaban de los barcos disponibles, escogiendo éste y no otro. "Castor y Pólux" es la forma latina de "Dioscuroi", los "Gemelos celestiales", hijos de Zeus, divinidades paganas tutelares de los marineros. Después de tres meses en la isla, habrían llegado a la fecha de febrero del año 60, cuando, aparentemente, las condiciones del tiempo permitieron al capitán del "Dioscuroi" emprender el viaje a Roma antes del período normal de la navegación.
2. Siracusa, Regio y Puteoli (Hch 28:12-14)
Se hizo escala en Siracusa, el famoso puerto al sudeste de Sicilia, antiguamente colonia griega y colonia romana a la sazón. Regio se halla en los estrechos de Messina, en la costa de la "punta del pie" de Italia. Allí Pablo pisó suelo italiano por primera vez. Con sólo un día de espera, pudieron aprovechar un viento sur para llegar a Puteoli, importante puerto entonces al norte de la Bahía de Nápoles. Allí empezó el ministerio del apóstol en Italia, ya que los hermanos de la iglesia local le invitaron a quedar con ellos siete días. Aparentemente Julio, el centurión, decidió terminar el viaje por tierra, y le vendría bien quedar en Puteoli algunos días con el fin de prepararse para su entrada en Roma, después de las pérdidas sufridas a causa del naufragio. La mención de una iglesia en Puteoli es evidencia de la extensión del cristianismo en el año 60, no sólo por las tierras del Medio Oriente, sino también en la Península itálica.
3. La embajada oficial de la iglesia en Roma (Hch 28:15)
El tiempo pasado en Malta, con la semana en Puteoli, darían lugar para que las noticias de Pablo y su compañía llegasen a la Iglesia de Roma. Ésta decidió enviar a una representación oficial para buscar al apóstol y acompañarle durante la última etapa de su viaje, llegando una parte de la embajada hasta el Foro (mercado) de Apio, un pueblo a 70 kilómetros de Roma, mientras que otros no llegaron más que a las Tres Tabernas (tiendas), a 55 kilómetros. La frase "salieron a recibirnos" ("eithon eis apantesin") es la que corrientemente se usaba para describir tales representaciones oficiales que salían al encuentro de alguna visita distinguida, y por eso la hemos llamado una "embajada oficial" de parte de la Iglesia en Roma. La cuestión se revestía de mucha importancia, ya que el apóstol se acercaba por fin a la gran iglesia en la metrópoli del Imperio que él no había fundado. Su Epístola a los Romanos fue redactada con el fin de preparar el terreno en vista de tal encuentro, pero Pablo no pudo saber el efecto que había causado, a pesar de haber sido redactada en términos tan sabios y afectuosos. La embajada que salió para recibirle era como el primer párrafo de una contestación a la Epístola, respetuosa evidentemente, y podemos suponer que fuese afectuosa también. Por eso, "al verlos, Pablo dio gracias a Dios, y cobró aliento". La primera condición para un ministerio eficaz en Roma se había cumplido.
La frase al final del versículo 14, "y luego fuimos a Roma" anticipa la entrada, después de los felices encuentros y la buena comunión de la Vía Apia, cuando la compañía, ya numerosa, hizo su entrada por la Porta Capena de la llamada "ciudad eterna".

Temas para meditar y recapacitar

1. ¿Cuál es la importancia de la detallada descripción del viaje de Pablo a Roma?
2. Detállense las intervenciones de Pablo en los aciagos incidentes del viaje, notando sus efectos en cada caso.
3. Analice (Hch 28:15), aclarando las causas que motivaron la profunda satisfacción de Pablo al ver la embajada que vino de la Iglesia de Roma para encontrarle.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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