Estudio bíblico: Jesús enseña sobre la humildad y el servicio - Juan 13:12-17

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
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España
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Jesús enseña sobre la humildad y el servicio (Juan 13:12-17)

(Jn 13:12-17) "Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis."
Cuando en el estudio anterior vimos al Señor lavando los pies de los discípulos, la primera lección que les enseñó tuvo que ver con la limpieza espiritual que ellos necesitaban para llegar a tener "parte con él". Ahora, en estos versículos, su enseñanza apunta hacia el servicio y la humildad que deberían caracterizar a sus discípulos.

"¿Sabéis lo que os he hecho?"

(Jn 13:12) "Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?"
Una vez que Jesús hubo terminado de lavarles los pies a los discípulos, volvió a ocupar su lugar en la mesa. Es probable que en ese momento se produjera un incómodo silencio que el Señor rompió para hacerles una pregunta: "¿Sabéis lo que os he hecho?".
Esta costumbre del Señor de hacer preguntas constituye un eficaz método de enseñanza. Nos obliga a todos a preguntarnos acerca de las cosas que creemos y practicamos. Esta es una cuestión muy importante, porque fácilmente llegamos a hacer las cosas porque siempre las hemos visto hacer así, pero sin entender cuál es la verdadera razón por la que las hacemos. Incluso podría ser que hiciéramos cosas que ni siquiera agradan a Dios. Una fe fe ciega e ignorante nunca ha sido el propósito de Dios, por eso siempre es saludable hacernos preguntas acerca de lo que vemos y escuchamos.
En esta ocasión la pregunta del Señor dio lugar a algo que ya hemos visto con frecuencia en el evangelio de Juan, y es que una de sus obras va seguida por una enseñanza espiritual. Y no hay duda de que con esto tenía el propósito de que el significado de lo que acababa de hacer fuera entendido y se perpetuara en el tiempo.

El mandamiento del Señor: "lavaros los pies los unos a los otros"

(Jn 13:13-14) "Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy, pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros."
1. ¿Quién establece este mandamiento?
Los apóstoles le llamaban "Maestro y Señor", pero él cambia el orden de los títulos, colocando en primer lugar el hecho de que él es "Señor". Es decir, primero estaba su derecho a darles órdenes, y sólo después podría ser considerado como "Maestro". Esto es lógico, puesto que si no aceptamos su autoridad en nuestras vidas, de nada servirá que nos enseñe. Esa fue la razón por la que el Señor se quejó en una ocasión: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lc 6:46).
Una vez que tenemos la actitud correcta hacia Cristo y sus mandamientos, entonces él puede comenzar a enseñarnos. Y aquí encontramos una lección realmente importante: "Si yo he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros".
¿Cuál debería ser la razón por la que debemos hacer esto por nuestros hermanos? Pues en primer lugar porque Cristo es el Señor y nos lo manda. Luego, más tarde en esa misma noche, les explicará también que debe ser el amor los unos a los otros lo que les debe mover a hacerlo (Jn 13:34-35).
2. ¿En qué consiste este mandamiento?
Ahora bien, ¿qué quería decir el Señor cuando mandó a sus discípulos que se lavasen los pies los unos a los otros?
En primer lugar hemos de señalar que lo que el Señor estableció aquí es un mandamiento para toda la Iglesia, no exclusivamente para aquellos discípulos reunidos aquella noche allí con el Señor.
Y en cuanto a cómo debemos entenderlo, caben dos posibles interpretaciones.
En el párrafo anterior el Señor había usado el lavamiento de los pies como un símbolo de la limpieza espiritual que él quiere llevar a cabo en cada creyente. Por lo tanto, cuando ahora nos manda que nos lavemos los unos a los otros, claramente está implícito el hecho de que debemos ayudar a cualquier persona que se ha ensuciado con el pecado para que sea limpio de él. Eso implica que debemos predicar el evangelio a las personas que todavía no le conocen, y también que debemos traer nuevamente a la comunión con Cristo al hermano que por causa de cualquier pecado ha perdido la comunión con él.
Esto último incluiría también la ayuda que debemos prestar a los hermanos para que se purifiquen de aquellos defectos y pecados que quizá ellos mismos no ven, pero que ensucian su carácter y conducta. Si vemos que un hermano se está enfriando en su vida espiritual y se está yendo al mundo, debemos ayudarle a regresar a los caminos del Señor. Si dos hermanos están enemistados, debemos buscar la forma de limpiarles de cualquier actitud carnal a fin de que se lleguen a reconciliar. Si un hermano tiene problemas con la pornografía, tendremos que exhortarle a poner orden en su vida. Y por supuesto, también estará incluida la disciplina de la iglesia cuando ésta sea necesaria; no con el propósito de castigar al hermano, sino con el fin de restaurarle a la comunión con el Señor (Ga 6:1).
No hay duda de que ésta sigue siendo una necesidad urgente en la iglesia de hoy. Con frecuencia encontramos amargura, murmuraciones, falta de perdón, divisiones, orgullo, resentimiento, enemistades, discusiones, pleitos... Todo esto rompe la comunión con el Señor y también entre los hermanos. Será pues necesario que aprendamos a lavarnos los unos a los otros. Aunque, por supuesto, debemos comenzar por nosotros mismos (Mt 7:3-5).
La segunda posible interpretación de las palabras del Señor nos llevaría a entender este mandamiento del Señor como una exhortación a las humildad y servicio que todos debemos de practicar en nuestra relación con los demás. En aquellos días y en aquella parte del mundo, lavar los pies de una persona al llegar a la casa era una práctica muy necesaria, y expresaba el tipo de servicio humilde que el Señor quiere que llevemos a cabo los unos con los otros, pero puesto que en nuestro tiempo esta práctica ha perdido el sentido para la mayoría de nosotros, será necesario que busquemos otras formas en las que podamos cumplir con este mandamiento. En este sentido debemos notar que a continuación el Señor especifica: "como yo os he hecho", lo que parece llamar la atención no tanto al hecho de lavar los pies, sino a la actitud de servicio y de humildad con la que él lo hizo. Sin lugar a dudas, no nos faltarán oportunidades de servicio si tenemos el deseo de obedecerle.
Habiendo dicho esto, todavía tenemos que enfrentarnos con una pregunta que muchos se han hecho: ¿Estaba el Señor estableciendo una ordenanza que la iglesia debe practicar como el bautismo o la Santa Cena? Por ejemplo, la Iglesia Católica parece haberlo interpretado así, y una vez al año, el papa, como cabeza de esa Iglesia, lava los pies de algunos pobres dispuestos para la ocasión.
En cuanto a esto, lo primero que debemos decir es que no parece lógico pensar que el lavamiento de los pies que el papa hace de algunas personas en un día concreto sirva para cumplir con el deber que todos los cristianos tenemos. Notemos que el mandamiento del Señor es a cada uno de sus discípulos, no a uno que representa al resto. Esto le resta todo el valor a lo que el Señor estaba enseñando, y debemos tener cuidado con ello, porque con facilidad podemos reducir los mandamientos del Señor al cumplimiento de ciertos ritos religiosos y liturgias en un vano intento de eludir o minimizar el verdadero mandamiento del Señor. Por otro lado, no encontramos en todas las Escrituras ninguna referencia a una práctica eclesial de este tipo. Sólo en (1 Ti 5:10) se menciona el lavamiento de pies y tiene que ver con un servicio de amor prestado como parte de la hospitalidad cristiana, pero no como un rito llevado a cabo en la iglesia reunida.
3. ¿Cómo llevar a cabo este mandamiento?
Servir con humildad a nuestro prójimo nunca resulta una tarea fácil, por eso, para estar capacitados para poderla llevar a cabo será imprescindible que previamente hayamos experimentado en nosotros cómo el Señor ha lavado nuestros propios pies y nos ha servido. Sólo cuando somos conscientes de que hemos sido hechos objetos de la gracia y misericordia de Dios, estaremos capacitados para acercarnos a nuestro prójimo con una actitud humilde y podremos servirle adecuadamente.
Pensando en cómo debemos lavarnos los pies los unos a los otros, debemos notar también que cuando el Señor lavó los pies de los discípulos lo hizo estando arrodillado. Realmente es imposible hacerlo de otra manera. Esto nos recuerda que lavar los pies era un servicio humilde propio de un criado o un esclavo, por eso, cuando Juan el Bautista quiso resaltar la superioridad de Cristo sobre él, dijo: "Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado" (Mr 1:7). Juan no se sentía digno ni de desatar encorvado las sandalias de Cristo para lavarle los pies. Y una actitud similar de humildad y servicio la encontramos en Abigail: "Ella se levantó e inclinó su rostro a tierra, diciendo: He aquí tu sierva, que será una sierva para lavar los pies de los siervos de mi señor" (1 S 25:41). Todo esto nos recuerda que al servir a nuestros hermanos debemos estimarlos como superiores a nosotros mismos y actuar con humildad frente a ellos (Fil 2:3).
Alguien ha dicho también que para lavar los pies de nuestro prójimo debemos usar agua y cuidar que se encuentre en una temperatura adecuada. Si el agua está hirviendo quemaremos los pies de nuestro hermano, pero si está helada será igualmente inadecuada. Todos hemos conocido a hermanos que para corregir usan un lenguaje "incendiario", mientras que otros son fríos y carentes de amor. Por último están también los que quieren lavar los pies del hermano sin usar agua, así que raspan la impureza en seco sin usar ningún tipo de gracia, de tal manera que acaban produciendo heridas al hermano.
En cuanto a los medios a emplear para "lavar" a nuestros hermanos de sus faltas y pecados deberán ser la Palabra y la oración. No hay ninguna duda de que la Palabra tiene el poder para producir la convicción de pecado y conducir a la persona sensible a confesarlo ante Dios. Así pues, la exhortación con amor mediante la Biblia debe ser el principal media a usar, pero eso no tendrá el efecto esperado si no va acompañado de nuestras oraciones ante el Trono de la Gracia.
4. ¿Por qué no nos lavamos los pies los unos a los otros con más frecuencia?
Es triste tener que reconocer que no cumplimos este mandamiento del Señor con la frecuencia que deberíamos. Esto no se debe a que ignoremos las imperfecciones o pecados que afean el carácter de nuestros hermanos, sino que es porque en muchas ocasiones preferimos criticarlos y divulgar sus faltas antes que ayudarles a corregirlas. Por supuesto, detrás de esa actitud hay una evidente falta de amor por el hermano. Como dice el proverbio: "El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas" (Pr 10:12) (1 P 4:8).
Pero puede haber otros factores que nos retraigan del cumplimiento de este deber cristiano.
En un mundo tan individualista como el nuestro, podemos tener cierto temor de que nuestra preocupación por otros pueda ser interpretada como que somos unos "entrometidos", aunque en realidad, si un hermano se nos acercara con esta sana intención, nosotros deberíamos recibirlo como un enviado del Señor que viene a cumplir este mandamiento.
En otras ocasiones el hermano no nos permite ayudarle. Quizá estamos viendo que tiene problemas espirituales, pero al acercarnos y preguntarle cómo está, nos responde diciendo que le va todo bien, lo que impide que podamos ayudarle.
Si pensamos en el lavamiento de los pies como un acto de servicio humilde a nuestros hermanos, también encontraremos grandes dificultades.
Conceptos como "siervo" o "servir" suenan en nuestro mundo moderno a debilidad y fracaso. Rápidamente nos vienen a la mente personas pobres o sin recursos que no tienen otra posibilidad en la vida, y no queremos nada que nos haga relacionarnos con los que consideramos inferiores a nosotros. Y junto a lo impopular que resulta en nuestra sociedad la idea del servicio al prójimo, surge inmediatamente nuestro propio orgullo, que se alza reclamando reconocimiento y posición. ¡De ninguna manera vamos a realizar tareas que estén por debajo de nuestra dignidad!, piensan muchos. En todas las esferas de la vida las personas desean puestos de eminencia, y harán lo imposible para evitar tareas propias de subordinados, y cuando los demás no reconozcan su valía, se irritarán y buscarán la forma de que se les restablezca lo que creen que es su dignidad, derechos o prestigio. Y desgraciadamente, esto mismo ocurre muchas veces en la iglesia, donde los hermanos buscan los cargos de cierto prestigio mientras dejan a otros aquellas tareas más humildes.
Por otra parte, en una sociedad como la nuestra en que se persigue la comodidad, el placer y el bienestar, automáticamente queda descartado cualquier cosa que nos produzca molestia o sacrificio, y el servicio implica ambas cosas.
5. La santidad implica servicio
Al comenzar a estudiar esta sección dijimos que uno de los temas más importantes que el Señor iba a tratar en ella tenía que ver con la santidad. Y aquí encontramos un aspecto fundamental: la santidad implica servicio. No se trata simplemente de una doctrina teológica para ser estudiada intelectualmente, tiene que implicar también una actitud de la voluntad y del corazón hacia las otras personas, buscando oportunidades para servirles. No es posible la santidad en solitario.
Por lo tanto, si queremos progresar en la santidad tendremos que dejar que el Señor limpie nuestras vidas constantemente, y también buscaremos oportunidades para servir a los demás de acuerdo a los dones y posibilidades que el Señor nos ha dado.
En este punto es importante subrayar que este servicio no es exclusivo para algunos creyentes que desean ser más santos. El Señor dejó este mandamiento para todos, puesto que él espera la santidad en cada uno de sus hijos. Tal vez podríamos citar en este punto algún ejemplo extraordinario de servicio, pero eso podría confundirnos, pensando que se trata de personas especiales las que son llamadas a hacer grandes obras de servicio. Nada más lejos de la realidad. La mayoría de nosotros vivimos vidas muy "normales", pero también somos llamados a servir a los demás en nuestros hogares, iglesias, puestos de trabajo, o en cualquier lugar donde el Señor nos dé la oportunidad de "lavar los pies a los demás".

"Ejemplo os he dado"

(Jn 13:15) "Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis."
Como ya hemos visto, servir a los demás no es fácil, entonces, ¿de dónde sacar las fuerzas para perseverar en este servicio santo?
Sin lugar a dudas, nuestra mayor fuente de inspiración será siempre el Señor Jesucristo. Mirando su ejemplo desaparecen inmediatamente muchas de las objeciones que nosotros planteamos para servir.
Hemos visto que el mundo, y también nuestro propio corazón, desprecian el concepto de servicio como algo indigno, propio de personas que no sirven para otra cosa, pero cuando consideramos que el Señor asumió el papel de siervo al lavar los pies de sus discípulos, automáticamente queda fuera toda idea de indignidad o pobreza en el servicio. No olvidemos que unos versículos antes él mismo había dicho que "el Padre le había dado todas las cosas en las manos" (Jn 13:3). Ante este hecho no podemos decir que haya algún tipo de servicio que nosotros no podamos realizar porque quede por debajo de lo que nosotros consideramos nuestra dignidad. Si el Rey de reyes había descendido del cielo para servir a los hombres pecadores, no hay nada que nosotros debamos considerar como un servicio humillante. Con su ejemplo, el Señor engrandeció como nunca antes el servicio al prójimo. De hecho, como él mismo ya había afirmado, la verdadera grandeza se encuentra en el servicio: "el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor" (Mt 20:26). Y no debemos olvidar tampoco que "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (Stg 4:6) (1 P 5:5).
Por otro lado, es verdad que los discípulos esperaban un Mesías que se alzara como Rey sobre todas las naciones, por eso les sorprendió aún más el hecho de que él adoptara la posición de un siervo, pero esto sirvió para dejarles claro que él no venía como un Mesías guerrero y conquistador, sino como uno que sirve. Esto iluminaba con claridad cuál habría de ser su llamado principal en su futuro ministerio como apóstoles de Jesucristo. ¿Cómo podrían ellos buscar dominio sobre otros cuando su Señor había venido a servirles?
Algunas veces podemos tener ciertos temores a servir a otros por llegar a ser incomprendidos o despreciados, pero una vez más vemos que Cristo no dejó de hacerlo por eso. Él sabía perfectamente que en medio de ese grupo había un hombre que le iba a traicionar, otro que le negaría tres veces, y todos ellos sin excepción le abandonarían en unas pocas horas, pero no por eso dejó de servirles.
Por otro lado, un detalle muy importante en cuanto al método de enseñanza del Señor Jesucristo es el valor que él daba al ejemplo. Él podía decir: "ejemplo os he dado", lo que implica que no era un teórico, que decía cosas muy hermosas pero que estaba muy lejos de practicarlas. Él no se parecía a los escribas y los fariseos:
(Mt 23:1-3) "Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen."
Y nosotros tampoco debemos parecernos a ellos.
No hay duda de que la manera más efectiva de enseñar es combinando la teoría con la aplicación práctica. Esto es lo que Cristo estaba haciendo aquí. De hecho, él comenzó por practicar lo que a continuación les iba a enseñar. ¡Qué buen modelo para todos los predicadores cristianos!

"El siervo no es mayor que su señor"

(Jn 13:16) "De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su Señor, ni el enviado es mayor que el que le envió."
Una vez más el Señor utiliza la fórmula con la que ya había introducido muchas de sus declaraciones: "De cierto, de cierto os digo". Y es que lo que estaba diciendo se revestía de la misma importancia que otras muchas cosas que ya les había enseñado.
El Señor quería que sus apóstoles no olvidaran en ningún momento esta importante lección. La iban a necesitar de manera especial en su próximo ministerio, cuando el Señor los enviara por todo el mundo como sus apóstoles. ¡Con cuanta facilidad podrían llegar a olvidarse de su sagrada obligación de servir humildemente a sus hermanos cuando vieran la alta categoría en la que el Señor los había colocado! Pero cuando recordaran el tacto de las manos del Señor en sus pies mientras se los lavaba, sería un punzante recordatorio que les libraría de esa tentación.
Ellos nunca deberían sentirse demasiado importantes para realizar tareas humildes o sentirse superiores a los demás. Si el Señor les había servido a ellos, ellos debían servir del mismo modo a las demás personas, sin pensar que cierta tarea era demasiado humilde para su categoría. El Señor se lo había dejado claro: La verdadera grandeza nunca puede constituir un impedimento para servir.
El Señor insiste en que ellos sólo eran siervos y enviados (apóstoles). Ese sería su lugar en el mundo. Y para reforzar esta enseñanza utiliza un principio bien conocido en Israel: un siervo no debe reclamar mayor honor que el de su amo, ni un mensajero que el de aquel que lo envió.

La bienaventuranza del servicio

(Jn 13:17) "Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis."
Finalmente el Señor les dice que sólo en este tipo de servicio encontrarían la verdadera felicidad: "Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis".
Cuando se trata el tema del servicio, siempre es más fácil hablar de él que practicarlo. Ahora bien, notemos que el conocimiento sin servicio no sirve de nada. Con esto no queremos decir que se debe mirar el saber con desprecio, puesto que en cierto sentido la verdadera fe comienza por ahí (Ro 10:17). Curiosamente el apóstol Pablo organizaba generalmente sus epístolas comenzando con una parte doctrinal para luego llegar a una aplicación práctica. Y lo que el Señor está diciendo aquí se basa en el mismo principio: El conocimiento sólo es importante si determina o influye posteriormente en nuestro comportamiento, de otro modo no sirve de nada. No hay nada meritorio en el conocimiento que no conduce a la acción. En tal caso, conocer la voluntad de Dios y no hacerla, sólo consigue hacernos más culpables a sus ojos (Stg 4:17). Por lo tanto, no deberíamos contentarnos con acumular mucho conocimiento intelectual acerca de Dios, sino que deberíamos esforzarnos en practicar todo aquello que vayamos aprendiendo de él, aprovechando todas las ocasiones que se nos presenten para servir a los demás.
La más sana doctrina sin el amor que se manifiesta en el servicio y la obediencia, es completamente inservible a los ojos de Dios, de hecho, el saber sin la práctica nos coloca en el mismo nivel que Satanás, que sabe pero no obedece (Stg 2:19).
Seguramente el Señor estaba saliendo al paso de aquellos que saben muchas cosas, y que de hecho esperan que los demás se las hagan a ellos, pero se olvidan de practicarlas ellos mismos para con los demás. La verdadera bienaventuranza no la trae el conocimiento, ni tampoco una práctica ocasional de estos principios, sino una obediencia continuada de los mandamientos de Dios. Y del mismo modo, es un espejismo creer que el conseguir poder y dominio sobre otros es lo que nos va a proporcionar la felicidad. Sólo el servicio a los demás nos dará este tipo de bienaventuranza eterna.
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