Estudio bíblico: Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará - Juan 15:2-3

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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"Todo aquel que lleva fruto, lo limpiará" (Juan 15:2-3)

(Jn 15:2) "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto."

Introducción

En el estudio sobre la primera parte de este versículo veíamos que aquellos pámpanos que no llevan fruto son quitados, pero ahora, en la segunda parte, vamos a ver que los que sí que son fructíferos, serán limpiados para que puedan llevar más fruto. En ambos casos, ya sea quitar o limpiar, implica que la vid sufre algún tipo de pérdida, pero debemos comenzar por darnos cuenta de una diferencia importante entre ambos.
Podríamos pensar, por ejemplo, en Judas. Él fue quitado después de que despreciara todas las ofertas de la gracia de Dios que Cristo le ofreció. En este sentido, ilustra bien a un pámpano que no lleva fruto y que finalmente es "quitado". Pero en aquella noche, Pedro, otro de los apóstoles, iba a negar a Jesús en tres ocasiones diferentes, y aunque su caso podría parecer similar al de Judas, en realidad era completamente distinto. Él sí que creía en Cristo, y en varias ocasiones había manifestado algún tipo de fruto. Por lo tanto, el Señor iba a "limpiar" a Pedro para que pudiera dar más fruto. ¿Cómo lo hizo? Bueno, fue un proceso realmente doloroso, donde hubo que cortar toda la confianza que él tenía en sí mismo a fin de que Cristo pudiera manifestar su poder en él.
Y esto nos lleva directamente a pensar en lo que significa e implica este proceso de "limpieza".

"Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará"

En primer lugar, debemos notar que la limpieza de la que el Señor habla aquí es una responsabilidad que corresponde a Dios mismo, lo que no quita que nosotros también tengamos cierta parte activa en nuestra santificación, tal como se nos dirá más adelante.
1. Un proceso necesario
Es posible que una vid esté en un suelo tan excelente que no sea necesario cavarla, ni abonarla, ni regarla, pero en ningún caso se puede dejar sin podar si se desea que produzca abundante fruto. Esto se hace porque la planta crece de forma tan lozana y exuberante que llega a perjudicar el fruto si no se la poda sin compasión, ya que los sarmientos largos o las ramas del año anterior, junto con los nuevos brotes excesivos que aparecen cada año, terminan por restar vigor a la savia que debe tener la planta para la producción de abundante fruto, y al fin y al cabo, de nada sirven largas ramas y muchas hojas si no hay fruto.
Por lo tanto, cuando la vid se poda en el invierno, lo único que queda es el tronco desnudo y retorcido. Todo esto parece un proceso drástico y doloroso, y la verdad es que lo es, pero cuando llega el verano, la vid comienza a expandir su follaje tan rápido que casi puede verse cómo crece. Entonces se comprueba que su salud es directamente proporcional a la poda que se realizó en ella. Una vid nunca desarrollará todo su potencial para llevar fruto si no es podada.
El principio expresado aquí es paralelo al que encontramos antes en la referencia al grano de trigo:
(Jn 12:24) "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto."
Y también a este otro:
(Mr 8:35) "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará."
En el caso de la vid, debemos notar que no se trata de quitar algo que sea malo, sino algo que estorba la producción de fruto. Y esta es una importante lección espiritual que debemos aprender. Dios no sólo nos limpia del pecado, sino también de algunos dones naturales que, si se desarrollan indebidamente y se pone la confianza en ellos, llegarán a impedir un auténtico fruto espiritual. Como decimos, esos dones naturales, tales como la sabiduría, la elocuencia, influencias o celo, no son malos en sí mismos, pero pueden desviar nuestra atención del auténtico lugar en el que debemos depositar nuestra confianza. Otras veces pueden ser amistades, entretenimientos u hábitos, que sin ser pecaminosos, pueden robarnos el tiempo y las fuerzas para dedicarnos plenamente a servir al Señor.
Con esto coincide la exhortación del autor de Hebreos:
(He 12:1-2) "Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios."
La lógica de estos versículos es sencilla de entender: la vida cristiana es comparada con una carrera atlética. Para correrla es necesario prescindir de todo aquello que nos frene. Por ejemplo, un buen atleta cuidará mucho su vestimenta. No esperamos verle corriendo vestido con traje, gabardina y con la bolsa de la compra en la mano, sino que por el contrario, usará aquella ropa que ofrezca la menor resistencia al aire y que le permita moverse con total libertad. Además, hará grandes sacrificios en el gimnasio para quitarse esos "kilos de más" que le harán perder velocidad.
Y estos mismos principios debemos aplicarlos a nuestra "carrera cristiana". También nosotros debemos despojarnos de muchas cosas que nos estorban. Y en este punto, notemos que el autor de Hebreos considera dos tipos de cosas diferentes que nos pueden perjudicar: "todo peso" y "el pecado". Las primeras pueden ser cosas legítimas, mientras que las segundas no lo son, pero en ambos casos, nos estorbarán en la carrera.
Tanto el Señor en la alegoría de la vid, como el autor de Hebreos con la carrera atlética, nos están advirtiendo de la necesidad de prescindir de todo aquello que nos frene en la vida cristiana para que podamos dar abundante fruto.
Esta exhortación es importante, porque con frecuencia llenamos de tal manera nuestras vidas de posesiones materiales, compromisos laborales y sociales, gustos y pasatiempos, y tantas actividades y relaciones, que no tenemos tiempo para desarrollar una vida cristiana fructífera. Nos parecemos a un buque anegado en agua, que no puede hundirse, pero tampoco puede navegar; sólo puede esperar a ser remolcado con dificultad al puerto celestial.
Por lo tanto, tal vez deberíamos plantearnos las cosas de una forma diferente. Con frecuencia nos preguntamos: ¿es tal o cual cosa un pecado?, cuando la pregunta correcta debería ser: ¿es un peso innecesario que me va a obligar a ir más lento en la carrera?
Tenemos que revisar nuestras vidas desde esa perspectiva, y con la ayuda del Señor, terminar con todas aquellas cosas que disipan nuestras energías de las cosas santas, que nos apartan de la práctica de la oración y del estudio de la Biblia; esas cosas que se nos presentan delante cada vez que queremos dedicarnos a avanzar en nuestra devoción al Señor, o que nos obligan a ir mucho más despacio en la carrera.
Pero quizá alguien se pregunte: ¿No dejará mi vida empobrecida el estar siempre renunciando a esas cosas? Todo lo contrario, añade fuerzas a la vida interior. El atleta que se niega muchas cosas que los otros hombres aprecian, tendrá la capacidad para correr a mayor velocidad. La vid a la que le cortan los pámpanos, experimentará después una mayor producción de fruto. Y el creyente que renuncia a todo aquello que le estorba, pronto verá cómo su espíritu crece. Siempre se trata de renunciar para recibir mucho más. Dios nunca nos quita algo sin darnos otra cosa mucho mejor. En este caso, nos libra de lo natural y humano para darnos lo divino. Debemos confiar en él y atrevernos a soltar todas esas cosas. Permitir ser desnudados de nosotros mismos para ser vestidos de Cristo.
Por eso, después de cada temporada, el labrador debe reducirlo todo a su mínima expresión, al punto en que prácticamente sólo se vea la vid. Y esto es exactamente lo que Dios hace también con nosotros: pondrá fin a todo aquello que proviene de nuestro "yo" para que sólo se vea lo que hay de Cristo en nosotros. El pensamiento dominante es que todo lo que es del hombre debe ser reducido a su mínima expresión.
Esto es en lo que Dios está trabajando en la vida de cada verdadero creyente, pero a diferencia de la vid, donde el labrador puede hacer con ella lo que desee, en el caso de los creyentes, Dios está tratando con personas que tienen la posibilidad de resistir esta obra de la gracia divina, por eso será necesario que cada uno de nosotros nos prestemos a que Dios finalice la obra que ha comenzado en nosotros. Dios no va a producir la santidad en nosotros en contra de nuestra voluntad, de otro modo, todos los creyentes seríamos increíblemente santos por igual, pero la realidad, como sabemos, es muy diferente.
2. Un proceso doloroso
Claro está que para el ojo no iniciado, este proceso puede parecerle cruel, innecesario y contraproducente. Y lo mismo ocurre en la vida cristiana. Cada vez que Dios "limpia" nuestras vidas, siempre resulta ser un proceso doloroso. Cuando experimentamos disminución, recortes, separación o reducción, no nos gusta.
La poda siempre duele y nuestro hombre natural hará todo lo posible para escapar de ella. Nadie quiere ver las tijeras del labrador cerca de él, pero los resultados finalmente serán muy beneficiosos. Por eso, el sufrimiento por un propósito tan elevado, debería hacernos sobrellevar con gozo lo que el Señor hace o permite en nuestras vidas.

"Lo limpiará"

Algunos han interpretado que esta "limpieza" se produce en el creyente por medio de la disciplina, la persecución, el sufrimiento y las diversas pruebas de la vida. Y, por supuesto, hay otras partes de las Escrituras que confirmarían esta idea, pero aquí el Señor hace referencia explícita a la Palabra: "Ya estáis limpios por la palabra que yo os he hablado".
Muchos cristianos e iglesias parecen resistirse a la idea de ser limpiados por la Palabra. Por alguna razón, han llegado a la conclusión de que si en los cultos se dedica menos tiempo a la predicación de la Palabra, esto atraerá más personas perdidas a Cristo. Pero sustituir la Palabra por una variedad de entretenimientos que haga que las personas sonrían por un rato, nunca logrará producir esta limpieza que todos necesitamos. Y finalmente, el hecho ineludible, es que cualquiera que se acerque a Cristo, quedará expuesto a un proceso constante de ser limpiado de todo aquello que no le agrada al Señor o compite con la devoción a él, y esto será hecho por medio de la Palabra.

"Para que lleve más fruto"

El Señor reconocerá cualquier muestra de fruto espiritual, por muy pequeña que sea, pero no se conformará con eso, sino que limpiará al creyente para que lleve más fruto, de la misma forma que el labrador hace con la vid.
Con esto vemos que el Señor no se conforma con un compromiso a medias. ¿Qué labrador aceptaría una uva aquí y otra allá? Sin embargo, es triste decirlo, pero muchos creyentes no dan más que eso, y parecen estar tranquilos con su situación.
Fijémonos en la progresión tal como aparece en estos versículos: "lleva fruto", "lleve más fruto" (Jn 15:2), "mucho fruto" (Jn 15:5), "vuestro fruto permanezca" (Jn 15:16).
Todo esto nos debe hacer reflexionar seriamente, porque siempre estamos en peligro de estar satisfechos con nuestra propia mediocridad. El espíritu de la iglesia de Laodicea se nos puede contagiar con facilidad: "Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad", decían ellos, cuando el Señor los veía de una forma completamente diferente: "no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap 3:17).

"Ya estáis limpios"

(Jn 15:3) "Ya estáis limpios por la palabra que yo os he hablado".
A los once apóstoles que en ese momento acompañaban al Señor, él les dice que "ya estáis limpios". Claro está que se exceptúa a Judas, que en ese momento ya se había ido (Jn 13:27-30). Por eso, un rato antes, cuando les dijo "vosotros limpios estáis", tuvo que añadir: "aunque no todos" (Jn 13:10), porque todavía Judas estaba con ellos.
Pero, ¿a qué se refiere esta limpieza de la que el Señor les habla ahora? Por un lado les dice que "ya estáis limpios", pero por otro les hace notar que el Padre sigue limpiando a todo aquel que lleva fruto. ¿En qué sentido estaban limpios y en cuál necesitaban ser limpiados? ¿Cómo se produce esta limpieza?
Cuando el Señor lavó los pies de los discípulos (Jn 13:1-11), aquello sirvió para que les enseñara acerca de la limpieza del pecado, y como recordaremos, les habló de una limpieza inicial y completa cuando la persona llega a creer de verdad en Cristo, pero también les habló de la necesidad permanente de limpiarse de cualquier pecado que pudieran cometer en su camino.
Pero en este contexto, ahora el Señor les está hablando de otro tipo de limpieza, de aquella que necesitaban "para llevar más fruto". Por supuesto, ambas limpiezas son complementarias: necesitamos la limpieza de nuestros pecados, pero también la de todo aquello que nos puede estorbar en nuestro servicio cristiano, ya sea pecaminoso o no, como ya hemos comentado antes.

"Por la palabra que yo os he hablado"

Aunque con frecuencia pensamos en la poda de Dios en términos de pruebas externas, el Señor se refiere aquí al ministerio de su Palabra.
En este sentido, la Palabra de Dios se presenta como las "tijeras" que podan la vida de los creyentes, las ramas fructíferas, para que lleguen a dar más abundante fruto. Esto nos recuerda lo dicho en Hebreos:
(He 4:12) "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón."
Fue también por eso que Pablo dijo lo siguiente acerca de la Palabra de Dios:
(2 Ti 3:16-17) "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra."
La Palabra de Dios no sólo es el gran medio por el que las personas llegan a la salvación, también es la herramienta divina para santificar las almas.
(Jn 17:17) "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad."
(Sal 119:9) "¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra."
Nada nos limpiará y nos alejará del pecado, sino una adecuada aplicación de la Palabra a nuestras vidas. Pero, ¿cómo actúa la Palabra de Dios para lograr nuestra santificación?
En primer lugar, para que la Palabra haga efecto en nosotros, debemos permanecer en ella: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho" (Jn 15:7). De poco sirve un acercamiento ocasional a la Palabra. La Biblia no es un libro mágico que nos transforma por leer unos pocos versículos cuando nos sentimos muy mal. Es necesaria la lectura, meditación y estudio constante de ella si queremos disfrutar de su bendición.
Cuando meditamos con frecuencia en ella, vemos que la Palabra nos instruye en la verdad, mostrándonos aquellos errores que hay en nuestra vida. En este sentido, la Palabra actúa como un espejo que nos permite ver cómo somos espiritualmente desde la perspectiva de Dios, y nos muestra la forma en la que esos pecados y errores pueden ser limpiados. Por lo tanto, el primer paso hacia la santificación siempre será entender qué cosas agradan al Señor y cuáles le desagradan. Por eso decimos que la ignorancia de la voluntad divina siempre es un peligroso enemigo de la santidad. Con frecuencia hay personas que creen estar haciendo cosas que agradan a Dios, cuando él ha dejado claro en su Palabra que esas cosas las aborrece. Por lo tanto, la Palabra nos santifica porque nos libra del error y la ignorancia. ¡De cuántos errores y falsedades que tenían los judíos libró el Señor a sus discípulos! ¡Y de cuántos de nuestros propios errores y concepciones equivocadas nos libra! El salmista, hablando acerca de los múltiples beneficios de la ley de Dios, se pregunta: "¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos" (Sal 19:12). Él sabía que la única forma para corregir aquellas cosas que nos son ocultas es por medio de la Palabra.
Pensemos en lo que pasó aquella misma noche. El Señor tuvo que enseñar seriamente al apóstol Pedro sobre la vana confianza que él tenía en sí mismo. Era tanta que se atrevió a contradecir al mismo Señor, para darse cuenta después de lo equivocado que estaba (Jn 13:37-38) (Jn 18:25-27). Y la Palabra también nos corregirá a nosotros de la excesiva confianza que habitualmente depositamos en nosotros mismos.
También en aquella noche vemos las dificultades que los apóstoles tenían para seguir al Señor. Por ejemplo, Pedro no sabía a dónde iba Jesús (Jn 13:36), Tomás no conocía el camino (Jn 14:5), Judas no sabía cómo se iba a manifestar a ellos (Jn 14:22), y ninguno parecía ser capaz de encajar la muerte y resurrección del Señor. Pero él fue limpiándoles de cada una de esas limitaciones por la enseñanza de su Palabra.
Y en segundo lugar, la Palabra llenará nuestros corazones del deseo por las cosas celestiales. Cuanto más conozcamos al Señor por medio de su Palabra, más desearemos estar con él y disfrutar de su comunión; nuestros corazones se inflamarán de las cosas celestiales y dejarán de agobiarnos las terrenales.
Seguramente, si con más frecuencia acudiéramos a la Palabra para ser limpiados por ella, no tendríamos que pasar por las dolorosas pruebas y disciplinas con las que Dios nos tiene que corregir y enseñar.
La conclusión es que cada uno de nosotros necesitamos urgentemente dejarnos limpiar por la Palabra de Cristo.
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