Estudio bíblico: Cuestión de confianza - 2 Crónicas 32:9-19

Serie:   Ezequías   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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Cuestión de confianza (2 Crónicas 32:9-19)

(2 Cr 32:9-19) "Después de esto Senaquerib rey de los asirios, mientras sitiaba a Laquis con todas sus fuerzas, envió sus siervos a Jerusalén para decir a Ezequías rey de Judá, y a todos los de Judá que estaban en Jerusalén: Así ha dicho Senaquerib rey de los asirios: ¿En quién confiáis vosotros al resistir el sitio en Jerusalén? ¿No os engaña Ezequías para entregaros a muerte, a hambre, y a sed, al decir: Jehová nuestro Dios nos librará de la mano del rey de Asiria? ¿No es Ezequías el mismo que ha quitado sus lugares altos y sus altares, y ha dicho a Judá y a Jerusalén: Delante de este solo altar adoraréis, y sobre él quemaréis incienso? ¿No habéis sabido lo que yo y mis padres hemos hecho a todos los pueblos de la tierra? ¿Pudieron los dioses de las naciones de esas tierras librar su tierra de mi mano? ¿Qué dios hubo de entre todos los dioses de aquellas naciones que destruyeron mis padres, que pudiese salvar a su pueblo de mis manos? ¿Cómo podrá vuestro Dios libraros de mi mano? Ahora, pues, no os engañe Ezequías, ni os persuada de ese modo, ni le creáis; que si ningún dios de todas aquellas naciones y reinos pudo librar a su pueblo de mis manos, y de las manos de mis padres, ¿cuánto menos vuestro Dios os podrá librar de mi mano? Y otras cosas más hablaron sus siervos contra Jehová Dios, y contra su siervo Ezequías. Además de esto escribió cartas en que blasfemaba contra Jehová el Dios de Israel, y hablaba contra él, diciendo: Como los dioses de las naciones de los países no pudieron librar su pueblo de mis manos, tampoco el Dios de Ezequías librará al suyo de mis manos. Y clamaron a gran voz en judaico al pueblo de Jerusalén que estaba sobre los muros, para espantarles y atemorizarles, a fin de poder tomar la ciudad. Y hablaron contra el Dios de Jerusalén, como contra los dioses de los pueblos de la tierra, que son obra de manos de hombres."
Ver también (2 R 18:19-37) e (Is 36:1-21).
La prueba de fe a la que Ezequías se enfrentaba ahora es uno de los pocos acontecimientos en el Antiguo Testamento que se nos relata nada menos que tres veces. De ahí podemos deducir que es de una importancia especial.
Comparando los pasajes, notamos que 2 Crónicas 32 narra los hechos con brevedad y comprimidos, mientras que los relatos de 2 Reyes 18 e Isaías 36 dibujan ampliamente y de forma impresionante el dramatismo de la lucha psicológica de los asirios y sus efectos sobre el pueblo de Dios.
Tenemos la fuerte impresión de que Dios quiere darnos una importante lección con esta historia, que quiere mostrarnos cómo actuar ante retos parecidos, tanto a nivel particular como creyentes en conjunto.
Hagamos memoria primeramente de las circunstancias exteriores: Los asirios ya habían tomado las ciudades fortificadas de Judá y se habían puesto en marcha para conquistar a Jerusalén.
Ezequías había reaccionado ante el ataque amenazante, y tras una reunión de urgencia con sus principales, había tomado la precaución de cegar todas las fuentes fuera de Jerusalén a fin de cortarle el suministro de agua al enemigo.
Después arregló el muro de Jerusalén y el ejército fue provisto de armas. Todo esto, claro está, no hizo mella en los asirios, sino que dio lugar a sus burlas y escarnio mordaz: "yo te daré dos mil caballos, si tú puedes dar jinetes para ellos" (R 18:23).
Por último había reunido a sus generales y al pueblo en la plaza delante de la puerta de la ciudad y había dado un discurso poderoso en la fe, poniendo en claro los poderes y sus relaciones.

El poder del ejemplo

En esa situación, aparentemente desesperada, el rey confió en las promesas de Dios, y su fe tuvo repercusiones en otros. Una fe genuina, basada en las promesas de Dios, siempre tendrá un efecto "contagioso" en el entorno inmediato.
Encontramos numerosos ejemplos de ello en la Biblia y en la historia de la Iglesia.
La confianza en Dios de hombres y líderes como Josué, Gedeón, Samuel, David, Josías, Nehemías, etc. tuvo como consecuencia que otros fueron animados, originándose un avivamiento dentro del pueblo de Dios.
La primera estrofa en el cántico de Débora y Barac expresa un principio espiritual que podemos observar a menudo: "Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, load a Jehová" (Jue 5:2).
Cuando en las situaciones de crisis los líderes del pueblo se ponen al frente con valentía y confianza, encontrarán voluntarios que los estaban esperando y que los seguirán gustosamente.
Un ejemplo entre muchos otros de la historia de la Iglesia:
En el año 1833, Jorge Müller leyó la biografía impresionante de August Hermann Francke (1663-1727), el fundador de los famosos orfelinatos en Halle (Alemania) y el pionero de la misión mundial del reparto de Biblias, literatura etc. El 9 de Febrero J. Müller anotó en su diario: "Leí la biografía de A. H. Francke. El Señor me ayude por su gracia a seguirle de la forma en que él siguió a Cristo."
En el mismo año Jorge Müller, con su mujer y su amigo Henry Craik, comenzó a atender a pobres y desahuciados, y tres años más tarde nació el primer orfanato en Bristol según el modelo de A. H. Francke. Todos los medios necesarios para el mantenimiento y la extensión de este trabajo debían pedirse únicamente a Dios.
La confianza en Dios y el ejemplo de Jorge Müller tuvo como consecuencia que también sus colaboradores en la creciente obra de los orfanatos renunciaron a sus sueldos, poniendo también su abastecimiento en manos de Dios, y no sufrieron desengaños. Dios cuidó de ellos.
Las experiencias en la fe de Jorge Müller a su vez fueron estímulo y ejemplo para Hudson Taylor, Charles T. Studd, Tomás Barnardo y otros muchos hombres y mujeres hasta nuestros días. Fueron estimulados a "contar con las promesas de Dios como si fuera dinero efectivo"

La fe puesta a prueba

Mientras Ezequías animaba al pueblo con su ejemplo y sus palabras, el ejército asirio seguía avanzando rumbo a Jerusalén. Los tres representantes más importantes del rey asirio fueron enviados antes para llevar las negociaciones e inducir a Ezequías y a su pueblo a rendirse voluntariamente ante la superioridad de Asiria.
De la otra parte salieron tres enviados del rey Ezequías para recibir de parte de los enemigos la declaración de guerra o las condiciones para la paz (2 R 18:18,37).
Es interesante que los representantes de Senaquerib al principio no hablan ni de guerra ni de paz, sino que ponen en duda la confesión de fe de Ezequías: "¿Qué confianza es esta en que te apoyas? ... Mas ¿en quién confías?".
Siete veces en siete versículos utilizan las palabras "confianza" y "confías", intentando con ello socavar la confianza en Dios del rey Ezequías.
Queda claro que Dios utilizó la arrogancia y el orgullo de los asirios para probar la fe de Ezequías, a fin de comprobar si era lo suficientemente fuerte y genuina.
La fe que no es probada no es fe, y toda confesión con la que nos ponemos del lado de Dios ha de ser pesada con el peso del santuario. Ezequías obtuvo el grandioso y único testimonio de parte de Dios: "En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá" (2 R 18:5). Ahora debía ser probada esta esperanza que Ezequías tenía, para ver si era una confianza auténtica.

¿Resistirá nuestra fe ante una crisis?

Las preguntas provocantes, escarnecedoras y desconcertantes eran un hueso duro de roer. Contenían estos mensajes:
"Tu fe es sólo una confesión de labios, sólo palabras vacías" (2 R 18:20).
"Tu fe en Dios es sólo un pretexto ? en realidad confías en la caña cascada de Egipto" (2 R 18:21).
"Tu fe está en contradicción con tus hechos" (2 R 18:22) (aunque esta afirmación era un autogol de los asirios).
"¿Acaso piensas que nosotros no creemos en Dios? Tu Dios nos ha dado la orden de destruir a Jerusalén (2 R 18:25).
Nuestra fe no es puesta a prueba cuando estamos sentados en nuestro cómodo sillón en nuestro cuarto de trabajo o disfrutando de la popularidad por ser un buen predicador. No, la fe es probada casi siempre cuando nos sopla el viento contrario y helado de un mundo impío, cuando nos pilla descalzos.
Sören Kierkegaard lo expresó de esta manera:
"Cuando no hay peligro, cuando hay calma, cuando todo es favorable al cristianismo, entonces es muy fácil confundir un admirador con un seguidor."
Después de que Pedro confesara tan seguro de sí mismo que estaba dispuesto a seguir a Jesús hasta la muerte, pocas horas después fue puesto a prueba, y falló drásticamente. De la misma manera Dios permitirá situaciones en nuestra vida que pondrán de manifiesto la autenticidad y seriedad de nuestra fe. ¿En qué confiamos en las situaciones críticas?
¿En nuestras fuerzas?
¿En nuestra inteligencia?
¿En nuestra experiencia?
¿En nuestros bienes materiales?
¿En nuestros conocimientos de la Biblia?
¡Qué Dios nos dé que la prueba de nuestra fe "sea hallada mucho más preciosa que el oro perecedero que se prueba con fuego, en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 P 1:7)!
Podemos imaginarnos que después de esta carga concentrada, los negociadores de Ezequías se sintieran desalentados. Porque no sólo ellos fueron testigos de los argumentos, sino toda la multitud de los judíos, que se encontraban sobre el muro, también siguieron la conversación sin pestañear.
Su primera reacción fue pedir a los asirios que respetaran las leyes de la diplomacia hablando de forma que muy pocos pudieran entender lo que se decía (2 R 18:26). Pero eso fue una mala idea que ofreció una nueva oportunidad de ataque al portavoz de los asirios, quien ahora ya no se dirigió a los negociadores de Ezequías, sino al pueblo mismo utilizando la lengua de Judá.

¿Quién es el libertador?

En los versículos de (2 R 18:28-35) es probada la fe del pueblo. En estos ocho versículos aparece siete veces la pregunta provocativa: "¿Quién os va a librar?".
"¿Os librará Ezequías?" (2 R 18:29,32).
"¿Os librará el Dios con el que Ezequías quiere alentaros?" (2 R 18:30,32,35).
"¿Es vuestro Dios más fuerte y mayor que los dioses de los demás pueblos?" (2 R 18:34-35).
Con argumentos a primera vista convincentes, el enemigo intenta infundir dudas y destruir la confianza en Ezequías y en el Dios de Israel.
Las circunstancias parecían dar la razón a los asirios. Su ejército avanzaba imparable, habiendo conquistado ya Samaria e incluso algunas "ciudades fortificadas de Judá" (2 R 18:13).
Finalmente los asirios les dieron promesas "fenomenales" dejando entrever que iban a vivir una vida en paz y bienestar si se rendían (2 R 18:31-32).
Es la táctica antiquísima del diablo, que a pesar de ser tan antigua, muchísimas veces tiene éxito: Es la táctica de despertar dudas en cuanto a las promesas de Dios. Pone delante de nuestros ojos nuestra propia impotencia, nos presenta el hecho de que nuestro Dios aparentemente no interviene o no existe, haciéndonos creer que si desertamos, tendremos un futuro maravilloso y exitoso bajo su bandera.

¡Viejas mentiras!

Los negociadores de los asirios, sin embargo, cometieron una falta decisiva capaz de abrir los ojos a todo israelita temeroso de Dios que hubiera escuchado atentamente:
"Y hablaron contra el Dios de Jerusalén como contra los dioses de los pueblos de la tierra, que son obra de manos de hombres" (2 Cr 32:19).
Dios nos dé un oído fino y un sentir claro para ver el peligro que hay en querer conciliar las diferentes religiones e ideas de Dios, que cada vez tratan con mayor insistencia de infiltrarse en la cristiandad (a menudo con ropaje piadoso), e incluso en los círculos mas conservadores. Con el eslogan de la "contextualización" y de la "relevancia cultural" tratan de entrar a hurtadillas.

¿Qué hacer?

Ezequías había tomado precauciones sabias y preparado a su gente para la controversia con el enemigo. Por un lado les había animado con las palabras: "Con nosotros está Jehová nuestro Dios, para ayudarnos y pelear nuestras batallas" (2 Cr 32:8).
Pero también había indicado inequívocamente cómo debían de comportarse ante las amenazas verbales y las ofertas seductoras de los asirios: "Pero el pueblo calló y no le respondió palabra; porque había mandamiento del rey, el cual había dicho: No le respondáis" (2 R 18:36).
Ezequías sabía por dolorosa experiencia propia, que las negociaciones con el enemigo siempre serán un fracaso. Lo único que se logra es perder la dependencia de Dios y la confianza en su poder y sus promesas. Y si esto fuera poco, el enemigo además nos engaña, porque ni se les pasa por la cabeza cumplir sus promesas. Por eso el pueblo no debía comenzar a discutir con los asirios, sino callar.
Esto nos hace pensar en el libro de "El Peregrino". Cuando Cristiano y Fiel tuvieron que pasar por la Feria de Vanidad en su camino a la patria celestial, los mercaderes se les echaron encima para persuadirles a que compraran sus ofertas. Bunyan escribe:
"Pero lo que más asombró a los traficantes era que estos peregrinos hacían muy poco caso de sus mercancías; ni aun se tomaban siquiera la molestia de mirarlas, y si se les llamaba a comprar, tapándose los oídos, exclamaban: Aparta mis ojos para que no vean la vanidad (Sal 119:37)".
Recordemos el ejemplo de nuestro Señor, cómo en el desierto respondió a las exigencias y a las ofertas del diablo con un solo argumento: "Escrito está". No entró en discusiones.
Si Dios permite que nuestra fe y nuestra confianza se tambaleen, nuestra estrategia debiera ser reaccionar con la Palabra de Dios y no con argumentos de la razón o de la lógica. Si entramos en una contienda verbal con el diablo, siempre seremos los perdedores.
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