Y por último, el modelo para la unidad que el Señor pide para los suyos es del mismo tipo que la que siempre ha existido entre el Padre y el Hijo. No se trata, por lo tanto, de una unidad organizativa, como la que puede existir en algunas iglesias. Ni tampoco de la unión de diferentes organizaciones, como muchas veces aboga el ecumenismo. Aquí se nos está hablando de algo mucho más difícil, y para lo que se necesita obligatoriamente el Espíritu Santo: una unidad de corazón, mente y voluntad. Una unidad que les lleve a luchar contra adversarios comunes, con fines comunes, sin divergencias ni contiendas internas.