Estudio bíblico: Para que todos sean uno - Juan 17:21-23

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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"Para que todos sean uno" (Juan 17:21-23)

En los versículos anteriores vimos que el Señor dejó a los creyentes en el mundo con una misión: predicar la Palabra a fin de que otros muchos fueran salvados. Ahora vamos a ver que para cumplir correctamente con esa misión, el Señor ora para que su Iglesia permanezca unida.

Unidos en una misma doctrina

(Jn 17:21) "para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste."
Si tomamos este versículo en su contexto anterior, lo lógico sería pensar que el Señor está rogando aquí para que la enseñanza de los apóstoles siguiera siendo la guía en su iglesia en todas las generaciones sucesivas, y que esto los mantuviera unidos. Sería, por lo tanto, "la palabra de ellos", de los apóstoles (Jn 17:20), lo que daría como resultado una verdadera unidad que transcendería en el tiempo.
El Señor no abogaba por una unidad que consistiera en estar unos con otros, ni en el establecimiento de organizaciones temporales, sino que deseaba una unidad en la revelación que nos dejó por medio de los apóstoles, y que tiene que ver con la obra realizada por el Hijo en este mundo de acuerdo a la voluntad del Padre.
Uno de los errores que se comete con mayor frecuencia al buscar la unidad de los cristianos en la actualidad es dejar de lado la verdad doctrinal para lograr la unidad. Se argumenta que la principal razón por la que las iglesias no se unen es por su énfasis en la doctrina, así que, la única forma que algunos ven de llegar a estar de acuerdo es prescindir de ella. Hay muchos que piensan que el hecho de que los cristianos se dividan por la doctrina no es cristiano.
Pero, ¿se puede abrazar la unidad sin la verdad? La unidad cristiana requiere que creamos lo que la Biblia dice. Quitar la obediencia a las Escrituras, lejos del promover la unidad espiritual, la destruye. Y del mismo modo, todas aquellas tradiciones humanas y doctrinas extrabíblicas que se añaden a la Biblia, también son un importante enemigo de la verdadera unidad espiritual.
Cuando el apóstol Pablo trató el tema de la unidad de los creyentes, mencionó diferentes asuntos doctrinales que forman la base sobre la que la iglesia está unida:
(Ef 4:3-6) "Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos."
Los creyentes deben anhelar siempre la unidad, pero nunca una unidad a expensas de la verdad, porque la unidad que se gana a costa de un sacrificio tan elevado, no es digna de llamarse así. La auténtica unidad nunca se logrará buscando con entusiasmo el mínimo común denominador doctrinal, sino mediante la adhesión común al evangelio apostólico tal como nos ha sido entregado en las Escrituras.
Ante el fracaso de la "cristiandad" en estar unida doctrinalmente, muchos han optado por otro tipo de unidad exterior, organizativa, ritual, institucional, pero esto no está en sintonía con lo que el Señor estaba pidiendo en su oración. Cuando miramos a la iglesia apostólica en sus primeros años de vida, tal como la encontramos en las páginas del Nuevo Testamento, no observamos ninguna jerarquía estructural clara, pero vemos una unidad admirable, que sorprendía incluso a sus opositores (Hch 2:47). Pero no podemos olvidar que esto tenía lugar porque "perseveraban en la doctrina de los apóstoles", lo que daba como resultado que estuvieran unidos "en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones" (Hch 2:42).
Por el contrario, uno de los peores períodos de la historia de la cristiandad tuvo lugar cuando la unidad institucional se hizo más fuerte. Por ejemplo, en la Edad Media en Europa, cuando la iglesia estaba unida en un solo cuerpo eclesiástico bajo el papado, fue un tiempo que nosotros ahora identificamos como de profundo oscurantismo para la fe y la vida cristiana auténtica, en el que indudablemente se había perdido la vitalidad y el crecimiento que se vivió durante la primera etapa del cristianismo. Llegó un momento cuando era imposible ver cómo esa gran cosa aplastante, tiránica, supersticiosa e ignorante se podía llamar cristianismo.
La verdadera unidad de la iglesia sólo se conseguirá por un regreso a las verdades bíblicas tal como fueron reveladas por medio de los apóstoles.

Unidos espiritualmente al Padre y al Hijo

Reflexionando sobre el tipo de unidad que el Señor tenía en mente cuando oraba, también vemos que pone como ejemplo la unidad que él tenía con su Padre: "como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros".
Notemos que Jesús comienza declarando que el Padre está en él y él en el Padre. Luego pide que los creyentes estén "en" ellos dos. De esto se desprende que la unidad de todos los creyentes, en todos los tiempos, dependería de que todos los creyentes estuviesen igualmente en Cristo y en el Padre.
Pero, ¿qué significa estar "en el Padre y en el Hijo"? Este lenguaje nos resulta un tanto extraño. Por ejemplo, Sócrates o Platón tuvieron muchos seguidores, pero ninguno de ellos mandaron nunca a sus discípulos que debían estar "en Sócrates" o "en Platón". Sin embargo, después de Pentecostés, todos los creyentes hablaban con total naturalidad de estar "en Cristo". Ese fue el momento cuando el Señor resucitado bautizó a todo su pueblo en el Espíritu Santo, incorporando a cada miembro de él en su cuerpo. Cuando leemos el Nuevo Testamento nos damos cuenta de la cantidad de veces que los primeros cristianos se referían al hecho de que estaban "en Cristo". Aquí citamos unos pocos ejemplos de los muchos que hay: (Ro 8:1) (1 Jn 5:20) (1 Ts 1:1) (1 Ts 4:16).
En relación a todo esto es importante subrayar que durante todo el ministerio terrenal del Señor, su relación con los discípulos era externa, es decir, estaban físicamente a su lado, de hecho, fue imposible que pudieran llegar a estar en él hasta después de su muerte, resurrección y ascensión, momento en que envió a sus discípulos el Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Antes de eso habían estado unidos a él como un ejército que sigue a un solo general en quien confían; como un grupo de escolares que se unen en torno a un profesor. Los discípulos estaban unidos a Cristo por el interés común que tenían en la obra de Dios, pero después de su partida se produjo un cambio importante en el tipo de unidad que tenían con él, y eso iba a ocurrir en respuesta a la petición que el Señor estaba haciendo aquí. Dios entregaría al Señor Jesús "la promesa del Padre", y el mismo Señor Jesús derramaría sobre sus discípulos el Espíritu Santo (Hch 2:33). A partir de ese momento, los discípulos de aquel tiempo, y todos los creyentes de las generaciones que todavía estaban por venir, serían colocados "en Cristo" e incorporados en él y en Dios Padre.
Por lo tanto, una de las cuestiones claves es cómo una persona llega a estar "en Cristo". Pero esto es sencillo de responder, porque el mismo Señor nos lo acaba de explicar. Él se refirió a los creyentes como "los que han de creer en mí por la palabra de ellos" (Jn 17:20). Estar en Cristo no es ningún estado espiritual avanzado en el que entran algunos cristianos especialmente santos tras una larga disciplina espiritual. Por el contrario, todos los creyentes están "en Cristo" a partir del momento cuando creen en él. En ese momento es cuando Dios nos pone en Cristo: "Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención" (1 Co 1:30).
Ahora bien, ¿qué significa estar "en Cristo"? En algunas religiones se habla del momento cuando el alma de cada persona se une con el Alma Universal, como si se tratase de una gota de agua que cae en el océano. En ese caso, la gota pierde por completo su propia identidad, pero esto no es lo que la Biblia quiere decir cuando nos enseña que el creyente está en Cristo. La analogía que encontramos en la Biblia es la de un cuerpo y sus miembros (1 Co 12:12-31). En un cuerpo humano cada miembro conserva su propia identidad individual, y la vida del cuerpo alcanza a todas las partes que lo componen, uniéndolas unas con otras.
Por lo tanto, podemos decir que hemos sido unidos en el cuerpo de Cristo, y esta figura nos ayuda a entender el tipo de unión a la que el Señor se refería. Por ejemplo, Pablo enfatiza en su ilustración la mutua dependencia de los cristianos dentro del cuerpo (1 Co 12:21), de hecho, todo el cuerpo se ve afectado por la experiencia de cualquiera de sus miembros (1 Co 12:26).
Además, a partir de la analogía que el Señor usó aquí tenemos información muy importante de cómo debe ser la unión de los creyentes por la que Cristo oraba: "como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti". Debemos examinar esta expresión para entender el tipo de unidad en la que el Señor estaba pensando.
Sólo podremos ser "uno" si aceptamos doctrinalmente la unión existente entre el Padre y el Hijo. Aquellos que niegan que el Padre y el Hijo son iguales en esencia y dignidad, nunca podrán estar en unidad dentro de su Iglesia.
El vínculo de unión que el Padre y el Hijo compartían era la misma vida espiritual. Ahora nosotros, cuando creemos en él, recibimos el Espíritu Santo, y con él disfrutamos también de esa misma vida espiritual. Esto implica que esta unidad no puede estar basada en una organización humana, sino sólo al compartir la misma vida del Espíritu Santo.
Otro detalle importante es que la unidad entre el Padre y el Hijo se basaba en el amor entre las personas de la Trinidad. Sólo el auténtico amor de Dios entre nosotros puede generar este tipo de unión.
Además, el Padre estaba en el Hijo y éste hacía las obras y hablaba las palabras que el Padre le había dado (Jn 14:10). Esta armonía entre el Padre y el Hijo en la realización de la obra de salvación, ha de ser también para nosotros una base para nuestra unidad. Nosotros también, tal como Cristo nos enseñó, sólo podremos permanecer en él si guardamos sus mandamientos (Jn 15:9-10). Esto implica que esta unidad se debe expresar mediante el compromiso y el afecto en una causa común. Los creyentes son "unánimes" (literalmente "de un alma") cuando tienen un compromiso común y apasionado con los mismos objetivos espirituales (Fil 1:27). Esto excluye necesariamente actitudes que causan divisiones, como la ambición personal, el egoísmo, la envidia, los celos u otras muchas cosas similares que surgen de la naturaleza caída del ser humano. Todo lo que en la iglesia no tenga por centro de su unidad a Dios como única meta y a Jesucristo como único camino, no resultará en su unidad. La única forma para que los creyentes tengan unidad entre ellos es que primero estén unidos al Padre y la Hijo en un mismo propósito.

¿Está unida la Iglesia de Cristo?

No hay duda de que este deseo de unidad entre todos los santos era un profundo anhelo del Señor al interceder ante su Padre. Notemos que lo menciona una y otra vez a lo largo de su oración (Jn 17:11,21,22,23). Y de hecho, él hizo todo lo necesario para que esto fuera una realidad.
¿Han cumplido los creyentes con este deseo del Señor? Lo cierto es que el hecho de que Cristo orara por ello nos da a entender que esta unidad no se produce de manera automática, y probablemente el Señor sabía que su iglesia no sería diligente en cumplir con sus deseos, de ahí que orara tan insistentemente por este asunto.
Vemos que después de Pentecostés los primeros cristianos vivieron en una armoniosa unidad. Estaban "juntos", eran "de una sola mente", "de un corazón y un alma" (Hch 1:14) (Hch 2:1,44,46). Aun así, cuando se formaron otras congregaciones, no faltaron exhortaciones por parte de los apóstoles para mantener esa unidad (Fil 2:1-5) (1 Co 1:10).
También se nos mandó simbolizar esta unidad al tomar juntos del pan y del vino (1 Co 10:16-17), aunque lamentablemente muchas veces se trata de un simbolismo vacío, que no se corresponde con la realidad a la que simboliza. Con demasiada frecuencia hay grandes divisiones dentro de la Iglesia de Cristo. Las propias denominaciones son una evidencia de estas divisiones. A pesar de que la Biblia prohibe expresamente separarse por cuestiones como líderes destacados, países, métodos de gobierno eclesiástico, desde hace mucho tiempo los creyentes han fomentado la creación de etiquetas que diferencien todos estos grupos entre los cuales difícilmente llega a haber algún tipo de comunión (1 Co 1-4).
Dicho todo lo anterior, está claro que al Señor le desagradan profundamente todos aquellos que promueven divisiones dentro de la iglesia de Cristo. Veamos cómo esto se repite una y otra vez en el Nuevo Testamento.
(Ro 16:17) "Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos."
(1 Co 1:10) "Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer."
(Tit 3:10-11) "Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio."
Pero dicho todo esto, a pesar de todas las diferencias externas que separan al pueblo de Dios, es un hecho que los verdaderos creyentes se encuentran unidos espiritualmente en Cristo. No hay otra razón que pueda explicar cómo personas de todas las razas, condiciones sociales, culturas, edades... pueden sentir lo mismo sobre las grandes realidades espirituales que encontramos en la Biblia. Ocurre con mucha frecuencia que cuando dos creyentes de distintos países y entornos se encuentran, rápidamente se aman, entienden y conversan sobre el Señor y su Palabra de la misma manera, sintiendo que hay unos lazos muy fuertes entre ellos. Resulta imposible explicar este fenómeno si no es por la unión espiritual que hay en Cristo.

"Para que el mundo crea que tú me enviaste"

Hasta este momento Jesús había dado a conocer al Padre en este mundo (Jn 12:44-45) (Jn 14:9), pero después de su partida tendría que ser la Iglesia quien tomara el relevo y continuara con esa labor. Por supuesto, deberíamos imitar su ejemplo y seguir dando testimonio del Padre con la misma fidelidad que él lo hizo. En relación a esto, no hay duda de que el Señor veía en la unidad de su iglesia un medio para impresionar al mundo a fin de que creyeran en Dios.
La unidad de los creyentes tiene que causar un impacto en el mundo. Así fue al comienzo del cristianismo.
(Hch 2:43-47) "Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos."
Cuando los creyentes están unidos en la fe y presentan un frente unido ante el mundo, es cuando ejercen influencia y poder. Por el contrario, cuando se dividen a causa de luchas y disensiones, su testimonio en el mundo queda terriblemente debilitado. A veces el mundo llega a decirle a los creyentes: "Cuando hayáis resuelto vuestras propias diferencias internas, entonces escucharemos lo que tengáis que decirnos". ¡Qué vergüenza que durante siglos las disensiones dentro de la iglesia de Jesucristo ha sido un escándalo frente al mundo!
Es muy triste cuando los creyentes están divididos; este tipo de situaciones absorben una cantidad de tiempo y energía muy grandes que impiden a la iglesia dar testimonio del Señor frente al mundo. No se puede predicar fielmente el evangelio en una iglesia donde los creyentes están enfrentados y llenos de amargura. Sin lugar a dudas esto es una estrategia del diablo, que quiere que los creyentes luchen entre ellos en lugar de enfrentarse contra el pecado y el mundo.
En todo caso, de esta petición del Señor aprendemos algunas cosas importantes:
En primer lugar, no hay duda de que el Señor anhelaba que el mundo creyera y fuera salvo.
El mundo tiene la capacidad de ver y razonar sobre el testimonio que la iglesia da de Cristo. Y se desprende también que el mundo creerá, no sólo por lo que los creyentes les prediquen, sino por el testimonio que reciban de sus vidas. No se convence con palabras sino con hechos, y Cristo mismo apeló una y otra vez a sus obras por encima de sus palabras como prueba de su misión (Jn 5:36) (Jn 10:25,38) (Jn 14:11). Si no hay hechos que respalden el cristianismo, no será considerado sino como otra bonita utopía, una bella filosofía que no conduce a ninguna parte real.
El testimonio que Cristo espera que demos de él será a través de vidas transformadas, nunca por la fuerza. A diferencia de esto, la Iglesia de Roma consiguió en el siglo XVI que toda Europa estuviera bajo la supremacía del papado, pero para lograrlo exterminaron toda oposición por el fuego, la espada y las torturas. Así lograron extender sus redes por todo el mundo, pero ese no era el medio que el Señor anunció.

"La gloria que me diste, yo les he dado"

(Jn 17:22) "La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno."
El Señor sigue tratando el tema de la unidad de su pueblo, y explica que para "que sean uno, así como nosotros somos uno", él ha dado a su iglesia cierta provisión: "la gloria que me diste, yo les he dado".
Ahora surge la pregunta: ¿A qué gloria se refería Jesús aquí?
Como ya hemos considerado en estudios anteriores, la gloria es la manifestación de los atributos de Dios. Y, por supuesto, Cristo había revelado a sus discípulos cómo era el Padre. Esto ya era un hecho consumado ("les he dado"), tal como Cristo había afirmado con anterioridad: "las palabras que me diste, les he dado" (Jn 17:8). Y este conocimiento de cómo es Dios debería llevar a su pueblo a estar unidos. Por lo tanto, una vez más se enfatiza el hecho de que la unidad del pueblo de Dios está estrechamente relacionada con la doctrina de Dios. Los apóstoles deberían transmitir con fidelidad todo lo que habían recibido de Cristo para que las próximas generaciones estuvieran unidas a ellos en una misma fe.
Por otro lado, muchas de las divisiones que surgen en el seno de la Iglesia del Señor son debidas a ambiciones personales que provienen de nuestra naturaleza caída. Buscamos lo nuestro por encima de lo del hermano. Esta actitud, además de ser muy dañina, pone en evidencia nuestra propia pobreza espiritual. Cuando buscamos "lo nuestro" es porque nos sentimos pobres, pero si fuéramos conscientes de toda la gloria que Cristo ya nos ha dado de parte del Padre, tendríamos una sensación de plenitud que nos haría olvidar nuestras insignificantes aspiraciones personales y dejaríamos de luchar entre nosotros.

"Para que sean perfectos en unidad"

(Jn 17:23) "Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado."
Este versículo parece ser una repetición de la petición que acababa de hacer el Señor, pero aunque las similitudes son evidentes, también hay diferencias.
Notemos, por ejemplo, que el Señor no pide solamente que sean uno, sino que "sean perfectos en unidad". Esto parece implicar que hay cierta posibilidad de desarrollo y progreso en la unidad por la que Cristo oraba.
En segundo lugar, ahora no habla de que los creyentes estén "en el Hijo" y "en el Padre", sino al revés: Que el Hijo esté "en los creyentes" ("Yo en ellos").
Esto último parece obvio; el creyente está en Cristo y Cristo está en el creyente (Col 1:27) (2 Co 13:5). Sin embargo, deberíamos observar una importante diferencia. Por un lado, es evidente que todos los verdaderos creyentes están en Cristo, sin distinción de grados, pero en cuanto a la segunda realidad, que Cristo está en todos los creyentes, aquí sí que hay distinción de grados. Cristo mora más plenamente en algunos miembros de su pueblo que en otros. A veces hay áreas en nuestras vidas donde deliberadamente le mantenemos la puerta cerrada. En otras ocasiones, hay áreas que se encuentran tan llenas de otras cosas que no queda lugar para Cristo.
Por lo tanto, en la medida en que dejemos que Cristo more más plenamente en nuestra vida, en esa misma medida disfrutaremos más plenamente de los lazos que nos unen con los demás creyentes, haciéndonos "perfectos en unidad".
Y en tercer lugar, el Señor agrega que como resultado de que el Hijo esté en los creyentes, del mismo modo que el Padre lo está en él, eso llevará al mundo a saber que el Padre los ha amado así como amó a Jesús. Esto se producirá en la medida en que el creyente permita que Cristo llene su vida de su presencia.
Notemos que aquí no se trata tanto de que los creyentes sean conscientes del amor de Dios hacia ellos, algo que se resalta en otras partes de la Escritura, sino de que el mundo llegue a darse cuenta de este hecho. En este contexto este hecho es realmente relevante. Cristo ha estado orando hace un momento para que el mundo llegue a conocerle por medio del testimonio de sus discípulos. Aquí les provee de otro recurso más para llevar a cabo esta misión. En la medida en que los discípulos permitan una plena presencia de Cristo en sus vidas, esto sería algo que también convencería al mundo del amor que el Padre les tiene. Y en un mundo lleno de tanto odio y amargura, ¡qué importante es ser amados incondicionalmente por alguien tan grande como Dios mismo! ¿Dónde una persona encontrará a alguien que le pueda amar como Dios lo hace?
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