Estudio bíblico de 1 Juan 2:19-22

1 Juan 2:19-22

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por el capítulo 2 de la Primera Epístola del Apóstol Juan. En nuestro programa anterior comenzamos a comentar el versículo 19, que leeremos nuevamente ahora, y que dice:

"Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestara que no todos son de nosotros."

Vemos aquí la severa frase de Juan en este versículo 19: Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros. Esta debió parecer una declaración dura, incluso cruel, pero resultó ser una afirmación veraz y real. Había muchos que en su momento hicieron una profesión de su fe cristiana, cumplían exteriormente las formalidades del culto cristiano en la Cena del Señor pero no eran realmente cristianos y, tarde o temprano, se ponían en evidencia.

Recordemos que cuando, en la última cena, el Señor les comunicó a los suyos que uno de ellos le iba a traicionar, cada uno preguntó con angustia, ¿Soy yo, Señor? Entonces, hablando de Judas, El les respondió: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. (Mateo 26:23) Así que justamente allí, en la primera reunión de comunión, había un traidor llamado Judas Iscariote, uno de los que formaba parte del grupo de los fieles discípulos del Señor. En este mismo sentido podemos leer también en Juan 6:70, que el Señor les dijo a Sus discípulos, ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? Judas nunca fue otra cosa, aunque parecía un apóstol, actuó como un apóstol, y pareció tener el poder de uno de ellos. Sus compañeros no pudieron identificarlo como un falso apóstol.

En este pasaje que estamos estudiando, Juan hizo una declaración solemne y grave, que bien podría dirigirse a nosotros hoy. Sería bueno recordar que el Señor Jesús le dijo a un hombre muy religioso llamado Nicodemo. Que tendría que renacer, es decir, nacer de nuevo espiritualmente. Aquello noche en que Nicodemo fue a verle le dijo: el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios (como podemos leer en Juan 3:3). Aquí en su primera epístola, el apóstol Juan dijo: salieron de nosotros, pero no eran de nosotros. Exteriormente parecían verdaderos hijos de Dios, pero realmente no lo eran y la verdadera prueba fue, por supuesto, la Palabra de Dios. Este hecho cobra actualidad, pues cada cristiano, cada uno de nosotros, deberíamos preguntarnos: "¿He hecho frente a mis pecados, es decir, los he reconocido a la luz de la Cruz del Señor Jesucristo?" ¿He acudido a Dios con arrepentimiento, confesando mi culpabilidad y reconociendo mi maldad? ¿Me he abandonado a Él, y solamente a Él, para recibir mi salvación? ¿He mostrado evidencias en mi vida de ser un alma regenerada por Dios? ¿Amo yo la Palabra de Dios? ¿Deseo leer o escuchar la Palabra de Dios? ¿Es ella como el pan para mí? ¿Es como un alimento sólido para mí? ¿Es como una bebida para mí? ¿Amo yo a los hermanos? ¿Y amo al Señor Jesucristo? Estos son los factores que necesitamos considerar, estimados oyentes, y la Palabra de Dios nos exige plantearnos estas preguntas en serio.

Después de presentar claramente la justificación por le fe, el apóstol Pablo continuó aclarándola en Gálatas 6:15, al escribir: Porque, en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale nada ni la incircuncisión, sino una nueva criatura. Uno ni siquiera puede jactarse de la gracia de Dios. Y entre todas las creencias u ordenanzas de la iglesia cristiana en las que usted crea, o que crea y practique, la pregunta esencial es: ¿Ha experimentado usted un nuevo nacimiento, es decir, un nacimiento espiritual? Por ello la cuestión básica a la que tiene que responder es: ¿Es usted una nueva creación en Cristo Jesús?

Pablo escribió a los Corintios, algunos de los cuales tenían razones para creer que no eran hijos de Dios. Leamos sus palabras en 2 Corintios 13:5: 5Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos? ¿No sabéis que Jesucristo está en vosotros? ¡A menos que no paséis la prueba. El apóstol Pablo también les había escrito previamente a los Corintios, en su primera carta, 16:13: 13Estad alerta, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente y esforzaos. Estimado oyente, ¿cómo está llevando usted los asuntos de su vida cristiana? ¿Es usted hoy realmente un hijo de Dios? ¿Hay alguna evidencia en su vida de que usted es un hijo de Dios? No estamos hablando aquí de si usted ha cometido o no algún pecado, sino de lo que usted hace después de haber cometido un pecado. ¿Continúa usted practicándolo? Recordemos el caso del hijo pródigo de la parábola, que fue a parar a una pocilga, pero dándose cuenta de su estado, no continuó allí, porque aquella no era su residencia permanente. Así que regresó a su hogar. El hijo de Dios, después que ha pecado, va a acudir a Dios con lágrimas en sus ojos o expresando su convicción de alguna otra manera, confesando su pecado. Si no lo hace así, entonces quiere decir que no es un hijo de Dios.

El hijo de Dios, por su propia naturaleza, debe detestar el pecado. La ligereza con la que en la actualidad se considera al pecado, no está de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Muchos dan por sentado que son hijos de Dios porque están muy activos en sus congregaciones cristianas - y en muchos casos, desgraciadamente, sus acciones producen el mismo efecto que los insectos termitas, que roen la madera para alimentarse.

( Hace algunos años en Londres, en uno de los barrios bajos, vivía una prostituta. Tenía un hijo, que había enfermado gravemente, y esta mujer sintió el temor de la cercanía de la muerte. Así que envió a su hijo a buscar al pastor de alguna iglesia, pues sintió la urgencia de arreglar su situación ante Dios.

El hijo salió entonces a buscar una iglesia pero le llevó algún tiempo encontrar una que tuviera una apariencia de iglesia importante. Al fin llegó a una que le pareció apropiada, en la que fue atendido por el pastor. Este interrogó al joven preguntándole: "¿En qué puedo ayudarte?". El joven respondió: "Mi madre está muriendo, necesita ayuda y quiere que usted vaya a verla". Al principio el pastor no entendió bien lo que el joven realmente le estaba pidiendo, porque no quedaba claro si lo que necesitaba aquella mujer era un médico o alguien que la ayudara en un estado de embriaguez. Entonces el joven insistió diciéndole: "Ella se encuentra en casa, en su lecho de enfermedad, y quiere que alguien la ayude a arreglar sus cuentas con Dios. ¿Vendría usted, por favor?" El pastor quedó un poco aturdido por unos momentos, porque en su ministerio se dedicaba más a la asistencia social que a la enseñanza y proclamación del evangelio, así que decidió ocuparse del problema. Así fue que, en una noche lluviosa acompañó al joven a una de los barrios más pobres de la ciudad, llegaron a una casa y subieron por los crujientes peldaños de una vieja escalera hasta llegar a la habitación de la enferma.

Mientras se dirigía hacia allí el pastor no cesaba de preguntarse "¿pero qué le voy a decir? No lo puedo repetir lo que acostumbro a predicar a mi congregación". Resulta que en sus mensajes él siempre les decía a sus oyentes que, ya que habían llegado a ser personas socialmente sensibles, cultas y refinadas, que debían proseguir en ese camino para perfeccionar cada vez más su vida cristiana. Y entonces se preguntaba: "¿qué puedo decirle a esta mujer? No puedo decirle que se reforme, porque ya tendría que haberse reformado, ahora ya es demasiado tarde. ¿Qué le puedo decir?" Y entonces el pastor recordó que siendo niño, su madre siempre le citaba Juan 3:16 y entonces cuando se sentó junto a esa mujer, no pudo reprimir el impulso de leerle esa conocida cita Bíblica, que aunque no recordaba totalmente de memoria , tuvo así que abrir su Biblia y leerla: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Y esa mujer que quería iniciar una relación con Dios dijo: "¿Quiere usted decir que a pesar de la clase de persona que soy, todo lo que tengo que hacer es confiar en Jesús?" El pastor contestó: "Bueno, eso es lo que dice aquí. Dice aquí que Dios entregó a Su Hijo para morir en una cruz. Y en el versículo siguiente también dice: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado. Esto es lo que acaba de leer aquí y esto es, por lo tanto, lo que usted tiene que hacer". Y así fue como aquella mujer antes de morir, allí en su lecho de muerte, aceptó a Cristo como su Salvador personal. Y este predicador que se encontraba allí, al contar ese incidente más tarde decía: "Esa noche, no sólo logré que ella entrara a disfrutar de una relación con Dios, sino que yo mismo también comencé a experimentarla".)

Por ello, estimado oyente, enfatizamos la pregunta: ¿está usted seguro de haber iniciado esa relación con Dios? ¿Tiene la seguridad de haber confiado en el Señor Jesucristo como su Salvador?

Podría ser que algunos oyentes consideraran que estas preguntas no se aplican a ellos porque por muchos años han sido miembros de congregaciones o iglesias. Bueno, con todo respeto quisiéramos rogarles que se examinaran a sí mismos para comprobar si realmente se encuentran en la fe viva y genuina. En el mundo financiero es incluso indispensable evaluar estos aspectos, porque uno puede pensar que se encuentra en una situación desahogada y de pronto descubre grandes situaciones de riesgo o deuda, y uno no se da cuenta de la posición o de la situación en la que se encuentra hasta cuando se detiene y la analiza. Así es que, es bueno de vez en cuando examinar nuestra condición. Creemos que en asuntos de tanta importancia es de gran utilidad hacer una especie de inventario espiritual para ver en qué situación y condición se encuentra uno. A veces, debido a la velocidad con que vivimos no nos damos cuenta de nuestra situación hasta que uno se detiene, se serena y analiza su condición delante de Dios. Puede que uno tenga deudas o promesas incumplidas, o no esté preparado para enfrentarse a la tentación o a situaciones de riesgo. Por ello la pregunta clave es: ¿Se encuentra usted viviendo esa fe genuina y verdadera de los hijos de Dios? ¿Ha confiado en el Señor como su Salvador? Nosotros creemos en la seguridad de los creyentes, pero también creemos en la inseguridad de aquellos que creen convertirse en creyentes por su origen, por sus acciones, obras o actividades. Necesitamos examinarnos a nosotros mismos para ver qué clase de "creyentes" somos.

Al principio de este capítulo, Juan dejó bien en claro que podemos saber si somos hijos de Dios y de que tenemos una relación de compañerismo con él. A pesar del hecho de que seamos hijos débiles, poco convincentes, frágiles, propensos a fallar, aun así podemos tener esa relación con El porqué la sangre que Jesucristo, el Hijo de Dios, derramó en la cruz, continúa limpiándonos de todo pecado. Tenemos un Abogado ante Dios el Padre, y El está de nuestra parte, está a favor nuestro.

Después, del versículo 3 vimos que Dios es amor. Este tema es la misma esencia de esta epístola. El amor fue mencionado unas 33 veces y Juan dijo que los hijos amados de Dios pueden tener compañerismo entre sí viviendo bajo el control del amor. En otras palabras, esos hijos deben reconocer que han sido llamados a vivir en un estilo diferente de vida, porque han recibido una nueva naturaleza. Ahora pueden vivir para Dios. Y la obediencia pasa a ser el test, la prueba de la vida. Podemos saber si tenemos vida o no, si cumplimos sus mandamientos - y no solo sus mandamientos, sino todo lo que nos indique Su Palabra. El obedecer Su Palabra significa que estamos dispuestos a llegar aún más lejos de lo que El nos haya ordenado.

La diferencia entre la ley y la gracia surgió de lo que Juan había escrito. La ley dijo que el que la cumpliera, viviría. Pero la gracia dice lo opuesto; si un hombre vive, cumplirá la ley. Es decir, que una persona debe tener vida de Dios, antes de que pueda vivir para Dios. Esa persona, por su propia naturaleza, no puede vivir para Dios. Esta es la diferencia radical entre la ley y la gracia. La ley dice "cumple", pero la gracia dice "creo". Se trata de un enfoque diferente ante el mismo objetivo. El único problema fue que la ley nunca funcionó en el ser humano porque a la naturaleza vieja le resultaba imposible agradar a Dios. Todos nos encontramos lejos de la presencia gloriosa de Dios. Y Juan nos enseñó cual era la prueba personal para examinarnos: ¿"nos deleitamos, lo pasamos bien cumpliendo la voluntad de Dios? ¿Amamos Sus mandamientos? Si usted es un hijo de Dios tiene una nueva naturaleza, y ahora desea agradarle.

Proverbios 28:13 dice: El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia. Aunque sabemos que la sangre de Cristo verdaderamente nos cubre de todo pecado, no podemos vivir en el pecado y, al mismo tiempo, tener una relación de compañerismo con Dios y con otros creyentes. Si usted y yo tenemos una vida que recomienda, que honra al evangelio, tenemos otro motivo de certeza, de seguridad. Personalmente no creemos que usted pueda tener una genuina certeza en lo profundo de su corazón a menos que sea obediente a Dios. Creemos que usted puede conocer más allá de toda duda que es un hijo de Dios. Y tal certeza no es audacia ni atrevimiento, tampoco es arrogancia ni descaro. No es una suposición gratuita, ni un exceso de confianza, no es un autoengaño, no es un enorgullecimiento desmedido, ni presunción. En realidad, es una verdadera actitud de humildad. El saber que usted es salvo y la seguridad eterna del creyente no son lo mismo; no son sinónimos, aunque son términos relacionados. El Señor Jesús dijo: 27Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco, y me siguen; 28yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (Como podemos leer en Juan 10:27-28). Si usted es una de Sus ovejas, oirá Su voz. Usted no está manifestando orgullo cuando dice que sabe que es salvo. Lo que realmente está diciendo es que tiene un Salvador maravilloso. No está diciendo usted que usted es una persona buena, magnífica, sino que tiene un Pastor extraordinario y ésta es una gran verdad.

Bueno, continuemos viendo lo que dijo el Apóstol Juan, en su primera epístola. El versículo 20 de este capítulo 2, que estamos estudiando, dice:

"Vosotros tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas."

Ahora, ¿qué es lo que el apóstol estaba diciendo cuando habló de unción? Tenemos una unción que es la unción del Espíritu. Lo veremos más adelante, al llegar al versículo 27, donde Juan escribió: Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros.

Y el versículo 20, debido a la unción, nos abre a la posibilidad de conocer todo lo que Dios quiere darnos a conocer. El Espíritu Santo mora en cada creyente, en cada creyente verdadero y quiere revelarnos cosas. Y el Espíritu Santo puede revelarles todas las cosas. El Apóstol Pablo en su Primera Epístola a los Corintios, capítulo 2, versículos 9 y 10, dijo: Antes bien, como está escrito: "Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por su Espíritu...". Así que tenemos a alguien morando en nosotros que puede revelarnos estas verdades que se encuentran en la Palabra de Dios. Tenemos una unción, y cada creyente puede tener la seguridad de su salvación. Así que si usted realmente quiere tener una relación sincera y directa con Dios, si quiere que El le guíe e ilumine en la vida diaria, acuda a Él en oración, pídale que Su luz lo ilumine, pídale Su guía constante y pídale esa seguridad.

Al hablar de "conocer todas las cosas" Juan quiso decir que todas aquellas cosas que usted debería conocer como hijo de Dios, son potencialmente suyas para que las pueda conocer. Ahora, esto no quiere decir que usted se va a convertir repentinamente en un experto en asuntos espirituales. Lo que quiere decir es que por medio del Espíritu Santo usted puede estudiar la Palabra de Dios y, después, por medio de las experiencias que Dios le permita vivir, usted tendrá la posibilidad de crecer espiritualmente en estos temas.

Muchos hijos de Dios crecen espiritualmente en la gracia y el conocimiento de Cristo. Uno se sorprende al ver algunas personas que han crecido de manera realmente sorprendente. El profesor McGee conoció en uno de sus viajes a una anciana que nunca tuvo la ocasión de aprender a leer y escribir, y por motivos de salud no podía asistir a la iglesia. Algunas personas de la congregación le pidieron que le leyera algún pasaje Bíblico. Así lo hizo, escogiendo Juan 14, un pasaje conocido y fácil de comprender. A medida que leía, quiso ir explicándoselo a la anciana e hizo algunos comentarios. Ella permaneció en silencio por algunos momentos y después le dijo: "Joven, ¿ha notado usted alguna vez este detalle, y aquel? Francamente, ella hizo unos comentarios para resaltar algo del pasaje que el profesor McGee ni siquiera había oído antes. En efecto, ningún profesor del seminario había resaltado aquellas valiosas observaciones que ella expresó sobre ese pasaje de la Escritura. Ahora, como pudo aquella anciana alcanzar tal conocimiento y comprensión de la Biblia? La única explicación era que el Espíritu Santo había sido el maestro. Por todo ello, el apóstol Juan escribió que debíamos permitir que el Espíritu Santo fuera nuestro maestro. Recordemos sus palabras, en el versículo 20; vosotros tenéis la unción del santo y conocéis todas las cosas. Ahora, esta realidad es posible, pero le corresponde a usted decidir si va a aprender o no estas verdades espirituales que están a su disposición. Continuemos entonces leyendo el versículo 21 de este segundo capítulo de 1 Juan:

"Os he escrito, no porque seáis ignorantes de la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad."

Ellos tenían el Evangelio, tenían la verdad. El apóstol no estaba escribiendo nada nuevo a aquella gente. Lo estaba haciendo por lo que consideramos un propósito doble, es decir, para estimularlos, así como para advertirles de la existencia y difusión de enseñanzas falsas en aquellos tiempos.

La última frase del versículo dice porque ninguna mentira procede de la verdad. El apóstol Juan les estaba diciendo que ellos tenían la verdad, pero en esos días estaban apareciendo algunas mentiras. La doctrina filosófica y religiosa del gnosticismo estaba surgiendo y estaban apareciendo muchos anticristos.

¿Quién era un anticristo? Hemos dicho algo al respecto en programas anteriores, pero Juan se disponía a decir algo más. Leamos el versículo 22 de este segundo capítulo de 1 Juan.

"¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, pues niega al Padre y al Hijo."

Aquí el lenguaje fue mucho más severo; tengamos en cuenta la pregunta: ¿Quién es el mentiroso? En otras palabras, todas las mentiras se resumen en aquel que es el príncipe de los mentirosos, es decir, en el diablo. En el futuro aparecerá un hombre que será el hombre de Satanás y, por antonomasia, será el mentiroso.

En este versículo, el mentiroso es aquel que niega que Jesús es el Cristo, Y se añade este es el anticristo, pues niega al Padre y al Hijo. Así que el apóstol Juan procedió a exponer una definición del anticristo, que presentaría la encarnación del anticristo, aunque habría muchos anticristos. Ya había algunos en los días de Juan; han surgido algunos desde entonces hasta nuestro tiempo y en la actualidad. ¿Y quiénes son? Pues, son fáciles e identificar. Son aquellos que niegan la deidad del Señor Jesucristo, aquellos que niegan que Jesús el hombre es el Cristo, el Mesías, aquel que es Dios, aquel cuyo nombre es Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, aquel que fue representado en el Antiguo Testamento. El negarle, es ser un anticristo.

En el mundo actual hay muchos sistemas que lo niegan. Están en contra de Cristo, y también tratan de imitarle e intentan ocupar su lugar. En la iglesia primitiva, el sistema fue el Gnosticismo. Ireneo, refiriéndose a los Gnósticos, dijo: "Ellos dicen que Jesús era el hijo de José, nacido de la misma en que los otros hombres". Esa fue la manera en que Ireneo identificó a los Gnósticos de su tiempo.

Hoy en día, diversos cultos y sectas también lo niegan por medio de variadas formas y medios. Así que la negación del Padre y del Hijo, señal inconfundible del anticristo, continúa siendo de rigurosa actualidad en los anticristos de nuestro tiempo.

Estimado oyente, nuestro tiempo ha llegado a su fin. Continuaremos este estudio en nuestro próximo programa. Mientras tanto, le sugerimos que usted lea el resto de este capítulo 2 de la Primera Epístola del Apóstol Juan, y se familiarice con su contenido. Porque esperamos que continúe acompañándonos en este recorrido por esta carta tan práctica del Nuevo Testamento, que forma parte del recorrido que estamos realizando "a través de la Biblia"

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