Comenzamos viendo que su doctrina y la forma en que la enseñaba, tenían una autoridad totalmente superior a la de los escribas, y tal era así, que quienes le escuchaban quedaban asombrados porque nunca antes habían oído una explicación de la Palabra con ese poder (Mr 1:22,27).
El no negaba que era el Hijo de Dios, pero quería controlar el tiempo y la forma de ser revelado como tal. Un adelanto habría traído consecuencias desastrosas que habrían acabado fácilmente en una revuelta popular y esta no era la meta de su ministerio.