Estudio bíblico: El Hijo es superior a los profetas y a los ángeles - Hebreos 1:1-2:4

Serie:   La epístola a los Hebreos   

Autor: Ernestro Trenchard
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Reino Unido
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El Hijo es superior a los profetas y a los ángeles (He 1:1-2:4)

El Hijo es superior a los profetas (He 1:1-3)

Pocos pasajes de las Escrituras se elevan a mayores alturas de elocuencia y de sublimidad que esta breve introducción a la Epístola a los Hebreos. Hasta el fin de (He 1:4) no se termina la oración gramatical, y, dentro de ella, en frases de sostenida y elevada retórica, se nos presentan los rasgos principales de la persona y obra del Hijo.

El Hijo es voz de Dios (He 1:1)

El enlace con el Antiguo Testamento se destaca en seguida, y el autor, antes de anunciar la obra perfecta del Mensajero perfecto, declara que Dios había hablado en lo antiguo a los padres por los profetas "en muchas porciones (partes) y diversas maneras". Los "padres" eran, desde luego, los israelitas antecesores de los hebreos a quienes va dirigida la carta, y los "profetas", todos aquellos santos varones llamados y capacitados por Dios para recibir y transmitir mensajes divinos, sin excluir los redactores de los libros históricos, que los judíos llamaban los "profetas anteriores". Dentro de la diversidad de la revelación que el autor señala, caben también los tipos y símbolos ?levíticos y otros?, de los cuales se ha de hablar extensamente en el desarrollo del libro. La frase traducida por "muchas porciones (partes) y muchas maneras" subraya esta variedad de las manifestaciones de la "voz" de Dios, y, a la vez, indica su carácter parcial, sirviendo todo para poner de relieve la revelación final y perfecta en el Hijo, pues Dios nos ha hablado por su Hijo.
Años más tarde, al redactar su Evangelio, el apóstol Juan había de escribir: "A Dios nadie le vio jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer", y "aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". La enseñanza presentada por los dos autores inspirados es idéntica, ya que ambos, en distintas palabras, pero con suma claridad, recalcan que la revelación última y completa que Dios dio de sí mismo se halla en la persona de su Hijo. Maravillosos eran los mensajes del Hijo como el último y mayor de la línea de los profetas, pero la revelación se halla no tanto en los mensajes, sino en su persona. El medio se señala en el griego por la breve frase "en Hijo"; o sea: el medio de revelación fue el Hijo mismo, y por medio de su personalidad, revelada a través de sus palabras y sus obras ?con referencia especial a la consumación de la Cruz y la Resurrección?, llegamos a saber lo que es Dios y lo que tenía que decir al hombre.
Como indicación práctica debemos notar que nosotros vemos y oímos al Hijo al leer y meditar las páginas de los cuatro Evangelios. Es verdad que todas las partes de las Escrituras presentan facetas de su persona, pero en los Evangelios nos es posible ponernos en contacto directo con él a través de las narraciones y enseñanzas que contienen. El Verbo encarnado vivía, obraba y hablaba en el medio ambiente de su día y en relación con las necesidades de los hombres de su tiempo, y por medio de esta revelación, y en los términos de una vida humana, resplandece de tal forma su gloria moral y se ilustran tan admirablemente los atributos divinos que al final de su ministerio aquí pudo decir a Felipe: "El que me ha visto, ha visto al Padre". La voz de Dios se hace perfectamente audible en el Hijo a través de la Palabra escrita, pero es necesario que el deseo espiritual afine el oído si los divinos acentos han de ser entendidos por los hombres: "El que tiene oído para oír, ¡oiga!".
La frase "en estos postreros días" se traduce literalmente por "al final de estos días", y quiere decir que Dios se reveló en su Hijo al final de la época de las manifestaciones diversas y parciales dadas por medio de los profetas.

El Hijo es heredero de todas las cosas (He 1:2)

Más tarde el escritor ha de citar el salmo 2, y quizá ya pensaba en el decreto de Dios en cuanto al Hijo que allí consta: "Yo publicaré el decreto: Jehová me ha dicho: Mi Hijo eres tú...". Nuestra frase declara que el Hijo es heredero de todas las cosas, significando que todos los propósitos de Dios se han de llevar a cabo por medio del Hijo, quien por fin recogerá en su poderosa mano todos los "hilos" ?ahora aparentemente dispersos y enmarañados? de estos designios, llevándolo todo adelante hasta manifestarse la perfección del estado eterno. La frase viene a complementar otras declaraciones de las Escrituras que enseñan que Dios no hará nada en la esfera de los hombres, y ni aun en las esferas espirituales más amplias, sin el Hijo-Siervo, quien dijo: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre" (Mt 11:27) (Ef 1:10) (Col 1:20).

El Hijo es creador del universo (de los siglos), (He 1:2)

Poco podemos saber aquí abajo en cuanto a las interrelaciones y las diversas operaciones de las excelsas Personas de la Santa Trinidad, pero de lo que se ha revelado notemos que, dentro de una unidad esencial de sustancia y de propósito, el Padre se presenta como fuente y origen de todas las cosas; el Hijo o Verbo se ve como el agente para todo lo creado y el revelador de Dios; el Espíritu Santo, como el vivificador, quien da vida y suple la energía a aquello que ha sido creado por el designio del Padre y la operación del Hijo. Además de la tajante declaración de nuestro texto, debieran leerse los pasajes de (Jn 1:1-4) y (Col 1:15-20).
"Universo" es la traducción de "los siglos" o "las edades": las unidades de tiempo a través de las cuales el Hijo realizó la obra de la creación en sus diversos aspectos. Sólo Dios es eterno por su naturaleza, y todo cuanto se ha creado surge del "tiempo", y es tan íntima la relación entre el "tiempo" y lo que en él se crea que "las edades" significan también el "mundo" o el "universo", comprendido desde el punto de vista de su desarrollo. Otro caso se halla en (He 11:3): "Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios".

El Hijo es resplandor de la gloria de Dios (He 1:3)

En cuanto a la gloria esencial de Dios, Pablo declara: "Dios es el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver" (1 Ti 6:16). Pero la luz que en sí es inaccesible llega a nuestra visión espiritual por medio del Hijo, quien es el "resplandor" de ella. Tal "resplandor" no es inferior a la luminosidad esencial de la Deidad, sino que es una parte constituyente de la misma que se hace visible por medio del Hijo, de la manera en que los rayos de luz que proceden del sol, y que nos dan su imagen, son ondas de energía que irradian la misma sustancia del astro. Como hemos notado más arriba, el tema se relaciona mucho con el del apóstol Juan en la introducción a su Evangelio, pues de la manera en que el "Verbo" trae al oído del ser humano los acentos de la voz de Dios, así el Hijo, como "resplandor" del Padre, lleva al ojo del creyente la imagen de Dios, subrayando ambas metáforas que se conoce a Dios únicamente por medio del Hijo. Pablo se valió de la misma figura al escribir: "Dios resplandeció en nuestros corazones para iluminación del conocimiento de Dios en la faz de Jesucristo" (2 Co 4:6).
El verbo en la frase "siendo el resplandor de su gloria" indica el carácter eterno y esencial de esta manifestación. El Hijo "llegó a ser" el Siervo de Jehová y el sumo sacerdote, pero siempre era el resplandor de la gloria de Dios.

El Hijo es la "exacta representación" de la sustancia de Dios (He 1:3)

En las versiones modernas las palabras "la imagen misma" se traducen por "la exacta representación", o "la exacta expresión" de su sustancia. El término griego "character" indica, o la impresión que deja el sello, o bien el sello mismo. Se destaca el concepto, pues, de la correspondencia exacta que existe entre el Padre y el Hijo, y abunda más en las enseñanzas de las frases anteriores; se hace ver que no se trata de una mera impresión indistinta de Dios que recibimos al contemplar al Hijo, sino "la exacta impresión". Más habremos de aprender en el cielo, pero hasta donde llegan las posibilidades de la visión celeste aquí, la impresión no es borrosa, sino precisa y clara.

El Hijo es "quien sustenta" (He 1:3)

La magnitud de la obra del Hijo corresponde en todo a las excelencias de su persona, pues no sólo revela a Dios como "Verbo" y "resplandor", sino que, por su potente palabra, sustenta y lleva adelante a su consumación "todas las cosas", que son aquellas que él mismo creó. Así le vemos en estos pocos versículos como el creador, heredero y quien sustenta toda la obra de Dios. "Palabra", aquí, no es la expresión general del pensamiento, como en el "Verbo" de (Jn 1:1), sino la palabra concreta, o sea, el decreto o mandato, como cuando Dios dijo: "sea la luz", y la luz llegó a existir. La palabra "sustenta" también da el sentido no sólo de "llevar" sino de "llevar a cabo" todas las cosas.
Podemos hacer un pequeño alto en este estudio para meditar en "quien sustenta" en relación con la obra del Señor que nos es encomendada. ¡Cuánta paz se apoderaría de nuestra mente y espíritu si comprendiéramos bien, por un acto de fe, quién es éste "que sustenta", para luego echar sobre él las cargas que nos abruman! Es el Hijo que sustenta y perfecciona todas las cosas, incluso aquellas que nos preocupan tanto. Sus hombros y sus manos no desfallecen nunca, y podemos dejar nuestras manos cansadas en las suyas, para que él obre a nuestro favor lo que él ha determinado.

El Hijo es purificador de nuestros pecados (He 1:3)

Esta tremenda verdad se señala en el griego por cuatro palabras de una frase participial, y seguramente nunca se ha expresado un hecho tan sublime con tanta economía de palabras. Más tarde el autor habrá de desarrollar ampliamente este glorioso tema, pero aquí se contenta con esta sucinta expresión de la base de la redención, pues ni la obra de la revelación de Dios a los hombres, ni la de llevar adelante hasta su consumación la nueva creación podrían realizarse sin antes quitar el gran obstáculo del pecado. La creación estaba manchada, y sólo por la obra de la Cruz se podía quitar la mancha, para que luego el Hijo-Siervo se sentara en triunfo a la diestra de Dios para llevar adelante su obra, por sus etapas sucesivas, siendo vencedor sobre el pecado, la muerte y el diablo.

El Hijo a la diestra de la Majestad en las alturas (He 1:3)

El heredero, el sustentador y el purificador toma su asiento a "la diestra de la Majestad en las alturas", o sea, en el lugar ejecutivo desde donde dispone de todas las prerrogativas de Dios y de todos los recursos de la omnipotencia. Puede obrar libre y poderosamente ya a favor de los sumisos a su voluntad porque él mismo, por su sacrificio, ha anulado el pecado y ha puesto de manifiesto la justicia de Dios. En todo esto hemos de acordarnos constantemente del propósito del autor, que es el de señalar de tal forma las excelencias del Capitán de nuestra salvación y la eficacia de su labor de sumo sacerdote, que nadie podrá pensar ya en volver a las meras sombras del antiguo régimen. ¿Quién podría estar más alto que a la diestra de la Majestad en las alturas? ¿Qué ser en la tierra o en el cielo puede compararse con este gran vencedor? Toda autoridad le es dada tanto en el cielo como en la tierra. Compárense (Mt 28:15-20) (Mr 16:15-20) (Ef 1:19-23).

El Hijo es superior a los ángeles (He 1:4-14)

La interpretación de la porción que tenemos a la vista es algo difícil, pues a primera vista nos extraña que el autor haya creído necesario citar tanto del Antiguo Testamento ?y en especial de los salmos? para probar que el Hijo es superior a los ángeles, y mayormente en vista de las declaraciones sobre su gloria que ya hemos considerado. Tengamos en cuenta, sin embargo, que los judíos piadosos creían que los ángeles habían participado en el establecimiento del pacto de Sinaí, actuando de parte de Dios como Moisés lo había hecho de parte de Israel, de modo que, dirigiéndose a los hebreos, el autor tenía que probar que el Mediador del nuevo pacto era mucho mejor que los ángeles, para hacer ver luego la superioridad del nuevo pacto sobre el antiguo, cuya preeminencia y permanencia será uno de los temas más importantes de la epístola.
Otra advertencia es necesaria aquí también. El título "Hijo" se emplea a veces para expresar la misteriosa relación eterna existente entre el Padre y el Hijo en el seno de la Trinidad, pero aquí se emplea como título mesiánico, en el sentido del Hijo-Siervo, quien se ofreció para llevar a cabo la obra de la redención. Hemos de entender el argumento en el sentido de que el Mesías, el Ungido, es mejor que los ángeles, por ser el Dios creador manifestado en carne. Sabemos por la pregunta que el Señor Jesucristo dirigió a los fariseos (Mt 22:41-46) que los judíos en general no habían comprendido que el Cristo (el Mesías, o Ungido) era Dios, y el Maestro les hizo ver que el Salmo 110 indica no solamente que el Cristo había de ser Hijo de David, sino también su Señor, manifestando así su divinidad. El mismo salmo mesiánico se cita para el mismo fin en nuestra sección. Frente, pues, a las ideas limitadas de los hebreos sobre la naturaleza del Hijo-Mesías, fue necesario señalar la suprema excelencia de aquel a quien estaban en peligro de abandonar.
El versículo 4 debe leerse: "Llegó a ser más excelente que los ángeles, por cuanto heredó más excelente nombre que ellos". Cuando se habla de sus relaciones eternas con el Padre, el verbo denota un estado constante: "siendo el resplandor de su gloria", pero aquí se trata de la misión que había venido a realizar como Hijo-Mesías, el agente divino para el cumplimiento de un servicio que ningún ángel habría podido llevar a cabo jamás, que, si se nos permite expresarlo así, fue algo nuevo en el pensamiento de Dios.

La primera cita (He 1:5) con el (Salmo 2:7)

"Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy". El magnífico Salmo 2 es manifiestamente mesiánico, y sus breves y elocuentes palabras describen el triunfo del Hijo-Mesías por decreto de Dios después de haberse levantado contra él los reyes y príncipes de la tierra. La frase "Yo te he engendrado hoy" ha de entenderse a la luz del contexto y el sentido mesiánico de "Hijo" aquí, y se refiere al nombramiento del Hijo eterno como el Hijo-Mesías para el cumplimiento de su misión de salvación y de juicio. La expresión es análoga a la de (Lc 3:22), etcétera. "Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia", donde la voz celestial recoge la profecía mesiánica de (Is 42:1).

La segunda cita: "Yo seré a él Padre" (He 1:5) con (2 S 7:14) (Sal 89:26)

Las palabras de la última parte del versículo 5 se sacan de la promesa hecha por Dios a David después de que éste había expresado su deseo de edificar casa para Jehová. La realización de su propósito tuvo que esperar al reinado de su hijo Salomón, pero el deseo agradó al Señor, quien lo hizo ocasión de cimentar su pacto con la casa de David. El momento es importante y se refleja poéticamente en el Salmo 89. La referencia primordial fue a la dinastía de David como reyes en Israel, pero obviamente no era posible que todas las promesas se cumpliesen en Salomón y sus descendientes, quienes no guardaron las condiciones. El reino eterno de que se habla pudo afirmarse tan sólo en las manos del Hijo de David, quien era también el Hijo de Dios y el Hijo-Mesías, cuya superioridad a los ángeles queda demostrada en este pasaje.

La tercera cita: Adórenle todos los ángeles de Dios (He 1:6)

La referencia no es muy clara, pero probablemente la cita se saca de (Dt 32:43) en la versión griega, la "Septuaginta", que empleaban la mayoría de los judíos del primer siglo. Se trata de la "Canción de Moisés", en el curso de la cual el gran caudillo había predicho poéticamente el pecado y el castigo de Israel, como también su restauración por la intervención directa de Dios, lo que corresponde a la segunda venida de Cristo en gloria. A tal momento corresponde esta declaración: "y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo (habitado), dice: Adórenle todos los ángeles de Dios". Sean las naciones que se regocijen en aquel día, según nuestra versión, o sean las huestes de ángeles que se junten a ellas en adoración, queda claro que el Hijo es el centro de todo en el gran Día de Restauración.
De paso hemos de notar que el título "Primogénito" que se da al Hijo aquí no indica un "principio" de vida esencial, pues tal pensamiento estaría en abierta contradicción con las sublimes declaraciones ya adelantadas acerca de él en (He 1:2-3). No se trata aquí de las relaciones eternas entre las Personas de la Trinidad, sino que indica la preeminencia del Hijo-Siervo frente a todo lo creado, con referencia especial a la nueva creación que él inaugura como "el Primogénito de los muertos" por su gloriosa resurrección. Compárese con (Col 1:15-20) (Ro 8:29) y (Ap 1:5).

La cuarta cita: "El hace a sus ángeles espíritus llama de fuego" (He 1:7) con (Sal 104:4)

En contraste con el elevado servicio del Hijo se nota, por una referencia al Salmo 104, que los ángeles son ardientes ministros espirituales de Dios. La palabra "ángel" quiere decir sencillamente "mensajero", y se emplea corrientemente para mensajeros humanos además de los celestiales. En las Escrituras vemos que estos seres misteriosos vuelan al mandato de Dios para actos de servicio especial en relación con su pueblo en la tierra, siendo "espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación" (He 1:14). No podemos extendernos más en consideraciones sobre este interesante tema, pero la cita subraya bien el contraste entre el Hijo y los ángeles, siendo el primero el gran agente divino de todos los propósitos divinos, y ellos los siervos que le obedecen y le adoran.

La quinta cita: "Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo" (He 1:8-9) con (Sal 45:6-7)

La cita es del Salmo 45, que es reconocidamente mesiánico, donde el inspirado salmista habla en elocuentes términos del Rey futuro. La primera frase podría leerse también: "Tu trono es trono de Dios", y más abajo se distingue entre Dios y el Rey por las palabras: "Te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría...". Pero, aun tomando la cita tal como la tenemos en nuestra versión, no se presenta dificultad, pues, a la luz del Nuevo Testamento, vemos la identidad de esencia entre Dios y el Hijo, y al mismo tiempo la dedicación de éste para un servicio especial, siendo así el "Ungido" de Dios. Otra vez se destaca el contraste entre los ángeles que ministran y el Rey divino que gobierna.

La sexta cita: "Tú, oh Señor, fundaste la tierra" (He 1:10-12) con (Sal 102:25-27)

El Salmo 102 es un canto a las glorias de Dios como creador, quien quedará eternamente inmutable, aun después de haberse "mudado" sus obras. No hay ningún indicio de que el salmo sea mesiánico, pero el escritor ha ido tan adelante con su argumento probando que el Hijo-Siervo es Dios, que ya le aplica el salmo del Creador sin necesidad de más explicaciones, pues "sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Jn 1:3). El tema de la "permanencia" del Hijo volverá a aparecer repetidas veces en el curso de la epístola en contraste con todo lo temporal y mudable del régimen levítico, amén de toda otra manifestación preparatoria de los designios de Dios que conducían a la plena revelación en el Hijo.

La séptima cita: "Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies" (He 1:13) (Sal 110:1)

El salmo 110 es tan importante como profecía de la naturaleza y la dignidad del Mesías que se cita unas quince veces en el Nuevo Testamento, y volveremos a encontrarlo como pieza principal de importantes argumentos en el curso de nuestros estudios en Hebreos. Ya hemos recordado el uso que el mismo Maestro hizo de este salmo (Mt 22:42-46), utilizándolo para exponer la pobreza de las ideas de los fariseos sobre el Mesías que esperaban. El subraya más bien la primera frase: "Dijo el Señor a mi Señor...", deduciendo que si el Mesías, Hijo de David, era también "Señor" de David, entonces era Dios además de hombre. Aquí la cita pone de relieve una vez más la superioridad del Hijo sobre los ángeles y, por lo tanto, el énfasis recae sobre su elevación a la diestra de Dios, que, como hemos visto ya en la meditación sobre (He 1:3), es el lugar de todo el poder ejecutivo de la Deidad. Dios le asegura la victoria final sobre todos sus enemigos: victoria que tiene que ver con su gran misión como agente de la Trinidad para la redención del hombre y el establecimiento final del Reino. El momento final de este proceso se describe elocuentemente en (1 Co 15:24-28), y después, vencida toda rebelión y resplandeciendo los santos en la gloria del Señor, "Dios será todo en todos".

Los ángeles ministradores

Como remate de la prueba de la superioridad del Hijo Mesías sobre los ángeles, el escritor vuelve a notar la misión de los mensajeros celestiales que comentamos al considerar (He 1:7). En el libro de Daniel vemos a ángeles que son enviados de Dios para influir en los destinos de las naciones (Dn 10:13), pero aquí son "constantemente enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación", que son aquellos que se han acogido al nuevo pacto, hallándose, por tanto, unidos vitalmente con el gran Hijo y heredero de todas las cosas. No sabemos cómo nos asisten estos mensajeros, pero el pensamiento en sí es muy consolador, pues es una demostración del tierno cuidado de nuestro Dios en orden a nosotros, y de las potencias espirituales que colaboran contra los embates del diablo y sus secuaces.
La frase, "que serán herederos", no pone en duda la seguridad de la herencia y no aplaza el servicio angélico a un tiempo futuro, pues se podría traducir "para servicio de aquellos que van siendo herederos" por recibir la salvación que se les ofrece en el Evangelio.
Llegamos, pues, al fin y a la culminación de este argumento y sección, viendo cómo los personajes más elevados en la administración del antiguo régimen son ministros a favor de los salvos por la obra tan excelente y final del Hijo, quien, tanto por su naturaleza como por su misión, es inmensamente superior a todo ser creado, sea hombre o ángel. Se ha despejado el terreno para la prueba que luego se ha de adelantar sobre la superioridad del nuevo pacto sobre el antiguo.

El primer aviso solemne (He 2:1-4)

La epístola a los Hebreos se caracteriza por una serie de solemnes avisos y amonestaciones, motivados por el gran peligro en que se halla el grupo de apostatar de la fe en Cristo. El aviso que tenemos delante surge de las enseñanzas de la sección anterior sobre las excelencias del Hijo, pues si tan sublime es su Persona, el dejarle sería un gravísimo crimen espiritual: "Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos". Luego se contrasta la palabra dada por mediación de ángeles en el Sinaí con aquella que se dio por el mismo Señor en el Evangelio, y si recibían el castigo merecido los infractores de la primera, ¿cuál no será el daño espiritual de quienes desprecian el anuncio de la "salvación tan grande" hecho por el Hijo y sus siervos?
La apostasía no suele producirse en un momento dado, sino que es el resultado de todo un proceso de enfriamiento, al que se añade, quizá, como en el caso de estos hebreos, una fuerte presión desde afuera. Ha habido mucha discusión sobre el sentido exacto de la frase "no sea que nos deslicemos", pero quizá la metáfora que más nos ayuda a entender su significado es la de un barco cuyas amarras se han roto, deslizándose luego casi imperceptiblemente del muelle. Cuando los marineros quieren darse cuenta, la nave va a la deriva llevada por una fuerte corriente. Así los hebreos, por su falta de madurez y su poco ánimo frente a la persecución, se apartaban progresivamente de Cristo, con el peligro de volver totalmente al judaísmo. Pero el hecho mismo de dar el aviso y de escribir esta epístola muestra que el siervo de Dios tenía aún esperanzas de hacerles ver el peligro en que estaban, con el fin de que descansasen tan sólo en el Capitán y Consumador de su salvación.

La publicación de la "gran salvación" (He 2:3-4)

Hallamos preciosas enseñanzas en estos versículos sobre la manera en que el Evangelio fue revelado y transmitido en los tiempos apostólicos:
1) El primer anunciador de las buenas nuevas fue el Señor, quien se aplicó a sí mismo la hermosa profecía del "heraldo de la salvación" de (Is 61:1-2) (Lc 4:17-21). No sólo clamaba en Galilea: "El reino de Dios se ha acercado, arrepentíos y creed en el evangelio" (Mr 1:15), sino que demostraba el sentido y el poder del evangelio a través de sus maravillosas obras de sanidad, y luego echó el fundamento de toda bendición por el sacrificio de sí mismo en la cruz. Así llega a ser la misma sustancia del evangelio, único camino, verdad y vida.
2) Los testigos apostólicos confirmaron y proclamaron el mensaje que el Señor comenzó a publicar, pues la plenitud de la proclamación tuvo necesariamente que esperar la obra consumada de la Cruz y la Resurrección. Hablaron de lo que ellos habían visto y oído, siendo la obra de los Doce como "testigos-apóstoles" de suma importancia, ya que es el único medio por el cual pudimos recibir conocimientos exactos de la persona y el ministerio de Cristo, de forma que ya no seguimos a "fábulas artificialmente compuestas" (2 P 1:16), sino que aceptamos hechos comprobados, garantizados por testigos de toda confianza (Hch 2:21-22).
3) El testimonio de los milagros apostólicos. La expresión que hallamos en (He 2:4) es interesante: "añadiendo Dios su testimonio al de ellos, con señales y prodigios y diversos milagros (poderes) y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad". He aquí el verdadero significado de los milagros apostólicos, que constituían las credenciales de los mensajeros. El mensaje de una salvación por medio de uno que murió y resucitó parecía extraño a todo oído carnal, fuese de judío o gentil, y aún no era posible apelar a una Biblia completa con su Nuevo Testamento, así que los siervos de Dios necesitaban una cooperación especial del Espíritu Santo para dar fe de lo que decían en el nombre del Señor. Para describir estas obras especiales y excepcionales se emplean los mismos términos (en sentido inverso) que utilizó Pedro en su sermón pentecostal en relación con el ministerio del Señor: "señales, prodigios y milagros (literalmente poderes)". Compárese con (Hch 2:22). El "prodigio" llama la atención del espectador por ser algo fuera de su experiencia; luego, comprende que opera un "poder" por encima de las leyes de la naturaleza que él conoce, y por último se da cuenta de que tal obra es una "señal" que revela una verdad espiritual detrás del hecho externo de la maravilla en sí. El que comprendiera algo del milagro estaría dispuesto a escuchar con respeto al mensajero para recibir luego el mensaje. Notemos bien que un milagro como mero prodigio no tiene valor en sí, pues el diablo también los hace; ha de apoyar e ilustrar un mensaje, estando todo ello, tanto la obra como la palabra, en consonancia con la naturaleza de Dios.

Temas para recapacitar y meditar

1. ¿Cuáles son las glorias del Hijo según (He 1:1-3)?
2. ¿Por qué hacía falta probar que el Hijo era más excelente que los ángeles?
3. Hágase un análisis de (He 2:1-4), notando: a) cómo se presenta el "aviso solemne", y b) las enseñanzas sobre la proclamación inicial del evangelio.
4. Explíquense los términos siguientes: a) el Hijo; b) el Primogénito; c) "señales, milagros, maravillas".
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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Venezuela
  Rosanna Hernandez  (Venezuela)  (14/07/2022)
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