Estudio bíblico: La sabiduría de Dios y la de los hombres - 1 Corintios 1:18-2:16

Serie:   Exposición de 1 Corintios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La sabiduría de Dios y la de los hombres (1 Corintios 1:18-2:16)

¿Qué es la sabiduría?

Muchos hilos se entrelazan para formar la fuerte cuerda de la argumentación de este pasaje, de tal forma que no resulta fácil su análisis ni la elección de un título que resuma el contenido. Con todo, creemos que todo cuanto escribe Pablo aquí puede incluirse dentro del concepto de la "sabiduría de Dios y la sabiduría del hombre". El hombre en su inocencia fue dotado de sabiduría: facultad que se ha de distinguir de la mera inteligencia y de los conocimientos. Desde luego, la sabiduría no puede funcionar sin una base de conocimientos; sin embargo, es bien sabido que un erudito destacado en su campo de estudios puede ser un necio cuando se trata de ordenar sus relaciones personales, familiares y sociales; en cambio, es posible que un campesino sea un "sabio" en este sentido. La sabiduría consiste en manejar con eficacia tanto los conocimientos como las circunstancias, con el fin de producir el mejor resultado posible. Recordemos que los libros bíblicos de Job, Proverbios y Eclesiastés se llaman "sapienciales" (de sabiduría) porque enseñan cómo el hombre ha de caminar por la senda de la vida en el temor de Dios.
La sabiduría de los griegos es diferente del intento —más bien práctico— de descubrir el "buen vivir" en este mundo, típico de los hebreos y otros pueblos orientales, ya que a los filósofos griegos les interesaba más descubrir la razón de la vida y del mundo material, utilizando procesos de raciocinio que partían de la base de postulados que parecían ser verdaderos por necesidad. Ya hemos visto que los corintios, en general, se sentían atraídos más bien por los sofismas de las nuevas escuelas, gustándoles las sutilezas de la dialéctica. La sabiduría que Pablo ha de expresar debe distinguir tanto de la de los libros sapienciales del Antiguo Testamento como de la griega, ya que brota de la revelación que Dios da de sí mismo en el Verbo encarnado.
La intrusión del pecado en la esfera intelectual y moral del hombre le ha limitado notablemente la capacidad de ordenar su vida sabiamente. No han faltado grandes pensadores, algunos de la talla de los filósofos griegos como Sócrates, Platón y Aristóteles, que tanto admiraban los corintios. Con todo, las célebres preguntas de Sócrates demolían el orden establecido sin colocar nada en su sitio, llegando a ser una sabiduría puramente hipotética. Las "ideas" o "normas" de Platón podrán cobrar algún sentido a la luz de la revelación divina, pero, en sí, no representan más que el esfuerzo mental de un pensador que creó el sistema filosófico que más le satisficiera a él y a sus discípulos, y no tardó en sufrir el ataque de otros sistemas ideados por la generación siguiente. Ya hemos notado que los grandes sistemas filosóficos mencionados habían degenerado —en los tiempos apostólicos— en sofisterías, destacándose las escuelas de los epicúreos y de los estoicos. Los profundos raciocinios de los grandes fundadores griegos de sistemas de pensamiento humano se habían convertido en sutilezas falsas y vacías que sólo se hacían oír por el auxilio de la retórica. Fue cierto, aun en esta esfera, y en los tiempos de Pablo, que "Dios había enloquecido la sabiduría del mundo" (1 Co 1:20).
Algunos de aquellos espíritus superiores habían ideado impresionantes sistemas de filosofía (término que significa "el amor a la sabiduría"), pero los más de los griegos se daban a la idolatría, procurando llenar el vacío de sus vidas por medio de "dioses" hechos a su propia imagen y semejanza, invirtiendo el método divino por el cual el único Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1:26). Este funesto proceso es analizado profundamente por el apóstol en (Ro 1:18-32): pasaje que recomendamos a la atención del lector por su íntima relación con el tema de la "locura de la sabiduría" que Pablo desarrolla en la sección que estamos estudiando.
La sabiduría divina correrá por cauces muy distintos. Es preciso que el hombre abandone su "sabiduría" de hombre caído para reconocer que sólo la aparente "locura" de Dios puede salvarle de los resultados de su propio desvarío. Este pensamiento nos lleva directamente al misterio de la Cruz: necedad para la mente carnal, pero manifestación suprema tanto de la sabiduría como de la potencia de Dios para el creyente. Pablo no lo dice con tantas palabras en este pasaje, pero la gran paradoja de la Cruz lleva implícita en sí la necesidad de tratar a fondo el problema del pecado que la mente carnal siempre quiere soslayar. Por eso hemos de suplementar las enseñanzas de Corintios con las de Hebreos (He 9:14-10:4), dentro de la armonía total de las Escrituras. La necesidad de expiar el pecado no fue del todo ajena al pensamiento griego de la época, pues aparecía en forma degenerada en los "misterios" de origen oriental, que enseñaban una purificación moral por el derramamiento de sangre. Poco contacto había entre estos "misterios" supersticiosos y los altos vuelos del pensamiento filosófico griego, pero por lo menos los "misterios" reconocían la necesidad de procurar la paz a la conciencia. Pablo sintetiza los dos conceptos sobre el plano de la revelación, hallando en la Cruz no sólo el perdón del pecado, sino también la máxima expresión de la sabiduría divina.

La palabra de la cruz y el fracaso de la sabiduría humana (1 Co 1:18-27)

1. La palabra de la Cruz (1 Co 1:18)
La "palabra (logos) de la Cruz" significa tanto la sustancia del mensaje apostólico como su proclamación. Ampliando los términos a la luz de otras Escrituras, sabemos que quería decir el anuncio de que Cristo, el Dios-Hombre, se había ofrecido en sacrificio expiatorio en la Cruz con el fin de satisfacer, a favor de todos, las exigencias de la justicia de Dios.
"La locura de la Cruz". La proclamación de un Salvador crucificado y resucitado es "locura" para quienes se creen capaces de buscar su propia salvación. Pablo emplea el participio presente del verbo "perder" señalando a "aquellos que están perdiéndose": una clase de hombres y mujeres que existe realmente en el mundo. Fundamentalmente es el orgullo personal, o el amor al pecado en alguna de sus múltiples manifestaciones, lo que les aleja de la Cruz.
La Cruz, potencia de Dios. La última parte del versículo 18 destaca otra clase de hombres, aquellos que "están siendo salvos", que Pablo identifica con "nosotros", los creyentes en Corinto y en todo el mundo. Conscientes de su propia flaqueza y fracaso, ven en la Cruz la potencia de Dios para su salvación. Nosotros hubiéramos esperado que Pablo contrastara la locura con la sabiduría —antítesis que se da más adelante—, pero el que se salva necesita en primer lugar la manifestación de la potencia de Dios que le libre del pecado y del mundo. Tal potencia se halla únicamente en la Muerte y la Resurrección de Cristo.
2. El fracaso del sabio de este mundo (1 Co 1:19-21)
Estos dos versículos vienen a resumir dos citas del Antiguo Testamento, la primera, sacada de (Is 29:14), y la segunda de (Is 33:18), ambas según la versión griega llamada la "Alejandrina" (LXX). Pablo no pretende darnos una exposición de estos textos, sino que nos hace ver que el fracaso de la sabiduría humana es algo muy conocido en el Antiguo Testamento. En (Is 33:18), según la versión hebrea normal (la "masorética"), los "escribas" son los contadores de las propiedades al servicio del fisco de la potencia extranjera que entonces ocupaba Israel, no debiendo confundirnos al identificar el uso de esta palabra con el del Nuevo Testamento Repetimos, sin embargo, que no se trata de interpretaciones, sino de utilizar conocidas frases del Antiguo Testamento, que se prestan al argumento del apóstol aquí. Su valor inspirado en nuestro contexto se deriva del uso que Pablo hace de ellas, mientras que, en su contexto original, deben ser sometidos al proceso exegético normal.
3. La Cruz como sabiduría de Dios (1 Co 1:21-23)
La providencia de Dios utiliza el fracaso de los sabios (1 Co 1:21). Los rabinos judíos, confiados en el valor de sus tradiciones; los romanos, orgullosos de la fuerza de sus legiones; además de los griegos, rodeados de la gloria de su civilización, no tenían, en general, la menor idea de lo que Dios había realizado en Israel durante el ministerio, Muerte y Resurrección de su Hijo. No conocieron a Dios ni por las obras de la creación ni a través de su manifestación en Cristo. Se creían demasiado sabios como para detenerse frente a los actos redentores que Dios había llevado a cabo en Israel, rincón insignificante del Imperio, bien que el testimonio de los milagros no dejaba de despertar cierto interés en zonas del Oriente.
La sabiduría humana —convertida en locura— determinó el gran hecho de la Cruz en cuanto al proceso externo. Sin embargo, la providencia divina utilizó tanto las intrigas de los judíos como la fuerza militar de los romanos para el cumplimiento del plan divino, según las conocidas y penetrantes palabras de Pedro: "A éste (Jesús) entregado por determinado consejo y providencia de Dios, vosotros (judíos) prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole" (Hch 2:23). La sabiduría de Dios superó la falsa sabiduría de los hombres —además de su fuerza brutal—, realizando el plan de los siglos, determinado en Cristo, de modo que ya se hace pública la proclamación que tiene por centro la Cruz y la Resurrección: mensaje que trae salvación a quienes confían en Cristo. He aquí el ejemplo máximo de la sabiduría de Dios, quien hace surgir la redención y el triunfo, según su plan eterno, del horrendo crimen cometido por la falsa sabiduría de este mundo.
Señales y sabiduría (1 Co 1:22). Dios se reveló a Israel, no sólo por las palabras de los profetas, sino también por medio de frecuentes intervenciones en su historia, entre las cuales se destaca el Éxodo. Con razón, los judíos esperaban que Dios había de confirmar sus designios por medio de sus obras, pero el legalismo y el formalismo de los guías del primer siglo les ofuscaban hasta tal punto que, cuando el mismo Señor estaba con ellos, realizando señales como ningún otro hizo jamás, aún pedían más "señales", pues habían formado su propia idea de lo que constituía una "señal", aceptable para ellos. Después de la obra de la Cruz y de la Resurrección, persistían en su actitud para la perdición de sus almas. Los griegos, como hemos visto, querían demostraciones filosóficas, unidas con la belleza de una religión poetizada, de modo que reaccionaron contra la tremenda "palabra de la Cruz": espada de dos filos que primeramente descubría el pecado y la falsedad del corazón del hombre y después aplicaba el bendito remedio de una salvación completa, gracias a cuanto significa la sangre de Cristo. Esta Epístola se dirige a creyentes que habían aceptado el Evangelio, pero las palabras de Pablo nos hacen ver claramente que algunos de éstos deseaban disfrazar la "fealdad" de la Cruz por medio del ropaje de la filosofía de moda.
"Predicamos a Cristo" (1 Co 1:23). Frente a las inquietudes y caprichos, tanto de judíos como de griegos, los apóstoles insistían en exponer el camino único que Dios había revelado. Quizá sea preciso aclarar que la predicación de Cristo crucificado no es la descripción de un Cristo siempre agonizante, expuesto a la lástima de almas sentimentales. Nada más lejos del pensamiento paulino. La Palabra de la Cruz incluye siempre el hecho de la Resurrección, y por eso llega al alma con poder, ya que habla de la victoria de Dios sobre el pecado, la muerte y Satanás.
Los judíos, que buscaban señales según su propia definición de ellas, quedaron escandalizados ante la presentación de un Mesías crucificado: mensaje que creían incompatible con las profecías del Antiguo Testamento, entendidas a medias. Donde quiera que anduviera Pablo y sus colegas predicando a Cristo crucificado —con referencia especial a su testimonio en las sinagogas— surgía esta "piedra de tropiezo" para todo judío orgulloso, bien que algunos se rendían ante el Resucitado. Para los griegos —a no ser que el Espíritu Santo hubiese obrado poderosamente en sus corazones con anterioridad— el anuncio de un Dios crucificado en Jerusalén por orden del gobernador romano Poncio Pilato, resultaba ser algo grotesco, completamente ajeno a sus conceptos de la vida, pareciéndoles una verdadera "locura".
4. La Cruz es tanto la potencia como la sabiduría de Dios (1 Co 1:24-25)
Los "llamados" pueden conceptuarse como los "llamados desde antes de la fundación del mundo", sin olvidarse de que en el plano histórico, el Evangelio en sí es la llamada que pone las buenas nuevas del Evangelio al alcance de los hombres. El propósito eterno se lleva a cabo por los medios que Dios —en su sabiduría y soberanía— ha provisto, o sea, la proclamación del Evangelio (kerûgma). Cuando judíos y griegos humildes de espíritu reconocían el vacío espiritual de su vida, y, no hallando satisfacción ni en sus religiones ni en la filosofía, escuchaban la proclamación de lo que Dios había hecho en Cristo, comprendían la obra redentora y la aceptaban. Se sobreentiende el auxilio interno del Espíritu Santo. Estos, experimentando un cambio de vida, comprendieron que el Evangelio era "potencia de Dios y sabiduría de Dios". La expiación del pecado consumada por el Cordero de Dios hacía posible la paz de la conciencia y los creyentes aceptaban la maravillosa revelación de que el amor de Dios había satisfecho las demandas de su propia justicia. En esto discernieron una sabiduría eterna, infinitamente más elevada que los raciocinios de las distintas escuelas filosóficas o las intrincadas glosas de los rabinos judíos sobre la Ley. Pablo enfatiza el valor de la PERSONA, que era "Cristo (o un Mesías) que ha sido crucificado... Cristo (un Mesías) que es potencia de Dios y sabiduría de Dios". El valor del hecho depende del valor de la PERSONA que lo realizó.
Dios no pretende adaptar su mensaje a la sabiduría humana, aunque un predicador sabio procurará presentar el Mensaje único usando distintas presentaciones según las condiciones intelectuales y morales del oyente. En cuanto a la sustancia del Evangelio hemos de recordar que "lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Co 1:25). El lector comprenderá que no hay nada insensato ni débil en Dios, por ser Él Fuente y Origen de toda sabiduría y fuerza, de modo que las expresiones que estudiamos corresponde a las valoraciones de los hombres, declarando en efecto: "Si el mensaje divino te parece insensato o débil, recuerda que tú no eres más que una criatura, además de hombre caído. En Dios el Creador se halla la suma de toda potencia y sabiduría. Si eres "sabio", pues, ajustarás tus normas a las de Dios y no esperarás de él que rebaje sus normas a la altura de las tuyas". ¡Gracias a Dios por los "llamados", que, siendo sabios o sencillos en cuanto a la ciencia humana, se han hecho "niños" con el fin de recibir la revelación de Dios! (Mt 11:25).
5. La "vocación" de la iglesia en Corinto (1 Co 1:26-29)
"Vuestra vocación" (1 Co 1:26). La frase "vuestra vocación" significa aquí el conjunto de los llamados, o sea, los creyentes que constituían la iglesia de Corinto. Como siempre, el Evangelio había sido recibido mayormente por los pobres y por miembros de los estratos inferiores de la sociedad, donde suele haber menos orgullo y más sed de justicia. Lo mismo pasó en el ministerio del Maestro. Pablo invita a sus lectores a pasar revista a la congregación para ver dónde se hallaban los sabios, los nobles y los poderosos. Podrían pensar en algunos, como Erasto, Gayo, Crespo, etcétera; pero ¡cuán pocos eran, comparados con los pobres, los débiles (económica y socialmente) y los esclavos! No hemos de limitar la eficacia del Evangelio, pensando que sólo se adapta a los pobres, pero la bienaventuranza de éstos consiste precisamente en su pobreza, que les ayuda a comprender que han de esperarlo todo de las riquezas de la gracia divina. Al rico le es muy difícil entrar en el Reino, afirmó el Maestro, pero, con todo, la omnipotencia de Dios podía vencer el obstáculo (Mt 19:23-26).
Dios manifiesta su potencia y sabiduría por los instrumentos que él escoge (1 Co 1:27-29). Si Dios utilizara sólo instrumentos de gran solvencia humana, como los sabios, los poderosos y los bien nacidos, muchos sacarían la conclusión de que el Evangelio prospera porque reúne y organiza las fuerzas más eficaces del mundo. Según los principios de esta porción, Dios suele hacer todo lo contrario, pues mantenía su testimonio en la gran ciudad de Corinto mayormente por medio de los elementos más despreciados, según el criterio del hombre. En las palabras de Pablo hallamos un eco de (Jer 9:23): "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Más alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra". Se trata de pasar revista a los motivos del orgullo humano para hacer ver que Dios los anula, manifestando su potencia por medio de lo despreciado de los hombres. Hay potencia humana en la sabiduría carnal, pero Dios la rechaza. Los poderosos manejan resortes financieros, políticos y militares, pero Dios no los escoge como tales. Los bien nacidos gozan del prestigio de su categoría social, y sin embargo, en la iglesia, podrían ser menos usados que un esclavo. Por fin Pablo llega hasta la tremenda paradoja de afirmar que "Dios escogió lo que no es para deshacer lo que es", con el fin de que nadie se jacte en su presencia.
Cuando una organización eclesiástica se hace potente por medio de su jerarquía, su erudición, su dinero y su influencia social y política, se halla en grave peligro, pues será difícil que digan: "Tenemos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros" (2 Co 4:7). Naturalmente, no recomendamos que los asuntos del Reino se traten de cualquier manera, pues lo mejor de lo que tenemos debiera dedicarse al Señor; con todo, invitamos a todos los creyentes a meditar en los principios básicos de los versículos 25 al 29 de este pasaje, con el fin de que todos nos humillemos delante del Señor pidiendo su ayuda para poder discernir entre la verdadera potencia espiritual y la mera fuerza carnal.

La base doctrinal de la sabiduría divina (1 Co 1:30-2:5)

1. El aspecto positivo de la sabiduría (1 Co 1:30)
Es extraordinaria la riqueza doctrinal del versículo 30, que define la sabiduría divina en relación con los creyentes, quienes "surgen" (o "nacen") de Dios y se hallan bendecidos plenamente en Cristo. Intentaremos traducir el texto literalmente con el fin de que sus verdades se destaquen más claramente: "Mas de él—de la sustancia de Dios como origen— sois vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho sabiduría, aun justificación, santificación y redención".
El origen y sustancia de la nueva familia (1 Co 1:30). Si no tu viésemos más origen que el de Adán caído, tendríamos, a la fuerza, que buscar normas en consonancia con este hecho: la verdad es otra puesto que la primera frase del versículo 30 nos recuerda que surgimos (como nuevas criaturas) de la misma sustancia de Dios ("ex autou de humeis...") según el sagrado misterio de la nueva familia de Dios cuyo origen se describe en términos análogos en (Jn 1:12-13): "A cuantos le recibieron (al Verbo encarnado) les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios... engendrados no de sangre, ni de la voluntad de la carne... sino de Dios (ek Theou)". En estos contextos la preposición "ek", seguida por el caso genitivo, señala el origen de la sustancia de algo o de alguien, y aquí la Fuente de la vida es Dios mismo. Teniendo este origen, no estamos sujetos a la sabiduría del hombre, sino que nos corresponde esperar la revelación de la sabiduría divina.
"Vosotros estáis en Cristo Jesús" (1 Co 1:30). Si bien nuestro origen se halla en Dios, nuestra posición actual se encuentra en Cristo Jesús, en quien fuimos escogidos antes de los tiempos de los siglos. Pablo no cesa de recalcar esta posición del verdadero creyente "en Cristo Jesús", y puesto que la relación es vital (y no formal) supone que todo cuanto Cristo es —y la suma de lo que ha hecho— llega a ser nuestro, por lo menos potencialmente, es decir, el hecho existe como obra de Dios, haciendo posible nuestra participación en su significado.
"Nos ha sido hecho sabiduría" (1 Co 1:30). Los filósofos se afanaban por buscar la sabiduría mediante esfuerzos personales, bien que sólo los necios imaginaban que habían llegado a la meta al buscar la verdad. En el régimen de gracia es Dios mismo quien toma la iniciativa de tal forma que su Hijo Cristo Jesús "nos ha sido hecho sabiduría...". No es algo que hemos alcanzado por nuestros esfuerzos, sino un don del cielo que nos ha sido otorgado. Toda la sabiduría de Dios está en Cristo, de modo que, teniéndole a él, la sabiduría ha llegado a ser la nuestra en él. No todos los eruditos bíblicos leen este texto de la misma manera, pero, siendo el tema del pasaje sabiduría, y siguiendo un conocido sentido de la construcción gramatical, es mejor pensar en tres manifestaciones de la sabiduría que ya hemos recibido, o sea justificación, santificación y redención. Cristo nos ha sido hecho sabiduría, y de este hecho brotan tres grandes ramas de la salvación.
"Justificación, santificación y redención" (1 Co 1:30). Un examen minucioso de estos términos nos llevaría mucho más allá del concepto de la sabiduría que predomina en esta sección y rebasaría los límites de este comentario. Basta notar que el sabio consejo de Dios en Cristo ha provisto:
a) un medio para justificar al reo —condenado por la Ley—, quien se esconde en Cristo, según el concepto de la justificación que se desarrolla en Romanos capítulos 3 y 4, y en Gálatas capítulos 3 y 4.
b) No sólo eso, sino que la misma Muerte expiatoria de Cristo ha libertado a aquel que antes era esclavo del pecado y del diablo, que es lo que significa la redención.
c) Hombres que antes eran del mundo, entregados al servicio del diablo, han sido apartados de su manera anterior de vivir para ponerse a la disposición de Dios en Cristo, siendo así santificados. He aquí tres de los aspectos fundamentales de la salvación que surgen de la sabiduría de Dios, y que son nuestros en Cristo. Toda esta obra es de pura gracia, recuerda Pablo, citando un texto del Antiguo Testamento que prueba que ningún ser humano ha de jactarse en la presencia de Dios (1 Co 1:31) (Jer 9:23).
2. La demostración del poder del Espíritu en la proclamación del mensaje (1 Co 2:1-5)
Pablo llega a Corinto (1 Co 2:1-3). A pesar de la interrupción del sentido en nuestra versión, determinada por la división de los capítulos, el tema continúa, pues Pablo enlaza su propia experiencia con la profunda doctrina que acaba de afirmar, utilizando la frase: "Así que, hermanos", que sirve de eslabón entre el párrafo anterior y el siguiente.
Los versículos 1 al 3 se explican suficientemente por los principios que hemos venido subrayando, y recomendamos al lector que vuelva al detalle histórico de la visita de Pablo que consta en el capítulo introductorio. Fue a Corinto con la determinación de que el "testimonio de Dios", o sea, el mensaje de "Jesucristo y de éste crucificado", no había de envolverse en discursos que debieran su atractivo a los recursos de la retórica, según se entendían en aquel entonces. La predicación había de ser eficaz —pues no hay "mensaje" si faltan palabras adecuadas—, pero lo que interesaba, como siempre, era anunciar con absoluta claridad lo que Dios había hecho en Cristo. Sin esta reiteración de los hechos redentores no puede haber predicación del Evangelio.
No hemos de entregarnos a suposiciones sobre el estado físico y anímico de Pablo por aquella época. El mismo describe lo esencial en el versículo 3. A nosotros nos corresponde fijarnos en su determinación de limitarse a lo esencial del mensaje al llegar a Corinto, lo que explica la potencia de la obra del Espíritu en la ciudad. Los argumentos de los amantes de la sabiduría humana se desbaratan por medio de esta referencia a la historia de los comienzos del testimonio de Dios en su ciudad.
La potencia del Espíritu Santo (1 Co 2:4-5). Los versículos 4 y 5 vienen a complementar la doctrina fundamental de (1 Co 1:30). La gran obra de gracia ha llegado a nosotros en su totalidad por la gracia de Dios manifestada en Cristo, pero falta algo esencial en la exposición de tal obra si no hay mención del Espíritu Santo. La sustancia del mensaje fue determinado en Cristo, pero la potencia para su proclamación dependía de la demostración del Espíritu Santo, el único que podía convencer a las almas de la verdad de la predicación de Pablo. Ya hemos reiterado que "palabras persuasivas" no significan "palabras adecuadas", sino los recursos de la retórica del día. Estos son rechazados con el fin de que la fe de los creyentes no descanse sobre especiosas persuasiones humanas, sino en el poder de Dios, manifestado tanto por la sustancia del Evangelio mismo como por su predicación en la "demostración del Espíritu". Vivimos en días superficiales, cuando muchos hermanos creen saber mucho, y abundan toda suerte de ideas en cuanto a "lo que requiere nuestro tiempo y nuestra sociedad". La saludable reacción en contra de una presentación demasiado teológica del Evangelio lleva a muchos predicadores a aprovechar medios psicológicos para anunciar un mensaje que apenas lleva contenido doctrinal. El verdadero siervo de Dios, sin embargo, confiará únicamente en lo que Dios ha revelado en Cristo, proclamándole por la potencia del Espíritu Santo. En este siglo XX necesitamos tanto la doctrina de (1 Co 1:30) como el "único método" de (1 Co 2:5), si bien es preciso el esfuerzo por comprender las necesidades de nuestros oyentes, presentando el Evangelio mediante palabras que son propias de nuestra época.

La revelación de la sabiduría de Dios (1 Co 2:6-16)

1. Las características de la sabiduría divina (1 Co 2:6.9)
Por medio de la profunda doctrina expuesta en (1 Co 1:30) hemos aprendido que la sabiduría de Dios se ha encarnado en Cristo, quien nos ha sido hecho sabiduría. El tema, sin embargo, encierra tanta riqueza y profundidad que queda mucho más que decir, primeramente sobre las características de la sabiduría y después sobre la manera en que se revela.
La sabiduría de Dios es para "los iniciados" (1 Co 2:6). Ni la traducción antigua de "perfectos" ni la moderna de "competentes" da el sentido exacto de "teleioi" en el original, término, que señala a creyentes capacitados para entender la sabiduría de Dios. Tratándose de las "religiones de misterio" en la Grecia antigua, había una manifestación externa del culto para el vulgo, que consistía en crudos simbolismos; los "iniciados", sin embargo, llegaron a comprender los secretos que —según se decía— se escondían detrás de los símbolos, pasando así a una participación en los verdaderos secretos de aquella religión. La analogía con la fe cristiana no es completa, desde luego, pero nos ayuda hasta cierto punto a comprender el sentido de "teleioi", que nosotros, en el contexto bíblico, podemos traducir por "creyentes que han llegado a la plena madurez espiritual". El niño requiere la leche de la Palabra, pero si ansía progresar en los caminos del Señor, llega a cierta madurez espiritual que le permite comprender tanto verdades como normas que le habrían extrañado en los primeros días. Pablo se dirige a tales hermanos, seguro de que han de comprender la sabiduría de Dios como algo completamente opuesto a "la de este siglo", que, según las consideraciones ya hechas, se reduce a nada. Los "príncipes de este siglo" se refiere no sólo a reyes y emperadores, sino también a los grandes líderes de movimientos civilizadores. Frente a la sabiduría divina, Aristóteles no se halla en mejor caso que Julio César.
Esta sabiduría ha estado escondida (1 Co 2:7). De nuevo hemos de esforzarnos por comprender ciertos "términos técnicos" que emplea Pablo como medio de dar a conocer lo revelado de Dios. La frase "la sabiduría de Dios en misterio" no significa algo misterioso y difícil de comprender, sino temas no revelados en el antiguo régimen, que se iluminan en el nuevo por medio de las verdades entregadas por inspiración a los apóstoles del Señor. Así que "hablar sabiduría de Dios en misterio" viene a ser: discurrir sobre la revelación de los propósitos de Dios determinados "antes de los siglos para nuestra gloria" y dados a conocer en el nuevo siglo por el ministerio apostólico.
La sabiduría era desconocida por los príncipes de este siglo (1 Co 2:8). Ya hemos tocado este tema, pero el versículo 8 destaca el caso más sorprendente de "la ignorancia de los sabios", pues, teniendo delante de ellos —se trata de un número reducido, pero representativo— al Señor de la gloria, no le conocieron, y, como trágico colofón de su ceguera, le crucificaron. Ya sabemos que todo esto fue "por determinado consejo de Dios", pero aquí Pablo analiza las características de la triste ignorancia que llama "sabiduría de este siglo". Esta ignorancia existe hoy, pues muchas mentes privilegiadas conocen bien el texto de los Evangelios sin que lleguen a "ver a Jesús" y sin apreciar la gloria divina que brilla en el rostro de Jesús de Nazaret.
Normalmente los apóstoles asocian la crucifixión con la "flaqueza" del Señor, o sea, con su cuerpo entregado en la Cruz; aquí, por excepción, el título "el Señor de la gloria" se emplea al describir el rechazamiento del Señor por los hombres en el vergonzoso drama de la crucifixión, con pensamiento análogo al de Juan, quien también se deleita en hablar de la "gloria" de la Cruz (Jn 12:23) (Jn 17:1).
La consumación de la sabiduría (1 Co 2:9). La cita de (Is 64:4), en su contexto original, describe las glorias del Reino cuando Israel habrá sido restaurado a su tierra; Pablo aprovecha las mismas palabras con el fin de dar a conocer las maravillas de la obra de Dios en el nuevo siglo. No describe la gloria del Cielo, sino confirma las maravillas de la "sabiduría escondida" que ahora se nos revela en Cristo por la potencia del Espíritu Santo y mediante el ministerio apostólico: maravillas mucho más allá de la comprensión de las facultades humanas, aparte de la revelación del Espíritu Santo.

La revelación de la sabiduría divina se lleva a cabo mediante el Espíritu de Dios (1 Co 2:10-16)

Las profundas operaciones del Espíritu (1 Co 2:10-11). Pablo aprovecha una analogía humana en el versículo 11, recordando a sus lectores que es el espíritu del hombre —lo más elevado de su vida interior— el que conoce sus pensamientos más íntimos. De paso notamos que el "espíritu" es parte esencial del ser tripartito del hombre, aun después de la Caída. A veces no es posible distinguir entre alma y espíritu como elementos constitutivos de la vida interior del hombre, pero admitimos el término "tripartita" a la luz de (1 Ts 5:23) y de las consideraciones que surgirán del estudio de (1 Co 15:43-49). Aplicando su analogía, subraya la verdad evidente de que sólo el Espíritu de Dios escudriña "lo profundo de Dios". Este importante versículo viene a complementar la verdad expresada en (Mt 11:27) por la que aprendemos que nadie conoce al Hijo sino el Padre, y que nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo le quisiera revelar. En suma, hay profundidades en el Ser del Dios infinito y eterno que "son de Dios" sin ser tema de revelación. Al mismo tiempo, Dios pone una "plenitud divina" a la disposición del hombre en Cristo, que ha de aprovecharse según las leyes espirituales establecidas. Estas profundidades no sólo son conocidas por las Personas de la Santa Trinidad, sino que llegan a ser tema de revelación por medio del Hijo y gracias a la obra reveladora del Espíritu Santo.
El conocimiento de lo profundo de Dios (1 Co 2:12). Pablo nos hace ver que hemos recibido al "Espíritu revelador" para que sepamos las cosas que Dios nos ha dado en su gracia. Dios no quiere mantener a sus hijos en ignorancia, sino que provee medios para que lleguemos a profundos conocimientos de las riquezas de su gracia: algo que conviene al creyente espiritualmente maduro y que le distingue netamente del hombre que no sabe más que la menguada sabiduría de este siglo. Los teólogos que soslayan el tema de la revelación divina, con el fin de exaltar las capacidades de la razón humana, llegan a negar la esencia de esta sabiduría divina. No es que la razón sea mala en sí, pues es un precioso don de Dios, característico del hombre creado a su imagen. Es defectuosa, sin embargo, si sólo admite la evidencia de los sentidos, embotados por la Caída, de modo que necesita orientarse por la revelación. Hemos recibido el Espíritu que procede de Dios y sólo éste puede hacernos saber —por los medios que él escoge— "lo profundo de Dios".
La expresión de la sabiduría de Dios (1 Co 2:13). El conocimiento de la sabiduría de Dios no se limita a intuiciones internas y místicas de la verdad, como algunos han creído. Las palabras son también don de Dios —a pesar de que el diablo las emplea a menudo para sus engaños— pero las que expresan verdades reveladas han de proceder del Espíritu de verdad, igual que la sustancia de lo revelado. "De las cuales cosas hablamos —de las verdades del nuevo siglo ya reveladas— no con palabras enseñadas por humana sabiduría, sino con las enseñadas por el Espíritu". Básicamente las verdades divinas se han revestido de palabras adecuadas, inspiradas por el Espíritu Santo, en las páginas de las Escrituras, y son estos sagrados oráculos lo que ha de servir como base de todo mensaje verbal pronunciado por los siervos de Dios (1 P 4:10-11). En la proclamación del Evangelio el Espíritu de sabiduría y de potencia capacita a los siervos de Dios con el fin de que apliquen adecuadamente las verdades escritúrales a las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo.
La última cláusula del versículo 13 admite varias traducciones, pero, en vista del desarrollo del argumento del apóstol en el contexto, quizá la más adecuada es la siguiente: "interpretando verdades espirituales a hombres espirituales". Se trata de la comprensión de la sabiduría divina, que no surge de este suelo, sino que nos viene por una revelación de "lo profundo de Dios", o sea, la gracia que Dios nos ha dado en Cristo. Estas verdades espirituales son "locura" para el hombre que se empeña en buscar la sabiduría de este siglo, pero se iluminan brillantemente ante la comprensión del hombre espiritual quien mantiene su contacto con Dios, creciendo así en madurez y en entendimiento.
El contraste entre el hombre natural y el espiritual (1 Co 2:14-15). Es una lástima que la Vers. H. A. haya traducido "psuchikos" por "carnal" en el versículo 14, pues, según los conceptos de Pablo, existe una diferencia esencial entre los dos términos. El "psuchikos" (viene de "psuche", alma) es el "hombre natural", el hijo de Adán tal como le conocemos en el trato diario, mientras que el hombre "carnal" —"sarkikos"— es el creyente que no manifiesta en su vida los frutos prácticos de su unión con Cristo en su Muerte y en su Resurrección. Los dos términos se contrastan con "pneumatikos", que describe el creyente que se deja llevar por el Espíritu de Dios en su caminar cristiano.
Al pasar al capítulo 3 se destacará el contraste entre los espirituales y los carnales, dentro de la familia de Dios, pero hasta el fin de este capítulo se mantiene la contraposición entre la sabiduría humana y la espiritual, de modo que es "el hombre natural —el mundano— que no recibe las cosas del Espíritu de Dios porque le son necedad". No sólo no las recibe, sino que no las puede conocer, pues le falta la facultad que depende de la renovación de la mente por el Espíritu de Dios. Tales asuntos se han de juzgar espiritualmente, y, de hecho, los "sabios" que emiten opiniones sobre asuntos bíblicos suelen evidenciar una crasa ignorancia de los primeros principios de la verdad revelada.
La posición del cristiano espiritual es muy privilegiada, puesto que, por la operación en él del Espíritu de Dios, entiende la verdad revelada, y, a la vez, no necesita ser torpe frente a los asuntos materiales. El puede formar un buen criterio sobre todas las cosas y a la vez nadie puede enjuiciarle a él acertadamente. Quizá muchos le llaman un "necio" porque desprecia lo material, pero de hecho, su vida se ha enriquecido maravillosamente por la revelación espiritual que recibe por la Palabra, y anda más seguro en esta vida por conocer mejor la obra creadora y providencial de Dios, en sujeción a Cristo.
Una posesión preciosa (1 Co 2:16). Pablo hace eco de las alabanzas de (Is 40) al exclamar: "¿Quién conoce la mente del Señor para que le instruya?", pero pasa en seguida a considerar de nuevo el "hombre espiritual". Nosotros —dice— "tenemos la mente de Cristo". Esto es verdad porque habita en nosotros el Espíritu de Cristo, el mismo Espíritu que también conoce lo profundo de Dios. Sin embargo, no debemos contentarnos con la teoría de "tener la mente de Cristo" porque hemos recibido el Espíritu de Cristo; constituye excelente disciplina espiritual repasar los cuatro Evangelios preguntándonos a cada paso: "¿Cómo pensaba Cristo de tal o cual asunto? ¿Cuáles actitudes eran las que él adoptaba frente a las cosas estimadas o despreciadas por el mundo?". Si lo hiciéramos así, hallaríamos muchísimas sorpresas y llegaríamos a comprender cuán lejos estamos en la práctica de manifestar que tenemos la mente (la manera de pensar) de Cristo. Por su parte el apóstol Juan declara: "El que dice que permanece en él, debe también él mismo andar como él (Cristo) anduvo" (1 Jn 2:6). La frase lapidaria de Pablo trae a un fin sublime el desarrollo del gran contraste entre la sabiduría de Dios y la del mundo.

Preguntas

1. ¿Por qué buscaban los judíos señales y los griegos sabiduría? ¿En qué consistía su equivocación en cada caso? Indique las raíces históricas de las dos actitudes.
2. Destáquense algunas de las características de la sabiduría de este siglo, contrastándolas con otras de la sabiduría divina. ¿Cuál fue la máxima locura de la sabiduría del mundo? Base su contestación sobre (1 Co 1:18-25) con (1 Co 2:6-16).
3. Reseñe la obra del Espíritu de Dios al revelarnos la sabiduría de Dios. Base su contestación sobre el análisis de (1 Co 2:10-16).
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Argentina
  Mabel Cabral  (Argentina)  (04/02/2022)
Muchas gracias por esta enseñanza.
Cuba
  Miguel Hernández Aguilar  (Cuba)  (27/11/2021)
Buenos días y bendiciones,gracias a Dios por estos estudios,edificantes y necesario,gracias por compartir.
Argentina
  José Antonio Domínguez  (Argentina)  (13/02/2021)
Excelentes reflexiones sobre la biblia, soy católico apostólico romano y también respeto y admiro a mis ancestros de la iglesia católica conducida por los patriarcas de oriente. El gran objetivo es hacer el bien a la humanidad, con amor, paz y la sabiduría que proviene del espíritu Santo.
Argentina
  Pablo Gustavo Ortega  (Argentina)  (19/03/2020)
Gracias!
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