Estudio bíblico: La resurrección del cuerpo - 1 Corintios 15:1-34

Serie:   Exposición de 1 Corintios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La resurrección del cuerpo - 1 Corintios 15:1-34

Un tema nuevo

1. El porqué de esta disertación
En el curso de su dilatada y cuidadosa prueba de la resurrección corporal, como parte esencial del Evangelio apostólico, Pablo se dirige a los corintios con estas palabras: "Si se predica a Cristo como habiendo resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?" (1 Co 15:12). La pregunta citada revela un estado de cosas de bastante gravedad en la iglesia en Corinto, pues un grupo —de mayor o menor importancia— negaba la resurrección de los muertos. Los versículos 31 al 34 insinúan que esta verdadera herejía tuvo como consecuencia una vida descuidada, caracterizada por malas costumbres.
Hasta aquí el apóstol ha venido corrigiendo errores relacionados con las prácticas de bastantes de los creyentes de Corinto, advirtiendo también contra ciertas actitudes equivocadas que subestimaban la autoridad de la revelación cristiana y fallaban a la aplicación de la ley del amor. Estos desvíos no carecían de importancia, y hemos tenido ocasión de notar que el apóstol a veces dirigía avisos de gran solemnidad a sus hijos en la fe. Con todo, se trataba de actitudes peligrosas y no de herejías positivas. En esta sección Pablo se enfrenta con la infiltración en la Iglesia de un grave error doctrinal que negaba tajantemente uno de los postulados fundamentales del Evangelio. Como en otros casos de menor importancia, agradecemos la ocasión, puesto que de ella surge este profundo estudio del tema de la resurrección corporal que Pablo trata con tanto detalle, y que llega a ser la clave indispensable para la debida comprensión del tema en las demás partes de las Sagradas Escrituras.
2. La probable fuente del error
En las notas sobre los capítulos 2 y 3 tuvimos ocasión de recalcar que la exaltación de la sabiduría humana por encima de la revelación de los propósitos de Dios se debía a conceptos y actitudes típicos de la sociedad griega de la ciudad de Corinto. De igual forma hemos de recordar que la idea de la resurrección del cuerpo fue algo repugnante a los griegos en general. No todos serían estudiantes de filosofía, pero siglos de enseñanzas que inculcaban el desprecio del cuerpo y el valor excelso del espíritu humano, habían creado un ambiente general reacio a la idea de la supervivencia de la materia y, por tanto, al concepto de una resurrección de muertos. Pablo habrá de explicar que la "materia" será muy diferente cuando se trate de la del cuerpo espiritual de la resurrección, pero aquí estamos procurando comprender la razón de la infiltración de este error, pese a las claras enseñanzas que el apóstol había entregado a los corintios desde el principio. Los griegos —escribimos en términos generales, pues es imposible resumir aquí los postulados de los diferentes sistemas filosóficos— pensaban que el espíritu del hombre podría sobrevivir, volviendo a unirse al "espíritu" del cosmos, del cual había procedido. No había nada, sin embargo, en el pensamiento griego que correspondiera a la doctrina cristiana de la supervivencia de la personalidad específica de cada ser humano, con sus partes constituyentes de espíritu, alma y cuerpo. Los sabios del Areópago ateniense escucharon el discurso de Pablo con bastante atención hasta que "oyeron de la resurrección de los muertos", pues tal concepto les pareció tan fuera de toda razón y lógica que "unos se burlaban", bien que otros, impresionados por las verdades anteriores que su conciencia había aprobado, dijeron: "Te oiremos de esto otra vez" (Hch 17:31-32). Bajo tales influencias, el referido grupo de personas en la iglesia de Corinto querían seleccionar entre los términos del Evangelio que habían profesado creer. Quizás habían llegado a aceptar la verdad de la crucifixión; es posible que admitieran, como un hecho único y espiritual, con salvedades, la resurrección de Cristo. Pero rechazaban la doctrina general de "la resurrección de los muertos".
3. El desarrollo del argumento del apóstol
En cuanto al rigor de la argumentación, sólo porciones de la Epístola a los Romanos pueden compararse con el desarrollo lógico de esta defensa apostólica de una de las verdades fundamentales del Evangelio. El tema era sublime y entrañaba en sí toda la perspectiva presente y futura de la vida cristiana, siendo base de la "esperanza" por medio de la cual somos salvos. Por eso Pablo se ciñe para la batalla, proveyéndose de todas las armas dialécticas de su panoplia para esgrimirlas luego con suma destreza, pues fue necesario ganar la batalla, no sólo a favor del testimonio en Corinto, sino con el fin de establecer la verdad de Dios en cuanto al Evangelio que había de extenderse a través de todo el mundo. Así esta verdad fundamental resonó a lo largo de todos los siglos, y seguirá haciéndolo hasta que llegue la consumación de la "resurrección", pujante e invencible sobre el pecado y la muerte.
1) La resurrección corporal de Cristo es parte integrante del Evangelio (1 Co 15:1-4).
2) La resurrección de Cristo, como hecho histórico, se establece por el testimonio unánime de muchos testigos de perfecta solvencia (1 Co 15:5-8).
Pablo enfatiza los contactos de los apóstoles con el Señor Resucitado, terminando con su propio caso, que también se reviste de valor testifical.
3) Si Cristo no resucitó, entonces se ha de deducir que la predicación apostólica fue un mensaje falso, vacío de verdadero contenido y sentido (1 Co 15:9-19).
Esto traería como consecuencia que la fe de los creyentes descansaba sobre una base falsa, quedando ellos todavía en sus pecados, sin esperanza más allá de la tumba.
4) La resurrección de Cristo es un hecho histórico que vivifica potencialmente a toda la raza (1 Co 15:20-22).
El valor doctrinal de estos pocos versículos es incalculable, ya que Pablo condensa en ellos la gran perspectiva de la obra de Dios a favor del hombre —en términos similares a la importante disquisición de (Ro 5:12-21)—, haciendo constar que, si bien todos los hombres mueren "en Adán", todos serán vivificados en Cristo. El hecho de la Muerte y la Resurrección de Cristo, como Postrer Adán, afecta a toda la raza, que se halla incorporada en "su Cabeza". La responsabilidad personal del arrepentimiento y la fe salvaguarda este sublime concepto de la posible deducción errónea del universalismo.
5) La resurrección de Cristo lleva implícita en sí "la resurrección de los muertos", que se llevará a cabo en distintas etapas hasta la victoria final sobre la muerte (1 Co 15:23-28).
La resurrección de Cristo se considera como "primicias" que garantizan una gran cosecha. El "orden" del versículo 23 es el "orden de la resurrección". "Los que son de Cristo" serán levantados en la Parousia. "El fin" del proceso de la resurrección se ve relacionado con la consumación de la gran misión del Hijo, quien entregará el vasto reino a su Padre, ya sujeto y reconciliado. Entonces el Trino Dios será de nuevo "todo en todos". El postrer enemigo vencido será la muerte, que determinará el fin de la aplicación de este principio de nueva vida, de vida de resurrección, por medio de Aquel que es "Resurrección y Vida".
6) Las condiciones de la vida y del servicio de los creyentes no tendrían sentido sin la esperanza de la resurrección (1 Co 15:29-34).
Pablo cita el significado del bautismo y las condiciones de su propio servicio, como hombre sentenciado a muerte; estos elementos de la vida cristiana serían una pura necedad si los creyentes carecieran de la esperanza de la resurrección. De paso nota la relación entre la doctrina falsa y las malas costumbres.
7) La pregunta: "¿Con qué cuerpo vendrán?" es una insensatez, ya que el Creador realiza su obra tan rica en su diversidad por medio de muchos diferentes tipos de "cuerpos" (1 Co 15:25-41).
Empleando términos modernos, Pablo dice, en efecto, que no se trata de las moléculas del cuerpo que conocemos en este momento —que de todos modos van cambiando constantemente en el proceso del metabolismo—, sino de una relación semejante a la que existe entre la semilla y la planta posteriormente desarrollada; ésta no se parece en nada a la semilla, pero está unida con ella por un principio vital. Se trata de la conservación de la personalidad humana, verdadera obra de la creación especial de Dios. Dios dará un cuerpo de resurrección a los redimidos como a él le plazca dentro de los firmes propósitos de su omnipotencia, sabiduría y soberanía.
8) El contraste entre el "cuerpo del alma" y el "cuerpo del espíritu" (1 Co 15:42-49).
Pablo procede a aplicar el principio de la diferencia que existe entre distintos cuerpos al contrastar el cuerpo actual con el de resurrección. El vocablo "cuerpo animal" está bien etimológicamente, pues quiere decir "cuerpo gobernado por el alma", como lo es el actual. Se contrasta con el de resurrección, que será "cuerpo gobernado por el espíritu". Las diferencias dependen del enlace del primero con "el primer hombre Adán (hecho), alma viviente", y del segundo con "el postrer Adán, Espíritu vivificante", ya que los creyentes han de llevar la imagen (la exacta manifestación) del Postrer Adán, tal como llevan ahora la obvia semejanza con el primer Adán.
9) La resurrección de los creyentes se relaciona con la Parousia (1 Co 15:50-56).
En su plena manifestación, todo el "Reino de Dios" se basará sobre principios posteriores y superiores a la materialidad. Habrá cuerpo de resurrección, pero "carne y sangre" no pueden pasar a la plenitud del Reino. Por eso tendrá que haber un momento de cambio, que, para los creyentes, coincidirá con la venida del Señor para recoger a su Iglesia. Existe una estrecha analogía entre estos versículos y (1 Ts 4:13-18).
10) La victoria de la resurrección garantiza la permanencia y la validez de la obra de los siervos del Señor (1 Co 15:57-58).
Pablo redondea su argumento haciéndose eco de su declaración en los versículos 9 al 19: la obra apostólica y la vida de los creyentes resultarían nulas y vacías si no hubiera resurrección. Ha probado que la hay, y, por lo tanto, puede declarar: "Vuestro trabajo en el Señor no es vano".

La resurrección de Cristo es parte integrante del evangelio (1 Co 15:1-19)

1. La entrega y la recepción del mensaje apostólico (1 Co 15:1-4)
El Evangelio apostólico recordado. No debiera haber hecho falta que Pablo "hiciera saber" ("gnorizõ") los términos exactos del Evangelio a los corintios, pero algunos habían escuchado "ligeramente", como se puede traducir el vocablo "eikê" del versículo 2, sin prestar toda la atención precisa a la proclamación original. El énfasis aquí sobre el "depósito" de doctrina que Pablo había recibido del Señor, entregado con toda fidelidad a los corintios, llega a ser necesario en vista de la infiltración del error sobre la resurrección que ya hemos comentado, y que volverá a surgir en la consideración de este capítulo. "¿Cómo me escuchasteis —pregunta Pablo, en efecto— si permitís la introducción en vuestro medio de un error fundamental, en contradicción total con lo que yo entregué y vosotros recibisteis?".
Supone que "están firmes" en las verdades del Evangelio que aceptaron; sin embargo, es preciso despertar tanto su memoria como su conciencia a la renovada consideración de la importancia vital de retener, no sólo un vago recuerdo de la proclamación, sino también "las palabras con que os lo anuncié".
La construcción gramatical del versículo 2 es difícil y bien que es posible traducirlo tal como lo tenemos en R.V. 1960 y en la Vers. H. A., tiene mucho apoyo la traducción de G. G. Findiay (The Expositor's Greek Testament, in loc): "¿En cuál palabra —pregunto— os prediqué? (o recordaréis) si lo retenéis... ¡A no ser que creísteis superficialmente!". El criterio de Pablo en cuanto a la superficialidad y la falta de estabilidad de los corintios ha aflorado muchas veces en el curso de esta Epístola y de nuevo aquí está implícito el reproche frente a las fluctuaciones de hermanos que no querían sujetarse totalmente a la palabra revelada por Dios y administrada por medio de los apóstoles.
La salvación continua. Es correcta la traducción de la Vers. H. A. de la importante frase del versículo 2: "Por el cual estáis obteniendo la salvación", y concuerda con muchos pasajes en las Epístolas que revelan el amplio contenido del concepto de "salvación", ya que éste abarca, no sólo el momento de recibir el perdón de los pecados, sino también la posibilidad de sacar todo el valor que corresponde a la salvación de nuestra vida y servicio en este mundo. Es en este sentido que hemos de llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor (Fil 2:12). Paralelamente, al cumplir nuestra misión a la manera de Timoteo, nos "salvaremos" a nosotros mismos y a nuestros oyentes (1 Ti 4:16). Finalmente, la salvación señala la perfecta obra escatológica cuando la totalidad de la personalidad humana del creyente será salva (aun de la presencia del pecado), y esta esperanza de la salvación es como yelmo que protege la cabeza del cristiano, pues determina su modo de apreciar el significado de la vida (1 Ts 5:8) (Ro 5:9) y (Ro 8:24).
Los hechos fundamentales del Evangelio. Es probable que la frase "en prõtois", traducida en nuestras versiones por "primeramente" o "ante todo", no se refiera a las primeras doctrinas que Pablo proclamara en Corinto, sino al grado de importancia de las verdades que ha de reiterar. De las tres que cita —la muerte de Cristo por nuestros pecados, la sepultura y la resurrección al tercer día—, concedemos la primacía a la primera y a la última, pero en párrafo aparte daremos la debida consideración a la segunda.
a) "Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras". Invitamos al lector a volver sobre las notas explicativas basadas en (1 Co 1:17-23), que recogieron el énfasis apostólico sobre "la Palabra de la Cruz"; ésta toma precedencia sobre el bautismo, y constituye la única respuesta que Dios concede al clamor que surge de la necesidad moral y espiritual del hombre, aun cuando esta "Palabra" ofenda las susceptibilidades legalistas de los judíos y parezca locura a los filósofos griegos. No sólo murió Cristo, sino que "murió por nuestros pecados" ("huper tõn hermartiõn hemõn"): expresión que excluye toda idea de una muerte de mártir o de un sacrificio meramente ejemplar. Según el tenor de múltiples declaraciones del Nuevo Testamento. Existe una relación directa entre la muerte de Cristo y la expiación de los pecados. Pablo escribió "nuestros pecados" para recordar a los corintios que no se trataba de repetir un dogma abstracto y seco, sino de recordar que ellos mismos eran los beneficiarios de la obra.
b) "Ha sido resucitado al tercer día, conforme a las Escrituras". He aquí el "quid" del asunto en cuanto a la argumentación de Pablo, frente al error que rebate. La resurrección de Cristo fue proclamada con la misma solemnidad y autoridad que correspondía al hecho fundamental de la muerte de Cristo, siendo parte esencial del Evangelio. ¿Cómo, pues, podría ser abandonada —o aun debilitada— esa doctrina sin socavar el edificio total de la verdad apostólica? El tiempo del verbo "resucitar" es el perfecto pasivo: "Ha sido resucitado", denotando el tiempo perfecto los efectos permanentes de la Resurrección de Cristo, como algo que perdura, encarnado en el "principio de resurrección" que vivifica a los creyentes espiritualmente ahora y ha de levantar sus cuerpos en el porvenir.
La importancia de la sepultura de Cristo. A primera vista nos extraña ver el hecho de la sepultura del cuerpo de Cristo proclamado como el segundo postulado de este credo fundamental, pues podría apreciarse como algo de mucho menos importancia que la Muerte expiatoria y la Resurrección del Señor. Sin embargo, frente a los ataques que se dirigían —y se dirigen— en contra de la historicidad de la Resurrección, la afirmación de la sepultura se reviste de gran importancia apologética. Todos los evangelistas se preocupan por detallar la sepultura del cuerpo de Cristo, y el conjunto de los datos que aducen dan fe de un acto real por el que el cuerpo de Cristo fue bajado de la cruz, envuelto en especias y vendas por José de Arimatea y Nicodemo, para ser colocado en la tumba nueva del primero, ubicada en un huerto cerca del Calvario. Mateo recuerda los temores y las precauciones de los jefes de la nación judaica, que dieron por resultado la garantía del sello del poder civil, con la guardia de soldados. "Al tercer día" —cronológicamente se trata de un día y dos partes de otros—, cuando normalmente empezarían a manifestarse claras señales de corrupción, las mujeres, seguidas por Pedro y Juan, hallaron la tumba vacía, la piedra quitada, los vendajes en su sitio, reteniendo la forma del cuerpo, pero el cuerpo había desaparecido. Nadie ha podido dar una explicación ni aproximadamente aceptable de este hecho aparte de la verdad proclamada en el Evangelio: que a la hora ya determinada en los consejos divinos. Cristo salió de la tumba, pues la muerte no tenía dominio sobre él, ni en cuanto a su Persona divina ni como el Hijo del Hombre, nuestro Sustituto, ya que había agotado su sentido en la Cruz. Conjuntamente con las repetidas manifestaciones del Señor resucitado a un gran número de buenos testigos, la "tumba vacía" constituye la prueba palmaria del gran hecho histórico de la Resurrección corporal de Jesucristo.
El testimonio de las Escrituras. Pablo afirma que la Muerte expiatoria de Cristo y su Resurrección corporal de entre los muertos se habían anunciado anteriormente en las Escrituras, o sea, en el Antiguo Testamento. En esto no hace más que reiterar las enseñanzas que el Señor resucitado dio a los discípulos durante los cuarenta días que sucedieron a su levantamiento, cuando abrió el entendimiento de los suyos para comprender las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, con referencia especial, sin duda, a las que predecían la obra del Siervo de Jehová en Isaías capítulo 42 en adelante (Lc 24:25-27,44,45). Si la mente carnal se dedicara a una lectura superficial del Antiguo Testamento, podría no ver que las Escrituras antiguas están llenas de Cristo en sus tres grandes divisiones: libros de Moisés, libros proféticos y los "escritos", encabezados éstos por los Salmos. En cambio, el creyente sumiso a la guía del Maestro —el Verbo encarnado—, al acudir a los mismos libros, pidiendo la luz y el auxilio del Espíritu Santo, y comprendiendo la autoridad inspirada de toda la Biblia, halla, en efecto, que la Muerte y la Resurrección están profetizadas en las Escrituras, ya que porciones como el Salmo 22 e Isaías 53 pasan mucho más allá de las experiencias de los siervos de Dios de aquellas épocas; de forma análoga, es imposible adaptarlas a una expresión mística de la historia de Israel. No sólo halla profecías declarativas, sino también las mismas verdades expresadas por medio del importantísimo sistema levítico, que no pierde su valor como presentación anticipada de la Cruz por el hecho de que ya se haya cumplido. La Resurrección no se destaca muy claramente como tema del Antiguo Testamento, pero está implícita en Isaías 53 y el Salmo 16, etcétera. En todas partes de las Escrituras podemos discernir "lo que de él decían".
2. Las manifestaciones del Señor resucitado a testigos escogidos (1 Co 15:5-8)
El testimonio fidedigno que establece el hecho histórico de la Resurrección. Reiteramos que la Resurrección de Jesucristo se establece como hecho histórico gracias al significado de la "tumba vacía" y al testimonio múltiple de hermanos que le vieron, no ya en algunos momentos de éxtasis, sino en diversas manifestaciones, correspondientes a distintos lugares, tiempos y circunstancias. Estos encuentros llegaron a convencerles de que comunicaban con el mismo Maestro que habían conocido antes de la Pasión. La validez de un hecho histórico se establece por el cúmulo de buen testimonio aducido, y por eso Pablo vuelve a presentar a los corintios la evidencia que ya habían recibido cuando les "entregó" el Evangelio al principio.
"Apareció a Cefas". Esta manifestación a Pedro antecede a todas las demás, tratándose de los discípulos varones. Pablo no menciona el testimonio de las mujeres, limitándose a aquel que parecería más autorizado ante los corintios. Por ser la primera entrevista del Señor con un apóstol, esta manifestación no puede coincidir con la conversación que el Maestro tuvo más tarde con Pedro al restaurarle a su ministerio (Jn 21), y sólo se menciona en los Evangelios en (Lc 24:54). Hemos de suponer que, en su divina gracia, Jesucristo quiso volver a establecer la comunión personal entre él y el apóstol que le había negado en la víspera de su Pasión, recibiendo su confesión y asegurándole del perdón. Fue muy apropiado que la primera manifestación del Señor a los discípulos se revistiera de este carácter, ya que el Buen Pastor conoce a sus ovejas por nombre. Esta entrevista preparó el terreno para la posterior, por la que Pedro (sobre la base de su amor al Señor) fue confirmado en su misión de pastorear las ovejas y los corderos del rebaño del Señor. Aun cuando Pablo se hallaba ajeno a los acontecimientos íntimos de los "cuarenta días", se hallaba muy identificado con el ambiente arameo; con toda naturalidad emplea el nombre "Cefas" para designar a Pedro, ya que se trataba de algo ocurrido en Jerusalén, en el seno de la primera familia cristiana.
Apareció después a los Doce. Si comparamos la lista de las manifestaciones aquí con las narraciones de Lucas y de Juan, tenemos que llegar a la conclusión de que la presentación del Señor a los Doce corresponde a la primera que concedió a los suyos en el Aposento Alto, siendo posterior a su entrevista particular con Pedro. De hecho, en la manifestación del primer día de la semana —el de la Resurrección— no había más de diez personas presentes en el Aposento, ya que faltaba Judas y no estuvo Tomás Dídimo hasta el domingo próximo. Pero aquí Pablo no está contando cabezas, sino notando la presentación del Señor resucitado al cuerpo apostólico que, en su plenitud, fue constituido por doce apóstoles, los testigos escogidos para dar fe del ministerio terrenal del Señor, con referencia especial a su Resurrección (Hch 1:21-22).
Apareció a más de quinientos hermanos juntos. Nuestras versiones se contentan con la traducción "apareció a más de quinientos hermanos a la vez", pero "ephapax" es un vocablo enfático, al cual siempre se le da el sentido de "una vez para siempre". Aquí su empleo indica una especie de "culminación del testimonio", ya que el Señor se presentó a muchos hermanos juntos, representativos de los creyentes que pudieron reunirse en Galilea, según las indicaciones del Señor antes de su Pasión. Es probable, pues, que Pablo hace referencia a la manifestación descrita por Mateo, y que dio lugar a la entrega de la "Gran Comisión" (Mt 28:16-20). Mateo no hace referencia directa a un número grande, pero aquellos pocos que "dudaron" aún, no podían pertenecer a "los once", ya que éstos habían visto al Señor en varias ocasiones, gozándose en su presencia (Jn 20:20). Sin duda, formaban parte de un gran número de testigos que no dudaron, y cuyo testimonio (en el caso de los supervivientes) continuaba hasta la fecha de esta carta. Habían pasado veintiséis años desde la fecha de esta presentación culminante, pero los discípulos del Señor eran jóvenes, de modo que no es extraño que la mayor parte de aquellos testigos viviesen aún. Los restantes habían "dormido", según la designación consoladora que los cristianos ya daban a la muerte "en Cristo".
"Más tarde apareció a Jacobo". Apenas es posible dudar de que este "Jacobo" sea "el hermano del Señor", ya que el otro se incluye en la mención de los demás discípulos. Hasta bien adelantado el ministerio de Jesús, sus mismos hermanos no habían creído en él (Jn 7:5), pero es posible que se hubiera producido un acercamiento anterior a la Pasión que preparara el camino para esta presentación del Señor resucitado a Jacobo. El resultado fue definitivo, y recordamos que Santiago, al escribir su Epístola, se describe como "siervo de Dios y del Señor Jesucristo" (Stg 1:1). No sólo eso, sino que influyó de tal forma en sus hermanos que encontramos a éstos —sin que se note excepción alguna— entre los discípulos que esperaban el advenimiento del Espíritu Santo en el Aposento Alto (Hch 1:14). La mención de esta manifestación en este contexto se explica por el prestigio de Jacobo el Mayor, quien solía presidir las reuniones de cristianos celebradas en Jerusalén, y cuyo testimonio se revestía de mucha importancia en el sector de la iglesia en Corinto influido por el testimonio de tipo judaico.
"Después (apareció) a todos los apóstoles". Esta declaración parece repetir la evidencia de la anterior del versículo 5 al mencionar a "los Doce", o sea, el cuerpo apostólico según estaba constituido entonces. Hay dos posibles explicaciones: a) "A todos los apóstoles" puede ser un término más amplio, basado en el significado etimológico de "apóstol", "un enviado en misión especial", incluyendo en tal caso a todos aquellos hermanos que nosotros denominaríamos como "misioneros" u "obreros". Pero, por supuesto, estos siervos del Señor se habrían hallado presentes también entre los "quinientos hermanos" del versículo 6. b) Puede ser que el pensamiento de Pablo —recordando las "tradiciones" que había recibido— había pasado rápidamente a la escena que se describe en (Hch 1:4-11), recordando a los apóstoles que se habían reunido con el Señor en el Monte de los Olivos por última vez, antes de la Ascensión. Esta mención añade algo a la fuerza de la evidencia, ya que "los Doce" habían recibido una sorpresa tan llena de asombro y de gozo la primera vez que vieron al Señor en medio de ellos, que sus mentes habían quedado embargadas por la sublimidad del acontecimiento. Después de cuarenta días, reunidos con el Señor en el Monte de los Olivos, se percataban mucho más claramente del alcance de su misión —tema principal de la conversación con el Señor—, siendo ya apóstoles "en función", enviados a declarar el Evangelio en todo el mundo.
"Me apareció a mí". Igual que en (1 Co 9:1), Pablo insiste en que vio realmente al Señor resucitado. En ambos contextos el encuentro subraya la categoría real y autoritativa de su apostolado, puesto que un apóstol había de ser comisionado directamente por Cristo (Ga 1:11-17). La presentación del Señor resucitado a Saulo de Tarso en el camino de Damasco adquiere tal relieve histórico que aquí puede ser aducida —conjuntamente con las manifestaciones de los "cuarenta días"— como prueba de que el Señor Jesucristo había resucitado realmente de entre los muertos. Los Doce habían conocido al Señor tanto antes como después de su Pasión, lo que prestaba un valor muy especial a su testimonio. Con todo, Pablo había tenido su encuentro con el Señor glorificado, quien declaró, "Yo soy Jesús". No se trató de una visión mística, sino de un acontecimiento real, que había quitado toda duda de la mente de Saulo el perseguidor en cuanto a la gran verdad histórica de la encarnación, el ministerio terrenal, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo. La experiencia de su conversión le capacitó para proclamar el Evangelio, en el que, como los demás apóstoles, no dejó de subrayar el hecho comprobado de la Resurrección corporal del Señor.
Pablo enfatiza la importancia de su encuentro con el Resucitado, pero, a la vez, confiesa que la manifestación fue como "al abortivo", ya que no había estado en su lugar como discípulo y apóstol durante el ministerio terrenal de su Señor. Se ha pensado que quizá el epíteto de "abortivo" solía ser lanzado en contra del apóstol por los judaizantes, a guiso de insulto, y que por eso lo recoge aquí. Lo más probable es que se refiere sólo al hecho de haber recibido su llamamiento "fuera de tiempo", después de un triste período de oposición a la verdad.
3. El apostolado y la obra de Pablo (1 Co 15:8-10)
El menor de los apóstoles. Pablo está en medio de un argumento sólido que establece la historicidad de la Resurrección de Cristo y la relación de este hecho con la doctrina de la resurrección de los muertos en general. Sin embargo, se acuerda también de que se encuentran personas entre los receptores de la carta que no quieren comprender su apostolado, y que no esconden su aversión a su persona. Por eso los versículos 8 al 10 pueden considerarse en parte como un paréntesis en el que aflora de nuevo el tema de su apostolado.
Mirando atrás a su historia, y recordando los años en que se gloriaba de ser el enemigo de Cristo y perseguidor de la Iglesia —algo radicalmente contrario a una labor apostólica—, Pablo exclama: "Soy el menor de ellos, y no soy digno del nombre de apóstol por cuanto perseguí a la Iglesia". Es evidente que Pablo nunca llegó a librar su conciencia de la mancha del gran pecado de haber herido el "Cuerpo" de Cristo, forzando a hermanos a blasfemar el Nombre (Ga 1:13) (1 Ti 1:13) (Hch 26:9). Al asaltarle, pues, el recuerdo de múltiples escenas de dolor en las que él había sido el protagonista principal, cree sinceramente que no es digno de figurar entre los apóstoles: testigos de Cristo y enseñadores inspirados de la doctrina del Nuevo Pacto. No es retórica, sino una expresión muy sentida.
La labor de Pablo el apóstol. Pero el remordimiento y el dolor por lo pasado no pudieron anular los propósitos de Dios. Por tres veces menciona la "gracia de Dios" en el versículo 10, y la ve en relación especial con su apostolado. La "gracia" es la operación del Dios omnipotente a favor del hombre al solo impulso de su amor, y fue Dios en gracia quien puso su mano sobre Pablo, constituyéndole "apóstol", pese a su tenebrosa historia antes de su conversión. Cuando dice "soy lo que soy", no está pensando ni en su personalidad ni en su temperamento, sino en su categoría de apóstol: el encargado de tantos "misterios" y el adalid de la obra misionera entre los gentiles. Esta gracia apostólica, derramada sobre él de una manera tan imprevista y especial, "no resultó vana": expresión que aquí afirma la realidad de su apostolado, pese a las consideraciones anteriores sobre su indignidad frente a su cargo.
En la pluma de otro siervo de Dios, la declaración "he trabajado más que todos ellos" (literalmente: "he laborado penosamente más que todos ellos juntos") podría interpretarse como jactancia humana al contemplar la magnitud y calidad de sus trabajos. Sin embargo, tratándose de Pablo, percibimos una condición tan libre de mezquinas rivalidades, tan limpio del deseo de ensalzarse a sí mismo, que estamos seguros de que miraba el campo misionero como si contemplase la labor de una tercera persona. Sabía que expresó una verdad evidente, pero veía el hecho como una estupenda e inaudita manifestación de la gracia de Dios, ya que tal labor se había realizado por el ex-perseguidor. Para evitar malentendidos añadió en seguida lo que genuinamente sentía: "Mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo".
4. El Evangelio varía de sentido si no abarca la Resurrección (1 Co 15:11-19)
Hay un solo mensaje apostólico. El versículo 11 surge directamente de las consideraciones de los versículos 8 al 10, pero vuelve a encauzar el argumento en el sentido anterior: el Evangelio es único, y la Resurrección constituye parte esencial del mensaje divino. El modo del llamamiento de los Doce y de Pablo había sido diferente, pero todos se hallaban revestidos de autoridad apostólica. Ahora bien —declara Pablo—, la predicación de los Doce y la mía es idéntica en esta parte, y "así predicamos (habitualmente y siempre) y así creísteis". El tema es el de la Resurrección de Jesucristo, pero un estudio cuidadoso del Nuevo Testamento, libre de los prejuicios de diferentes escuelas de interpretación, muestra que existe la misma coincidencia en la totalidad de "la entrega apostólica". Cada apóstol que ha dejado escritos inspirados se expresa según su propia personalidad y preparación, y sin duda el tesoro de la verdad revelada del Nuevo Pacto se entregaba según la capacidad de los apóstoles para recibirla —de ahí una progresión en la doctrina—, pero no existe contradicción; muy al contrario, hallamos doctrinas complementarias que llegan a sumar el "depósito" de "la Fe que fue una vez para siempre entregada a los santos" (Jud 1:5).
El desarrollo del argumento en contra de los escépticos. En las notas introductorias a este capítulo, hemos notado la posibilidad de que el grupo que negaba la resurrección de los muertos en general admitiese alguna "resurrección" de Cristo: quizá evadiendo la evidencia de su resurrección corporal. Eran los precursores de muchos herejes, incluyendo aquellos que quieren "desmitificar" el mismo hecho hoy en día, sin soltar del todo la creencia en un "algo" que sucedió, capaz de impresionar vivamente a los discípulos. En términos generales, Pablo rebate el escepticismo del grupo del modo siguiente: a) no es posible negar la resurrección de los muertos en general sin impugnar la de Cristo mismo; b) pero la Resurrección de Cristo fue parte esencial de la proclamación apostólica; c) por consiguiente, si los escépticos tienen razón, los apóstoles se descubren como predicadores fraudulentos, que, en efecto, mentían en cuanto a un hecho de importancia fundamental; d) pero si la predicación fue "vana" (vacía de verdadero sentido) entonces la fe que despertó fue igualmente inútil; e) si la fe de nada servía, entonces los "creyentes", engañados por falsas promesas, no habían recibido el perdón de sus pecados; f) el resultado lógico es que la esperanza en cuanto al porvenir fue una mera ilusión; g) por consiguiente, los que durmieron en Cristo perecieron.
El primer movimiento del argumento (1 Co 15:12-15). Estos versículos inician el argumento que reduce a lo absurdo la posición de los escépticos, a no ser que los lectores rechazasen de plano la totalidad del mensaje apostólico, con su esperanza en Cristo. No es posible impugnar la doctrina de la resurrección de los muertos sin negar la de Cristo mismo, lo que dejaría vacía de sustancia y de sentido la predicación de los apóstoles. Se emplea el adjetivo "kenos", que quiere decir "falto de sustancia", "vacío". En tal caso, los apóstoles habían sido "falsos testigos" de un hecho que no había acontecido, y su ministerio sería tanto más grave por cuanto habían "testificado de Dios que él resucitó a Cristo". Habrían incurrido en el grave pecado de la blasfemia, falseando la obra de Dios mismo.
El segundo movimiento del argumento (1 Co 15:16-19). En el versículo 16 Pablo reitera el punto central de su argumento: "si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado", pues el caso particular se incluye dentro del principio general. Si se aceptara la posición de los escépticos, la fe por medio de la falsa predicación que los corintios habían recibido también sería nula, y, por consiguiente, la promesa del perdón de los pecados resultaría ilusoria: aun estarían en sus pecados. Declaraciones como la de (Ro 10:9) enfatizan la importancia de la resurrección en el mensaje de salvación: "si creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo". Es imposible creer en la Resurrección sin haber aceptado el anuncio de la Muerte expiatoria de Cristo, siendo ambas "cara y cruz" del mensaje que ofrece la salvación al pecador. Sin fe en la Resurrección, la Cruz se reduce o a una ilusión sin confirmación, o a algo negativo que no llegó a rendir el fruto de la vida eterna.
Pablo sigue notando los resultados que seguirían de la hipótesis del grupo corintio. Si los "creyentes" vivos están en sus pecados (por haber creído un anuncio falso), entonces los hermanos que han muerto terminaron su vida en la misma condición, y perecieron; ¡Pobres de nosotros si no tuviéramos la esperanza de la resurrección! En lugar de ser hijos de Dios, gozándonos en la vida presente porque la vemos en relación con los horizontes eternos, seríamos unos tristes ilusos, dejando los placeres de este mundo sin recibir compensación alguna.
Pablo deja la aplicación de su argumento al buen sentido de sus lectores. Si hubiese declarado la conclusión positiva, habría dicho: "Ya veis que la resurrección de los muertos es una verdad inexpugnable, porque Cristo, en efecto, resucitó, según nuestra predicación que fue fiel a los hechos. Por consiguiente vuestra fe descansa sobre una base firme. Por ello habéis recibido el perdón de vuestros pecados, y los seres queridos que han partido para estar con Cristo son bienaventurados. De igual modo nuestra vida en este mundo no es triste, sino triunfante". La presentación de las lógicas conclusiones que surgirían de la negación de la doctrina de la resurrección, ha manifestado que es preciso creer todo el Evangelio, o rechazarlo en su totalidad. No es posible escoger unos elementos que nos agradan y, a la par, negar lo que "nuestra razón" no aprueba.

El hecho y el proceso de la resurrección (1 Co 15:20-28)

1. La vida de resurrección por medio del Postrer Adán (1 Co 15:20-22)
Una gran afirmación. Pablo pasa de un argumento que demostró negativamente la imposibilidad de soslayar la resurrección a una sublime afirmación, sin rodeos, que resume la doctrina cristiana: "Ahora bien, Cristo ha sido resucitado de entre los muertos, primicias de los que duermen". El verbo es el perfecto pasivo: Dios levantó al Señor de entre los muertos como garantía y consumación de la obra de redención, y este hecho tiene efectos permanentes. Este sentido del tiempo perfecto establece, no sólo el hecho de la resurrección de Cristo en sí, sino la de la gran raza de los redimidos que están unidos por la fe con Aquel que murió y resucitó.
Las primicias y la cosecha. Los israelitas habían de reconocer por varios medios la buena mano de Dios al darles los frutos de la tierra, y entre otros actos simbólicos, habían de traer a los sacerdotes una gavilla del primer grano que llegaran a espigar, que sería la cebada. La gavilla constituía las primicias de la cosecha, la promesa y la garantía, no ya de una sola gavilla temprana, sino de una gran cosecha que llenaría los alfolíes del pueblo. Estas primicias se mecieron en el santuario precisamente en el primer día de la semana después de la Pascua y se habrían ofrecido en el Templo el día en que el Señor salió de la tumba (Lv 23:10-11). Pablo se vale del simbolismo aquí para relacionar la Resurrección de Cristo con la de todos los fieles. Cristo no queda solo en el disfrute de la vida después de su muerte expiatoria, sino que la comparte con todos aquellos que han dormido "en Cristo" (Jn 12:20-24).
El primer Adán y el Postrer Adán. En (Ro 5:12-21) Pablo considera a Adán como "tipo" de Cristo, bien que sólo desde cierto punto de vista. Toda la raza se hallaba en el Adán que cayó, y de igual modo la raza toda se halla en el Creador que se encarnó. Por un solo acto de desobediencia de parte de Adán, toda la raza fue hundida en el pecado, la condenación y la muerte. En vivo contraste, el "Postrer Adán", por un solo acto de obediencia —al entregar su vida en el Sacrificio de la Cruz— levantó (potencialmente) toda la raza, que ya puede recibir el perdón, la justificación y la vida. Se ve que el apóstol había madurado este concepto antes de redactar la Epístola a los Romanos, ya que aflora aquí al meditar en los efectos universales que se derivan de la Resurrección del Señor Jesucristo, y notamos el mismo énfasis en la repetida frase: "por un hombre"... "por un hombre". El apóstol no nos enseña que el pecado entró en la raza por medio de Adán, creando una predisposición en el hombre hacia el pecado, de modo que, pecando realmente, llega a ser un pecador. Su doctrina es más contundente: todos cayeron "en Adán", de modo que, según la frase aquí, "todos mueren en Adán". El pecado y la muerte se hallan en la raza desde la Caída, o, inversamente, toda la raza se halla en el pecado y la muerte desde entonces. En esto no hay grados ni distinciones. Sin embargo, frente a la trágica universalidad del mal, el Evangelio proclama igual universalidad de bendición, con tal que la pervertida voluntad de los hijos de Adán no les separe de la obra total de gracia realizada por el Postrer Adán. El acto de obediencia (Ro 5:18-19) (Fil 2:5-8) de parte de Aquel que había incorporado la raza en su Persona, satisfizo las demandas de la justicia de Dios, quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad. "En Cristo", pues, "todos serán vivificados". El tiempo es futuro aquí, ya que Pablo discurre sobre la resurrección de los muertos, pero es igualmente cierto que "en Cristo todos son vivificados", habiendo recibido la vida eterna del manantial inagotable de la Resurrección (1 P 1:3).
"Por un hombre vino la muerte; por un Hombre vino la resurrección de los muertos". Volvemos sobre el versículo 21 para hacer resaltar la extraordinaria importancia de los dos actos señalados. Ya hemos notado los puntos más destacados del contraste que Pablo desarrolla en (Ro 5:12-21), y, siendo su tema aquí la resurrección, coloca en oposición conceptual el momento de la muerte de la raza en Adán y el de la resurrección de los muertos por medio del Postrer Adán. Notemos que Pablo no emplea el concepto abstracto de la "muerte", viendo la necesidad de Ia resurrección de "muertos": personas humanas que habían perdido la vida al hallarse desvinculado de Dios, único manantial de vida. Acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal, Jehová Dios había dicho: "porque el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Gn 2:17). El comer, pues, señaló el momento en que el hombre traspasó —por su propia voluntad— los límites bien señalados de la voluntad de Dios, vulnerando así la ley fundamental de su vida. Entonces Adán —y la raza que llevó dentro de sí— pasó a la esfera de la muerte. Seguía siendo hombre, pero ya hombre perdido, hombre muerto en delitos y pecados. "Por un hombre vino la muerte", y la densa y mortífera sombra ha caído sobre cada individuo en todas las etapas de la historia. Los hombres muertos necesitan una resurrección, pues no existe en ellos chispa de vida alguna —pese a las vanas lucubraciones de los místicos— que se pudiese reavivar en llama por ningún procedimiento psicológico. Por eso Cristo se presenta delante de la tumba de Lázaro como "Resurrección y Vida", ya que no podía transmitir su Vida sin antes consumar la muerte y llegar a la Resurrección. Al encarnarse el Creador del hombre recabó para sí la humanidad —sin pecado— que él mismo había otorgado, y así el Hijo del Hombre —es decir, el Hombre por excelencia, el Hombre total, el Hombre que llevaba en sí la representatividad de todos los hombres— pudo agotar en su Persona la muerte que correspondía a la de todos. Fue levantado en plenitud de vida al tercer día, cuando "por un Hombre vino la resurrección de los muertos", con esencia y potencia de universalidad, ya que había muerto por todos.
2. El orden de la resurrección (1 Co 15:23-28)
El desarrollo del pensamiento de Pablo en esta sección. Para la debida comprensión y exégesis de esta sección es preciso recordar que Pablo no abandona su tema dominante de la resurrección, aun cuando lo enriquece por relacionarlo con el del Reino de Dios. El "orden" ("tagma") del versículo 23 es el de la resurrección, que se inicia con la de Cristo hasta llegar al fin ("telos", consumación) de la victoria sobre la muerte, que coincide con el establecimiento final del Reino, libre de todo elemento de rebeldía, de discordia o de muerte. Estas consideraciones no toman en cuenta todos los aspectos de la resurrección de los hombres, puesto que Pablo avanza el argumento que mostrará la necedad del escepticismo de aquel grupo de herejes en Corinto. Quizá sea conveniente recordar que el devenir de la historia humana, que antecede al establecimiento de nuevos cielos y tierra nueva, podrá ser mucho más complicado que la declaración escueta del "Credo de los apóstoles". Hay "orden" y hay "etapas" que caben dentro del concepto global de la Segunda Venida de Cristo y el juicio final de vivos y muertos, que —según bastantes pasajes bíblicos— se revestirán de gran diversidad. Aquí el orden de la resurrección notado abarca: a) la de Cristo como primicias; b) la de aquellos que son de Cristo en su Parousia (1 Co 15:23,51,52); c) después, "el fin del proceso", que corresponde también a la consumación de la misión redentora y reconciliadora del Hijo (1 Co 15:24).
La consumación de la misión del Hijo. Pablo señala la íntima relación que existe entre la resurrección y la consumación de la misión que el Trino Dios encomendó al Hijo. El plan de la redención suprema manifestación de la gracia de Dios— pertenece a la Eternidad, "antes de los tiempos de los siglos" (2 Ti 1:9), y la misión que corresponde al propósito divino fue encomendada al Hijo, quien llegó a ser "Siervo de Jehová" a estos efectos, y el Hijo sumiso y obediente del Evangelio de Juan. La misión puede expresarse en términos relacionados con la bendición final del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios; alternativamente, puede considerarse como el cometido que había de manifestar la soberanía de Dios y que determinaría su victoria final sobre todas las fuerzas del mal. En el centro de la Obra se halla la Cruz y la Resurrección (He 10:9) (1 Jn 3:5-8). Pablo hace alusión al Salmo 110 y cita también el Salmo 8, ya que ambos señalan esta victoria sobre todos los enemigos de Dios y la sujeción de todo enemigo (y de todas las cosas) al gran Heredero. Hemos de leer el versículo 24 según la Vers. H. A.: "cuando entregue el reino al Dios y Padre, y cuando haya anulado (katargeõ) todo principado, y toda potestad y poder". Se anticipa el momento cuando se llegue al fin de la misión. Desde cierto punto de vista es Dios quien dice al Hijo —en los términos del (Sal 110:1)—: "Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado a tus pies" (He 1:13), con referencia a su estancia a la Diestra hasta el momento culminante de su Segunda Venida. Dentro de otra perspectiva más amplia, es el Hijo quien termina su misión, y habiendo ganado la victoria sobre el pecado, Satanás y la muerte, por medio de la obra de la Cruz, y tras la derrota de sus enemigos por los procesos profetizados en Apocalipsis capítulos 19 y 20, se presenta al Padre (en quien se expresa a menudo la plenitud y la autoridad del Trino Dios), señalando el universo ya salvado, o completamente pacificado (Col 1:20). Este es el momento que Pablo destaca en el versículo 24 y, sin duda, los términos "todo principado, potestad (autoridad) y poder" significan las jerarquías de los dominios del mal, que obran detrás de la fachada de la historia humana y que son los verdaderos enemigos de Cristo y los suyos (Ef 6:12) (Col 2:15). El "reinado" de Cristo, según el versículo 25, abarca la totalidad del período de su actividad salvadora y triunfante, que corresponde a la obra llevada a cabo desde la Diestra durante esta dispensación, seguido por el reino llamado "milenial", tantas veces predicho por los profetas del Antiguo Testamento (Ap 20). El juicio ante el "gran trono blanco" (Ap 20:11-15) liquida de una vez para siempre el proceso histórico de la raza perdida con anterioridad a la plena manifestación de la Nueva Creación.
El hombre y la muerte. El Salmo 8 refleja, en forma poética, el propósito divino al crear al hombre según los términos fundamentales de (Gn 1:26-27), subrayando, en primer lugar, el hecho de que Dios puso todas las cosas terrenales bajo el mando de su virrey, el hombre. En (He 2:5-10) se recoge el tema, viéndose que la sujeción de todas las cosas al hombre —frustrada a causa del pecado— se cumple en Jesús, el Hombre del Cielo, y la nueva raza que asocia consigo. El hecho de citar el (Sal 8:6) aquí muestra que el apóstol estaba pensando en términos de la victoria tal como afectaba a los hombres, cuyo enemigo último era la muerte, consecuencia del pecado. Para que se cumpliese el propósito original de Dios, fue necesario que la muerte fuese anulada ("katargeõ"); la victoria final sobre este postrer enemigo es la consumación de la obra de resurrección. Hombres resucitados de la muerte, asociados con su Rey, el Primogénito de entre los muertos, poseerán la nueva creación, hechos semejantes al Hijo, quien, como Cabeza de la nueva raza, es también el primogénito entre muchos hermanos (Ro 8:29).
Dios será todo en todos. Pablo quiere que se entiendan bien las jerarquías de la Nueva Creación, libre ya de la muerte. La cita del Salmo 8 insinúa la consumación de la obra de Dios en cuanto al hombre, pero la sujeción de todas las cosas se lleva a cabo sólo por medio del Primogénito de entre los muertos (Col 1:18). El Hijo contemplará un mundo que le ha sido subordinado totalmente, pero, obviamente, no habrá establecido un reino independiente, sino que ha cumplido la misión que le fue encomendada. Es natural, pues, que haga entrega del reino victorioso al Dios y Padre, quien expresa todo lo que es el Trino Dios. La sujeción del Hijo al Padre en el estado final de las cosas no supone que cesará de ser Mediador de toda la Creación —obra que le corresponde, como Verbo eterno, desde el principio de las obras de Dios— ni limita su función como Rey y Sacerdote según el orden de Melquisedec (He 7:21-25), ni quita un ápice del triunfo del Dios Hombre (Fil 2:9-11). Sólo se establece la debida jerarquía según el misterio de la Trinidad dentro de un orden en el que "Dios será todo en todos", ya que el obstáculo del mal se habrá quitado para siempre. Esta porción no trata de la condición de los perdidos, que se vislumbra por otras Escrituras, de modo que no es legítimo sacar deducciones universalistas del silencio de Pablo aquí. Todos quisiéramos creer que todo hombre podrá ser salvo por fin, pero no hay nada que nos permita pensar que el rebelde pueda evadir las funestas consecuencias de haberse alzado persistentemente contra Dios.

La resurrección da sentido a las costumbres y el servicio de los cristianos (1 Co 15:29-34)

1. El sentido general de esta sección
Pablo desciende de las sublimes alturas de la consumación del Reino de Dios al ser vencida la muerte en la etapa final de la resurrección, para considerar las incongruencias que surgirían de la vida y servicio de los cristianos si no tuviesen la certidumbre de ser levantados de la muerte. El modo de acercarse a la cuestión es diferente, pero Pablo no suelta su tema y sigue descargando golpe tras golpe contra la falsa posición de los escépticos. Lo que dice el apóstol, en efecto, es que hay aspectos de la vida cristiana, como también su propia entrega a su misión apostólica, que carecerían de todo sentido, no pasando de ser devaneos de locos, si no hubiera resurrección de muertos. Añade una amonestación solemne contra las funestas consecuencias morales de mantener comunión con quienes, al falsificar la doctrina cristiana, adoptan una manera de vivir que deshonra al Evangelio. Si tenemos delante el porqué de la sección, recibiremos mayor luz sobre puntos de difícil interpretación, aun admitiendo la imposibilidad de llegar a conclusiones dogmáticas en el caso del versículo 29.
2. El bautismo y la resurrección de los muertos (1 Co 15:29)
Las dificultades del texto. Tal como está puntuado este verso en nuestras versiones, presenta un problema serio de interpretación, pues surgen en seguida las cuestiones siguientes: ¿Quiénes son éstos que se bautizan por los muertos? ¿Cuál rito es éste que se desconoce en el Nuevo Testamento? Si se trata de la práctica de algún grupo de costumbres especiales y heterodoxas, ¿por qué la cita el apóstol aquí, prosiguiendo en seguida a aducir sus propias experiencias, como una prueba más de que la vida y los sufrimientos de los cristianos son inútiles si no hay resurrección? La forma de redactar la sección la asocia implícitamente con la práctica. Al considerar su posible significado hemos de tener en cuenta el lugar del texto en el argumento del apóstol, además de mirarlo en la perspectiva de la doctrina total del Nuevo Testamento, con referencia especial a lo que se enseña sobre el bautismo.
Una sugerencia que recibe bastante apoyo. Algunos expositores suponen que los cristianos en Corinto —y quizás en otros lugares— quedaban tristes si una persona que había hecho profesión de la fe fallecía sin haber recibido el bautismo, ofreciéndose a ser bautizados a favor de ella. La frase "huper tõnnekrõn" lleva la idea de sustitución o de algo que se llevaba a cabo a favor de otros. La sugerencia es fiel al texto, pero es difícil de reconciliar con las prácticas de las iglesias apostólicas, pues los creyentes fueron bautizados en el acto de hacer confesión de fe y las excepciones no constituirían una práctica conocidísima a la cual Pablo podría apelar con el fin de reforzar su argumento. Si no es algo conocido y aceptado, la mención de la práctica aquí es ociosa. ¿Hemos de pensar que el que se bautizaba por aquellos muertos llegaría a ser bautizado dos veces?
Otra sugerencia que se ha adelantado. G. G. Findiay, de criterio normalmente tan sano, recogió (The Expositor's Greek Testament, in loc.) la sugerencia de que se trataba de personas que no se habían convertido antes de la muerte de algún ser querido, quienes al contemplar la partida del amado, llegaban a la comprensión de la fe cristiana y se bautizaban "en lugar de" aquel que había partido para estar con el Señor. Esta explicación tiene el mérito de no introducir ninguna idea contraria a la enseñanza del Nuevo Testamento, pero es más sentimental que doctrinal, de difícil comprensión como punto fuerte del argumento del apóstol en este lugar.
3. Los sufrimientos de Pablo y la resurrección (1 Co 15:30-32)
Sigue el argumento. Ya hemos visto la necesidad de equiparar el tipo del argumento del versículo 29 con el del 30 y siguientes, notándose el enlace gramatical: "¿y por qué nosotros mismos peligramos a toda hora?". Pablo destaca las incongruencias que surgen de la negación de la resurrección en vista de las prácticas y los servicios que eran normales en su tiempo.
Los sufrimientos de Pablo en Éfeso. Aparte del tumultuoso incidente provocado por Demetrio el platero, Lucas describe la obra de Pablo en Éfeso y Asia como un triunfo continuo y extraordinario para el Evangelio, ya que en poco tiempo toda Asia se llenó del mensaje (Hch 19). Aquella historia constituye la cara externa de un tapiz hermosamente adornado de escenas de victoria. Sin embargo, el revés del paño es muy diferente. Los hilos se entrecruzan sin orden aparente, y nada se percibe de la belleza del dibujo. Así son los sufrimientos constantes de Pablo durante aquel período, que se deducen por referencias de paso, tanto en el discurso a los ancianos de Éfeso (Hch 20:17-35) como en las Epístolas a los Corintios, que incluyen los versículos que estudiamos aquí, conjuntamente con (2 Co 1:8-11) (2 Co 4:7-15). La segunda Epístola habla de "la tribulación que nos acaeció en Asia; que fuimos agravados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, tanto que perdimos la esperanza aun de la vida" (2 Co 1:8), lo que concuerda con las dramáticas frases de nuestra porción: "Peligramos a toda hora... cada día muero...". Estos agudos y persistentes sufrimientos no se debían a una persecución oficial, pues (Hch 19) revela el favor y la amistad de los asiarcas (los oficiales indígenas de mayor autoridad bajo el gobernador romano de la provincia) y hemos de pensar en la hostilidad persistente y homicida de "los judíos de Asia", que por fin lograron poner la vida de Pablo en peligro aun en la ciudad de Jerusalén (Hch 21:27) (Hch 24:18-19). Estos elementos fanatizados y duros se dedicarían a formar repetidos complots contra la vida de Pablo, probablemente valiéndose de individuos de la turba, dispuestos a toda suerte de violencia al ser pagados bien por la "mano escondida". De este modo Pablo no podría ni entrar ni salir sin poner en peligro su vida. Seguramente había pasado por experiencias angustiosas, sabiendo que sólo Dios le salvaba de la amenaza constante de la muerte.
Ha habido diversos comentarios sobre la expresión: "Si como hombre batallé en Éfeso con fieras, ¿qué me aprovecha?". No es absolutamente imposible tomar la expresión en sentido literal, pues hay mención de casos en que ciudadanos romanos habían sido expuestos a pelear en el circo contra las fieras. Sin embargo, en vista de la benevolencia de las autoridades civiles que hemos notado, parece muy raro que hubiera pasado literalmente por tal experiencia. "Pelear con fieras" había llegado a usarse en sentido figurado, tratándose de luchas contra enemigos potentes, crueles, carentes de entrañas de misericordia, como serían los judíos enemigos y sus agentes en Éfeso, y es mejor tomar la expresión de Pablo en este sentido.
La "gloria" que tenía Pablo en los corintios. "Gloria" o "jactancia" (traduciendo "kauchêsis" o "kauchêma") es vocablo predilecto de Pablo. Vuelve las espaldas a toda jactancia humana para "gloriarse" en Dios mismo, o en la obra que va realizando en las iglesias, o a través del vasto campo misionero. Pese al dolor y a la preocupación que los corintios le habían causado por sus tendencias superficiales y carnales, aún constituían una iglesia—un terreno espiritual arrancado de los territorios de Satanás— y, como tal, Pablo se gloriaba en la gracia de Dios y en el fruto de su obra en Corinto. Recurre a este motivo al afirmar —acaso en forma de juramento moderado— que "moría cada día". Fue por amor al pueblo de Dios, y gracias a su convicción de que Dios obraba para el establecimiento de tales iglesias, por lo que se exponía diariamente a los peligros mencionados, como hombre bajo sentencia de muerte. ¿Y qué sentido tendría tal experiencia de la muerte si no hubiera resurrección de los muertos? Recogiendo un dicho popular, muy repetido tanto en la literatura como en la conversación—a modo de refrán—, dice Pablo que sin la esperanza de la vida consumada podríamos dejar de sufrir para aprovechar el placer posible del momento que pasa: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos". Es una expresión fácil de la filosofía de tipo epicúreo o hedonista; pero, ¡cuan lejos de las normas cristianas!
La mala doctrina engendra malas costumbres. Los receptores de la carta conocían de cerca las condiciones que reinaban en la iglesia de Corinto, de modo que las palabras de amonestación del apóstol se revestirían de una fuerza directa que nosotros, los lectores de hoy, solamente podemos percibir "de segunda mano", procurando comprender la situación por los indicios de este texto y por los principios generales de la Palabra. "¡No erréis! —exclama Pablo, enfáticamente—, las malas compañías corrompen las buenas costumbres". Deducimos que los corintios en general —y sus guías en especial— estaban en peligro de errar por proceder con demasiada indulgencia frente a las nociones escépticas del grupo que negaba la resurrección. Pablo tiene que enfatizar la íntima relación que existe entre la doctrina y las prácticas. Desde luego, es posible ser muy ortodoxo en doctrina y a la vez fallar en la práctica del amor, de la honradez, etcétera, pero en tal caso se trata de una aplicación deficiente de la enseñanza del Maestro. Lo que no es posible es negar la doctrina cristiana y a la vez llevar el fruto moral y espiritual que corresponde a la esencia de la vida en Cristo. Pablo ya ha notado que la idea del aniquilamiento de la personalidad humana, o la de una transición —después de esta vida— a una esfera nebulosa e impersonal, lleva al individuo a subestimar el futuro para sobrevalorar el momento actual de existencia en términos de placer y de autosatisfacción. Dejando esta puerta abierta, pasarán toda suerte de "malas costumbres", pues no habrá freno para los bajos impulsos del hombre caído. El vocablo traducido por "compañías" ("homiliai", compárese con nuestro término "homilía") quería decir "conversaciones" originalmente, pero había adquirido un sentido más amplio durante el primer siglo, abarcando los círculos de compañerismo donde se produce la "conversación". El escritor Menánder había escrito: "Las malas compañías corrompen las buenas costumbres", pero sin duda recogió un proverbio bien conocido antes de sus días. Su sentido corresponde a la conocida ilustración de la manzana podrida, que si no se quita de la cesta extenderá el mal a todas las demás.
La exhortación siguiente es enérgica, y algo especial en su forma: "Despertaos a una vida de sobriedad, según las normas de justicia, y no sigáis pecando, porque algunos retienen su ignorancia de Dios; para vergüenza vuestra lo digo". Las malas costumbres, fruto de una comunicación fácil con hombres que negaban la verdad de Dios, y se mantenían en ignorancia consciente del Creador y de sus caminos, se extendían por la congregación y fue necesaria una fuerte sacudida que despertara a hermanos responsables de su letargo y descuido que pronto podrían resultar funestos, o aun fatales, para toda la familia cristiana. Nos recuerda la reprensión que el Maestro dirigió a los saduceos de su día: "¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras y el poder de Dios?" (Mr 12:24). ¿Cómo actuaban los guías de la iglesia? Bien podían avergonzarse, ya que evadían las responsabilidades de su labor de "sobreveedores", necesitando la exhortación que Pablo había de dirigir posteriormente a los Ancianos de Éfeso: "Mirad por vosotros mismos y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por sobreveedores (episcopoi)" (Hch 20:28).

Preguntas

1. Frente a dudas sobre la resurrección corporal que ciertas personas introducían en la iglesia de Corinto, Pablo presenta una respuesta cumplida en el capítulo 15. Analícense los versículos 1 al 19, destacando las distintas fases de la argumentación del apóstol.
2. Los versículos 20 al 28 afirman positivamente la doctrina cristiana sobre la resurrección. Analice el desarrollo del argumento del apóstol, notando especialmente el contraste entre Adán y Cristo, y las etapas del "orden" de la resurrección.
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