Estudio bíblico: La naturaleza del cuerpo de resurrección y la venida de Cristo - 1 Corintios 15:35-58

Serie:   Exposición de 1 Corintios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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La resurrección: la naturaleza del cuerpo y la venida de Cristo - 1 Corintios 15:35-58

El Creador y el cuerpo de resurrección (1 Co 15:35-49)

1. Las contestaciones de Pablo a los escépticos (1 Co 15:34-41)
Las objeciones a la doctrina. Pablo ha llevado adelante su discusión como si fuera a espaldas de los escépticos, apelando al buen sentido de los hermanos en general al señalar las consecuencias —ilógicas y funestas— de aceptar unas ideas tan contrarias al Evangelio que habían recibido. Ahora cambia de táctica y se dirige directamente a los objetores, suponiendo —o sabiendo— la clase de argumento que emplearían. Algún portavoz del grupo diría, con aire de hombre muy sensato y realista: "¿Cómo han de ser resucitados los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?". Las contestaciones se dirigen directamente al supuesto interlocutor. Este pide a sus oyentes que consideren lo que pasa con el cuerpo humano después de la muerte física, pues todos saben que empieza un proceso de corrupción que da lugar a la desintegración total del cadáver. Escépticos de hoy, que plantean el mismo problema, nos hacen ver que las moléculas que antes componían el cuerpo pasan a formar parte de las plantas, siendo posible que éstas sean pasto para animales, y que la carne animal se coma por otro ser humano. Por nuestra parte podríamos subrayar aún más el argumento, notando que, por el proceso del metabolismo, las células de nuestro organismo físico se van renovando constantemente, con la pérdida de moléculas y la adición de otras, de modo que todo el cuerpo humano cambia de sustancia molecular en un breve período de años, pero sin dejar de ser el mismo cuerpo. Recordemos esta sencilla lección de biología al pasar a los versículos 39-41.
El "cómo" de la resurrección se ilustra por la semilla y la planta. En primer lugar, Pablo contesta la pregunta sobre el mecanismo de la resurrección, pasando después a la naturaleza del cuerpo nuevo. El escéptico, como hombre muy sensato, creía que el hecho de la desintegración del cuerpo físico excluía toda posibilidad de resurrección. Pablo, sin embargo, le llama "insensato", ya que no se había fijado en el fenómeno más normal y corriente de la reproducción de vida nueva en el mundo vegetal. No podía haber plantas y árboles, siempre renovados en la naturaleza, sin que hubiera antes una siembra, en la que la semilla llega a la muerte aparente, desintegrándose. Pero dentro de la semilla hay un núcleo vital que, brotando y creciendo, da lugar a una planta que no se parece en nada a la semilla tan insignificante que fue echada en la tierra para pudrirse. No se nos dice cuál es el enlace vital entre lo que se sembró y la planta que llega a su lozana madurez, pero la primera lección señala que una nueva vida sólo se produce por medio de la muerte. El hecho de que el roble sea tan diferente en apariencia a la bellota que fue plantada en el suelo refuerza también la segunda parte del argumento sobre la diversidad de cuerpos, pero el primer propósito de esta contestación es el de señalar el proceso normal de la vida que surge de la muerte.
Es importante notar que Pablo no usa su ilustración para mostrar que el surgir de un nuevo cuerpo es algo "natural", sino que ve la mano del Dios Creador detrás del conocido proceso de la siembra y el crecimiento de la nueva planta, escribiendo: "más Dios le da cuerpo como quiso, y a cada una de las simientes su propio cuerpo". No se trata del azar, ni de cosas que siempre hemos visto, sino de la realización de los propósitos del Dios Creador. Ya hemos visto que los objetores razonaban sin tener a Dios en cuenta, como los saduceos de los días del Señor, quienes "ignoraban las Escrituras y el poder de Dios". La maravillosa diversidad de las formas de vida vegetal, que surge de la relación específica de cada planta con la semilla de su género, viene a ser, en este argumento del apóstol, una clara manifestación de la sabiduría y de la omnipotencia del Dios Creador. Si Dios hubiese querido dar formas diferentes a las plantas, con una relación distinta entre semilla y la forma desarrollada del género, lo habría hecho. Pero Pablo señala la obra que le plugo a Dios hacer, y la manera en que lo lleva a cabo, indicando que la resurrección del cuerpo ha de entenderse de igual manera como obra del Dios Creador, soberano en todas sus operaciones.
La gran diversidad que existe en los "cuerpos" de la creación. El incrédulo había argumentado sobre la base de una falsa idea de la resurrección corporal, imaginando que la doctrina cristiana enseñaba que el cuerpo levantado había de ser idéntico, en su sustancia física, con el sepultado. Pablo muestra que son falsas tales premisas, como ya hemos visto al contrastar la semilla —muchas veces pequeña y fea— con la planta o árbol que brota de ella. Refuerza su argumento por invitar a su imaginado interlocutor a considerar el mundo animal, en el cual la carne del hombre es diferente de la de las fieras, y ésta de la de las aves y de los peces. Cada género se caracteriza por un tipo especial de "carne", o sea, de sustancia física. Mirando al mundo inanimado, llama la atención a las diferencias entre cuerpos terrestres y otros celestes, tales como el Sol, la Luna y las estrellas. Como Pablo invita a su interlocutor a considerar la obra de Dios que está a su vista, creemos que "cuerpos celestes" son astros y planetas, y no cuerpos angelicales. De todas formas el argumento es claro: el Dios Creador saca a luz, de la riqueza de su infinitud, y según sus propósitos soberanos, toda suerte de "sustancia" al diseñar cada "cuerpo", revistiendo cada uno con su "gloria" específica. ¿Por qué, pues, se ha de limitar su poder al pensar en el cuerpo de resurrección? ¿Dónde está la "imposibilidad" que quería enfatizar el incrédulo? Pablo ha de aplicar las ilustraciones diciendo: "Así también es la resurrección de los muertos...", que será con plena identidad de personalidad, pero con un cuerpo completamente diferente en cuanto a su modo de funcionar.
2. Las características del cuerpo de resurrección (1 Co 15:42-49)
Los dos cuerpos. Antes de mirar el detalle de esta sección es preciso procurar comprender el significado del "cuerpo animal" y "cuerpo espiritual" ("soma psuchikon" y "soma pneumatikom"). La traducción "cuerpo animal" es correcta etimológicamente, pero debido al lento cambio en el uso de ciertos vocablos castellanos, ahora nos da la impresión de un cuerpo como el de los cuadrúpedos, que extraña a muchos. Pero "animal", en sus orígenes, contrastaba la planta con el animal, notando que éste tenía "ánima" que motivaba un tipo de vida distinto del de las plantas. El hombre —a la luz de (Gn 2:7)— recibió esta "ánima" o "alma" por un acto especial de Dios como Creador, y en cumplimiento del propósito de crear al hombre en su imagen y semejanza (Gn 1:26). Viene a ser el principio vital en el hombre que le da conciencia de sí mismo y también de sus semejantes. Su "espíritu" le relaciona con Dios, y quizá es la fuerza motriz de sus facultades superiores. El término griego "psuchikon" quiere decir, como se indica en la nota al pie de la página en la Vers. H. A., "cuerpo gobernado por el alma". El alma da cohesión y continuidad al cuerpo, de modo que, pese a los cambios metabólicos que ya notamos, no cesa de ser el mismo cuerpo: elemento esencial de la personalidad tal como se manifiesta en la tierra.
El "hombre completo" se define en (1 Ts 5:23): "Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo". La enseñanza cristiana es la única que enfatiza la importancia de este "hombre total", con personalidad humana, manifestada a través de las tres partes integrantes del hombre cabal. Dios, en su soberanía, cuidará de la parte interna, desasociada del cuerpo, y en estado consciente y bendito, entre la muerte del creyente y la Venida de Cristo —coincidente con la resurrección del cuerpo—, pero aun así Pablo habría preferido ser "revestido" en seguida con el cuerpo nuevo (descrito como una hermosa y eterna habitación) por la Venida del Señor y no pasar por el período de "desnudez" (2 Co 5:1-4). La esperanza típica del creyente es la resurrección, cuando todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se manifestará en toda su perfección, como instrumento que Dios podrá emplear por los siglos de los siglos. Ahora bien, "no es primero lo espiritual sino lo animal" (1 Co 15:46), o sea, es preciso que la personalidad humana pase primero por la etapa de manifestarse a través de un cuerpo gobernado por el alma antes de pasar a la consumación final cuando un cuerpo de condición distinta será gobernada por el espíritu redimido ("soma pneumatikon"). Vislumbramos algo de esta condición final por las palabras del Señor a los saduceos (enemigos de la resurrección): "Los que fueron tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos ni se casan ni se dan en casamiento; porque no pueden ya más morir, pues son iguales (semejantes en su modo de vivir) a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección" (Lc 20:35-36). Ya hemos notado que los ángeles son una creación distinta, pero la referencia es al modo de vivir, libres de la sujeción a la materialidad, a las limitaciones del tiempo y del espacio, propias de la vida en este mundo. No quiere decir que criaturas humanas llegarán a "divinizarse", ni a ser "eternos" por condición propia, sino que el tiempo cesará de ser un elemento que envejece y destruye, siendo administrados los "siglos" por el Dios Eterno. De igual modo habrá "leyes" que gobernarán la existencia celestial —Dios siempre es Dios de orden—, pero el orden será superior, con posibilidades óptimas para la manifestación y la actuación de la personalidad humana.
Otro rayo de luz sobre el intrigante misterio del "cuerpo espiritual" o "de la resurrección" se halla en las manifestaciones que el Señor resucitado concedió a los discípulos con referencia especial a Lucas, capítulo 24 y a Juan capítulos 20 y 21. Aun a través de las limitadas conversaciones de los cuarenta días, comprendemos que el Señor no ha cambiado en nada en cuanto a su personalidad. Al mismo tiempo, su "modo de vivir" es diferente, libre de las sujeciones que notamos antes. Siendo él "las primicias" y los creyentes "la cosecha", deducimos, sin lugar a dudas, que nuestro cuerpo será como el suyo. Ya veremos que llevaremos su imagen (1 Co 15:49).
Los dos cuerpos contrastados. Pablo vuelve a su ilustración inicial de la siembra y el brote de una planta de forma diferente, bien que relacionado con la semilla. "Se siembra cuerpo en corrupción", que es precisamente el hecho que parecía hacer imposible la resurrección; pero Pablo, pasando al cuerpo espiritual dice: "resucita en incorrupción". Los griegos asociaban la idea de incorrupción ("aphtharsia") con el espíritu libertado del cuerpo corruptible, pero Pablo, según la doctrina cristiana, aplica el término, no a la liberación del espíritu de la "cárcel" del cuerpo, sino al nuevo cuerpo que reemplaza el primero. Es patente la deshonra del cuerpo del cual ha salido el alma, que le dio coherencia y vida. Hay funerarias en los EE.UU. que se especializan en "arreglar" el cadáver, colocándolo en posturas "naturales", para el consuelo momentáneo de quienes lloran la pérdida del ser querido; pero el cadáver no vuelve a la vida por eso, y, pintado o no, ha dejado toda su "honra" en la Tierra para volver al polvo del cual fue sacado. Pero el cuerpo del "hijo de la resurrección" (según la frase del Maestro) manifestará la gloria de su rango de una forma patente y real. De igual modo la evidente flaqueza del cuerpo mortal se contrasta con la potencia del cuerpo nuevo, instrumento para cumplir todos los propósitos de Dios en orden a la personalidad glorificada. Del contraste fundamental entre el cuerpo animal y el cuerpo espiritual ya hemos escrito en el párrafo anterior.
El primer hombre y el postrer Adán. Ya vimos por las expresiones de los versículos 21 y 22, análogas a las de (Ro 5:12-21), que Pablo sitúa el tema de la resurrección en el marco de la raza, con referencias concretas a Adán y a Cristo. Después de detallar las antítesis entre el cuerpo "del alma" y el "del espíritu", Pablo vuelve al mismo concepto, relacionando la raza de hombres mortales con su cabeza. Adán, y la de los hombres redimidos, resucitados y glorificados con el "postrer Adán". Notemos que no habla aquí del "segundo Adán", sino del "postrero", ya que Cristo lleva la raza a su culminación ya determinada, y no puede haber otro "Adán". Al hablar de "hombres" en el versículo 47, "primero" y "segundo" son términos propios, pues Cristo lleva la humanidad a un nivel más sublime en cuanto a su naturaleza.
El apóstol utiliza libremente la narración de la creación del hombre tal como se halla en (Gn 2:7), pero con modificaciones que sacan más claramente el sentido del acto. Adán es el primer hombre, y Pablo pone de relieve que, aun formándose su cuerpo de los elementos de la tierra, "fue hecho alma viviente", y eso por un acto especial de Dios. En este lugar Pablo no hace alusión a la entrada del pecado en la raza, que introdujo la muerte, que es el tema predominante en (Ro 5:12-21), bien que la corrupción, la deshonra y la flaqueza se derivaron de la Caída. La razón es que no quiere oscurecer el contraste entre el "soma psuchikon" y el "soma pneumatikon", definiendo la naturaleza del hombre adámico por las condiciones de su creación. Del cuerpo asociado con el "alma viviente" se hablará en los versículos 47 y 48, El postrer Adán es "espíritu vivificante", y no hemos de pensar en la superioridad natural del espíritu humano sobre el alma, sino recordar el tema: el de la Resurrección. Como Hijo del Hombre el Señor se hallaba perfectamente identificado con la raza que había creado, y la ausencia de toda mancha de pecado en él permitió que se ofreciera en sacrificio por el pecado. La Cruz es el "fin de la raza vieja", pues el Sacrificio total del Dios-Hombre limpió el pecado y agotó la muerte. La Resurrección de Cristo viene a ser, pues, un nuevo principio de donde nace una nueva raza, o más exactamente, la misma raza redimida y potencialmente glorificada, según las palabras de Pedro: "Nos hizo renacer para una esperanza viva por la Resurrección de Jesucristo de los muertos" (1 P 1:3). Es por su Resurrección que el postrer Adán llega a ser "Espíritu vivificante", pasando esta vida espiritual a todos los regenerados. Véase el desarrollo de un argumento análogo en (He 2:5-18).
La imagen del terreno y la del celestial. Reiteramos que el versículo 46 nos enseña que la primera etapa del predominio del alma había de preceder la consumación de un cuerpo, de distinta condición, controlada por el espíritu redimido. Es el orden que el Dios soberano estableció, y huelgan disquisiciones filosóficas o psicológicas sobre el hecho. Al dar una cita parcial de (Gn 2:7) en el versículo 45, Pablo enfatizó lo anímico del hombre, y no mencionó la sustancia del cuerpo; sin embargo, en el versículo 27 —aludiendo, sin duda, al mismo pasaje— subraya que "el primer hombre (es) de la tierra, terreno (choikos, del polvo)". Es decir, el cuerpo actual se constituye de elementos que se hallan en la tierra que pisamos, pues "polvo eres —pronunció Jehová Dios— y al polvo volverás" (Gn 3:19). En marcado contraste, el "segundo hombre" (es) del Cielo ("ex ouranou", de la sustancia del Cielo)". La referencia es a la Resurrección y es evidente que la sustancia del cuerpo del Señor resucitado no procedió de los elementos terrenales, bien que enlazaba en sentido íntimo con el cuerpo depositado en la tumba que no pudo ver corrupción y que desapareció en la Resurrección. Ya hemos estudiado la continuidad de la personalidad del Señor resucitado, notando la doble vertiente de esta personalidad inmutable en contraste con la condición y posibilidades de su cuerpo de resurrección. Como "terrenales", compartimos la naturaleza del hombre hecho del polvo (así es el sentido del original), pero ya que hemos sido regenerados, recibiendo vida eterna del manantial inagotable de la Resurrección, llegando a ser "celestiales", gracias a nuestra unión con el Celestial. No es corriente que los creyentes sean llamados "celestiales", bien que Pablo ha de escribir a los efesios que habitamos "lugares celestiales" (Ef 2:6); pero aquí se trata de la vida de resurrección y del modo de vivir de los regenerados en la consumación de la obra de Dios a su favor, de modo que es muy apropiado el uso de este honroso término. Hacemos frecuente referencia al hecho de que el creyente "tiene vida eterna", indicando que la parte esencial de su ser es celestial, en espera de la plena manifestación del hecho en la resurrección. El Maestro mismo señaló estas dos vertientes de la obra de gracia con estas palabras: "Esta es la voluntad del que me envió: que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero" (Jn 6:40).
El versículo 49 resume y concluye estas consideraciones, y pese a que muchos buenos originales indican una exhortación —"así como hemos llevado la imagen del terreno, llevemos también la imagen del Celestial"—, creemos que el contexto exige que aceptemos el texto alternativo: "llevaremos la imagen del celestial", ya que es incongruente que el apóstol, al final de unas afirmaciones sublimes y categóricas sobre la naturaleza del cuerpo de resurrección, cambie tan repentinamente de lo dogmático a lo hortatorio. Enseña a los corintios lo que serán según los propósitos de Dios, y finaliza con la declaración —tan de acuerdo con otras indicaciones bíblicas— que llevaremos la imagen del Celestial, que se llama el "segundo hombre" por exhibir la perfección de lo humano, y el "Postrer Adán", por encabezar la raza de los redimidos. Como Adán fue, así hemos sido nosotros. Como Cristo es, así será cada creyente. La "imagen" aquí es una representación exacta de un original. El verbo "llevar" significa "llevar Continuamente", como si fuera una prenda de uso diario. En su Venida, "el Salvador, el Señor Jesucristo, transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder por el cual puede también sujetar a sí todas las cosas" (Fil 3:20-21) (2 Co 3:18) (1 Jn 3:2). El hecho de llevar la imagen de Cristo, el hombre celestial, no borrará en manera alguna la personalidad de cada hijo de Dios, ya glorificado por la resurrección, sino que dará el debido realce a los rasgos particulares y especiales de cada ser humano, creado a la imagen y semejanza de Dios desde el principio, según el plan divino. La sublime obra de la redención consiste precisamente en la realización del propósito original, pese al "sabotaje" de Satanás, y por medio de Aquel que llegó a ser el "Primogénito de entre los muertos" con el fin de ser también "el Primogénito entre muchos hermanos" (Col 1:18) (Ro 8:29).

El momento del cambio y el triunfo final (1 Co 15:50-58)

1. La transformación (1 Co 15:50-53)
La limitación de "carne y sangre". En tono enfático Pablo afirma que "carne y sangre no pueden heredar el Reino de Dios". "Heredar" aquí sólo significa el hecho de "tomar posesión" del Reino en su manifestación final, y la referencia no anula otros aspectos presentes y pasados del "Reino de Dios" ni el hecho de que podemos entrar en él como "niños" ahora (Mr 10:15). El "Reino de Dios" ha de entenderse aquí en relación con la doctrina de la resurrección y corresponde al nuevo orden, cuando Dios hará nuevas todas las cosas. En aquella esfera y condición es inoperante el modo de vivir que depende ahora de la sustancia del cuerpo y el riego sanguíneo, con todos los demás factores anatómicos y fisiológicos que rigen en el maravilloso cuerpo que poseemos. Lo peligroso es que imaginemos —a pesar de profesar ardiente fe en la vida futura— que este tipo de vida que tan íntimamente conocemos, representa la realidad, convirtiéndose la existencia futura en algo nebuloso —casi irreal— por un "exceso" de espiritualidad. Hemos de desterrar esta idea de nebulosidad, sin embargo, pues la sección anterior puso de relieve la superioridad de la hermosa "planta" final sobre la semilla insignificante que fue sembrada. La "realidad" es lo que sigue a la vida de "carne y sangre", aun pensando en el cuerpo, siendo la meta hacia donde Dios lleva al hombre según el plan de redención. El proceso actual de vitalidad física termina en la corrupción, mientras que el nuevo cuerpo se caracteriza por la "aphtharsia", la incorrupción.
El "misterio" del cambio. Recordamos al lector que, según el vocabulario paulino, un "misterio" es una fase del plan de Dios que no fue revelado anteriormente, pero que se ilumina por las enseñanzas apostólicas del Nuevo Pacto. Este misterio no es tema de las profecías del Antiguo Testamento, pero se da a conocer en el Nuevo Testamento, detallándose más en (1 Ts 4:13-18). Los tesalonicenses, leyendo en el Antiguo Testamento las profecías sobre un reino glorioso en la tierra, y sabiendo que el Señor había prometido volver, se perturbaban, pensando que quizá los seres queridos que habían fallecido perderían su parte en la bendición futura. Pablo les consoló dándoles a conocer que la Parousia del Señor significaría tanto la resurrección de los creyentes "dormidos" como la transformación de los vivos. En el caso de los corintios, se habían infiltrado dudas sobre la posibilidad de la resurrección de los muertos, y Pablo, con el fin de contrarrestar los efectos de tan mala doctrina, les entrega la misma revelación. Cuando recoja su Iglesia, el Señor, sin previo aviso, obrará en un instante la maravillosa transformación de los suyos, que es igual, básicamente, para quienes viven aún como para aquellos que "durmieron" antes, ya que se trata de pasar de un modo de existir a otro, según el principio enunciado en el versículo 23: "Mas cada uno en su propio orden: Cristo las primicias: luego los que son de Cristo en su parousia". El hecho de emplear Pablo el primer pronombre personal y plural al referirse a los creyentes que estarán vivos (físicamente) al momento de la parousia —"No todos dormiremos" y en (1 Ts 4:15) "nosotros que vivimos, que habremos quedado"—, no indica que estuviese seguro de que el Señor había de volver antes de su propia muerte, pues, tratándose de dos clases de creyentes, los vivos y los muertos, y hallándose él con vida aún, es natural que se clasificara entre los vivos. Sin duda pensaba que el Señor podía venir pronto, pero estos términos no son profecías, sino expresiones generales aplicables a todos los creyentes.
La manera del cambio. El referido pasaje en Tesalonicenses habla de un encuentro de los creyentes resucitados (o cambiados) con el Señor "en el aire", que significaría, no ya la atmósfera conocida por las investigaciones científicas de los últimos siglos, sino la esfera "supraterrestre". Tal encuentro daría principio a una eterna reunión del Señor con los suyos: "y así estaremos siempre con el Señor" (1 Ts 4:17). En los dos pasajes análogos se halla la misma referencia al sonido de la trompeta, que en Tesalonicenses se llama "trompeta de Dios". Una trompeta servía como clarín en el ejército romano, y su nota indicaba que había llegado el momento de iniciar ciertos movimientos dentro del orden militar o de los planes estratégicos del general. Las trompetas de plata del pueblo de Israel se utilizaban —entre otras cosas— para reunir la congregación en solemne asamblea o para señalar el comienzo de la marcha del campamento (Nm 10:1-10). No debiéramos procurar relacionar el simbolismo de la trompeta del versículo 52 con el de las trompetas de la serie apocalíptica (Ap 8:6-11:19), donde las circunstancias profetizadas parecen ser muy diferentes de este fin del testimonio de la Iglesia en la tierra. Basta el sentido ya notado; el toque de la trompeta es la señal del principio de un gran movimiento ordenado, tratándose aquí de la Iglesia que es "arrebatada" para su reunión con el Señor en esferas supraterrestres, con la certidumbre de que, al desarrollarse las etapas sucesivas del plan de Dios, no dejará jamás de estar en la presencia de su Señor. La trompeta se llama "final" porque señala el fin de un período, según el orden ya notado en los versículos 23-28, y este adjetivo tampoco da pie para buscar coincidencias con otra trompeta que podrá señalar el fin de series o períodos muy diferentes.
La otra nota de circunstancia se halla en el versículo 52 "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", dando esta traducción una idea bastante exacta de los términos griegos, que no se prestan a una traducción literal. Es el momento "indivisible", la fracción mínima del tiempo. En un momento un creyente vivo estará en sus trabajos, o comiendo o durmiendo, y en aquel mismo momento se hallará en la presencia del Señor, revestido ya de su cuerpo inmortal. El alma (con el espíritu, por supuesto) de los que partieron para su bendito descanso, también se hallará revestida en aquel instante de su morada celestial (2 Co 5:2), unidos en una sola condición de vida consumada con los demás miembros del Cuerpo de Cristo. Nuestro pasaje no nos dice más, pero hemos de tener en cuenta todos los detalles del gran cambio. Al considerar otros pasajes de la Biblia que también hablan de la resurrección, hemos de preguntarnos si la descripción aquí coincide o no con la de ellos, admitiendo la posibilidad de que los momentos sean distintos dentro de complejos contextos históricos.
El final del versículo 52 reitera la característica fundamental de este "misterio": "los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos cambiados". A diferencia de las ideas griegas sobre la incorrupción, Pablo no enseña que se conseguirá por ser libertado el hombre del cuerpo corruptible, sino por llegar a poseer, como parte integrante de su personalidad, el cuerpo incorruptible, "imagen" del cuerpo de resurrección de nuestro Señor (Véase el versículo 42 y notas).
El desarrollo del "orden" de la resurrección. Necesitaríamos no un párrafo, sino todo un libro para hablar del orden de la resurrección, pues las hipótesis esbozadas sobre el tema dependen en gran parte del sistema de exégesis del comentarista. Ya vimos las tres etapas notadas en los versículos 23-28: el levantamiento de Cristo (que encierra en sí toda la potencia de resurrección a favor de todos); la resurrección de "los que son de Cristo" en su parousia; y la consumación del proceso en un momento posterior a la segunda fase. Indicamos que la tercera fase de "consumación" podría ser más compleja de lo que se da a entender por frases como "el último día", "el último juicio", "la Segunda Venida", etcétera. Si contrastamos la promesa sencilla y consoladora que el Señor dio a los suyos en el Cenáculo —"Vendré otra vez y os recibiré a mí mismo"— con los detalles del Sermón profético sobre el desarrollo de este siglo, culminando en la "señal del Hijo del Hombre en el Cielo", precedido por muchas señales y grandes desastres, nos hallamos, cuando menos, en ambientes enteramente distintos. Ahora bien, el lenguaje de Juan capítulo 14 es análogo al de (1 Ts 4:13-18) y (1 Co 15:50-53), mientras que el del Sermón profético halla su paralelo en la venida en gloria de (Ap 19:11-21). Una referencia directa a la resurrección se halla al notar la de los mártires del período del Anticristo (Ap 20:4-6), quienes tienen "parte en la primera resurrección". Se dice explícitamente en visión profética que "los demás de los muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años", y esta resurrección coincide con el juicio del Gran Trono Blanco (Ap 20:11-15), que termina el orden actual del cosmos para introducir "cielo nuevo y tierra nueva". Lo que acabamos de estudiar en 1 Corintios capítulo 15 —tomando en cuenta las circunstancias señaladas— no parece coincidir ni con la resurrección de los mártires, ni con la de "los otros muertos", pareciendo más probable que se trate del arrebatamiento de la Iglesia como algo que podrá ser inmediato y que colocará a la Esposa al lado del Esposo antes de desarrollarse los tremendos juicios, victorias y bendiciones del "Día de Jehová": período que señala la intervención directa de Dios en los asuntos de esta tierra hasta llegar a la consumación determinada. No insistimos en ninguna hipótesis en especial, pero creemos que es el deber del buen estudiante reunir toda la evidencia posible sobre este tema, procurando librarse de ideas preconcebidas y dando valor real a todo lo revelado, para no caer en el error de los saduceos que ignoraban el alcance de la Palabra y del poder de Dios. No basta la cómoda idea de que los misterios futuros rompen los moldes normales semánticos, de tal modo que los símbolos del Apocalipsis constituyen puro enigma; al contrario, deberían ser interpretados según las normas histórico-gramaticales y en consonancia con la preparación ya dada en el Antiguo Testamento. Todo lo que se expresa con precisión declarativa o descriptiva ha de entenderse según el sentido más claro y directo posible; luego, al llegar al símbolo, hallaremos que muchas veces se aclara por estos contextos claros, o por referencias a interpretaciones ya conocidas del Antiguo Testamento. Cuando no, el estudiante humilde estará dispuesto a dejar la explicación hasta el momento determinado para una revelación más completa, pero sin acudir al peligroso remedio de espiritualizar pasajes cuando la Palabra misma no autorice manipulaciones de su sentido más directo.
2. La victoria sobre la muerte (1 Co 15:53-57)
La victoria es parte del plan de Dios. De la manera en que fue necesario que el Hijo del Hombre fuese levantado para poder ofrecer la vida eterna a todo creyente (Jn 3:14-15), así "es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto mortal se vista de inmortalidad". El sublime sacrificio de la Cruz no pudo realizarse en vano. El que mató a la muerte por su propia muerte, ha de ver necesariamente del fruto del trabajo de su alma en el gran cambio que borrará todo recuerdo de la corrupción y de la mortalidad para revestir al creyente de la incorrupción y la inmortalidad. "Inmortalidad" traduce "athanasia", o "ausencia de la muerte", y significa más que una mera existencia prolongada sin fin. En primer término la inmortalidad es condición propia de Dios. Tratándose del hombre caído, que ha de morir por haber incurrido en el pecado, sólo se consigue por establecer una unión vital —la de la fe real— con el que ganó la victoria sobre la muerte. Aquí tenemos la respuesta divina a las esperanzas y temores del principio de la historia humana según el relato de (Gn 1:26-3:24). El diablo no tendrá la última palabra, es necesario, como algo determinado por Dios en Cristo, que la incorrupción y la inmortalidad constituyan el hermoso "vestido" de los redimidos que han sido librados del abismo de la muerte. Quizá Pablo contempla su propio cuerpo al decir "esto corruptible" y "esto mortal", pensando en el hermoso vestido del cuerpo espiritual de resurrección que ha de sustituirlos, pues el simbolismo es análogo al de (2 Co 5:1-4). Después de las consideraciones del referido pasaje añadió: "El que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu", viendo en la resurrección del cuerpo la culminación del plan divino a favor del hombre. El propósito ha de cumplirse necesariamente y aquella meta determina toda la perspectiva de la vida y del servicio de los hijos de Dios aquí en la tierra.
Un cántico de alabanza en vista de la victoria. Pablo se sitúa más allá de la sublime experiencia de ser revestido de incorrupción y de inmortalidad para celebrar la victoria en palabras proféticas sacadas de (Is 25:8) y (Os 13:14). No son citas exactas, sino más bien reminiscencias de las expresiones de triunfo que emplearon estos profetas al contemplar anticipadamente la obra final de gracia a favor de Israel, en la que se involucra la victoria sobre la muerte. El contexto tampoco corresponde exactamente aI del tema del apóstol aquí, pero este uso analógico de pasajes del Antiguo Testamento es bastante corriente en los escritos apostólicos. Los apóstoles llevaban en su memoria y en su corazón los grandes dichos inspirados del Antiguo Testamento, echando mano a ellos en gran diversidad de ocasiones, sin que por ello hayamos de imaginar que tenían la intención de anular —o reemplazar— el claro sentido de los oráculos en su contexto original. Pablo vuelve aquí al patrón de la poesía hebrea al elevar su canción de triunfo. El primer verso: "Sorbida es la muerte para victoria" ha de entenderse en el sentido de que esta victoria de la resurrección ha "tragado" y absorbido la muerte. Siguen dos preguntas retóricas en esta estrofa de tres versos. La primera se dirige a la muerte personificada y Pablo pregunta dónde se halla la victoria constante que siempre se le ha atribuido en el curso de la vida humana. Nos acordamos del dicho español: "Todo tiene remedio menos la muerte". Pablo, sin embargo, se atreve a desafiar la experiencia constante de los siglos. La muerte se ha derrotado y la vida se manifiesta pujante y triunfante en la resurrección. La segunda pregunta retórica (y el tercer verso de la estrofa) pregunta a la Muerte por aquel aguijón que era el terror del hombre. Ha perdido su potencia, ya que Pablo habla del momento "cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción". De este "aguijón" hablaremos en el párrafo siguiente.
El Vencedor sobre el pecado y la muerte. Pablo, el gran exponente de la doctrina de la justificación por la fe, no puede terminar su disertación sobre la resurrección sin relacionarla a los conceptos básicos de su doctrina: el pecado, la muerte, la Ley y la victoria sobre el pecado y la muerte por medio del Señor nuestro Jesucristo. Los versículos 56 y 57 nos ofrecen un resumen de estos temas, pero tan sucinto que no sería comprensible al que no conociera ya las enseñanzas de Romanos capítulos 3 al 8 y las de Gálatas capítulos 3 a 6. En su paráfrasis ampliada de las epístolas paulinas, F.F. Bruce da el sentido del versículo 56 en estas palabras (la traducción es nuestra): "Es el pecado lo que provee a la muerte de su aguijón, y es la Ley lo que presta tal potencia al pecado". Pese a esta cadena lógica de males, los creyentes son victoriosos por medio de la Persona y obra del Señor nuestro Jesucristo. Se entiende que "la paga del pecado es muerte", pero la proposición se expresa aquí en sentido inverso. No sólo produce el pecado la separación de Dios, que es la esencia de la muerte, sino que reviste al enemigo de terror, aun pensando en la muerte física. Esta podría ser —y es para el creyente— una separación necesaria de la vida interna del hombre de su cuerpo mortal, abriendo la puerta para lugares celestiales. Pero en cuanto los hombres sin redimir, "por el temor de la muerte están durante toda su vida sujetos a servidumbre": una declaración que puede leerse conjuntamente con otra de la misma Epístola: "está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (He 2:14-15) (He 9:27). No es tanto la muerte física lo que amedrenta al hombre, sino la necesidad de verse con el Dios justo sin haber llegado a la solución del problema del pecado, que es rebeldía además de inmundicia. La muerte, pues, se presenta como un escorpión cuyo aguijón causa daños irreparables, y el aguijón es el pecado. Pablo no puede pensar en la potencia del pecado sin recordar la Ley, que establece las demandas del Dios justo frente al hombre pecador, revelando la incapacidad moral de éste, que se halla condenado y sentenciado, sin poder hallar remedio alguno por sus propios recursos. La victoria no surge ni del humanismo, ni del legalismo, ni de la religión, ni del misticismo, sino que se basa en la bendita Persona del Señor nuestro Jesucristo, notando Pablo todos sus nombres y títulos, cada uno de los cuales representa un aspecto de su obra triunfal sobre el pecado y la muerte. "Jesús" es el que salva a los hombres de sus pecados por la entrega de sí mismo como Hijo del Hombre en la cruz; como "Cristo" es el enviado del Padre, el Ungido que lleva a cabo el plan determinado desde antes de los tiempos de los siglos. Gracias al triunfo sobre el pecado, la muerte y Satanás, ha sido alzado a la Diestra como SEÑOR, pues sin rendirle pleitesía no tendríamos participación en la Victoria. Estos Nombres y títulos constituyen en sí un compendio de la redención.
Aparte la exhortación final, la exposición del sublime tema de la resurrección llega a su fin con esta sentida acción de gracias que reconoce al Señor como Arquitecto y Consumador de la gran obra: "Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo". La frase "que nos da la victoria" representa un participio presente. No sólo venceremos la muerte en Cristo, sino que la victoria es actual y continua. Somos redimidos de la servidumbre del temor de la muerte, y el espíritu de resurrección opera en la totalidad de nuestro servicio en este mundo.
3. La exhortación final (1 Co 15:58)
La perspectiva de la exhortación. A algunos comentaristas les ha extrañado el paso tan rápido del cántico de triunfo de los versículos 54-57 a esta exhortación del versículo 58, que encuentra tantos paralelos en las Epístolas paulinas. El que se extraña muestra un desconocimiento total de la mentalidad del gran apóstol a los gentiles, pues éste no sabe nada de compartimientos estancos que separen lo ideológico de lo práctico, lo celestial de las realidades de la tierra. Para él existía una vinculación estrecha entre los trabajos manuales de hacer tiendas, las profundas meditaciones que ocupaban su mente al manejar sus herramientas, y el gran plan de redención que llevará la vida e historia del hombre a su consumación en la esfera de la resurrección. Si para Santa Teresa el Señor no sólo se manifestaba en los momentos de éxtasis, sino que también andaba entre los pucheros, así para Pablo "el vivir era Cristo", y el "vivir" viene a ser el conjunto de los sentimientos, pensamientos, decisiones y actividades del ser humano. Los corintios no sólo se hallaban en peligro de permitir el deterioro de su testimonio cristiano por la influencia de las "malas compañías", inspiradas por doctrinas falsas, sino también de aflojar los esfuerzos por los cuales debían edificarse mutuamente y extender el Evangelio, ya que la Meta se iba borrando en su mente a causa de la infiltración de ideas que envolvían la esperanza cristiana en nieblas de vacilaciones y dudas. Si la predicación apostólica se hacía "vana", y con ella la fe de los corintios que antes descansaba en un mensaje claro y contundente, los trabajos espirituales también perdían vitalidad al debilitarse los móviles de la esperanza. Por medio de su magnífica disertación sobre la resurrección. Pablo, se había esforzado por dar un enfoque claro a la esperanza cristiana, y al final es natural que exhorte a los hermanos que, por la renovación de la visión de la Meta, recobren también su firmeza doctrinal. Esto, a su vez, multiplicaría los trabajos realizados en el ámbito de la iglesia y frente al mundo.
"Estad firmes, inmovibles". La exhortación no tiene nada que ver con el "inmovilismo" que tanto se critica en nuestros días. Pablo ha tenido amargas experiencias a causa de la superficialidad y las fluctuaciones de bastantes de los hermanos de Corinto —no de todos ellos—, y quiere que las renovadas enseñanzas sobre este tema tan fundamental sean el medio de confirmarles en fe y doctrina: "Así que, disponeos a la firmeza..." ("hedraioi ginesthe"), y se trata de la firmeza que surge de una voluntad firme, llegando a determinaciones que no admiten fluctuaciones caprichosas. Las especiosas "razones" de los escépticos que se habían introducido en la iglesia no habían de moverles del único fundamento, establecido por la predicación del Evangelio como mensaje inspirado de Dios (1 Co 1:17-25) (1 Co 2:1-16) (1 Co 3:9-10) (1 Co 15:3-4). Es en este sentido que han de ser "inmovibles". Ver también (Ef 4:14-15).
Obra abundante y trabajo fructífero. Con los ojos fijos en la Persona de Cristo y valorando con exactitud el significado de su misión en el pasado, el presente y el futuro, los hermanos de Corinto se entregarían a una labor abundante (hallándose implícito en el verbo la idea de un vaso que rebosa plenitud), no esporádicamente, en los "buenos momentos", sino siempre. Pablo no ofrece la posibilidad de actividades fáciles y de rápidos resultados deslumbrantes, sino el consuelo de saber que el trabajo laborioso, y a veces penoso, no ha de ser vano, con tal que todo se lleve a cabo "en el Señor". Habrá confirmación, adelanto y recompensa final, pero cada esfuerzo ha de relacionarse con la voluntad del Señor, y el que labora ha de sacar sus fuerzas de la gracia de Dios. Los corintios saben todo esto, pero la exhortación trae a su memoria los grandes móviles del servicio que están en peligro de olvidar. En esta exhortación ha desaparecido del horizonte la "vanidad" que resultaba de la mala doctrina denunciada en los versículos 12-19, y, renovándose la esperanza segura de la resurrección, se ve tanto en el tiempo presente como al final del camino la cumplida realización de los propósitos de Dios, ordenando éstos los trabajos de sus siervos que constituyen piedras luminosas, partes integrantes del dibujo total del mosaico del plan de los siglos.

Preguntas

1. ¿Qué podemos saber acerca del cuerpo de resurrección según las enseñanzas de Pablo en los versículos 35-49? ¿Hay otras Escrituras que echan luz sobre su condición?
2. Destáquense las enseñanzas sobre la Venida de Cristo según se hallan en (1 Co 15:50-55). Haga referencia a un pasaje claramente análogo.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Guatemala
  Jairo Misraim Felipe  (Guatemala)  (01/02/2022)
En el departamento de zacapa,este departamento pertenece a Guatemala
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