Estudio bíblico: Los planes y viajes de los siervos del Señor - 1 Corintios 16:1-24

Serie:   Exposición de 1 Corintios   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Los planes y viajes de los siervos del Señor 1 Corintios 16:1-24

La naturaleza del epílogo

La doxología y la exhortación del final del capítulo 15 han puesto fin a la parte doctrinal de la Epístola, como también a las instrucciones que surgieron de los diferentes desvaríos de los corintios. Seguramente había aún mucho que aclarar, pero lo restante podría esperar la prolongada visita que Pablo anuncia en el curso de este Epílogo. Sin embargo, el apóstol no puede dejar su escrito sin añadir algunas notas sobre asuntos de interés común, y tal es la plenitud de su pensamiento que hasta el Epílogo rebosa instrucción que permanece para la orientación de las iglesias en todo tiempo. Sobre todo, el capítulo 16 ilumina facetas del ministerio de los siervos de Dios en aquella época, echando luz sobre las interrelaciones entre ellos mismos y las iglesias formadas. Por eso se reviste de mucho interés para quienes comprenden el valor para nosotros del padrón de la Iglesia y su ministerio durante la época apostólica. Los asuntos y saludos son los siguientes:
1) La colecta para los santos pobres de Jerusalén (1 Co 16-1-4).
2) Los planes y viajes de Pablo mismo (1 Co 16:5-9).
3} Los movimientos de Timoteo y de Apolos (1 Co 16:10-12).
4) Exhortaciones a la firmeza y al amor (1 Co 16:13-14).
5) El servicio de Estéfanas, Fortunato y Acaico (1 Co 16:15-19).
6) Saludados y amonestaciones (1 Co 16:19-24).

La ofrenda para los santos en Judea (1 Co 16:1-4)

1. La preocupación de Pablo
La comunión de los santos ha de expresarse de una forma práctica. La intensa y prolongada preocupación de Pablo por levantar interés entre las iglesias gentiles a favor de los cristianos en Judea —quienes, por diversas razones, sufrían severas estrécheles económicas— es el ejemplo más destacado del principio general que el apóstol había comprendido bien desde el principio de su ministerio: que "la comunión de los santos" incluye por necesidad la ayuda práctica, siendo preciso que los cristianos pudientes ayudasen a otros que pasaban por pruebas de orden económico. Durante su ministerio en Antioquía —como colaborador de Bernabé— había sido escogido como mensajero para llevar dinero contribuido por la iglesia de Antioquía (Siria) a los Ancianos de Jerusalén (Hch 11:26-30). Cuando su ministerio apostólico fue plenamente reconocido por los líderes en Jerusalén, estos le exhortaron a que se acordase de los pobres, y en el relato Pablo añade: "la misma cosa que también yo estaba ansioso de hacer" (Ga 2:10). Todo ello concuerda con las normas de (Ga 6:9-10): "No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe". Los detalles que se nos dan sobre la colecta de que se trata aquí nos orientan en cuanto a varios aspectos de toda comunión práctica de la clase que sea.
La colecta para los santos. Sin duda, Pablo hace referencia a los creyentes de Judea, puesto que los corintios han sido informados ya sobre el asunto y han expresado su deseo de participar en la ofrenda. Para el estudio de este importante cometido —que corresponde al final del tercer viaje misionero— debiéramos leer, en el orden señalado, los pasajes siguientes: (1 Co 16:1-4) (2 Co 8-9) (Ro 15:25-28) (Hch 20:1-5). Las personas mencionadas en Hechos capítulo 20 son los representantes de las iglesias. En primer término, está campaña a favor de los creyentes en Judea fue una expresión del principio de la comunión práctica que notamos en el último párrafo. Pero existía cierta tirantez —quizá a causa de la falta de comprensión mutua— entre las iglesias en Judea y las de la gentilidad. Los cristianos de origen judío guardaban las costumbres religioso-sociales de antes, especialmente en el asunto de comer y beber, lo que dificultaba la libre manifestación de la comunión entre ellos y los gentiles, que no estaban sujetos a tales limitaciones. Claro está, los cristianos judíos tampoco estaban "bajo ley" en su vida social, pero es muy difícil romper con costumbres conocidas desde la niñez, y tampoco se estableció una "ley" que les mandara dejarlas. Sin duda. Pablo pensaba que una ofrenda de verdadera importancia, hecha por los cristianos de muchas iglesias de las provincias a favor de sus hermanos en Judea, proveería una prueba de la profundidad de la obra del Espíritu Santo entre los cristianos no judíos, manifestando, además, el deseo de éstos de colaborar con todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Los representantes de las iglesias participantes tendrían ocasión de hacer contactos personales con los líderes en Jerusalén, confirmando de esta manera el significado de la ofrenda por medio de intercambios personales.
En una carta que se ha perdido, Pablo había dado instrucciones sobre la ofrenda a las iglesias en Galacia, y recomienda a los hermanos en Corinto el mismo procedimiento que había indicado en ella. La carta perdida se había escrito, sin duda, antes de agudizarse el problema de la intromisión de los judaizantes entre las iglesias de Galacia, que motivó la Epístola que conocemos, y que revela un ambiente poco propicio a una labor de comunión de esta clase. Pese a ello, la referencia ofrece otra ilustración de la uniformidad general de las normas que Pablo entregaba a las iglesias, según su declaración en (1 Co 4:17): "Timoteo... os recordará mi proceder en Cristo, de qué modo yo enseño en todas partes y en cada iglesia".
El primer día de la semana (1 Co 16:1). Esta primera mención explícita del "primer día de la semana" en las Epístolas lo señala como el día más apropiado para el apartamiento del dinero de la colecta según el Señor haya prosperado a cada uno. Además, existe unanimidad entre los expositores que podemos llamar "ortodoxos" en pensar que se halla implícito en la referencia el hecho de que los cristianos de la época apostólica se reunían normalmente los domingos. Esto se confirma por la práctica notada en (Hch 20:7), y, en una época algo más tardía, por las cartas que Plinio el joven dirigió al Emperador Trajano sobre las prácticas cristianas en Bitinia. El término griego ("kata mia sabbatou") indica "el día después del sábado", que lo distingue del sábado de los judíos. Al mismo tiempo aún no se empleaba generalmente la designación "día del Señor", que daría lugar al "domingo" que conocemos, después de la penetración del cristianismo en la sociedad en general. Las congregaciones cristianas entendían bastante del Antiguo Testamento y de la vida de los judíos como para utilizar el término "el día después del sábado" sin extrañarse. Es un error, por lo tanto, creer que el cambio del sábado al domingo fue algo impuesto por concilios eclesiásticos y leyes del Imperio, pues éstos no hicieron más que confirmar oficialmente lo que había sido la práctica de la Iglesia desde el principio: práctica que sin duda surgió del "primer día de la semana" de la Resurrección del Señor, que inauguró la Nueva Creación, al que se añadió el recuerdo de Pentecostés, día del nacimiento de la Iglesia.
Cada uno ha de apartar según el Señor le haya prosperado (1 Co 16:2). Pablo no quería que la iglesia en Corinto hiciera un gran esfuerzo por recoger ofrendas al llegar él a la ciudad: cosa que tendría sus inconvenientes, y hasta la posibilidad de escandalizar a algunos. Mucho mejor sería un proceso continuo de ir atesorando una parte de los ingresos, según la cantidad de éstos. "Cada uno" indica la cooperación de todos, pero los pobres no tenían que dar el dinero que necesitaban para el pan de sus hijos, ni los ricos habían de pensar en la cantidad absoluta de su entrega; sino en su valor en relación con sus ingresos. Si Pablo hubiese querido imponer el diezmo como "ley", lo habría hecho en este contexto. No lo hace, sin embargo, porque una imposición legal es contraria a la libertad del Espíritu en esta dispensación. Lo malo es que la mayoría de los creyentes que, con razón, no quieren que nadie vuelva a colocarles el yugo de servidumbre (Ga 5:1), "se aprovechan" de la libertad para ser carnalmente mezquinos, sin comprender que la gracia debiera estimularnos a dar mucho más que las obligaciones anteriores de la Ley La norma es clara —"aparte aquello en que haya sido prosperado"— preocupándose cada cual por dar el máximo posible a la luz de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, "que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros, con su pobreza, fueseis enriquecidos" (2 Co 8:9).
La obligación es muy individual según la fraseología del versículo 2, y parece ser que Pablo piensa en un "hucha" en casa que recibirá las contribuciones de cada uno cada primer día de la semana. Con todo, en vista de que muchos creyentes eran esclavos, con poca comodidad, o seguridad, en sus casas, no puede excluirse la idea de la entrega semanal a una caja especial en el lugar de reunión de la iglesia local.
La transferencia de la ayuda (1 Co 16:3-4). En el momento de dictar esta carta, Pablo no estaba seguro de si él mismo había de ir a Jerusalén para la entrega de la ofrenda de las iglesias gentiles o no, pensando que dependería bastante de la importancia del asunto, o sea, de la cantidad recogida. En el versículo 4 la palabra "propio" de nuestras versiones traduce "axion", "digno".
Más tarde llegó a estar seguro de que convenía que él mismo viajara con los representantes de las iglesias, hasta tal punto que la convicción pesaba más en su ánimo que los varios anuncios proféticos sobre los graves peligros y sufrimientos que le esperaban en Jerusalén (Hch 20:22-24) (Hch 21:4,11,12).
En todo caso no había de aceptar la sola responsabilidad de la transmisión a Jerusalén de importantes fondos. Los corintios —y lo mismo se aplicaba a las demás iglesias participantes— habían de nombrar hermanos dignos de su confianza, y si Pablo mismo no les acompañara, les proveería de cartas, encomendándoles a los Ancianos en Jerusalén (1 Co 16:2). Por fin, los representantes viajaron con Pablo mismo, constando los nombres de algunos de ellos en (Hch 20:1-4). Las indicaciones de (2 Co 8:20-21) suplementan las directrices del pasaje que estudiamos, y todo ello ilustra el cuidado exquisito que requiere la administración de fondos donados para la Obra del Señor. Pese a ser apóstol, conocido por todos, Pablo comenta: "procurando hacer lo honrado no sólo a la vista del Señor, sino también a la vista de los hombres" (2 Co 8:20-21).
El procedimiento de Pablo nos hace ver que consideraba legítimo y necesario que las iglesias locales nombrasen representantes de su confianza cuando se tratara de una misión de alcance limitado. Tales representantes estarían revestidos de toda la autoridad necesaria para el cumplimiento de su cometido, pero no hay indicación alguna en los Hechos o en las Epístolas de que llegasen a constituir una jerarquía permanente, con atribuciones que pasarán más allá de la misión específica y limitada que les había sido confiada.

Los planes y viajes de Pablo (1 Co 16:5-9)

1. Pablo medita en su obra futura
El apóstol escribe desde Éfeso. Al redactar esta carta, Pablo se hallaba en Éfeso, y hay evidencia de que meditaba profundamente en el desarrollo futuro de su servicio. Por de pronto aún no había más que hacer en Éfeso, como veremos más adelante. Había de visitar Corinto, pero quería hacerlo con calma, después de una gira más o menos rápida por las iglesias de Macedonia. Gracias a la puesta en práctica de su sabia estrategia misionera —que le llevaba a plantar iglesias en ciudades de mucho movimiento, esperando que de ellas, y por el testimonio de muchos hermanos, el Evangelio llegase a los contornos— había "llenado" vastas regiones del este de la costa del Mediterráneo con las Buenas Nuevas. Sus meditaciones sobre el porvenir se reflejan perfectamente en (Ro 15:18-24), pero tuvieron sus principios en esta etapa de la obra en Éfeso, que coincide aproximadamente con la fecha de nuestra Epístola, escribiendo el historiador Lucas: "Pablo se propuso por el Espíritu (o "en su espíritu") ir a Jerusalén, una vez recorridas Macedonia y Acaya, diciendo: Después de haber estado allí, me será necesario ver también a Roma" (Hch 19:21). Al redactar Romanos, durante la estancia en Corinto que se proponía, ya había columbrado la visión de España (Ro 15:24-28), pensando en la necesidad de llevar a cabo una labor en el occidente del Mediterráneo análoga a la que ya había realizado en el este. Entonces Hispania se hallaba bastante más romanizada y civilizada que Galia (Francia).
De hecho estos planes habían de sufrir importantes modificaciones, ya que Pablo estaba cerca de la muerte por linchamiento en los patios del Templo de Jerusalén, y, siendo librado de la turba por la intervención de soldados romanos, quedó como "prisionero del Imperio" hasta ser sobreseída su causa, según las deducciones que podemos sacar de (Hch 28:30,51). No es seguro que llegase personalmente a España, ya que las Epístolas Pastorales indican que estuvo otra vez en los alrededores del Mar Egeo entre las dos cautividades, lo que dejaría escaso tiempo para un viaje a la Península Ibérica.
Podemos suponer que impulsó a otros a llevar el Evangelio a España, puesto que la casa alquilada —donde pasó dos años esperando la vista de su causa en Roma— fue evidentemente el "cuartel general" de extensos movimientos misioneros.
Las visitas de Pablo a Corinto. La visita que Pablo se propuso realizar a Corinto después de recorrer las iglesias de Macedonia, había de ser la tercera (2 Co 12:14) (2 Co 13:1). La primera vio la fundación de la iglesia en las circunstancias descritas en Hechos capítulo 18. De la segunda sabemos poco, pero, evidentemente, fue una visita relámpago —un breve paréntesis en su gran obra en Éfeso—, realizada con el fin de restaurar el orden en la anárquica iglesia de Corinto. Pablo guardó un recuerdo triste de la visita, y podemos suponer que sus reprensiones no habían sido bien recibidas por la parte rebelde de la congregación. La obra de restaurar el orden quedó sin terminar, probablemente porque Pablo no pudo permanecer en Corinto el tiempo suficiente, ya que las oportunidades en Éfeso le reclamaban urgentemente. En el momento de escribir este Epílogo, Pablo proyectaba preparar el terreno con miras a otra visita más extendida, y para ello redactó sus cartas y envió a Tito y Timoteo como mensajeros suyos. No convenía otra visita "de paso" (1 Co 16:7), que podría fracasar por falta del tiempo preciso que le permitiera llegar a la raíz de los problemas, aun haciendo uso de su autoridad apostólica. El tono de ciertas secciones de la segunda Epístola canónica es prueba de que Pablo tenía razón al no apresurarse a volver a Corinto, bien que el cambio de plan fue luego motivo de infundadas críticas de parte de hermanos capciosos y rebeldes (2 Co 1:15-20).
La ruta propuesta. Las líneas generales de la primera etapa del plan se habían perfilado nítidamente en la mente y corazón del apóstol, siempre dentro de la sumisión a lo que Dios podría revelarle posteriormente: "espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permite" (1 Co 16:7). Primeramente pensaba prolongar su estancia en Éfeso hasta Pentecostés, aunque cabe la posibilidad de que el tiempo previsto fuese acortado a causa del gran alboroto provocado por Demetrio y los plateros (Hch 19:23-20:1). Aun después de dos o tres años de ministerio en la capital de la provincia de Asia pudo decir: "porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios" (1 Co 16:8-9). No quiso desperdiciar las oportunidades que aún se ofrecían en Éfeso, que se describen como "puerta grande y eficaz", traduciendo "eficaz" el vocablo griego "energês", adjetivo usado normalmente para actividades humanas, y del cual se derivan nuestras voces "energía" y "enérgico". Evidentemente, Pablo veía la "puerta" como una entrada a un servicio eficaz y "enérgico" que él mismo había de llevar a cabo. Ya hemos hablado de los "adversarios" que se oponían a la labor de Pablo en Éfeso. Ver notas sobre (1 Co 15:31-32).
Aprovechando los detalles que Pablo incluye en la segunda Epístola (2 Co 2:12-14), sabemos que, desde Éfeso, se dirigió primeramente a Troas. De todas formas, ésta sería la ruta más conveniente para llegar a Macedonia, siguiendo la de su primera visita a Filipos (Hch 16:6-12). En Troas esperaba encontrar a Tito, de regreso de Corinto, con noticias recientes de la situación en la turbada iglesia. No hallando a su colega en Troas, abrevió su estancia allí, partiendo para Macedonia, donde es probable que se produjera el anhelado encuentro, dándole Tito buenas nuevas que sirvieron para el alivio parcial de su afligido espíritu (2 Co 7:6). Parece ser que el propósito primordial de la gira por Macedonia fue el de visitar las iglesias ya formadas, en las que siempre hallaba hermosas manifestaciones de comunión y un espíritu de verdadero sacrificio en la obra del Señor, según se desprende de la lectura de las Epístolas a los Tesalonicenses y a los Filipenses, con (2 Co 8:1-5). En esta ocasión llegó hasta Ilírico, en la costa del Mar Adriático (Ro 15:19), lo que parece indicar una extensión del campo de la evangelización, además de las visitas pastorales.
Por fin volvió su rostro hacia el Sur, llegando a Corinto, en cumplimiento del plan que adelantó en los versículos 5 al 7 del pasaje que estudiamos, invernando en la casa hospitalaria de Gayo, en la que escribió la Epístola a los Romanos (Ro 16:22-23). Hay razones para suponer que la larga batalla llegó entonces a su fin con victoria para la paz, el orden y la buena doctrina.
Los viajes después del invierno en Corinto (1 Co 16:6). La última frase del versículo 6 —"para que vosotros me encaminéis a donde haya de ir"— parece reflejar alguna incertidumbre sobre los planes después de los tres meses en Corinto. Ya hemos visto que, tras prolongada meditación y oración, Pablo llegó a tener la seguridad de que el Señor quería que fuese a Jerusalén, juntamente con los representantes de las iglesias, llevando consigo la ayuda financiera para las iglesias en Judea, fruto de años de cariñoso empeño frente a los hermanos gentiles. La misma frase revela una faceta muy simpática de la comunión cristiana de la era apostólica, ya que, aun tratándose de una iglesia tan turbada como la de Corinto al momento de escribir el apóstol, le parece natural que los hermanos hagan todo lo posible para "encaminarle" al salir de su medio hacia otros puntos de testimonio y de obra. Se trata, sin duda, de proveer lo necesario en cuanto a ropa, comida y otros menesteres. Compárese el caso de Timoteo en el versículo 11).

Los colaboradores de Pablo (1 Co 16:10-18)

1. "Operaciones combinadas"
De la manera en que Pablo se había fijado en Timoteo y su labor, discerniendo en él un colaborador idóneo para la gran misión que había emprendido en tierras de los gentiles (Hch 16:1-3), así también iba tomando nota de otros hermanos capacitados y celosos, solicitando su colaboración al extender el campo de trabajo. Estos colegas le acompañaban, dispuestos a emprender misiones ingratas y difíciles como las de Tito y Timoteo a Corinto, pero sin perder por ello su libertad como siervos de Dios. Compartían con Pablo la "preocupación por todas las iglesias" (2 Co 11:28), como también aquella visión del pionero cuya vista se fijaba siempre en tierras donde aún no había resonado el mensaje de paz. El material biográfico de estos colaboradores del apóstol es escaso, y por eso mismo es de gran interés recoger los detalles posibles sobre cada uno que se menciona en las cartas, como si fuera "de paso", recordando que son ejemplos de muchos más cuyos nombres no llegaron a escribirse en los anales de los Hechos o en las Epístolas. Conjuntamente con los apóstoles, constituían la "fuerza de choque" para el adelanto y confirmación del Evangelio en la época de su amplia extensión por el mundo grecorromano y es necesario estudiar sus relaciones con el apóstol por una parte y con las iglesias por otra. Con el fin de no interrumpir la unidad del tema, recogeremos los nombres de estos colaboradores (y alguno más cuya actuación entra de lleno en la situación que vislumbramos), dejando las exhortaciones parentéticas de los versículos 14 y 15 para otro apartado.
Tito. Pablo no menciona a Tito entre sus colaboradores aquí, pero es evidente por las referencias de (2 Co 2:12-13) (2 Co 7:6-7) (2 Co 8:16-17,23) (2 Co 12:17-18), que efectuó una visita a Corinto por esta época, de mucha importancia para la realización de los planes del apóstol. Es posible que Tito era hombre dotado de un carácter de más recia contextura que el de Timoteo, bien que éste ha de seguirle pronto, llevando a cabo otra misión a Corinto. Las noticias que Tito trajo de Corinto motivaron el cántico de triunfo de Pablo en (2 Co 2:14-16). Entre otras muchas misiones, más tarde había de confirmar la obra del apóstol en Creta, según se desprende de la Epístola que Pablo le dirigió.
Timoteo. Nos extraña un poco la forma de la frase: "y si llegare Timoteo" ya que en (1 Co 4:17) la visita se dio como un hecho: "Por esto mismo os envié a Timoteo..., el cual os recordará mi proceder en Cristo Jesús". Sin embargo, "si" no siempre indica duda en el Nuevo Testamento y a veces corresponde a "cuando". Por (Hch 19:22) sabemos que por esta época Pablo había enviado a Timoteo y a Erasto a Macedonia, sin duda con el fin de prepararle el viaje a la provincia norteña, anunciado como anterior a su próxima visita a Corinto. Es evidente, pues, que Timoteo no se embarcó en el puerto de Éfeso para ir directamente a Corinto, sino que fue primeramente a Macedonia, como Pablo había de hacer más tarde. En vista de este prolongado viaje interior, la fecha de su llegada a Corinto no podía fijarse con exactitud, sin que por ello se modificara el propósito firme de llegar a la meta.
Ya hemos hecho algunas observaciones sobre Timoteo, su carácter y su obra, al comentar las expresiones que emplea Pablo en (1 Co 4:17), notando que hemos de desechar la imagen que generalmente se forma de él, como de un joven tímido y nervioso Sin duda fue por naturaleza modesto y retraído, costándole esfuerzo y lágrimas la consecución del buen fin de los cometidos que el apóstol le encomendaba. Pero recordemos que, después de los mismos apóstoles, Timoteo sería la figura más destacada de la historia de la extensión del Evangelio en la época que tratamos, y que los cometidos —tratándose especialmente de los problemas internos de las iglesias— solían ser de los más arduos y delicados. Esto no se ajusta a la idea de un Timoteo que no pasaba de ser aprendiz miedoso y de poco carácter. Su juventud sería muy relativa según nuestras normas occidentales.
Igual que en (Fil 2:19-23), Pablo identifica a Timoteo de una forma total con su propia obra: "La obra del Señor hace, como yo también". No era apóstol inspirado, pero sí un obrero sumamente digno y eficaz, que se entregaba totalmente a las tareas que le fueron encomendadas. La frase: "mirad que esté con vosotros sin temor", echa alguna luz sobre el carácter de Timoteo, pero mucho más sobre el espíritu rebelde y contumaz de bastantes hermanos corintios, que podía llegar a extremos casi inverosímiles, aun tratándose de confrontaciones con Pablo mismo (2 Co 12:20-21). Tumultos carnales en las iglesias locales pueden llegar a despertar los temores aun de los siervos de Dios más aguerridos en tales lides. La otra amonestación —"que nadie le menosprecie"—- tampoco indica nada "despreciable" en Timoteo, sino la soberbia carnal de un sector de la iglesia en Corinto, incapaz de reconocer la autoridad espiritual de un siervo de Dios lleno del Espíritu, pero que no era batallador por temperamento.
Las iglesias y los obreros del Señor (1 Co 16:11). La recomendación a los corintios en cuanto a Timoteo —"encaminadle en paz para que venga a mí"— refuerza lo que ya indicamos sobre la comunión de las iglesias con los siervos del Señor al emprender éstos sus viajes —a veces largos, peligrosos y difíciles—, siendo costumbre de que fuesen provistos de todo lo necesario (Ro 15:24) (2 Jn 1:6,10) (Fil 4:10-19) (2 Co 11-9). Las referencias dadas revelan la comunión práctica de las iglesias con los siervos de Dios como algo normal, y la "autolimitación" de Pablo en cuanto a recibir ayuda monetaria de la iglesia en Corinto (capítulo 9) no anula la obligación de los creyentes frente a quienes dedican su vida a la extensión del Evangelio, o a la enseñanza de la Palabra. Aquí se nos provee un ejemplo práctico de las normas básicas ya subrayadas en el capítulo 9.
La visita de Timoteo había de ser necesariamente breve, pues Pablo le esperaba, ya de regreso, antes de que él saliera de Éfeso. No vendría solo, sino "con los hermanos": un propósito que ya parece conocido por los corintios. Lo más probable es que Pablo había enviado ciertas proposiciones y recomendaciones a la iglesia por medio de Timoteo, revistiéndose éstas de tanta importancia que era conveniente que una embajada de "hermanos" — "guías", por supuesto— acompañase a Timoteo como portavoces de la iglesia, en contacto personal con Pablo.
Apolos (1 Co 16:12). Este hermano, oriundo de la gran ciudad universitaria de Alejandría, centro del judaísmo helenizante, instruido y elocuente, había oído y aceptado el ministerio de Juan el Bautista, sin conocer la consumación de la obra de Cristo ni el descenso del Espíritu Santo. Al llegar a Éfeso, antes del comienzo de la gran obra de Pablo allí, había sido enseñado en cuanto al contenido del evangelio en su plenitud por medio del piadoso matrimonio, Aquila y Priscila (Hch 18:24-28). Pasando de Éfeso a Corinto, Apolos ejerció un poderoso ministerio allí, y ya hemos visto el modo en que unos sectarios querían utilizar su nombre como bandera de partido, sin que él tuviera parte ni arte en aquellas intrigas. Obviamente se encontraba en Éfeso al dictar Pablo esta carta y éste pensaba que la presencia de Apolos en Corinto, dedicándose a sus apreciadas enseñanzas, sería de mucho provecho para la iglesia en aquella hora de crisis. La referencia del versículo 12 —"Yo le rogué mucho que fuese a vosotros con los hermanos"— muestra que el apóstol tenía verdadero empeño en que su colega siguiera sus indicaciones. Normalmente un ruego de este carácter, de parte de un apóstol, bastaría para que el colega en cuestión emprendiera el viaje indicado; es interesante notar, sin embargo, que Apolos tenía libertad para no aceptan la sugerencia, comentando Pablo "mas no tuvo voluntad de ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad". La última frase parece indicar que Apolos se veía comprometido en una labor que le parecía imposible abandonar entonces, estando dispuesto a ir a Corinto al terminar su cometido. Cabe también la posibilidad de que, con su conocimiento íntimo de la vida interna de la iglesia en Corinto, no veía posibilidad de entregarse a un ministerio provechoso allí hasta que se hubiese solucionado la crisis, entrando en razón los rebeldes. Después de las visitas de Timoteo, Tito y Pablo mismo, él podría ir a Corinto con buenas esperanzas de confirmar la obra mediante el ministerio especial que le había sido encomendado.
Estas referencias a las relaciones entre los siervos del Señor que colaboraban más o menos íntimamente con el apóstol Pablo son muy significativas, ya que destacan la coordinación normal de hombres que sentían honda preocupación, no por una parroquia limitada, sino por todas las iglesias fundadas durante los dos o tres decenios que siguieron al Día de Pentecostés, sin perder la visión de extender el Evangelio según se abriesen las puertas de oportunidad. Con todo, la colaboración y la coordinación de esfuerzos, siendo normales, no suponían una subordinación servil de un obrero a otro, ni aun tratándose de un apóstol, puesto que Apolos mismo tenía que ser el árbitro final en cuanto a la guía que recibiera del Señor. Uno de los mayores problemas que surgen en el curso de la extensión de la Obra en nuestros tiempos consiste en cómo será posible mantener la libertad del siervo de Dios, sin perder preciosos esfuerzos y recursos a causa de iniciativas esporádicas, mal planeadas y con poca o ninguna coordinación entre diferentes siervos del Señor que sienten preocupación por cierta área de testimonio, o por algún aspecto de la consolidación de la Obra. Hemos de procurar hallar la vía media —como la hallaron los apóstoles y sus colegas— que evita, por una parte, la libertad anárquica de quien se cree llamado a tal o cual servicio, y por otra, la presión, que puede llegar a ser arbitraria y carnal, de jerarquías eclesiásticas o misionales. El estudio de estos ejemplos nos ayudará a buscar la guía del Señor al coordinar capacidades, oportunidades y servicios, sin la pérdida de la libertad de quien es siervo de Dios y no del hombre.
La casa de Estéfanas (1 Co 16:15-18). Dejando por el momento el paréntesis hortatorio de los versículos 13 y 14, pasamos al versículo 15 con el fin de mantener la unidad del tema de nuestro apartado, que recoge observaciones tan luminosas sobre los siervos del Señor. Pablo ha de hacer un ruego a los hermanos sobre Estéfanas y su "casa", pero apenas iniciada, la interrumpe por medio de un inciso que recuerda a los corintios el carácter de las personas en cuestión y lo que significan en la obra: "conocéis la casa de Estéfanas, que son las primicias de Acaya, y que se han dedicado al ministerio de los santos". Evidentemente, Estéfanas era hombre pudiente, cabeza de su "casa", que no significa ni el edificio material, ni meramente la familia, sino el conjunto de personas que constituían su establecimiento. Además de la familia inmediata, habría servidores y esclavos. Tanto el jefe de la casa como los miembros de ella habían recibido tempranamente el Evangelio que Pablo predicó al llegar a Corinto, siendo "las primicias" de su labor allí (1 Co 1:16). La referencia a su servicio (diaconía), y la indicación de que ellos mismos se sintieron impulsados a entregarse a ella ilustran maravillosamente la libertad y la potencia de las operaciones del Espíritu en los tiempos apostólicos. Seguramente habían consultado con Pablo y otros líderes al ofrecerse a realizar múltiples servicios en la obra del Señor, pero el apóstol subraya el deseo espontáneo de Estéfanas y de los suyos al ponerse a la disposición del Señor y de los santos, o sea, de los creyentes en general. Quizá ninguno sería predicador —sin excluir la probabilidad, desde luego, de que uno lo fuera— y quizás el servicio más inmediato sería el de la hospitalidad, por medio de la cual una casa amplia y cómoda se ponía a la disposición de los siervos del Señor y de la iglesia. Podría haber entre los miembros del "establecimiento" hombres y mujeres movidos por un espíritu pastoral, dispuestos a visitar y a llevar socorro a los enfermos y necesitados. El hecho de que Estéfanas (con Fortunato y Acaico) emprendiesen el viaje a Éfeso para visitar y ayudar al apóstol en esta crisis (1 Co 16:17), alegrándole el corazón, es prueba de que sentían una preocupación por la situación en general, con referencia especial a los problemas en Corinto, dispuestos a cualquier medida que pudiese aliviar tensiones y restaurar el debido orden en su propia congregación. Es posible enfatizar demasiado el seminario, la ordenación, el púlpito, el sermón y la cátedra, perdiendo de vista la obra del Espíritu a través del servicio espontáneo de hermanos como Estéfanas y los suyos.
El reconocimiento de los siervos del Señor (1 Co 16:16-18). No sabemos nada más de Fortunato y de Acaico, pero la redacción sugiere que serían buenos colegas de Estéfanas, conocidos hermanos de la congregación de Corinto, quienes, juntamente con Estéfanas, habían traído alivio y gozo al apóstol. "Han suplido vuestra ausencia (algunos textos rezan "falta") porque recrearon mi espíritu y el vuestro", comenta el apóstol. Ya que Pablo no quería aceptar ayuda material de Corinto, es mejor comprender que la presencia (parousia) de estos hermanos supliera la ausencia física de los hermanos de Corinto en general, y con la cortesía que le caracteriza, Pablo supone que el refrigerio suyo será motivo de gozo también para los corintios: "recrearon mi espíritu y el vuestro".
Pese a la falta de todo aparato jerárquico, siervos de Dios como Estéfanas —con otros miembros de su casa, por implicación los hermanos Fortunato y Acaico, y "con todo el que coopera y trabajo" ("kopiaõ" = trabajar duro)—, eran acreedores del reconocimiento y sumisión de los hermanos en general. Pablo ya había dado análogas instrucciones a los tesalonicenses (1 Ts 5:12-13), recalcando que el respeto y la obediencia no se basan en cargos eclesiásticos, sino en la prueba de la obra, evidentemente espiritual, de cada siervo de Dios.
De nuevo se trata de seguir una vía media. Es preciso reconocer sin ambages la igualdad esencial de todos los hijos de Dios por el hecho de serlo, como también la de los "sacerdotes espirituales", con igual derecho de parte de todos de entrar en el Santuario para la adoración; a la vez existe la obligación de reconocer el ministerio de quienes han sido dotados por el Espíritu Santo (capítulo 12), preparándose debidamente por la adquisición de un conocimiento exacto de la Palabra Santa (2 Ti 2:15) y dispuestos a realizar trabajos duros para la extensión y la confirmación del Evangelio. La autoridad es espiritual y no jerárquica, y por eso les costaba mucho a los corintios carnales reconocer la hermosa labor de los siervos que Dios les había dado. La necesidad de aplicar estos principios al ministerio en las iglesias locales de hoy es evidente. Ni pertenece a algunos usurpar una autoridad despótica que no les corresponde, ya que no se discierne en ellos la obra manifiesta del Espíritu Santo, ni han de ser los hermanos anárquicos y rebeldes frente al ministerio adecuado y bíblico que el Señor de la Iglesia ha provisto.

Exhortaciones y saludos finales (1 Co 16:13-14,19-24)

1. Exhortaciones a la firmeza, el valor y el amor (1 Co 16:13-14)
"Velad". Los imperativos de los versículos 13 y 14 pueden y deben dirigirse a los cristianos en todo tiempo y lugar, pero seguramente, Pablo los escogió con referencia muy especial a las necesidades de los corintios, cuyas veleidades tuvo que reprochar tantas veces en el curso de su extensa Epístola. "Velad" traduce "grêgoreite", que es un imperativo presente, denotando el esfuerzo persistente de ahuyentar el sueño y de estar alerta. En el curso de la carta Pablo ha mencionado muchos peligros que no se percibían por el creyente medio dormido espiritualmente. Frente a ellos, ¡velad!
"Estad firmes en la fe". La "Fe" aquí es el cuerpo completo de las doctrinas cristianas, coincidente con el "depósito" de las verdades del Nuevo Pacto entregado a los apóstoles. El capítulo 15 constituye un magnífico ejemplo de la exposición de sana doctrina, y ya vimos que el abandono de la doctrina de la resurrección traía como consecuencia inevitable el relajamiento de las costumbres en el terreno moral. Los corintios necesitaban abandonar su necia confianza en la sabiduría humana para mantener una posición de absoluta firmeza en cuanto a la Fe.
"Portaos varonilmente". En el griego hallamos sólo una palabra: "andrizesthe", que se deriva de la raíz "andros" (de "anêr"), "varón", de modo que la traducción "portaos varonilmente" es muy aceptable. Muchos de los corintios se habían portado como niños, y recordamos sus necias divisiones, el orgullo que sentían al lucir sus pobres retozos de sabiduría y de dialéctica, y su predilección por el don de lenguas, al ser atraídos por el "misterio" más que por aquello que edificara a los santos. Pablo veía que no se habían desarrollado como era debido, y que necesitaban la leche de la Palabra todavía, no pudiendo digerir viandas fuertes. Es cierto que "portaos varonilmente" evoca la idea de una valerosa lucha contra enemigos aguerridos más bien que el concepto de madurez cristiana, pero podemos estar seguros de que Pablo no veía la posibilidad de una lucha victoriosa contra peligros en el exterior si los hermanos de Corinto no aprendían antes a desarrollarse hasta alcanzar mayor estatura espiritual, con capacidad para discernir lo bueno y rechazar los pobres remedios de las verdades cristianas que el diablo no dejaba de exponer delante de sus ojos. Habían de continuar el testimonio ante los judíos, que manejaban todos los resortes carnales que el dinero podía comprar en su afán por socavar los cimientos de la iglesia en Corinto. Allí, en la Acrópolis, se alza el Templo de Afrodita, centro de la corrupción moral que corroía las entrañas de la sociedad de Corinto, llegando a infiltrarse hasta en la comunidad cristiana. Dios necesitaba "soldados de la Cruz", diestros en el manejo de la "espada del Espíritu" y "llenos de poder y de la potencia de su fuerza (la de Dios)" (Ef 6:10-17).
"Fortaleceos". El verbo se deriva de "kratos", que es "fuerza" en su máxima expresión, y la exhortación se enlaza con la anterior, pues se trata también de mostrar "hombría". Pero hemos de excluir del concepto de "fuerza" todo lo que se preste a inflamar el orgullo humano; leyendo este imperativo presente continuo como forma pasiva, viene a significar que hemos de dejar que Dios nos fortalezca continuamente, ya que él solo es fuente de poder. El varón de Dios necesita el suministro constante de la potencia divina, y para Pablo ésta tiene su manantial en la Resurrección del Señor Jesucristo, juntamente con el descenso del Espíritu Santo, que es la potencia que obra "en" nosotros. Hemos de entender "cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los creyentes, según la operación de la potencia de su fuerza, que obró en Cristo, levantándole de entre los muertos y sentándole a su Diestra" (Ef 1:19-20). La Fuente no se agotará nunca, y la exhortación es: "Dejad que Dios os fortalezca" a todos los efectos del servicio y del combate de los cristianos.
"Todas vuestras cosas sean hechas en amor" (1 Co 16:14). La mejor traducción es "en amor", como ambiente y potencia para toda obra cristiana. Pablo vuelve a recordar a los corintios la lección del capítulo 13: que todo don y toda actividad que se califican como cristianos, quedan anulados si no obran conjuntamente con el amor ("agapê"), que es el sacrificio del "yo" a favor del "otro".
2. Saludos finales (1 Co 16:19-24)
Los saludos de las iglesias de Asia. Recordemos que "Asia" quiere decir la provincia que ocupaba la región occidental de lo que ahora es Turquía, evangelizada extensamente como resultado de la gran labor de Pablo en Éfeso. Estos saludos —como todos aquellos que finalizan las Epístolas— revelan claramente la afectuosa comunión que existía entre las iglesias recién formadas, pese a distancias geográficas y diferencias de costumbres y aun de lengua. Los creyentes reconocían su unidad en el Señor, no como trabazón artificial, forjada por una organización, sino como la manifestación espontánea y vital de su vida común en Cristo Jesús.
Los afectuosos saludos de Aquila y Priscila. Al llegar Pablo a Corinto por primera vez halló refugio y consuelo en la casa de Aquila y Priscila, trabajando conjuntamente con ellos en su oficio de fabricar tiendas de campaña (Hch 18:1-3), de modo que el hogar de este matrimonio había sido la cuna del Evangelio en Corinto. Por eso sus saludos sobrepasan en cariño y significado a los de los hermanos en general, ya que conocían personalmente a todos los miembros de la Iglesia del período de su formación y consolidación.
Con los saludos de Aquila y Priscila se unen los de "la iglesia que está en su casa", pues dondequiera que residía aquel matrimonio consagrado, su casa llegaba a ser hogar de una iglesia y centro de actividad cristiana (Ro 16:3-5). A la fecha de esta carta —y por mucho tiempo después— no se sabía nada de edificios expresamente dedicados al culto de la iglesia local y su ministerio, utilizando la congregación las casas más amplias y adecuadas de sus miembros. Tratándose de una obra próspera, como la de Éfeso, hemos de suponer el uso de varias casas, aun cuando las cartas se dirigen a la iglesia de Éfeso, de Corinto, de Roma, etcétera,
La señal del amor fraternal. No sólo intercambian saludos las iglesias locales, como comunidades, sino también hermanos y hermanas como individuos, y así escribe Pablo: "todos los hermanos os saludan", añadiendo el mandato: "Saludaos los unos a los otros con ósculo santo". Quizá los roces, engendrados por el partidismo que remaba en Corinto, habían limitado la práctica de esta manifestación del amor en Cristo, y Pablo se siente impelido a recordarles que el "ósculo santo" no es señal de favoritismos y predilecciones personales, sino de nuestra relación fraterna "en Cristo", y que no ha de abandonarse por roces pasajeros. Dentro del área de nuestra civilización occidental, el apretón de manos es ahora más corriente que el "ósculo" como señal de amor fraternal, pero el mandato es aplicable a nosotros en su esencia.
Es terrible cuando hermanos en Cristo rehúsan el saludo de amor al encontrarse con otros, ya que rechazan a quienes Cristo recibió y a los hermanos que redimió con su sangre.
Pablo escribe el saludo final con su puño y letra. Pablo solía servirse de un amanuense al redactar sus cartas, y al hacerlo no sólo seguía la costumbre de su tiempo, sino que evitaba el desgaste de su vista, siendo probable que su "aguijón en la carne" fuese una enfermedad de los ojos (2 Co 12:7-9) (Ga 4:14-15) (Ro 16:22). Con todo, al llegar al fin de una epístola, acostumbraba escribir un saludo personal "de su propia mano", como en el caso de esta carta. En el intento de grabar lecciones de importancia en la mente y corazón de los gálatas, escribió personalmente todo el párrafo que dio fin a su carta a ellos, notando "los caracteres grandes" que escribía con su propia mano, esforzando su vista (Ga 6:11-18). Además de ser una prueba de afecto personal, el saludo y la firma finales tenían otro propósito, ya que hay evidencia de que algunos intrigantes estaban dispuestos a imitar cartas del apóstol para sus propios fines de crear confusiones y pescar en río revuelto. Así Pablo tenía que exhortar a los tesalonicenses que no fuesen movidos de su modo de pensar sobre el Día del Señor "ni por espíritu, ni por discurso, ni por carta como si fuera nuestra" (2 Ts 2:2). Su saludo personal, pues, era garantía de autenticidad que no podía falsearse muy fácilmente (2 Ts 3:17).
En este contexto recordamos también las últimas palabras de esta carta: "Mi amor sea con todos vosotros en Cristo Jesús", que seguramente se incluyen en el saludo final escrito con los "grandes letras" de su propia mano, al luchar con el defecto de la vista, igual que en el caso de los gálatas, este esfuerzo por relacionarse personalmente con los receptores de la carta tenía por objeto subrayar el amor que sentía para con ellos, pese a las lágrimas que le habían hecho derramar por sus frecuentes desvaríos y por los ataques contra su persona. Así escribe, dentro de este esfuerzo penoso: "Mi amor sea con todos vosotros en Cristo Jesús", sin exceptuar hermano alguno, por mucho daño que le hubiera causado personalmente, manteniéndose el amor siempre "en Cristo Jesús". El aglutinante que da cohesión a todo el cuerpo espiritual no es la simpatía personal —por bella que ésta sea en su lugar—, sino la comunidad de vida "en Cristo Jesús".
El anatema y la falta de amor al Señor. En medio de cariñosos saludos y exhortaciones escritas de su propia mano, Pablo inserta de pronto una "maldición": "Si alguno no ama al Señor, sea anatema", que nos produce el efecto de una ducha inesperada de agua muy fría. Desde luego, Pablo sabía lo que escribía y por qué insertó tal frase entre los saludos antes de dar fin a la carta. Etimológicamente, anatema quiere decir: "poner aparte", y traduciendo "hêrem", del hebreo, se empleaba en la LXX para donativos consagrados a Dios. Luego pasó a significar, por extensión, lo que Dios había quitado de las manos de los hombres al consagrarlo a su juicio, como la ciudad de Jericó (Jos 6:17-18). Sólo hay un paso entre aquel uso y el significado de "maldición". Llegó a haber una relación estrecha entre anatema y la excomunión pronunciada en una iglesia, pero ya es un uso derivado y tardío. Sin duda las personas aludidas aquí se hallaban bajo la ira de Dios. Esto mismo nos da la clave para la interpretación de su pensamiento, puesto que verdaderos hermanos, cuyo amor se ha enfriado, pueden y deben ser amonestados severamente (Ap 2:4-5), pero están "en Cristo" donde no hay condenación. Se trata, pues, de personas que se hallaban dentro de la "membresía" de la iglesia local, sin haber experimentado jamás la regeneración por la potencia del Espíritu de Cristo. Sabían y usaban todas las frases piadosas que empleaban los demás y podrían aprobar un examen en doctrina cristiana, pero no amaban al Señor porque nunca le habían conocido. Se trataba de apostatas, de profesantes sin vida, cuya presencia en una congregación podría causar daños irreparables, siendo cada uno de ellos "raíz de amargura", capaz de perturbar de toda la iglesia (He 12:15). El juicio de los tales es tanto más severo por cuanto pecan contra tan abundante luz, habiendo participado en los posibles bienes de la iglesia local. Al pronunciar el anatema. Pablo no hace más que reiterar lo que es un hecho real, tratándose de esta clase de personas.
"Maranata". Los mejores textos griegos imprimen esta frase de la forma siguiente; "maranatha", sin traducirla del arameo al griego, Se halla como fórmula litúrgica, relacionada con la Santa Cena, en el Didachê (X:6; siglo segundo), pero no se repite en el Nuevo Testamento. Se ha traducido usando los términos siguientes: "El Señor ha venido" (con referencia a la Encarnación), o "el Señor viene, o vendrá", expresando la constante esperanza de la segunda venida del Señor que caracterizaba a la iglesia del primer siglo. Más probablemente se trata de una invocación: "¡Nuestro Señor! ¡Ven!", análoga a la última petición de la Biblia: "¡Ven, Señor Jesús!". El hecho de transliterarse la frase del arameo al griego —sin traducción— es prueba de que la invocación se había arraigado muy tempranamente en la mente y el corazón de la Iglesia (según la analogía de "Abba") antes de extenderse el Evangelio por las tierras de habla griega. Quedó como una frase ya consagrada por el uso constante por miles de labios de los fieles, pasando a ser usado así en las iglesias de los gentiles. Es una prueba (entre tantas otras) de que los creyentes de las primeras generaciones tomaron al pie de la letra la promesa de los ángeles después de la ascensión del Señor: "Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al Cielo, ha de venir de igual modo que le habéis visto ir al Cielo" (Hch 1:11), encarnando la promesa la esperanza típica de la Iglesia apostólica. Una Iglesia que se ha olvidado de exclamar de corazón: "¡Ven, Señor Jesús!", diluyendo la promesa en miles de alambicadas interpretaciones, ha perdido una gran parte de su vitalidad.
¿Existe alguna relación entre "Maranatha" y el "anatema" que le antecede? Es posible que el solemne pensamiento del juicio que se cernía sobre algunos falsos "hermanos", que se habían introducido en la congregación de Corinto, trajera, a la memoria de Pablo la conocida invocación, que presta relieve y urgencia al juicio. Con todo, "Maranatha" se relaciona perfectamente bien con los saludos en general, y su empleo aquí no requiere explicaciones especiales.
La gracia del Señor Jesús. Pablo inició la redacción de esta Epístola pronunciando la conocida y repetida bendición: "Gracia y paz a vosotros de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo", y no puede hallar mejor fin a su escrito que el eco de aquella bendición, escribiendo: "La gracia del Señor Jesús sea con vosotros". La frecuencia del uso del término "gracia" tiende a diluir su profundo significado, ya que, en la doctrina del Nuevo Testamento, viene a ser mucho más que un mero "favor inmerecido", según la definición ya demasiado manoseada. No es menos que la potencia total y amorosa del Dios omnipotente y todo sabio que se dirige hacia el hombre para su bien, dentro del plan divino de salvación. El Sacrificio de la Cruz hace posible el ejercicio de la gracia en todo tiempo. La "gracia preveniente" hace posible el arrepentimiento y la fe del hombre que se humilla para recibirla. La gracia —en la Persona del Espíritu Santo— nos regenera. En cada instante de la vida nueva necesitamos que las poderosas y amorosas energías del Trino Dios operen no sólo en nosotros, sino también dentro del orden externo que permite la Providencia. A veces el Padre se presenta como Manantial de la gracia, que llega a nosotros por medio del Señor nuestro Jesucristo; pero en otros contextos —como en (1 Co 1:3), por ejemplo— la gracia tiene su origen por igual en el Padre y en el Hijo. Aquí la gracia es del Señor Jesús (es algo suyo, propio de él) y el apóstol pide que "sea" con los hermanos de Corinto, convirtiéndose en una poderosa realidad en la vida de cada uno. ¡Excelente y perfecta solución para todos los males que afligían la congregación en Corinto! Ya hemos visto que Pablo no retira su amor de ninguno de los verdaderos hijos de Dios, puesto que Cristo tampoco dejaba de derramar sobre ellos Su gracia.

Preguntas

1. Explique la referencia a "la ofrenda para los santos" que introduce la sección (1 Co 16:1-5). Haga referencia a otros pasajes en las Epístolas que echan luz sobre este auxilio que las iglesias gentiles enviaron a las iglesias en Judea. ¿Hay lecciones sobre la ofrenda cristiana que nosotros podemos aprender por el estudio de estos versículos?
2. Discurra sobre las relaciones que existían entre Pablo, sus colegas más inmediatos, otros siervos del Señor y las iglesias locales, según se reflejan en (1 Co 16:7-12, 14-24). ¿Cómo aplicaría usted las lecciones que se destacan de este estudio, pensando en las iglesias locales de nuestros días, en los siervos del Señor y en la Obra en general?
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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