Estudio bíblico: Hageo - La cautividad en Babilonia -

Serie:   Hageo   

Autor: Eric Bermejo
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Hageo - La cautividad en Babilonia

Implicaciones de la conquista de Israel por Babilonia

Cuando Judá fue vencido y conquistado por Babilonia, esto fue una experiencia muy humillante. Muchos de ellos murieron, y la mayoría de los que lograron sobrevivir, fueron transportados en cautiverio a Babilonia, donde se convirtieron en esclavos de un poderoso enemigo despiadado y cruel. Su identidad nacional fue borrada, su país fue repoblado por otros pueblos traídos de lejanas tierras, y el mismo templo, la Casa de Dios, fue destruida. Toda esperanza parecía haber terminado para ellos. Lo único que tenían por delante era servir como esclavos a su nuevo amo mientras esperaban la muerte en un país donde nadie les quería.
Pero esta situación tenían implicaciones que iban mucho más allá de la terrible tragedia personal que ellos estaban sufriendo. Lo más grave del asunto era que la pérdida de su identidad nacional afectaba también la misma credibilidad de Dios y su existencia.
Recordemos por un momento que uno de los asuntos recurrentes que los profetas habían anunciado de parte de Dios, era que un día entraría en la historia de este desdichado mundo Uno que pondría fin a las terribles calamidades que han afligido al ser humano durante siglos y edades. Uno que eliminaría de una vez para siempre las imparables guerras que constantemente desgarran nuestro pobre mundo, sembrando a su paso escenas de terror, ruina, muerte y gritos desconsolados de incontables viudas y huérfanos (Is 2:1-4). Uno que eliminará por fin toda la pobreza, el hambre y la miseria que aflige a millones de desdichados habitantes de este mundo. Uno que eliminará toda enfermedad y hasta la misma muerte, enjugando toda lágrima de los rostros de todos cuantos lloran (Is 25:6-9). Uno que restaurará todo lo que ha quedado desfigurado y arruinado por la entrada del pecado en esta creación, hasta volverla a su belleza y gloria original (Is 11:6-9) (Is 35:1-2). Uno que borrará para siempre toda maldad de este mundo, haciendo que "la tierra sea llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar" (Mal 4:1) (Hab 2:14). Uno de quien se dirá en aquel día: "Este es nuestro Dios, le hemos esperado y nos salvará" (Is 25:9). Uno que sería conocido como "el Mesías" (Dn 9:25-26).
Y para que no hubiera ninguna duda en cuento a la identidad de esta maravillosa persona (tan deseada por todos los que lloran y añoran un mundo mejor), y pudiera ser reconocida cuando por fin apareciese en nuestro mundo, Dios fue dando por medio de sus profetas una serie de datos precisos que permitirían su identificación más allá de toda duda.
La primera de estas señales era que el Mesías procedería de la nación de Israel.
(Nm 24:17) "Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca; saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel."
Es cierto que estas palabras fueron dichas por el falso profeta Balaam, quien había sido contratado por Balac, rey de Moab, con el fin de destruir al pueblo de Israel durante su peregrinaje, para que así no pudieran llegar a tomar posesión de la Tierra Prometida. Pero Dios no les permitió llevar a cabo sus malvados planes, sino que le obligó a profetizar que de la nación de Israel vendría el Mesías que dominaría hasta los confines de la tierra (Sal 72:8).
La segunda señal que serviría para identificar al Mesías cuando viniera aún concretaba más el asunto. Anunciaba que de las doce tribus que conformaban la nación de Israel, el Mesías nacería de la tribu de Judá.
(Gn 49:10) "No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos."
En tercer lugar se especificaba que de todas las familias que componían la tribu de Judá, el Mesías nacería de la familia de David. Notemos lo que Dios le dijo al mismo David.
(2 S 7:12-14) "Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres"
En cuarto lugar, se nos informa también que de entre los numerosos pueblos que existían en el territorio de Judá, el Mesías nacería en Belén:
(Mi 5:2) "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad."
En quinto lugar, el profeta Isaías especificó que el Mesías nacería de una virgen.
(Is 7:14) "Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel."
Como vemos, todo estaba muy claramente definido, de tal manera que cuando el Mesías viniera a este mundo no hubiera ningún problema para identificarlo.
Pero en el momento histórico en el que nos encontramos en los tiempos previos a Hageo, sí que había un problema, y era mayúsculo. Estábamos comentando un poco más arriba que Israel había dejado de existir. Las diez tribus del norte habían sido llevadas hacía años en cautiverio a Asiria, y el reino del sur había sido llevado cautivo a Babilonia. Es más, su país había sido poblado por personas traídas de otras partes que no sólo habían ocupado lo que antes había sido el reino de Israel, sino que también habían levantado altares a sus dioses.
No hay duda de que la situación era realmente crítica. Lo que Balaam y Balac no lograron conseguir cuando Israel estaban a punto de entrar en la Tierra Prometida, lo habían logrado finalmente estas dos superpotencias: Asiria y Babilonia.
¿Qué podemos decir a todo esto? Aparentemente, toda la cantidad de predicciones en cuanto a la venida de un Mesías que transformaría este mundo en un paraíso, se habían venido abajo. Todo esto parece poner en duda la existencia de Dios y la fiabilidad de su Palabra.
Y no faltan quienes aprovechan la situación para decirnos que debemos olvidarnos de Dios y de la Biblia, porque lo único que cuenta en este mundo, dicen ellos, es la política, la economía, el potencial militar... Que debemos dejarnos de sueños absurdos y pensar en las cosas reales, visibles y palpables. Y la verdad, es que viendo lo que había ocurrido con el pueblo de Israel, es lógico que muchos dudaran de su Dios. Si al fin y al cabo no había podido salvarles, ni tampoco traer a su Mesías, ¿cómo podían estar seguros de su existencia? ¿O acaso no tenía poder para cumplir lo que dijo?
Es por este tipo de argumentos por lo que antes decíamos que el cautiverio de Israel ponía en entredicho la misma credibilidad de Dios.
¿Cómo contestamos a todo esto?

Dios cumple sus promesas

En primer lugar, es importante señalar que la historia de Israel no terminó con su cautiverio en Babilonia. Examinemos un poco más a fondo la situación.
El profeta Jeremías estuvo profetizando por casi cuarenta años que Judá iba a ser llevada en cautiverio a Babilonia. Esto había sido decidido por Dios por cuanto ellos habían caído en el mismo tipo de mundanalidad, idolatría y degeneración moral que todas las naciones a su alrededor, por lo tanto, habían perdido su razón de ser como pueblo de Dios.
Jeremías, un auténtico profeta de Dios, había sido muy específico en cuanto a los detalles de su deportación. Había especificado que sería el imperio babilónico quien los llevaría en cautiverio, y les anunció también que no estarían allí para siempre, sino únicamente setenta años (Jer 25:11-12) (Jer 29:10-14).
Tan clara era la profecía de Jeremías, que Daniel, uno de los deportados a Babilonia, leyendo estas profecías, se dio cuenta de que los setenta años de cautiverio estaban a punto de cumplirse. Fue entonces cuán él oró fervientemente a Dios, confesando los pecados que habían ocasionado la cautividad, y pidiéndole a Dios que les perdonara y cumpliera su promesa de restauración nacional; que restaurara la ciudad de Jerusalén, se reedificara el templo y así pudieran volver a servir allí a su Dios (Dn 9:1-19).
¿Y qué es lo que sucedió? Pues de repente ocurrió un evento que sacudió al mundo de entonces, y que todavía impresiona a los amantes de la historia. Babilonia la grande, aquella ciudad inexpugnable, aquella superpotencia sin rival que había dominado el escenario mundial durante años, cayó estrepitosamente en una noche, como si de un castillo de naipes se tratara.
Y una de las cosas extraordinarias de este hecho es que Babilonia cayó ante el ejército de Ciro el persa. ¿Por qué es extraordinario este hecho? Bueno, porque cien años antes de Jeremías, el profeta Isaías había anunciado, citándolo dos veces por su nombre, que sería un tal Ciro quien restauraría a Israel a su país con el fin de que pudieran reedificar sus ruinas y reconstruir su vida nacional (Is 44:28) (Is 45:1). Y exactamente así ocurrió.
(2 Cr 36:22-23) "Mas al primer año de Ciro rey de los persas, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, Jehová despertó el espíritu de Ciro rey de los persas, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito, por todo su reino, diciendo: Así dice Ciro, rey de los persas: Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra; y él me ha encargado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de todo su pueblo, sea Jehová su Dios sea con él, y suba."
(Esd 1:1-4) "En el primer año de Ciro rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo: Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén. Y a todo el que haya quedado, en cualquier lugar donde more, ayúdenle los hombres de su lugar con plata, oro, bienes y ganados, además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén."
Extraordinario, además, porque esto ocurrió en el "primer año de Ciro", es decir, en medio de todos los urgentes asuntos de Estado que estarían reclamando su atención de día y de noche. Podemos imaginarnos lo complejo que sería para él unificar todos los vastos territorios que había anexionado al conquistar Babilonia. Sin embargo, en medio de toda esa avalancha de preocupaciones, él se tomó especial interés en unos cuantos despreciados cautivos y promulgó un edicto extraordinario a su favor.
¿Cómo se explica esto? ¿Y cómo se explica que Jeremías supiera que el cautiverio iba a durar setenta años exactamente? ¿Y cómo sabía Isaías más de cien años antes de que naciera Ciro que sería él quien se encargaría de llevar a cabo la restauración de Israel?
Sólo hay una contestación válida: El Dios que se había revelado en el monte Sinaí, existe de verdad. Es el único Dios verdadero, el Soberano de todos los reyes de la tierra. Curiosamente, hasta el mismo Ciro lo reconoció cuando dictó su edicto real: "Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá" (Esd 1:2).
Por lo tanto, la historia del pueblo de Israel es una evidencia clave de la realidad de la existencia de Dios. No lo olvidemos nunca.

Testigos del Dios vivo

Llegados a este punto es importante que recordemos dos cosas que dijo el profeta Isaías:
Dios, el Dios de Israel, sí que existe, y es, además, el único Dios verdadero:
(Is 43:11) "Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve."
(Is 44:6) "Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios."
(Is 45:5) "Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste"
(Is 46:9) "Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí"
El pueblo de Israel había sido formado para que fueran testigos de esta tremenda verdad:
(Is 43:10-12) "Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios."
(Is 44:8) "No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno."
Ahora bien, ¿cómo debían ser testigos de la existencia del Único y Soberano Dios? Pues tendrían que serlo por medio de su testimonio verbal, es decir, comunicando a otros por medio de sus palabras la revelación de Dios que ellos habían recibido. Pero por encima de sus palabras, deberían ser testigos de Dios por medio de una vida y conducta, tanto a nivel personal como nacional, que se ajustara a la altura moral que la Ley de Dios revelaba. Sólo de ese modo podrían impactar poderosamente a la gente de otras naciones que les observaban:
(Dt 4:1-8) "Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordene. Vuestros ojos vieron lo que hizo Jehová con motivo de Baal-peor; que a todo hombre que fue en pos de Baal-peor destruyó Jehová tu Dios de en medio de ti. Mas vosotros que seguisteis a Jehová vuestro Dios, todos estáis vivos hoy. Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?"
Ahora bien, debemos notar también otro hecho. Aun cuando Israel fracasó en su misión de ser testigo del Dios único, Dios mismo usó ese fracaso para darse a conocer. Así pues, usó la historia y movió los reinos de este mundo a fin de que su Palabra se cumpliera y quedara constancia de que él está vivo y es el Todopoderoso.
Pero hizo mucho más que eso. Con el tiempo, de la nación de Israel, de la tribu de Judá, de la familia de David, en la aldea de Belén, nació de una virgen el Mesías que sería el Salvador del mundo, tal como la Palabra de Dios dada por los profetas había anunciado.
Esta precisión profética que encontramos en la Biblia no la vemos en ninguna otra parte. Y eso es por que el Dios de la Biblia es real y sigue hablando a los hombres. No obstante, siempre los hay que dirán que fue casualidad. Pero tal exactitud es imposible que se dé por causalidad. El hecho indiscutible es que hay un Dios detrás de la historia de este mundo.
Pero habiendo llegado a este punto, debemos recapacitar sobre nuestra propia misión como Iglesia de Dios en este mundo. Ahora hemos sido nosotros los llamados a ser testigos suyos y anunciar sus virtudes en medio de una sociedad científica, incrédula, atea y contraria a los valores de la Palabra de Dios. Somos nosotros los que debemos seguir dando testimonio de ese Dios que ha dejado suficientes evidencias de sí mismo a través de la Creación (Ex 31:16-17) (Ro 1:20), de su Ley moral (Dt 4:1-8) y de la historia.
Y el libro de Hageo nos va a decir que, el mismo Dios que intervino en la historia de aquel entonces sacudiendo y derribando el gran imperio de Babilonia a fin de cumplir sus eternos propósitos, sacudirá también un día nuestro mundo, derribando todos los imperios, reinos y gobiernos para establecer aquí en la tierra la Casa de Dios, el glorioso Reino del Mesías, del cual nos habla Hageo (Hag 2:20-23) y Hebreos (He 12:26-29).
Por lo tanto, mientras damos testimonio de ese Dios en el mundo, no dejamos de orar diciendo:
(Mt 6:10) "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra."
Y no olvidemos que nuestro Dios es el Soberano Dios, que está sentando en su trono rodeado de incontables ángeles que le sirven:
(Sal 103:19) "Jehová estableció en los cielos su trono, Y su reino domina sobre todos."
(2 Cr 18:18) "Entonces él dijo: Oid pues palabra de Jehová: Yo he visto a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su mano derecha y a su izquierda."
(Dn 4:25) "... el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere."
Así que, no es cuestión únicamente de reconocer que Dios existe, es imprescindible rendirle nuestra adoración y dar testimonio constantemente de él. Es cuestión de someternos incondicionalmente a su gobierno y autoridad en nuestras vidas.
En este momento, al terminar este estudio, cada uno de nosotros debemos reflexionar si Dios está en el centro de nuestras vidas. Porque no lo olvidemos, Dios exige que cada uno de nosotros nos bajemos del trono, nos quitemos la corona de nuestras cabezas y nos rindamos genuinamente y con todo el corazón a él.
Hay un himno que refleja muy bien este sentir:

Mi espíritu alma y cuerpo,
Mi ser, mi vida entera,
Cual viva santa ofrenda,
Entrego a ti mi Dios.

Mi todo a Dios consagro
En Cristo el vivo altar.
Descienda el fuego santo,
Su sello celestial.

Soy tuyo, Jesucristo,
Comprado por tu sangre,
Haz que contigo ande,
En plena comunión.

Espíritu Divino,
Del Padre la promesa,
Sedienta mi alma anhela,
Oh Dios, su santa unción.

Lamentablemente solemos cantar solemnes palabras como éstas sin pensar en lo que cantamos, y sin tener la intención de rendirnos a Dios. Es triste ver cómo hay jóvenes que cantan himnos parecidos a este y luego se hacen novios de personas que no son creyentes, desobedeciendo lo que Dios claramente ha mandado en su Palabra (2 Co 6:14-18). O creyentes que no perdonan a sus hermanos pero que se sientan tranquilamente a celebrar la Cena del Señor (Mt 5:21-26) (Mt 18:21-22). O cristianos que hablan cosas que son dañinas... Y muchas otras cosas similares. Por eso el Señor dijo en una ocasión: "¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lc 6:46).
Existe mucha ruina en este área de la Casa de Dios, por eso, debemos seguir las indicaciones del apóstol Pablo: "Examínese cada uno a sí mismo" (1 Co 11:28).
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