Estudio bíblico: Añadiendo virtudes a nuestro carácter cristiano - 2 Pedro 1:5-8

Serie:   2 Pedro   

Autor: Eric Bermejo
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Reino Unido
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Añadiendo virtudes a nuestro carácter cristiano (2 Pedro 1:5-8)

En el estudio anterior vimos que Dios desea formar el carácter de Cristo en nosotros, y ahora vamos a ver en qué consiste exactamente eso. Pedro comienza diciendo:

"Añadid a vuestra fe virtud" (2 P 1:5)

La palabra que aquí se traduce como "virtud" es la misma que en el versículo 3 es traducida por "excelencia". Allí se trataba de una de las características de Cristo, y ahora vemos que Dios espera que sea algo que se añada también a nuestro carácter.
Ahora bien, para que estas virtudes que brillan en la persona de Cristo se reproduzcan en nosotros, será necesario que primero las entendamos y apreciemos. Para eso es imprescindible que estemos en su presencia observándole, contemplándole y escuchándole hablar. No existe otra manera.
Leer libros y escuchar las experiencias maravillosas que otros han tenido en su relación con él, podrán despertar nuestro interés y nos "darán pistas" para saber cómo encaminar nuestros pies en la ruta a seguir, pero finalmente, tendremos que encontrar al Señor por nosotros mismos, a través de su Palabra, la Biblia, y así aprender a morar con él.
Esa fue la experiencia de los apóstoles. Por ejemplo, en (Jn 1:38-39), encontramos a dos de ellos que cuando conocieron a Jesús le preguntaron: "Rabí, ¿dónde moras?... Y vieron donde moraba, y se quedaron allí con él". Un poco más adelante, Felipe despertó el interés de Natanael y le encaminó en la ruta a seguir, diciéndole: "Ven y ve", pero finalmente, él mismo tendría que ir en busca de esa maravillosa persona (Jn 1:43-51). Y nosotros tendremos que hacer lo mismo.
Notemos que en el versículo 3 de esta epístola, Pedro dice que lo que les atrajo del Señor al principio fue su "gloria y excelencia" (o virtud). Y si esa no ha sido nuestra experiencia también, debemos buscar al Señor de todo corazón en las página de la Biblia (especialmente en los Evangelios), a fin de que lleguemos a tener una visión de su gloria, porque sólo de esa manera nacerá en nosotros un ferviente deseo de ser como él. Sin esta experiencia previa, difícilmente nos sentiremos inspirados a comenzar la asignatura que tenemos por delante.
Además, tener una visión de la gloria del Señor, tiene una importancia vital por otra razón que nos explicará en los capítulos 2 y 3 de esta epístola. La cuestión que veremos allí es que existe un mundo hostil a nuestro alrededor que está empeñado en impedir nuestro progreso espiritual, y ese mundo tiene mucho brillo, atractivo y gloria. ¿Cómo podremos escapar de su "campo de atracción"? Pues la respuesta es viendo la gloria "más eminente" del Señor de la gloria (2 Co 3:10).

"Añadid a vuestra virtud conocimiento" (2 P 2:5)

Alguien puede preguntarse: ¿conocimiento de qué? Pues sobre todo de Dios y del Señor Jesucristo, de sus glorias y excelencias, pero no sólo de eso. También es necesario el conocimiento de los grandes propósitos y proyectos de Dios a través de la historia, de lo que Dios ha hecho, está haciendo y se propone hacer en el futuro. También de sus planes para conseguirlo, y del papel que nos toca desempeñar a nosotros en todo ello. Sólo si conocemos y entendemos estas cosas, podremos colaborar inteligentemente con Dios, tanto ahora como en el futuro.
Se trata, por lo tanto, de lo que Pablo llama "lo profundo de Dios" (1 Co 2:10), "las cosas de Dios" (1 Co 2:11), "las cosas que Dios nos ha concedido" (1 Co 2:12), "la mente del Señor" (1 Co 2:16). Este tipo de sabiduría está más allá del alcance de los sabios de este mundo (1 Co 2:6). Es la sabiduría de Dios, y es para los que han alcanzado la madurez. Y esa madurez nos toca conseguirla a cada uno de nosotros. Es parte de la asignatura.
Pero como ya comentamos en nuestro estudio anterior, Dios nos ha dado todos los recursos necesarios para que podamos alcanzarlo. Tenemos su Palabra y su Espíritu Santo que mora en nosotros con el cometido de revelarnos y ayudarnos a entender estas cosas (1 Co 2:10). Tenemos también libros y la enseñanza de hombres de Dios, tanto del pasado como del presente, cuya experiencia y conocimiento nos pueden ser de gran ayuda. Además, tenemos "la mente de Cristo" (1 Co 2:16), de tal modo, que por así decirlo, tenemos la capacidad de leer la mente de Dios, pensar sus pensamientos y entenderlos. Es de esta manera como creceremos en conocimiento y en madurez.
Sin embargo, este conocimiento no viene automáticamente. Requiere por nuestra parte de trabajo, esfuerzo, dedicación y disciplina; lo mismo que para cualquier carrera académica. Y si estamos dispuestos a hacer tales esfuerzos a fin de obtener una titulación académica en este mundo, ¡cuánto más deberíamos estar dispuestos a invertir nuestro tiempo y esfuerzo para esta carrera celestial que nos será útil para toda la eternidad!

"Añadid a vuestro conocimiento dominio propio" (2 P 1:6)

En el versículo 4 Pedro nos ha dicho que vivimos en un mundo lleno de corrupción moral. Esto es como consecuencia de las desenfrenadas pasiones de todo tipo que salen del corazón humano como consecuencia de nuestra naturaleza caída. Y todas estas actitudes pecaminosas encuentran libre circulación por todas las partes de este mundo en el día de hoy. Pueden ser pasiones sexuales (que descaradamente se promocionan hasta la saciedad en nuestra sociedad), o pasiones de cualquier otro tipo. Puede ser la pasión por el poder, la gloria personal, las posesiones materiales, o la pasión por cosas más tenebrosas. Pasiones que saltan la barrera de lo justo, de lo conveniente, de lo decente, de lo moral, y hasta de lo permitido. Pasiones que dan lugar a sentimientos y acciones auténticamente aborrecibles.
Y, por supuesto, no habrá progreso en cuento al desarrollo de nuestra vida espiritual, de nuestro carácter y de nuestra madurez cristiana, a no ser que huyamos de toda esta corrupción (2 P 1:4).
Pero esto tampoco ocurre automáticamente. Es verdad que tenemos una nueva naturaleza de parte de Dios; el mismo Espíritu Santo mora en nosotros, pero todavía permanece en nosotros la vieja naturaleza, que hará todo lo posible para seducirnos, ponernos la zancadilla y dejarnos fuera de juego.
Por lo tanto, tendremos que disciplinarnos y ejercer dominio propio. Tendremos que huir deliberadamente de la creciente tendencia (aun entre los creyentes), de irse acostumbrando a la corrupción que hay a nuestro alrededor; ya sea en revistas, novelas, televisión, internet, juegos electrónicos, teléfonos móviles o cualquier otra cosa que el diablo pueda usar para promocionar la corrupción en el mundo. No debemos olvidar que al exponernos a ciertas cosas, poco a poco nos vamos acostumbrando a ellas, las empezamos a ver como normales, y sin darnos cuenta, las aceptamos en nuestras vidas. Así pues, es imprescindible añadir dominio propio a nuestro carácter.

"Añadid al dominio propio paciencia" (2 P 1:6)

Esto no tiene que ver con encogernos de hombros y decir: "bueno, paciencia, ¿qué remedio nos queda?, y soportar los contratiempos con cara de angustia". Por supuesto que esta no es la idea.
La palabra se puede traducir también por "perseverancia", y consiste en la determinación de persistir en el camino que uno ha escogido pase lo que pase, y hagan lo que hagan los demás. Perseverancia no sólo en los días en que asistimos a retiros especiales, campamentos, cursillos o cosas semejantes cuando estamos rodeados de buena gente, en buen ambiente y mucha emoción. También perseverancia cuando no todo nos resulta favorable, cuando en la vida cotidiana las cosas parecen rutinarias y monótonas, incluso cuando la gente y el ambiente a nuestro alrededor nos es contrario.
Este tipo de perseverancia tiene que ver con lo que el Señor dijo en una ocasión: Una vez que hemos puesto la mano en el arado, no debemos mirar hacia atrás, no importa si el sol brilla o si llueve, si los pájaros cantan o si ruge la tempestad. Porque si no lo hacemos así, no somos aptos para el Reino de Dios (Lc 9:62).
Se refiere también a lo que el Señor nos enseña en la parábola del sembrador. Al final, sólo la semilla que cayó en buena tierra dio fruto "con perseverancia" (Lc 8:15). Y es que no hay otra manera de producir fruto, ni el reino físico ni en el Reino de Dios, si no es con perseverancia. Podemos observar que algunas semillas en la parábola parecía que prometían mucho, pero no perseveraron, y por eso no llegaron a producir fruto.
Por lo tanto, corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, mirando como él lo hizo, hacia el gozo que nos espera más allá (He 12:1-2).

"Añadid a la paciencia piedad" (2 P 1:6)

No hay duda de que la "piedad" es un concepto importante para Pedro, ya que lo usa cuatro veces en esta corta epístola. ¿Qué significa?
Para muchos esta palabra tiene connotaciones negativas; les suena a religiosidad, beatería, caras largas, limosnas, penumbra, cantos gregorianos y olor a incienso y cera. Y lógicamente, las personas quieren huir de todo eso para poder respirar aire fresco y vivir libres y alegres.
Pero para que conste, el auténtico concepto bíblico de la piedad es muy diferente, y sí tiene que ver con aire fresco, el aire de otro mundo muy superior al que vivimos. Y también tiene que ver con libertad y alegría.
Usaremos una simple ilustración que nos puede ayudar a entender lo que queremos decir. Un buen hermano que yo conocía, hablando en cierta ocasión de una importante decisión que tenía que tomar, me dijo: "Mire hermano, mi esposa y yo somos temerosos de Dios, y queremos hacer su voluntad".
Esto es exactamente el auténtico sentido de lo que la piedad expresa en la Biblia. Significa tener un profundo respecto hacia Dios, y tenerle siempre delante de nosotros en todos los asuntos de nuestra vida diaria con la intención de hacer todo lo que hacemos conforme a su voluntad y para su agrado. Significa estar siempre conscientes de que estamos viviendo en su mundo, que él nos ha elegido para una vocación con tremendas posibilidades (2 P 1:10), y que ha pagado un enorme precio para que esta vocación se pudiera realizar en nuestras vidas. Significa recordar siempre que en ese Reino eterno para el cual estamos siendo entrenados, se hace la voluntad de Dios (Mt 6:10) y no la voluntad de nadie más. Y dicho sea de paso, el caos de este mundo es la consecuencia de que miles de millones de personas viven aquí haciendo su propia voluntad e ignorando la de Dios.
Por lo tanto, si un día vamos a tener una parte activa en la administración de ese glorioso Reino, tendremos que aprender a enfocar cada aspecto de nuestras vidas aquí y ahora en relación a Dios. Esto es la auténtica piedad.
Y es de esta manera como se llega a descubrir la auténtica libertad y alegría. Porque no nos equivoquemos; vivir para uno mismo o para otra persona u otra cosa, es encerrarse en un círculo demasiado pequeño. Nuestro ser interior anhela horizontes más amplios, goces mayores. Busca la trascendencia que sólo se puede encontrar en Dios y en la "buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro 12:2). En el aire puro de ese otro mundo celestial.

"Añadid a la piedad afecto fraternal" (2 P 1:7)

El verdadero progreso en nuestra preparación para el cielo implicará auténtico afecto o amor hacia todos mis hermanos y hermanas en la fe. No sólo a los de mi edad, de mi mismo carácter o manera de ser, o de mi mismo nivel social y educación, sino a todos; con todo lo que eso significa e implica en la práctica.
Y que conste que esto no es algo que viene automáticamente con la conversión, sino que es algo que demandará de nosotros un esfuerzo deliberado y constante. Por esa razón está en esta lista aquí. Porque la verdad es que el amor a todos los hermanos no es una cosa fácil de conseguir. A algunos tal vez sí, pero, ¡hay hermanos muy raros! Y en esos casos, el amarles está más allá de nuestras fuerzas naturales. Como alguien ha dicho: "Morar allí arriba, con los santos redimidos, será eterna gloria; pero morar aquí abajo, con los santos conocidos, eso es otra historia".
Por lo tanto, tendremos que poner toda la diligencia para conseguirlo; día tras día añadiendo ese amor a nuestro carácter por el poder de la naturaleza divina de la cual hemos sido hechos partícipes.
El afecto fraternal es una cualidad imprescindible. Y es también una prueba de la realidad de nuestro progreso y preparación para la alta vocación a que Dios nos ha llamado. Es importante entender y recordar esto, porque es muy fácil adoptar una escala de valores equivocada.
En este sentido, hay que aclarar que ser un gran predicador, viajar por medio mundo, o predicar ante auditorios de miles de personas... nada de todo eso es en sí mismo una prueba de auténtico progreso en la vida cristiana. Los hay que llegan a esos "altos vuelos", pero en cuanto al amor fraternal demuestran muy poca cosa. Tienen muy poco interés, muy poca paciencia y muy poco tiempo para estar con la gente de a pie. En definitiva, muy poco amor por las personas.
Otros, por envidias personales, pasan la vida sintiendo muy poco afecto hacia otros porque temen que les lleguen a hacer sombra. Y a veces llegan a criticas amargas y otras cosas peores.
¿Y qué de nosotros, los creyentes de a pie? ¿Hay corrillos, favoritismos, críticas y hasta enfrentamientos? Huyamos de todo esto como de una plaga, y poniendo toda diligencia, vayamos añadiendo a nuestra piedad afecto fraternal. Como diría el apóstol Juan: "Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Jn 3:18). "El que no ama, no ha conocido a Dios" (1 Jn 4:8). Como vemos, el asunto es muy serio.

"Añadid al afecto fraternal amor" (2 P 1:7)

Esto es un grado de amor más elevado que el amor que expresamos en el afecto fraternal. Aquí se trata del amor "ágape", es decir, el amor en su máxima expresión, un amor total, desinteresado e incondicional. Un amor que busca el mayor bien de la persona amada. Un amor sacrificado. Un amor que no depende de merecimiento ni de reciprocidad. Un amor que ama porque sí, y a pesar de todo.
Esta es la característica esencial de Dios: "Dios es amor" nos dice (1 Jn 4:8), y como sabemos, lo ha demostrado más allá de toda duda posible o contradicción (Ro 5:8). Es el amor con que Dios nos ama (Jn 3:16), y no porque seamos amables o porque lo merezcamos, sino porque Dios es así. Dios es amor, y punto.
Es el amor que Dios derrama abundantemente en nuestros corazones al convertirnos, dándonos la certeza interior de que estamos en paz con él, que el problema de nuestro pecado ha sido resuelto, y que hemos sido perdonados, reconciliados y recibidos por él para siempre (Ro 5:5-11).
Y es este tipo de amor con el cual Dios quiere que nos amemos unos a otros (1 Jn 4:7). Tanto a los que son amables como a los que no lo son. Y sobre todo, es el amor con el que Dios quiere que le amemos a él: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente" (Mt 22:37).
El apóstol Pedro nunca olvidó una de las últimas lecciones que aprendió del Señor antes de su partida de este mundo. Lo podemos encontrar en el capítulo 21 del evangelio de Juan. Allí vemos que el Señor le preguntó por tres veces seguidas: "Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?". Pedro fue honesto en su respuesta, y sintiendo que su amor para con el Señor era muy deficiente, no fue capaz de decir que le amaba con el amor ágape. Pero evidentemente, con el tiempo aprendió a amarle más y más, hasta que llegó un momento en su vida cristiana cuando comenzó a hablar del amor ágape a sus hermanos, e incluso, al final, dio su vida por amor a su Señor.
Hoy el Señor nos hace la misma pregunta a nosotros: "¿Me amas?". Y si somos honestos, seguramente tampoco podremos responder inmediatamente usando el término ágape para describir el amor que tenemos hacia el Señor.
Pero no nos desesperemos por ello. Pedro, con todo y ser un apóstol del Señor, se encontró en el mismo caso, y tuvo que aprender a ir añadiendo a su afecto fraternal hasta llegar a amar al Señor de verdad, con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente.
Y nosotros también podemos hacerlo, porque hemos alcanzado una fe igualmente preciosa a la de Pedro (2 P 1:1). Una fe capaz de responder plenamente al Señor y a sus promesas, una fe capaz de echar mano a los infinitos recursos que él nos da precisamente para que podamos vivir la vida cristiana en este nivel que Dios espera de nosotros.
De este modo llegaremos a tener un amor profundo por el Señor, que será la principal motivación de nuestras vidas, y nos llevará a ser transformados de tal manera que manifestemos ese carácter que Dios busca en nosotros, y que nos hará aptos para el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en este sentido en el que estamos hablando.
Ahora bien, debemos tener cuidado de que la ilusión por la gloriosa perspectiva de la gloria que Dios nos ofrece en su reino, lleguen a ser la principal inspiración y motivación de nuestras vidas, en lugar de que lo sea el Señor mismo. Si esto ocurriera sería muy triste.

¿Cómo puedo conseguir todo esto en la práctica?

Esta santidad que hemos descrito como un bello carácter que se asemeja al de Cristo, no se conseguirá nunca sentados en casa sin hacer nada. Tampoco se logrará simplemente por leer buenos libros sobre la santidad cristiana o por participar en cursillos bíblicos. La santidad se consigue trabajando y sirviendo concienzuda y activamente al Señor en el temor de Dios.
Esto implica servir, trabajar, ayudar, testificar, amar, perdonar, y volver a amar una y otra vez. Y cuando ya hayamos hecho todo esto, debemos volver a hacerlo una y otra vez más, aunque los demás no lo estén haciendo con nosotros, y aunque aquellos a los que hemos perdonado y les amamos, nos sigan tratando de la misma mala manera.
Cuando servimos al Señor de esta manera, nuestro carácter será puesto a prueba, y se irá fraguando y formando a la semejanza del Señor.
Recordemos que en la parábola que el Señor contó en (Lc 19:11-27), el siervo que tomó en serio el encargo de su señor, se dedicó a servirle con empeño durante todo el tiempo en que éste estuvo ausente. Fue añadiendo una y otra mina a la única mina que su señor le había dado, hasta conseguir llegar a diez minas. A este siervo fiel su señor lo puso sobre diez ciudades.
Y ahora vemos aquí en el capítulo 1 de la segunda epístola de Pedro, que quien tome en serio el encargo del Señor de la Gloria, y le sierva con empeño durante el periodo de su ausencia, añadiendo y añadiendo las bellas características y virtudes de las que hemos estado tratando en este estudio, llegará el momento en el que el Señor le otorgará una amplia y generosa entrada en su Reino eterno (2 P 1:11).
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