Estudio bíblico: Dios es glorificado en la Cruz de Cristo - Juan 13:31-33

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Dios es glorificado en la Cruz de Cristo (Juan 13:31-33)

La salida de Judas del aposento alto

(Jn 13:31) "Entonces, cuando (Judas) hubo salido, dijo Jesús..."
Nuestro estudio anterior terminó con el mismo tema con el que comenzamos ahora: la salida de Judas. Fue "cuando hubo salido", que el Señor, libre ya de su desagradable compañía, pudo abrir su corazón plenamente ante aquel pequeño grupo de discípulos a los que dirigió un discurso conmovedor, que difícilmente podemos comparar con ningún otro en toda la Biblia.
Cualquier predicador que haya tenido que hablar frente a personas que se oponen a sus palabras, sabe perfectamente cómo la presencia de una persona como Judas puede limitar la capacidad de comunicación. El mismo evangelista Juan escribió en su primera carta acerca de algunos que "salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros" (1 Jn 2:19). Podemos imaginarnos la presión que aquellos hombres causaban en la iglesia mientras estuvieron en ella, y la liberación que supuso su salida. Es entonces cuando el Espíritu Santo pudo volver a manifestarse en toda su plenitud.
Y eso es lo que ocurrió en el aposento alto después de la salida de Judas. Una nueva atmósfera se formó en aquel lugar. Jesús se encontraba entre aquellos que lo amaban, y libre ya de la presencia opresiva del traidor, podía comenzar a compartir con ellos muchas de las hermosas verdades que había en su corazón, pero que tuvo que callar mientras Judas estaba presente.
A partir de aquí, y hasta que lleguemos al capítulo 18, vamos a encontrar un prolongado discurso del Señor, interrumpido únicamente por algunas preguntas de sus discípulos, en el que él les anunciará su inminente partida al Padre. Nos encontramos, por lo tanto, ante un discurso de despedida, una especie de testamento a favor de sus discípulos, con el que intentará aliviar la tristeza que el anuncio de su partida les iba a producir. Veremos también distintos mandamientos que ellos tendrían que cumplir durante ese tiempo de ausencia del Señor, así como promesas consoladoras que les acompañarían hasta el momento en que él mismo regresara a por ellos.
Así pues, aunque hemos dicho que se trata de un testamento del Señor, similar al que otros hombres de Dios dejaron en su tiempo: Jacob (Gn 49:1-27), Moisés (Gn 32-33), Josué (Jos 24:1-28), David (1 Cr 28-29), Pablo (Hch 20:17-38) (2 Ti 3:1-4:8); no obstante, en este caso, no se trata de las palabras de un hombre muerto, por el contrario, son las palabras de Alguien que vive por los siglos de los siglos, razón por la cual, cada una de las cosas que vamos a encontrar aquí es iluminada con una luz única.
Otro detalle que podemos observar cuando comparamos los relatos de los otros evangelios con el que Juan nos ofrece aquí sobre la última cena, es que él omite cualquier referencia a la institución de la Santa Cena. Una vez más, este evangelista evita repetir lo que ya otros habían explicado con tanto detalle, y espera que nosotros completemos nuestra lectura de este evangelio con la de los otros.

La manifestación de la gloria de Dios

(Jn 13:31-32) "Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará."
Desde su encarnación, y especialmente a lo largo de todo su ministerio público, el Padre había sido glorificado por medio de la obediencia del Hijo. Todo lo que él hizo, sus milagros y sus enseñanzas, habían contribuido a ello, pero ahora eso llegaría a su clímax cuando entregara su vida en la cruz. No obstante, la cruz no sólo traería gloria al Padre; también lo haría sobre el Hijo. Notemos bien cada cosa que él dice.
1. "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre"
Asociar la cruz con la glorificación del Hijo puede parecer un pensamiento extraño en un principio, pero es lo que el Señor anuncia con toda claridad en estos versículos, y nosotros debemos hacer el esfuerzo de entender cuáles eran sus razones para hacer tal afirmación.
No cabe duda de que la intención de Satanás al procurar llevar a Jesús a la Cruz era la de vencerle públicamente. Él conocía bien el pasaje que decía que "Maldito todo el que es colgado en un madero" (Dt 21:23) (Ga 3:13), y por esa razón buscó por todos los medios que Jesús no fuera ejecutado por los judíos, que lo habrían lapidado, sino que quería que fuera ajusticiado por los romanos, quienes lo colgarían en una cruz, trayendo sobre él la maldición de Dios. Desde este punto de vista diabólico, Jesús quedaría expuesto a la más alta vergüenza posible: la maldición pública de Dios, al mismo tiempo que todas sus pretensiones de ser el Hijo de Dios quedarían anuladas definitivamente, y por supuesto, sería descalificado como el Salvador del mundo. Todo esto es lo que por mucho tiempo pensó Saulo de Tarso cuando perseguía a la naciente Iglesia de Cristo. Para él, alguien que había quedado bajo la maldición de Dios no podía ser su Hijo, sino un blasfemo con el que había que terminar a toda costa. Como vemos, Satanás tuvo cierto éxito momentáneo con su estrategia, y seguramente por eso el Señor se refirió a esa noche, cuando Judas apareció al frente de una turba con el fin de prenderle en el huerto de Getsemaní, como "vuestra hora, y la potestad de la tinieblas" (Lc 22:53).
En vista de todo esto puede sorprendernos que Jesús diga aquí que el resultado de todos estos planes diabólicos iban a tener como resultado que tanto el Hijo como el Padre fueran glorificados. ¿Cuál es la lógica de este argumento?
Bueno, lo primero que hay que decir es que Satanás estaba totalmente equivocado. En realidad, el Hijo de Dios se había encarnado y había entrado en este mundo con el propósito explícito de morir en una cruz, y lo que Satanás hizo en su maldad fue cumplir los planes de Dios. Por otro lado, a lo largo de estos capítulos estamos viendo que el Señor tenía pleno conocimiento de las intenciones de Judas, de los judíos, y del mismo Satanás, pero no hizo nada por evitarlo, es más, aquí muestra su plena aceptación de su muerte, puesto que sabía que la cruz iba a ser la mayor manifestación de la gloria de Dios que el mundo jamás ha visto, y que nunca será vista en todo el universo.
Por lo tanto, cuando Judas salió del aposento alto para entregar a Jesús a las autoridades judías, el Señor, ante la inminencia de la cruz, dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él". De hecho, el texto griego describe una acción ya completada, por lo que se podría traducir literalmente como "ahora fue glorificado el Hijo...", dando a entender con ello que en la mente de Dios la cruz era ya un hecho consumado.
Ahora bien, ¿cómo puede la cruz de Cristo manifestar de ese modo la gloria de Dios? Antes de responder a esta pregunta debemos hacer tres aclaraciones previas.
La primera de ellas es que en aquel contexto, cuando el Señor se refirió a su muerte o partida de este mundo, no estaba pensando únicamente en su próxima crucifixión, sino también en su resurrección, ascensión, glorificación y segunda venida en gloria a este mundo. Esto es a lo nosotros también nos referimos cuando hablamos de "la obra de la Cruz".
En segundo lugar, es importante que aclaremos también qué quería decir el Señor con los términos "gloria" o "glorificación". Y debemos decir que este término se usa en la Biblia para hablar de la manifestación de la naturaleza de Dios. Recordemos el incidente cuando Moisés le dice al Señor: "te ruego que me muestres tu gloria" (Ex 33:18). Si seguimos leyendo el pasaje veremos que Moisés no vio a Dios en toda su Majestad, sino que lo que Dios hizo fue "proclamar el nombre de Jehová" delante de él (Ex 34:5). Es decir, expuso delante de él cuáles eran sus atributos: "¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación" (Ex 34:6-7).
Y en tercer lugar, notamos también que la cruz revela tanto la gloria del Padre como la del Hijo. Por un lado el Hijo glorifica al Padre con su obediencia y sacrificio, pero por otro, el Padre responde glorificando a su Hijo por medio de su resurrección y ascensión. Esto no podía ser de otra manera, puesto que tal como hemos venido considerando a lo largo de todo este evangelio, el Padre y el Hijo son uno.
Volviendo entonces a nuestra pregunta, vamos a considerar diferentes aspectos de cómo la cruz revela el corazón y el ser de Dios. Pero vayamos por partes. Veamos cómo lo explicó el Señor Jesucristo.
Es verdad que aparentemente en la cruz no había gloria alguna, pero si profundizamos un poco, veremos que es precisamente allí donde la gloria de Dios se evidencia con la mayor nitidez posible. Analicemos los hechos.
Ya hemos visto que Judas se disponía a consumar su traición, y aunque el Señor conocía perfectamente lo que había en su corazón, aun así, mientras todavía estaban cenando, le entregó un bocado de pan especial con el que una vez más le mostró su amor. Por lo tanto, podríamos decir que aquí vemos una muestra del amor de Dios al odio que el ser humano siente hacia él. Pero como decimos, este detalle con Judas sólo era una pequeña muestra del increíble amor divino, porque donde de verdad iba a ser perfectamente manifestado era en la cruz. Allí, mientras los hombres clavaban las manos del Hijo de Dios a aquella cruz, él ofrecía su perdón y amor eterno a todo aquel que se arrepintiese (2 Co 5:19-21) (Ro 5:8-10).
De este modo quedó clara la gran mentira que desde un principio Satanás había introducido en el corazón del hombre: "Dios no os ama, sólo quiere robaros la felicidad". Mirando a Cristo en la cruz es imposible pensar que eso fuera verdad. Dios nos ama como nadie más nos puede amar, y lo ha demostrado dando su vida por nosotros para que de ese modo podamos disfrutar de la verdadera vida eterna. Así pues, todas las calumnias difamatorias del diablo con respecto al carácter de Dios quedaban contestadas, y su Nombre era glorificado.
Resumamos brevemente algunos otros atributos divinos que vemos en la Obra de la Cruz:
El grado de compasión y amor que Dios siente hacia el ser humano quedó completamente claro cuando estuvo dispuesto a comprar su redención al precio de la vida de su propio Hijo.
También evidenció su poder, venciendo definitivamente a Satanás, a quien a partir de ese momento arrebataba a aquellas pobres víctimas que habían caído en sus garras por causa del pecado.
Mostraba la sabiduría divina al llevar a cabo un plan donde su justicia y santidad quedaban satisfechas al mismo tiempo que podía salvar a los hombres injustos e impíos.
Manifestaba la fidelidad de Dios al cumplir todas las promesas hechas en el Antiguo Testamento.
En un principio estas palabras no fueron comprendidas por los discípulos. En aquellos momentos, mientras Jesús les hablaba de su muerte en la cruz, ellos sólo pensaban en su manifestación como un Mesías político. Pero ellos tendrían que recordar y meditar bien en lo que ahora les estaba diciendo, especialmente cuando unas horas más tarde le vieran desnudo en una cruz en medio de dos ladrones, y mientras agonizaba de muerte todos a su alrededor se burlaban de él y cuestionaban que fuera el Hijo de Dios. Sin lugar a dudas, ese acontecimiento llenaría a sus discípulos de tristeza y desaliento, sin embargo, las palabras de Jesús eran ciertas: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre". Ellos no lo podían ver así en aquellos momentos, pero con la nueva perspectiva que traerían los hechos que vendrían a continuación (la resurrección, ascensión y glorificación en el cielo), y especialmente con la iluminación que les proporcionaría el Espíritu Santo, llegarían a ver con claridad este hecho.
2. "Dios es glorificado en el Hijo"
La cruz nos muestra tanto el corazón del Hijo como el del Padre, pues ambos están involucrados por igual en la obra de la redención del hombre, de tal manera que la obra del Hijo en la Cruz sirve para mostrar también la gloria del Padre.
Por lo tanto, este versículo vuelve a destacar una vez más la perfecta armonía entre las personas de la Trinidad. Notemos de paso que aunque son uno en esencia, sin embargo se trata de dos Personas diferentes, puesto que de otro modo sería imposible que el uno glorificara al otro. Y otro detalle interesante es que el Padre y el Hijo no se glorifican a sí mismos, sino el uno al otro recíprocamente, puesto que no existen para sí mismos, sino el uno para el otro.
Podemos decir con seguridad que Cristo nos dejó el supremo ejemplo de lo que significa dar gloria a Dios por medio de la obediencia hasta la muerte.
3. "Dios también le glorificará en sí mismo"
Si hace un momento veíamos que el Hijo glorificaba al Padre, ahora vemos que el Padre se dispone a manifestar su gloria en el Hijo. ¿Cómo lo haría? Lo más probable es que la referencia aquí sea a la resurrección de Cristo, siendo este el medio por el cual el Padre vindicaría a su Hijo y le glorificaría. Por supuesto, también estaría incluida aquí la ascensión y exaltación del Hijo al Trono de la Majestad en las alturas junto al Padre. Notemos que no se trata aquí de un acontecimiento lejano que habría de tener su cumplimiento al final de los días, sino que dice: "en seguida le glorificará".
Podemos identificar esta glorificación del Hijo con lo que escribió el apóstol Pablo en otros lugares:
(Ef 1:20-23) "... la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo."
(Fil 2:9-11) "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre."

El anuncio de la partida del Señor

(Jn 13:33) "Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis venir."
El Señor se encontraba en un momento muy agridulce. Por un lado le alegraba el hecho de que la gloria de Dios iba a ser manifestada en la Obra que se disponía a llevar a cabo, pero por otra parte, estaba también el inmenso sufrimiento que ésta iba a traerle. Junto a todo esto, ahora nos encontramos con otro motivo más de tristeza: el anuncio de su despedida temporal de los discípulos. No hay duda de que ese fue un momento especialmente emocionante para el Señor.
Notemos que comenzó refiriéndose a sus discípulos como "hijitos", un diminutivo con el que intentaba mostrarles el profundo afecto y cariño que sentía por ellos. Su amor se enternecía por el dolor de la despedida, y les hablaba como un padre que está a punto de dejar huérfanos a sus hijos. Por esta razón debemos interpretar todo lo que a continuación iba a decirles en aquella noche como su testamento a favor de ellos.
Dicho sea de paso, en cuanto al término "hijitos", es interesante notar que esta es la única vez que aparece en los evangelios, y de hecho, sólo Juan lo vuelve a usar un total de siete veces en su primera epístola, un detalle que nos haría pensar también en que fue este apóstol el autor de este evangelio junto a las Epístolas que llevan su nombre.
Así pues, con intensa ternura paternal les dice: "Hijitos, aún estaré con vosotros un poco". La idea que les está transmitiendo es que la traición de la que les había hablado estaba muy avanzada y su entrega era inminente. Después de eso los acontecimientos se sucederían rápidamente: su juicio, ejecución, resurrección y ascensión. En medio de todo eso habría un breve periodo de tiempo de cuarenta días, justo antes de su ascensión, cuando el Señor todavía estaría con sus discípulos, pero después se haría realidad lo que les dijo a continuación: "Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir".
Después de su ascensión ellos anhelarían volver a estar con él como lo habían estado durante los últimos tres años, sintiendo su proximidad física y visible, pero eso habría terminado definitivamente, y ellos la echarían de menos. Por eso dice: "me buscaréis", expresando de ese modo el dolor que les causaría su ausencia (Jn 16:20) (Jn 20:15).
En cuanto a estas últimas palabras de Jesús, notamos que son parecidas a las que les había dicho a los judíos de Jerusalén: "como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis venir" (Jn 7:33-34) (Jn 8:21). Esto nos lleva a preguntarnos: ¿a dónde iba Jesús que ni los judíos, ni tampoco sus discípulos podían acompañarle? Sin lugar a dudas él se refería a su regreso al Padre (Jn 7:33) (Jn 13:3) (Jn 14:28) (Jn 16:5,10,17), lo que en su caso implicaba la muerte, resurrección y ascensión. Y en ese camino nadie podría seguirle. Él lo andaría solo sin que nadie pudiera acompañarle. Ningún hombre podría ayudarle a aportar algo en la obra de la Salvación del género humano que él se disponía a llevar a cabo. El Salvador tendría que llevar él sólo el peso del juicio que nosotros merecíamos.
Ahora bien, mientras que para los judíos incrédulos esta ausencia sería definitiva, tal como el Señor les dijo: "en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir" (Jn 8:21,24); en el caso de los discípulos sería diferente, tal como veremos inmediatamente: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Jn 14:2-3). Es interesante notar también el matiz que introduce un poco después cuando contesta al apóstol Pedro acerca de esta cuestión: "A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después" (Jn 13:36).
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