Estudio bíblico: Jesús: el camino, la verdad y la vida - Juan 14:4-6

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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Jesús el camino al Padre (Juan 14:4-6)

Introducción

El Señor sigue con su propósito de infundir ánimo en el corazón de sus turbados discípulos ante su inminente partida.
"Sabéis donde voy, y sabéis el camino"
(Jn 14:4) "Y sabéis dónde voy, y sabéis el camino."
Los discípulos no debían sentirse frustrados, porque aunque el Señor les había anunciado que se iba, sin embargo, ellos sabían a dónde iba y el camino que iba a seguir.
Y aunque Tomás intervino inmediatamente para decir que realmente no conocían estas cosas, lo cierto es que el Señor les había hablado en muchas ocasiones de su partida para ir con el Padre (Jn 7:33) (Jn 8:42), y del mismo modo se había revelado a sí mismo como el camino al Padre (Jn 8:19) (Jn 10:1-10) (Jn 10:37-38) (Jn 12:26) (Jn 12:44-50). Este camino sería para él de abnegación y sacrificio, conduciéndolo finalmente a la muerte de cruz.
Es verdad que lo que estaba por venir iba a resultar en una dura prueba para los discípulos, pero aquí, como en cada experiencia por la que nosotros como creyentes atravesamos, el Señor ya los había preparado previamente para ellas.
No obstante, en esta época de sus vidas los discípulos se mostraban torpes para entender lo que el Señor les enseñaba, pero todo cambiaría después del día de Pentecostés, cuando después de haber visto al Señor morir y resucitar, recibirían el Espíritu Santo que, a la luz de estos acontecimientos, les enseñaría plenamente las verdades que hasta ese momento no habían logrado entender. Pero por ahora eran "niños en el modo de pensar" (1 Co 13:12).

"Tomas le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas"

(Jn 14:5) "Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?"
Tomás interviene inmediatamente para expresar cierta queja por lo que el Señor acababa de decir. Por sus intervenciones en otras partes, vemos que Tomás era el tipo de persona que demandan pruebas tangibles (Jn 20:25-29) y que les gusta ver las cosas con mucho realismo (Jn 11:16), dejando fuera la fe con demasiada frecuencia.
Tomás veía un doble problema en las palabras de Jesús: no conocía su punto de destino, y por lo tanto, tampoco podía conocía el camino para llegar a él. Evidentemente había un conflicto entre la afirmación que Jesús acababa de hacer y lo que ahora replicó Tomás. ¿Cuál de los dos tenía razón? Por supuesto, el Señor tenía la razón. Como ya hemos mencionado, en muchos de sus discursos, tanto públicos como privados, el Señor les había enseñado sobre el Padre y el camino hacia él. Todo esto estaba en sus mentes, pero no lo estaban usando adecuadamente.
En gran medida su problema no era tanto que no sabían, sino que no querían creer. Recordamos la resistencia que ofrecían cada vez que el Señor les hablaba de la cruz. Ellos sólo pensaban en el establecimiento de un reino terrenal, por lo tanto, toda enseñanza acerca de la cruz, o de ir al Padre, la arrinconaban en algún lugar remoto de sus mentes, por lo tanto, la interpretación que hacían de lo que ahora el Señor les decía era similar a la que en otros momentos habían hecho los judíos incrédulos: "¿Se irá a los dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos?" (Jn 7:35).
Tomás es como aquellos que andan buscando sus gafas y no se dan cuenta de que las tienen en sus cabezas. Buscaba razones lejanas y escondidas cuando en realidad las tenía delante de sus ojos.

"Jesús le dijo: Yo soy"

(Jn 14:6) "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí."
Nos encontramos aquí con uno de los grandes "Yo soy" del evangelio de Juan (Jn 6:48) (Jn 8:12) (Jn 10:9) (Jn 10:11) (Jn 11:25) (Jn 15:1).
Vamos a encontrar aquí que él hace una afirmación que establece una diferencia insalvable con cualquier líder religioso de cualquier época. En un momento vamos a ver que él no sólo conocía y mostraba dónde se encontraba el camino, la verdad y la vida para llegar al cielo, sino que él mismo era todo eso.
1. "Yo soy el camino"
En primer lugar un camino nos habla de una conexión entre dos puntos. En este caso Cristo se presenta como el puente entre el hombre y Dios.
Jesucristo es el "Camino" que conduce al hombre al cielo. No es solamente un guía o maestro que enseña a los hombres el camino de Dios (Mr 12:14), como tantos profetas que vinieron antes que él, sino que él mismo es el camino por el que nos podemos acercar a Dios. Otra de las grandes afirmaciones de Cristo fue: "Yo soy la puerta" (Jn 10:7,9), y por medio de él tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre (Ef 2:18), de tal manera que "tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él" (Ef 3:12), "por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne" (He 10:20).
Pero, ¿cómo puede ser nuestro camino? Hoy sabemos que por medio de la obra de salvación que realizó en la Cruz, él nos abrió el camino que conduce nuevamente al árbol de la vida, un camino que había sido cerrado después de que Adán y Eva pecaron.
Dios había anunciado por medio del profeta Isaías que Dios abriría un camino nuevo para que su pueblo regresara del cautiverio. Este camino fue llamado "Camino de Santidad":
(Is 35:8) "Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará."
Si leemos el capítulo completo veremos que los redimidos de Jehová volverían cantando a sus moradas en Sión después de que Dios mismo fuera a rescatarlos de su cautiverio. Dios mismo los conduciría por un camino en el que serían libres de cualquier peligro y llegarían con seguridad a su destino donde tendrían alegría y gozo perpetuo, y huirían la tristeza y el gemido. Además, aquel camino sería conocido como "Camino de Santidad", lo que implicaba que ningún inmundo pasaría por él. Por supuesto, el primer cumplimiento de esta profecía tuvo lugar con el regreso de Israel de su cautividad en Babilonia, pero como ocurre con otras muchas profecía, hemos de pensar en otro cumplimiento total y definitivo en el ministerio terrenal de Cristo.
En todo caso, lo que seguramente Isaías nunca llegó a imaginar fue que ese "Camino de Santidad" del que él habló sería Dios mismo, quien se humillaría para hacerse la senda que los hombres habrían de pisar para llegar a Dios, y que ese camino no era otro que el divino Siervo de Jehová que sería crucificado.
Otra de las cosas que Isaías dijo fue que "el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará". Es interesante detenernos un momento a pensar en esta cuestión. A muchas personas les resulta complicado encontrar el camino correcto, pero también hay bastantes que una vez que lo encuentran tienen una tendencia asombrosa a desviarse por sendas equivocadas. Teniendo en cuenta lo torpes que somos cuando se trata de las cuestiones espirituales, ¿será posible que lleguemos finalmente a nuestro destino eterno? Bueno, la Palabra de Dios afirma que será así, pero meditemos un poco más en lo que significa que Cristo mismo es el Camino.
Pensemos, por ejemplo, que nos encontramos en una ciudad desconocida y estamos buscando una dirección concreta. Preguntamos a una persona en la calle que amablemente nos da una serie de indicaciones para llegar al lugar que buscamos, pero son tantas, que después de haberlas seguido por un poco de tiempo empezamos a dudar si dijo a la derecha o a la izquierda, si en la glorieta era la primera o la segunda salida la que debíamos tomar? Fácilmente acabaremos perdidos. Pero imaginemos que aquella persona a la que preguntamos nos dice: Mire, ese lugar está un poco lejos de aquí y es difícil llegar hasta allí, así que yo mismo les voy a acompañar hasta su destino. De alguna manera podríamos decir que él es nuestro camino, y que por supuesto, llegaremos al lugar que buscamos. Y esto es lo que Cristo hace con cada uno de sus hijos.
Ahora bien, Jesús es el "camino" en un sentido doble: Es el camino del hombre a Dios, pero también es el camino de Dios al hombre. Esto significa que nuestras oraciones llegan a Dios por medio de Cristo, y a su vez, todas las bendiciones de Dios descienden hasta nosotros por medio de Cristo. Nos damos cuenta entonces que Jesús no sólo es el punto de entrada a la vida (en ese sentido él es la "Puerta"), sino que siempre es nuestro Camino; ahora y en la eternidad.
Otro concepto bíblico asociado al "camino" es el "peregrinaje". La Biblia nos dice que "caminó Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios" (Gn 5:24). En ese caso la idea no es que Enoc fuera un nómada que iba trasladando su campamento de un lugar a otro, sino que él fue un peregrino que caminó con Dios hasta el momento en que se lo llevó con él. Encontramos otro ejemplo en los israelitas que salieron de Egipto, a los que Dios acompañó trazándoles el camino por el que llegarían a la Tierra Prometida. Ellos salieron de Egipto para ser peregrinos que progresaban en su viaje hacia el destino preparado por Dios. Y del mismo modo, nosotros también somos peregrinos, que comenzamos nuestro viaje en la cruz, momento en que dejamos el mundo, hasta el día en el que entremos en nuestro reposo eterno.
Pero un camino nos habla también de un estilo de vida. Veamos cómo fue expresado en el Antiguo Testamento:
(Dt 5:32-33) "Mirad, pues, que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra. Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer."
(Sal 27:11) "Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos."
El Señor Jesucristo dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8:12). Esto implica que el que sigue el camino de Jesús ha de vivir como Cristo vivió. Es curioso que en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el cristianismo era conocido como un "Camino", y a los cristianos como "los de ese camino" (Hch 9:2) (Hch 18:26) (Hch 19:9,23) (Hch 22:4) (Hch 24:14,22).
2. "Yo soy la verdad"
Jesucristo es la verdad en el sentido más absoluto. Todo aquello que el entendimiento humano anhela saber, encuentra su respuesta en él. Él es Creador de todo cuanto existe, por lo tanto, conoce perfectamente todas las cosas, y entiende su propósito y funcionamiento. Pero no sólo eso, él mismo es Dios y puede revelarnos de una forma completa todo lo que necesitamos saber acerca de su propia naturaleza y planes.
Cristo es la verdad absoluta que satisface todas las necesidades de la mente humana. Como diría Pablo: "en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col 2:3).
Cristo es el camino pleno y suficiente al Padre porque es su plena revelación. Como un poco más adelante va a decir: "Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais" (Jn 14:7). En nuestra búsqueda de Dios, nunca pasaremos más allá de Cristo, ni tampoco aprenderemos nada sobre el Padre que Cristo no haya revelado o llegue a revelar:
(Jn 1:18) "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer."
(Col 1:15) "Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación."
(He 1:1-3) "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas"
Sin Cristo, aun los hombres más sabios de este mundo andan a tientas en medio de las tinieblas. Especialmente en todo lo relacionado con el conocimiento de Dios. Es la revelación de Cristo lo que hace sabio al hombre más sencillo; muy por encima de aquellos que tienen la reputación de una gran erudición:
(1 Co 3:19) "Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos."
(Sal 119:98-100) "Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos"
¡Cuán necesitamos estamos de "la verdad" en un mundo en el que abunda la mentira y han desaparecido los valores absolutos! Para el hombre de nuestros días la verdad es relativa, es decir, lo que él considera la verdad, eso es la verdad. Y, claro está, lo que es la verdad para una persona, no lo es para otra. Desde ese punto de vista cualquier cosa puede ser verdad si alguien la cree. Pero esto resulta completamente absurdo. Dentro de cada uno de nosotros anhelamos verdades absolutas y valores permanentes. Y como vemos, éstos no se pueden encontrar en el hombre, sino en Cristo.
Por otro lado, Cristo es la verdad en la que encuentran cumplimiento y sentido todas las formas de revelación parciales de la antigüedad. Por ejemplo, todos los símbolos y ceremonias de la ley de Moisés se comprenden y cobran valor en Cristo. Como dice el libro de Apocalipsis, "el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía" (Ap 19:10). En Cristo encontramos la llave para entender plenamente toda la revelación bíblica.
Necesitamos conocer más y más a Cristo, porque la verdad que está en él nos liberará de nuestros pecados (Jn 8:32) y nos santificará cada día más (Jn 17:17).
Más adelante veremos que Cristo nos ha dado el Espíritu Santo, que es descrito como "Espíritu de verdad" (Jn 14:16-17), quien completa la obra de Cristo enseñándonos todas las cosas (Jn 14:26) (Jn 16:13-14). Esto garantiza finalmente un conocimiento adecuado y completo de Cristo.
3. "Yo soy la vida"
Pero no basta con saber; también necesitamos vida. Y una vez más, esa vida se encuentra en Cristo. Finalmente disfrutamos de esa vida abundante y eterna cuando conocemos de una forma personal e íntima a Dios y a su Hijo Jesucristo:
(Jn 17:3) "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado."
Cristo es la fuente de toda vida, ya sea física o espiritual. Para el hombre la vida es un auténtico misterio. Imaginemos a un cirujano al que se le muere un paciente por una complicación en una operación. Después de esto él podría curar aquellas lesiones que han producido el fallecimiento, pero aunque aquel cuerpo encima de la mesa de operaciones estuviera ya completo y "arreglado", el doctor no tiene la capacidad de darle vida. Esto es algo que sólo Dios puede hacer. Nadie más lo ha hecho nunca.
Pero cuando pensamos en la vida eterna, la cuestión es más compleja, porque por causa de nuestros pecados "estamos muertos" (Ef 2:1), es decir, hemos sido separados de Dios, que es la Fuente de la Vida. ¿Cómo podría Dios resolver este inmenso problema para que los hombres pecadores pudieran disfrutar de la vida eterna?
La respuesta la encontramos en los próximos capítulos, cuando Cristo se entregó como el Cordero de Dios que quita el pecado. Es por medio de la fe en él que nuestros pecados son borrados. Y después, por medio de su resurrección, nos comunica nueva vida. Notemos cómo lo explicó el Señor a continuación:
(Jn 14:19) "Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis."
4. "Nadie viene al Padre, sino por mí"
Estas afirmaciones de Jesús expresan en términos enfáticos que su obra a favor de los hombres es absolutamente suficiente y única: "Nadie viene al Padre, sino por mí". Para aquellos que están perdidos, Cristo es el camino; para los que están en el error, Cristo es la verdad; para los que están muertos en delitos y pecados, Cristo es la vida. Sin Cristo no hay camino ni viaje; sin Cristo no hay conocimiento fiable de cómo es Dios; sin Cristo no hay vida, sino sólo una existencia miserable. Cristo es el camino que debemos seguir, la verdad que debemos creer, la vida sin fin que debemos anhelar. Cristo es el Mediador que nos lleva al Padre, el Revelador que nos enseña la verdad y el Salvador que nos trae a la vida.
Nadie más puede hacer este tipo de afirmaciones y respaldarlas por medio de una vida completamente santa como la de Cristo, quien pagó por nuestros pecados y que finalmente resucitó triunfante de los muertos.
La Biblia no ofrece esperanza alguna para quien se niega a creer en Cristo. Pero, claro está, esto disgusta mucho a la mentalidad moderna, que como antes hemos señalado, entiende que no hay verdades absolutas, que todo es relativo. Esta manera de pensar también se ha introducido en el ámbito religioso. Muchos piensan que no importa lo que el hombre crea, porque si lo hace con sinceridad, finalmente gozará de la salvación, o de aquello en lo que crea. Para este tipo de personas la doctrina carece de importancia, y no existe una verdad absoluta, sino que todo radica en la sinceridad con que la persona actúe de acuerdo a sus creencias. Pero la sinceridad no puede limpiar nuestros pecados ni reconciliarnos con Dios.
Jesucristo excluye cualquier otro medio de salvación. Acabamos de decir que la sinceridad no sirve, pero tampoco la inteligencia, lo celoso que una persona sea de su religión, el ser caritativo con los necesitados? nadie puede ir al Padre por sus propios méritos, sino por los de Cristo. Sólo él puede ser nuestro Mediador.
(1 Ti 2:5-6) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo."
(Hch 4:12) "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."
(Jn 3:36) "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él."
(1 Co 3:11) "Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo."
Es seguro que a muchas personas estas declaraciones les parecen ofensivas, pero se ha de tener en cuenta que quien las dijo no fue otro que el mismo Hijo de Dios, quien para salvar a los pecadores se entregó por ellos a la muerte en una Cruz.
Por último, notemos un pequeño matiz que se aprecia contrastando lo que ahora está diciendo: "nadie viene al Padre", con lo que dijo en el versículo 2: "Voy a la casa de mi Padre". A primera vista podría parecer lo mismo, pero hay una diferencia interesante entre ir a la casa del Padre y venir al Padre.
Por ejemplo, nosotros podemos hacer un viaje a una ciudad donde vive un amigo e ir a visitarle en su casa, pero como no le hemos avisado con antelación, encontramos que él no está. ¿Podría ocurrirnos lo mismo a nosotros cuando lleguemos al cielo a la "casa del Padre", que nos la encontremos vacía? Por supuesto que no. Por eso el Señor aclara ahora que ir a la "casa del Padre" equivale a "ir al Padre". Y esto es importante, porque por muy maravilloso que el cielo pueda ser, carece de valor si no está el Padre. Y por otro lado, hay personas que anhelan ir al cielo, quizá porque la alternativa de ir al infierno les horroriza, pero en realidad no tienen ningún interés en estar con el Padre. Esto no puede ser. De alguna manera es lo que ocurre ahora en este mundo: las personas quieren disfrutar de todas las maravillas que Dios ha creado, pero no le quieren a él. En el cielo tal cosa no va a ocurrir, porque supondría perpetuar por toda la eternidad lo que ahora padecemos aquí. Quienes no quieran estar con el Padre estarán en otra parte, pero no en su casa.
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