Estudio bíblico: El Espíritu de verdad - Juan 14:17

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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El Espíritu de verdad (Juan 14:17)

Introducción

Con anterioridad el Señor se había referido al Espíritu Santo como el "Consolador", y ya hemos considerado la amplia variedad de ideas que encontramos detrás de esa palabra. Ahora añade otro título más para describirlo: "el Espíritu de verdad".

"El Espíritu de verdad"

(Jn 14:17) "El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros."
Ya hemos visto que Cristo es la Verdad (Jn 14:6), así que, si el Espíritu Santo lo habría de sustituir en este mundo, no es de extrañar que una de sus principales funciones sería la de guiar a sus discípulos a conocer la verdad que hay en Cristo.
Por eso, uno de sus principales ministerios es el de dar testimonio de Cristo:
(Jn 15:26) "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí."
Y por otro lado, el Espíritu Santo es el encargado de guiarnos a toda verdad:
(Jn 16:13-14) "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber."
Como estamos viendo, esta "verdad" se relaciona especialmente con la Persona y la Obra de Cristo. Notemos bien lo que dijo: "El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber".
Esta labor consistiría en enseñar, pero también en recordar a los discípulos todo lo que ya habían escuchado:
(Jn 14:26) "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho."
El Espíritu mantendría vivo e interpretaría el mensaje del Señor Jesucristo después de su partida, y de manera particular iba a ser el revelador para los apóstoles de la verdad inspirada que más tarde conformaría el Nuevo Testamento, del mismo modo que ya había inspirado el Antiguo Testamento por medio de los santos profetas (2 P 1:19-21). Por lo tanto, podemos decir que el Espíritu Santo vino con el fin de que los discípulos pudieran conocer aún mejor a Cristo después de su partida.

Necesitamos el Espíritu de verdad para conocer a Dios

El Espíritu Santo nos enseña la verdad que ilumina, que da vida y libera: "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8:32). Pero, ¿cómo consigue realmente hacer esto? Nos hacemos esta pregunta porque a primera vista parece completamente insuficiente que el Espíritu Santo nos enseñe. Pensemos por ejemplo en los apóstoles del Señor: ellos escuchaban las grandes verdades que salían de su boca, pero una y otra vez no entendían nada de lo que él les decía. Por supuesto, no queremos decir con esto que enseñar la verdad no sea importante, pero parece evidente que es necesario algo más. Ahora bien, esto no se debe a que la revelación sea insuficiente, sino a que nuestra capacidad de comprender esta revelación es lamentablemente inadecuada.
Además, no debemos olvidar tampoco el enorme conflicto que hay en este mundo entre "el espíritu de verdad y el espíritu de error" (1 Jn 4:6). El pueblo de Israel se encontró con frecuencia que los falsos profetas eran muchos más que los auténticos. Y lo mismo ocurre en nuestro mundo moderno, de tal manera que cada vez es más difícil encontrar quién nos hable la Palabra de Dios sin adulteraciones.
Y si esto no fuera suficiente, cada uno de nosotros, aunque creyentes, tenemos una naturaleza caída y hemos sido afectados por multitud de ideas erróneas, de tal manera que hay muchos conceptos falsos en nuestra mente y corazón. Con frecuencia tenemos mentes llenas de nuestras propias ideas carnales, suposiciones equivocadas, falsas expectativas y una completa ignorancia acerca de las cosas espirituales y eternas de Dios.
Surge entonces la pregunta: ¿Cómo desbloquear nuestras mentes, cómo desvanecer los malentendidos a fin de permitir que nos entre la luz de la revelación de Dios en Cristo?
Tenemos que concluir, como más tarde diría el apóstol Pablo, que el espíritu humano, por muy agudo y perspicaz que sea, a menos que reciba ayuda desde arriba, no puede llegar a comprender ni asimilar las cosas de Dios:
(1 Co 2:14) "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente."
Sólo el Espíritu comprende las cosas de Dios, y si nosotros hemos de llegar a comprenderlas, necesitaremos el Espíritu Santo; y eso es precisamente lo que el Señor les estaba prometiendo a los discípulos que iba a hacer después de su partida al Padre, aunque de esto vamos a hablar un poco más adelante.

"Al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce"

El Señor había dicho que el requisito para recibir el Espíritu Santo sería creer en él:
(Jn 7:38-39) "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado."
El "mundo", usado aquí en sentido peyorativo, como un sistema que se opone a Dios y que no le reconoce (Jn 1:10), no puede recibir el Espíritu Santo en tanto que las personas no se salgan de él por medio del arrepentimiento y la fe.
El mundo nunca podrá por sus propios medios llegar a conocer las grandes verdades que sólo el Espíritu Santo puede revelar. Ellos se guían por sus sentidos, sin darse cuenta que han sido afectados gravemente por el pecado, de tal manera que viajan en la dirección contraria a la verdad de Dios.
Un poco más adelante, en esa misma noche, el Señor les hablará también de la labor que el Espíritu Santo habrá de realizar en los inconversos para que ellos puedan llegar a conocer al Señor:
(Jn 16:8) "Y cuando él venga (el Consolador), convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio."
Todo esto nos muestra las grandes dificultades que el hombre natural presenta para llegar a conocer a Dios. Recordemos, por ejemplo, el caso extremo de los líderes religiosos del judaísmo en el tiempo de Jesús: ellos eran incrédulos y atribuyeron las manifestaciones del Espíritu Santo en Jesús al mismo Beelzebú, el príncipe de los demonios (Mt 12:24). Algo parecido ocurrió con los habitantes de Jerusalén, que escuchando a los discípulos hablar en lenguas después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, los acusaron con desdén de estar ebrios (Hch 2:13). Esto nos enseña que una persona, por muy inteligente y religiosa que sea, a no ser que previamente haya sido regenerada por el Espíritu Santo, no puede llegar a entender plenamente la verdad de Dios. Y por otro lado, cualquier auténtico creyente, por sencillo que sea, puede discernir la verdad revelada y ser librado del engaño:
(1 Jn 2:20,27) "Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas... Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él."
Por lo tanto, podemos decir que la presencia del Espíritu Santo en la persona establece la verdadera línea divisoria entre los creyentes y el mundo. Como más tarde escribiría el apóstol Pablo: "si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Ro 8:9). Y como consecuencia de esto, el hombre natural, que no tiene el Espíritu Santo, menosprecia los principios espirituales porque ni siquiera puede llegar a comprenderlos.

"Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros"

El Señor continúa afirmando que los once apóstoles ya habían conocido de manera experimental la obra del Espíritu, aunque de una forma parcial e indirecta. Podríamos decir que ellos habían conocido al Espíritu Santo cuando lo veían obrar por medio del Señor Jesucristo.
Pero las cosas iban a cambiar, y ahora el Señor les anuncia una clara progresión en su relación con el Espíritu: "mora con vosotros" y "estará en vosotros". El Espíritu no vendría sólo a estar junto a su pueblo, sino dentro de ellos.
Por ejemplo, a lo largo de la marcha del pueblo de Israel por el desierto hacia la Tierra Prometida, Isaías nos dice que el Espíritu Santo de Dios los acompañó todo el tiempo y estuvo a su lado guiándolos, haciendo milagros para facilitar su progreso, pastoreándolos con cuidado a través de las dificultades, cuidándolos para que no tropezaran...
(Is 63:9-14) "En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad. Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos. Pero se acordó de los días antiguos, de Moisés y de su pueblo, diciendo: ¿Dónde está el que les hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿dónde el que puso en medio de él su santo espíritu, el que los guió por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria; el que dividió las aguas delante de ellos, haciéndose así nombre perpetuo, el que los condujo por los abismos, como un caballo por el desierto, sin que tropezaran? El Espíritu de Jehová los pastoreó, como a una bestia que desciende al valle; así pastoreaste a tu pueblo, para hacerte nombre glorioso."
Pero una vez más, el hecho de que el Espíritu Santo estuviera con ellos resultaba insuficiente. Era necesario que morara dentro de ellos, cambiando su naturaleza pecaminosa y enseñándoles la verdad de Dios en lo más íntimo de sus corazones. Y eso era precisamente lo que el Señor iba a hacer: no sólo morará con vosotros, sino que "estará en vosotros".
Esta promesa, todavía futura en ese momento, era una referencia clara al día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo entraría personalmente en la Iglesia y se convertiría en su templo, su morada permanente.
(Ef 2:19-22) "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu."
Y no sólo la Iglesia es templo de Dios, sino cada creyente particular:
(1 Co 6:19) "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?"
Es difícil imaginar un honor más grande para el creyente que el hecho de que el mismo Espíritu de Dios more dentro de él. Pero aún hay más. El Señor les estaba diciendo que el Espíritu no sería un huésped ocasional en ellos, sino que vendría a hacer una morada permanente dentro de ellos. Y por supuesto, ese morar interior del Espíritu produciría en los discípulos un compañerismo aún más cercano del que habían podido experimentar cuando Jesús estaba físicamente con ellos.

Implicaciones de la venida del Espíritu Santo

Lo que ocurrió el día de Pentecostés, cuando se cumplió esta promesa del Señor, tiene un significado e implicaciones más grandes de las que en un principio tal vez podríamos apreciar. Para darnos cuenta de ello es necesario comparar la relación que los santos del Antiguo Testamento tenían con el Espíritu Santo.
1. Una presencia permanente
En el pasado el Espíritu venía exclusivamente sobre algunas personas con el fin de capacitarlas para alguna tarea especial, saliendo después de ellas (Ex 31:1-5) (1 S 10:6,10) (1 S 11:6) (1 S 16:13-14), en cambio, ahora el creyente es sellado por el Espíritu en el momento de su conversión y no le abandona en ningún momento hasta la consumación de su redención:
(Ef 1:13-14) "En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria."
Por lo tanto, ya no son posibles ese tipo de situaciones como la que describe el rey David después de haber pecado: "No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu" (Sal 51:11).
2. Una poderosa obra en el creyente
Por otro lado, aunque no debemos suponer que el Espíritu Santo no ejercía una poderosa influencia en los santos del Antiguo Testamento, sin embargo no hay evidencia de la actuación del Espíritu que el Señor está anunciando ahora.
Como acabamos de ver, somos sellados por el Espíritu Santo en el momento en que creemos en el Evangelio (Ef 1:13-14) (2 Co 1:21-22). Ese momento se corresponde con el nuevo nacimiento o regeneración (Jn 3:1-8), cuando somos hechos nuevas criaturas y se implanta en nosotros la naturaleza de Cristo por medio de su Espíritu. Es entonces también cuando llegamos a formar parte del Cuerpo de Cristo al ser bautizados en un solo Espíritu (1 Co 12:13). A partir de ahí, el Espíritu produce en nosotros la santidad (Ga 5:22-25) (Ef 3:16).
Por supuesto, el Espíritu puede ser entristecido y apagado por cada pecado no confesado (Ef 4:30) (1 Ts 5:19). Y todos somos exhortados a vivir en la plenitud del Espíritu (Ef 5:18), lo que implica vivir en el Espíritu, pensando y ocupándonos plenamente en las cosas de Dios.
3. Anuncia el comienzo de los últimos tiempos
Como ya hemos mencionado, el comienzo del cumplimiento de esta promesa del Señor tuvo lugar el día de Pentecostés. El apóstol Pedro comprendió bien lo que allí estaba ocurriendo, y relacionó aquel momento con lo anunciado por el profeta Joel (Jl 2:28-32).
(Hch 2:16-21) "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Notemos varias de las implicaciones del cumplimiento del anuncio del Señor según la profecía de Joel:
En primer lugar, encontramos la universalidad del don del Espíritu Santo que iba a caracterizar los últimos tiempos que empezaban en ese momento. A diferencia del periodo anterior en el que sólo algunas personas escogidas para tareas especiales recibían el Espíritu, ahora son todos los creyentes sin excepción quienes lo reciben: "derramaré de mi Espíritu sobre toda carne".
En segundo lugar, la presencia del Espíritu en la vida del creyente iría acompañada de dones relacionados con la comunicación de las grandes verdades de Dios: "vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán".
Y en tercer lugar, la presencia del Espíritu Santo dentro de los creyentes contiene un importante elemento escatológico, puesto que anuncia el juicio final. Este mundo tiene su última oportunidad de conocer el Evangelio de Jesucristo y ser salvo de la ira venidera por medio del anuncio que el Espíritu Santo está realizando ahora por medio de su Iglesia.
4. Se establece el nuevo pacto
Desde otro punto de vista podríamos decir que con la venida del Espíritu Santo a morar en los creyentes se cumplen también los anuncios proféticos relacionados con el nuevo pacto:
(He 8:10-12) "Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades."
(Ez 36:23-25) "Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra."
Dios escribe su ley en nuestros corazones
(He 8:10) "Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré"
Los Diez Mandamientos del antiguo pacto fueron escritos sobre piedra y le decían a la gente lo que tenían que hacer, pero no le suplían del poder necesario para hacerlo, así que la experiencia de fracaso era continua. El problema no estaba en la Ley de Dios, que era santa y buena, sino en el corazón del hombre que es débil y malo. ¿Cómo cambia el nuevo pacto esta situación? Dios nos da un nuevo corazón, una nueva naturaleza y un nuevo poder por medio de su Espíritu Santo. Esto es lo que hace posible la eficacia de este nuevo pacto en contraste con el anterior. Así que, aunque nuestra naturaleza caída se resiste a hacer la voluntad de Dios, el Espíritu produce en nosotros una nueva disposición, una nueva voluntad, nuevos deseos, nuevos pensamientos, nuevas ambiciones y nuevos propósitos.
Adopción y conocimiento de Dios
(He 8:10-11) "...Y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos"
El siguiente aspecto del pacto habla de que cada creyente disfrutará de un conocimiento íntimo de Dios en su experiencia personal.
Este era uno de los puntos débiles del antiguo pacto: la vasta mayoría de los israelitas bajo el antiguo orden eran meros espectadores espirituales. Sabían lo que otros les decían, pero no tenían una relación personal con Dios. Esto es lo mismo que ocurre con la religión en nuestro tiempo: hay individuos, pueblos y naciones enteras que se llaman cristianas pero que lo único que tienen son tradiciones, costumbres y ritos sagrados, pero no una relación personal con Dios. Pero aquellas personas que participan del nuevo pacto llegan a tener un tipo de conocimiento experimental de Dios que es producido por medio del Espíritu Santo. Otros pueden ayudarnos a comprender mejor las cosas acerca de Dios, pero para experimentar la salvación tenemos que conocer a Dios de una forma personal y directa.
En este sentido, es interesante notar que Dios no sólo nos ha enviado su Palabra, sino a una persona que podemos llegar a conocer, una persona que no sólo estará con nosotros para siempre, sino que morará en nosotros. Para nosotros es fácil estar muy cerca de otro ser humano físicamente, pero estar a años luz de esa persona. Es sólo cuando nuestro corazón se encuentra con el de la otra persona que podemos decir que estamos cerca de él. Y eso es lo que hace el Espíritu Santo en nosotros: hace real y cercana la comunión y el conocimiento de Dios.
Y por otro lado, necesitamos ese conocimiento verdadero de Dios si queremos servirle y adorarle de forma adecuada. El Señor Jesucristo les dijo a los samaritanos: "Vosotros adoráis lo que no sabéis" (Jn 4:22). Algo muy parecido con lo que ocurría con los atenienses que adoraban "al dios no conocido" (Hch 17:23). Es imposible adorar correctamente a Dios si no lo conocemos de verdad, y eso es lo que hace el "Espíritu de Verdad" en nosotros.
El perdón de Dios
(He 8:12) "Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades"
Es un hecho de que a pesar de que Dios ha escrito su ley en nuestros corazones, aun así, a veces caemos en el pecado, por eso, esta última cláusula del pacto nos trae un profundo alivio.
Algunos han objetado que, si el pacto garantiza el perdón de manera que podemos tener seguridad anticipada, esto podría ser interpretado como una puerta abierta para pecar y hacer lo que nos venga en gana. Pero es justo lo contrario: quien tiene el Espíritu Santo, lejos de desear pecar, lo que realmente quiere es agradar a Cristo, y se duele profundamente cuando fracasa.
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