Estudio bíblico: El peligro de las alianzas mundanas - 2 Reyes 3:11-20

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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El peligro de las alianzas mundanas (2 R 3:11-20)

(2 R 3:11-20) "Mas Josafat dijo: ¿No hay aquí profeta de Jehová, para que consultemos a Jehová por medio de él? Y uno de los siervos del rey de Israel respondió y dijo: Aquí está Eliseo hijo de Safat, que servía a Elías. Y Josafat dijo: Este tendrá palabra de Jehová. Y descendieron a él el rey de Israel, y Josafat, y el rey de Edom. Entonces Eliseo dijo al rey de Israel: ¿Qué tengo yo contigo? Ve a los profetas de tu padre, y a los profetas de tu madre. Y el rey de Israel le respondió: No; porque Jehová ha reunido a estos tres reyes para entregarlos en manos de los moabitas. Y Eliseo dijo: Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy, que si no tuviese respeto al rostro de Josafat rey de Judá, no te mirara a ti, ni te viera. Mas ahora traedme un tañedor. Y mientras el tañedor tocaba, la mano de Jehová vino sobre Eliseo, quien dijo: Así ha dicho Jehová: Haced en este valle muchos estanques. Porque Jehová ha dicho así: No veréis viento, ni veréis lluvia; pero este valle será lleno de agua, y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y esto es cosa ligera en los ojos de Jehová; entregará también a los moabitas en vuestras manos. Y destruiréis toda ciudad fortificada y toda villa hermosa, y talaréis todo buen árbol, cegaréis todas las fuentes de aguas, y destruiréis con piedras toda tierra fértil. Aconteció, pues, que por la mañana, cuando se ofrece el sacrificio, he aquí vinieron aguas por el camino de Edom, y la tierra se llenó de aguas."

Los antecedentes

Para poder comprender bien la forma de actuar de Eliseo en este suceso dramático y también de una tremenda actualidad para nosotros, tenemos que ver brevemente los precedentes políticos y las circunstancias reinantes en aquel entonces.
Josafat era el rey de Judá, al sur de Israel, y fue uno de los pocos reyes temerosos de Dios que dejó una estela de bendición, a pesar de la trágica debilidad de su carácter, que hizo que se descarriara más de una vez.
La Biblia enfatiza expresamente que no actuaba "según las obras de Israel" (2 Cr 17:4). Es decir, tuvo el valor de ser impopular y de tomar decisiones en contra de la corriente. Aunque le acarreara la fama de ser un conservador anticuado y solitario que no está al día y que aparentemente no parece satisfacer las necesidades de la mayoría. Evidentemente no se preocupaba de los sondeos de opinión ni tenía asesores ni analistas expertos que le aconsejaran en este sentido, por el contrario, se dice de él que "se animó su corazón en los caminos del Señor" (2 Cr 17:6). Animado por el apoyo de Dios quitó toda la idolatría de Israel. Todos los que en nuestros días tienen el valor de llamar la atención sobre algunos de los ídolos en moda, podrán atestiguar la fuerza espiritual que se necesita para destruir los ídolos favoritos del pueblo de Dios. Seguro que le costó bastante esfuerzo a Josafat.

La debilidad de Josafat

No obstante tenemos que mencionar una grave debilidad en la vida de Josafat, y muchos de nosotros la conoceremos por experiencia propia: el deseo de quedar bien con todos y la propensión a formar alianzas indebidas.
Los pecados que resultan de nuestro carácter son a menudo consecuencia de debilidades no reconocidas a las cuales no prestamos la debida atención. Estas debilidades en el carácter de Josafat nos llaman la atención por su frecuencia, y cada detalle negativo que se nos narra de este rey ejemplar, tiene que ver con esta debilidad en su carácter. Tres veces nos cuenta la Palabra de Dios que Josafat formó una alianza con los reyes infieles de Israel. Y Dios no pudo bendecir esas alianzas, por lo cual fueron en daño suyo y de su pueblo.
Primero emparentó con el impío Acab, y a petición suya estuvo dispuesto a comenzar una campaña militar con él. Acab perdió su vida en ella, mientras que Josafat salió de ella bien librado y con una experiencia más en su vida.
Pero ¡no aprendemos de las experiencias hechas! Después de la muerte de Acab, en la historia que vamos a tratar ahora, se asoció con su hijo Joram, el cual le persuadió a enfrentarse contra los moabitas haciendo una coalición con el rey pagano de Edom, lo cual jamás podía contar con la bendición de Dios.
Esta campaña militar en común, que había comenzado con una euforia ciega y sin oración, muy pronto puso en grave peligro de muerte a los tres aliados y a sus ejércitos: En el desierto de Edom se les había acabado el agua, y el ejército, junto con los ganados que le seguían, estaban a punto de morir de sed.
Cuando los líderes del pueblo de Dios se comportan mal y con una estrategia equivocada, eso siempre tiene consecuencias fatales para aquellos que los siguen. Dios no bendice ni los compromisos ni las uniones antibíblicas.
Al cabo de muy pocos días la euforia inicial había desaparecido. El rey impío Joram ya había perdido toda esperanza de salvación, mientras que Josafat buscó la dirección de Dios en aquella situación desesperada. Aunque lo hizo tarde, no fue demasiado tarde: "¿No hay aquí profeta del Señor, para que consultemos al Señor por medio de él?".

El distintivo de Eliseo

De pronto aparece Eliseo. Un siervo del impío Joram sabía de la presencia del profeta allí y lo notificó a los reyes reunidos junto con una breve descripción acertada de su carácter: "Aquí está Eliseo hijo de Safat, el que vertía agua en las manos de Elías".
¡Qué cosa! No les quedaba agua alguna; los reyes, su ejército y el ganado estaban a punto de morir de sed, y de repente se acuerdan de Eliseo, que por algún motivo estaba a su alcance.
En esta situación de emergencia se percatan del humilde y sencillo servicio que Eliseo había realizado para el gran profeta Elías. Parece como si Dios quisiera recordar a los reyes de entonces, y a nosotros hoy en día, que la talla o grandeza espiritual siempre se reconoce en la humildad y la modestia. Y esto nos hace pensar en nuestro Señor Jesucristo, que vertió agua en los pies de sus discípulos para darnos ejemplo del humilde, pero importante servicio, que debemos realizar los unos para con los otros (Jn 13:14).
Mientras que en Joram el nombre de Elías seguramente evocó cosas desagradables, pues su padre Acab había declarado al profeta Elías como enemigo número uno del estado, Josafat, por lo contrario, exclama espontáneamente y lleno de esperanza: "La palabra del Señor está con él".
Qué calificaciones tan magníficas obtiene Eliseo aquí de un simple súbdito de Joram y del rey de Judá. Y en nuestros días tan faltos de fuerza, orientación y espiritualidad ¡qué escasos y qué necesarios son los hombres de Dios de los que se pueda decir: "La palabra del Señor está con él"!

¿En el lugar equivocado?

La pregunta que surge es: ¿de dónde venía Eliseo? ¿qué hacía allí en esa alianza profana? ¿No hubiese sido mejor que se hubiera quedado en el monte Carmelo, para orar por el pueblo de Dios, en lugar de seguirles al desierto de Edom?
Posiblemente podemos aprender aquí una importante lección para nuestro comportamiento en nuestra situación actual: según vemos en el texto, Eliseo de ninguna manera estaba de acuerdo con esta alianza ni con este plan, pero permaneció cerca, al alcance de ellos para cuando le necesitaran. Se interesó por lo que ocurría sin meterse en arreglos y compromisos. Mantuvo una distancia moral muy clara frente a los reyes y su estrategia, no obstante, estaba en todo momento dispuesto a ayudar y decir una palabra de Dios cuando le necesitaran. ¡Qué ejemplo para nosotros en nuestro caminar tan lleno de peligros a ambos lados del sendero!

¡Un camino humillante!

Muy sedientos y a duras penas conservando su dignidad, los reyes con su escolta "descendieron" casi arrastrándose para encontrarse con Eliseo. Este sencillo hombre de Dios, por lo que se ve, no se sintió honrado por tan exquisita visita, sino que los recibió con palabras ásperas, que seguramente fueron como un jarro de agua fría para ellos. Con su breve sermón Eliseo despacha tajantemente al rey Joram, dejando claro que entre ellos no hay acuerdo posible. Con algo de ironía le aconseja buscar ayuda en los falsos profetas de sus padres impíos, a lo cual éste contesta apocado con una excusa.
Entonces Eliseo les habla claramente, y con total solemnidad se presenta a sí mismo como alguien que está en la presencia del Señor de los ejércitos. Por esa razón no se inclina delante de un rey, sino que tiene el valor de decirle abiertamente que ni siquiera le miraría, si no fuera por el respeto que tenía al piadoso rey Josafat y su presencia allí.
Por otro lado, al rey de Edom parece que lo ignora por completo, como si no estuviera allí.
Esta escena, y el breve intercambio de palabras, tuvieron que haber sido más que vergonzoso y humillante para los reyes y sus guardaespaldas. Josafat seguro que se dio cuenta de que su relación con Joram estaba bajo el juicio de Eliseo y también bajo el juicio de Dios, lo cual pudo deducir de las palabras terminantes dirigidas a Joram: "¿Qué tengo yo contigo?".
Por las pocas, pero atinadas palabras de Eliseo, y por su comportamiento inequívoco, todos los presentes en poco tiempo se vieron en la luz de Dios.

El "tañedor"

Después de este tajante rechazo y reprensión inequívoca de Eliseo, tuvo que haber sido bastante desconcertante para los reyes y sus acompañantes que de pronto pidiera un "tañedor". La aparición de Eliseo fue totalmente embarazosa para ellos, ¿acaso quería por añadidura burlarse de ellos con esta orden?
No obstante, uno de los presentes salió corriendo a buscar un tañedor de entre los soldados. Éste aparecería con bastante nerviosismo y mil preguntas. Delante de toda la compañía que estaba en silencio tuvo que tocar con temor el arpa o la lira.
¿Qué pretendía Eliseo? ¿Era este el momento adecuado y el ambiente propicio para tocar un poco de música? Lo que ahora necesitaban urgentemente era agua, pero no música, ¡qué absurdo!
Evidentemente no fue muy difícil para Eliseo reprender públicamente a los reyes y denunciar su comportamiento pecaminoso. Podemos imaginarnos bien la indignación de Eliseo y las cabezas caídas de los presentes. Pero la áspera reprensión solamente, por muy necesaria que fuera, no hubiese solucionado nada para el ejército y los ganados. Dios tenía que mostrar la salida y procurar la ayuda. Y para tranquilizarse interiormente, para oír la voz de Dios y recibir Su dirección, el profeta de Dios necesitaba de alguien que no figuraba en la cuenta de nadie: Un hombre, que por medio de su música podía apaciguar los ánimos acalorados.
Eliseo conocía sus limitaciones y necesitaba ahora la ayuda y la compenetración de un hombre con un don que quizás calificaríamos de inferior. Pero esto precisamente es lo que hace que Eliseo sea tan auténtico y ejemplar para nosotros: No disponía de una respuesta para todo. En esta situación reconoció su propia limitación sin intentar ocultarlo con devotas palabras. Los hombres que están en la presencia de Dios, al mismo tiempo tienen la capacidad de ser sinceros y humildes delante de las personas. Aquí hallamos pues una ilustración de lo dicho en el Nuevo Testamento: "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 P 4:10).
¡El gran profeta necesita ahora la ayuda y el complemento de un "pequeño" tañedor! Y mientras que este hombre toca su instrumento, el ánimo de Eliseo se calma y se hace otra vez sensible para captar la voz de Dios.
Esta es exactamente la tarea de la música espiritual tocada y cantada para la gloria de Dios: no se toca para incitar o narcotizar, sino para calmar el alma o preparar y animar el corazón para poder recibir la Palabra de Dios.
Se cuenta que Lutero lo expresó así: "Gracias a la música muchas veces fui vivificado y conmovido de manera que me entraron ganas de predicar". Y en su canción "Doña Música" incluso usó el texto bíblico que estamos tratando:
"Ella es quien calma el corazón y lo prepara
para recibir la divina palabra y verdad.
De esto testificó Eliseo,
cuando su alma se abrió al Espíritu
por medio del arpa tocada."
(Sobre este tema podríamos escribir ahora cantidad de cosas, pero ya hay buenos libros y mensajes sobre este tema tan actual como controvertido.)

La promesa

Ahora Dios puede hablar por medio de Eliseo y dar un claro mandamiento y una extraordinaria promesa. Primeramente los soldados debían hacer zanjas o canales en el desierto. Mirándolo bien era un mandato incomprensible, pues no había nubes, ni indicio alguno que anunciara la lluvia, y debían cavar con el sol ardiendo implacablemente. Algunos de aquellos hombres seguramente se burlaron diciendo que estaban cavando sus propias tumbas. Pero ahí estaba la promesa de Dios: "este valle será lleno de agua".
Dios quería bendecirlos dándoles agua; esa era la promesa. Pero cavar zanjas, tomar precauciones para que el agua prometida no desapareciera en la arena del desierto sin dejar provecho: esa era la responsabilidad del pueblo.
La aplicación espiritual para nuestra vida es obvia: Dios también quiere inundar nuestra vida árida de bendición. Pero nosotros tenemos que cavar zanjas en el valle, porque "el agua" siempre va al lugar más bajo. Sin humillación, sin estudio asiduo de la Biblia y sin oración, los torrentes de bendición prometidos por Dios pasarán de largo y se desvanecerán casi sin tocarnos. Los creyentes superficiales serán tocados sólo superficialmente.

La ofrenda

Precisamente a la hora cuando en Jerusalén se ofrecía el sacrificio de la mañana vino el agua y llenó las zanjas. La expresión "he aquí" usada en el versículo 20 llama la atención sobre este milagro. El agua fluye para bendición del pueblo de Dios y para perdición de los enemigos moabitas como vemos en el relato que sigue. Aprendemos pues que toda bendición espiritual viene únicamente por la cruz, por la entrega y el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. "Las aguas de vida empiezan a fluir donde se tiene en cuenta el sacrificio" (cita de W. Busch).
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