Estudio bíblico: Una visión general sobre el Tabernáculo - Exodo 25:1-31:18

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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Una visión general sobre el Tabernáculo (Exodo 25:1-31:18)

Notas introductoras

1. La comunicación en el monte (Ex 25:1-9)
La importancia de la revelación. El pueblo acababa de confirmar el pacto, y Aarón, con dos de sus hijos y "setenta ancianos" habían visto una manifestación de la gloria de Dios. Moisés había subido a la cumbre después de una semana de espera, dejando a Josué en el rellano. Llega, pues, el momento solemne de una nueva revelación a Moisés. ¿Qué asunto habrá que tratar de tanta importancia que justifique la ausencia de Moisés del pueblo tan recientemente incorporado en el pacto, tan "niños" aún, que prometen alegremente una obediencia completa a Dios de la cual ninguno ha dado prueba todavía? Esperamos revelaciones tan impresionantes como la sublime declaración del Decálogo, y quedamos sorprendidos, y casi decepcionados, al oír la primera frase de la comunicación que Jehová entrega a su siervo: "Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda...".
El Señor sigue enumerando una lista de los materiales necesarios para la construcción del tabernáculo, y después dará instrucciones de carácter más bien técnico sobre la preparación de cada uno de sus componentes y muebles. Allí abajo, en la llanura, la gente carnal ha de cansarse de la espera, y empiezan muy pronto los comentarios en los corrillos de los desafectos que pronto darán lugar a un trágico desvío del camino que Dios había señalado, siendo incapaces Aarón y sus colegas de controlarlo.
Surge inevitablemente la pregunta: ¿por qué fue necesario que Moisés abandonase al pueblo tan pronto para escuchar una serie de detalles técnicos sobre la construcción del tabernáculo? Ahora bien, si creemos que el Espíritu Santo es autor de las Sagradas Escrituras, guiando a los instrumentos humanos en su obra de redacción, hemos de llegar a la conclusión de que, detrás de estos detalles —áridos aun hoy para la comprensión de muchos creyentes— se esconde un gran secreto divino.
Volveremos sobre el tema, pero queremos destacar en seguida que el "modelo" que Moisés contempló en el monte, explicado por Dios mismo, revelaba aspectos fundamentales del plan de Dios. El tabernáculo era una "sombra" y se construyó por medio de manos humanas, pero la sombra delataba la existencia de la realidad de cosas celestiales, y éstas tenían por centro a la persona y obra redentora de Cristo (He 8:5). La ley ya promulgada sólo podía cumplir su variado cometido gracias al plan que la gracia divina había preparado antes de los tiempos de los siglos (2 Ti 1:9-10), y que llegó a su realización histórica en el Calvario (He 9:26). No es la ley, pues, lo que sustentaba temporalmente al sistema levítico, sino que éste —por lo que simboliza— es la base para la operación de aquella, según el sentido literal de (He 7:11): "Pues a base de él (el sacerdocio levítico) recibió el pueblo la ley que tiene" (VHA).
El tabernáculo fue el centro del sistema levítico. Tendremos ocasión de examinar aspectos de la tipología del tabernáculo más adelante, pero, al señalar la importancia del contenido de los capítulos 25 al 31, necesitamos recordar el valor primordial del simbolismo de la sangre, que ya ha aflorado muchas veces en Éxodo, sobre todo en relación con la Pascua. Aún en el libro del pacto veíamos que la "vida está en la sangre", y por eso es sagrada, hasta tal punto que sólo la sangre podía borrar el crimen de derramarla. Acabamos de notar, además, que aun el "pacto de obras" había de fundarse sobre el sacrificio si había de conservar, siquiera por un momento, su valor dentro de los planes de Dios (Ex 24:3-8) (He 7:11) (He 9:18-22).
El comentario inspirado sobre el fin de Éxodo, con Levítico capítulos 1 al 10, 16 al 17, se halla en Hebreos 9 al 10 y constituye la clave para una interpretación bíblica. No podemos pensar en la sangre aparte del sacrificio, ya que la sangre de la expiación es la de la víctima ofrendada y no la que fluye en las venas del ser vivo. Pero el derramamiento de la sangre de los sacrificios no podía realizarse caprichosamente, sino que había de ser ordenado según el ritual establecido por Dios mismo. Sólo así podía ser sombra de bienes celestiales. De ahí surge la necesidad de un sacerdocio, que llevara a cabo su labor simbólico dentro del marco de un "templo", o sea, un lugar separado de la inmundicia del mundo y aun de las actividades legítimas de los hombres, para ser consagrado al servicio de Dios según su propia revelación. Durante los años de la peregrinación de Israel, tal "templo" había de ser "portátil" necesariamente si había de responder a las necesidades de un pueblo de nómadas, y por eso fue construido el tabernáculo: un templo, centro del culto que Dios había establecido sobre la base del sacrificio que podía colocarse en cualquier lugar —señalado por Dios— en medio de la congregación del pueblo escogido.
2. El tabernáculo y las necesidades de los israelitas
Los vocablos que describen el tabernáculo. El vocablo hebreo "`ohel" da a entender que se trataba de una "tienda", enfatizando su frágil estructura y la posibilidad de llevarla desde un lugar a otro. Pero ya hemos visto que, pese a la fragilidad material, no dejaba de ser "templo" o "santuario", que significa un lugar apartado para el servicio de Dios, y el término que corresponde a su carácter y función es "miqdash", traducido por "santuario" en (Ex 25:8), y relacionado con "gadosh", "santo". Al hablar del santuario dice Dios: "habitaré en medio de ellos". El conjunto de las Escrituras nos enseña que no se trata de "un concepto primitivo" de pueblos que pensaban que su "dios" necesitaba una morada para poder quedar con ellos. Es el Dios Creador de los cielos y de la tierra quien habla, y el santuario (o "morada") indica un lugar donde podría dar una manifestación especial de su presencia en medio de los suyos. Los mismos conceptos surgen cuando se trata de la edificación y consagración del templo permanente levantado por Salomón, y creyentes de criterio espiritual no hallarán dificultad alguna en reconciliar las declaraciones que hace el rey sabio en la presencia del Señor: "Pero, ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado? Yo he edificado casa por morada para ti, sitio en que tu habites para siempre" (1 R 8:13,27). Dios es transcendente y omnipresente, pero eso no excluye la posibilidad de que se manifieste a los hombres, criaturas suyas, hechas a la medida que él determinó, y a quienes le place revelarse. Dejemos que Él ordene el modo en que el Infinito puede revelarse a seres finitos, manifestando su presencia entre ellos.
El plano del tabernáculo. Una vez construido y levantado el tabernáculo (seguimos empleando este término, ya que distingue la "tienda sagrada" de las que utilizaban los hebreos), los israelitas no podían ver mucho de las riquezas que encerraba, ya que la "morada" se hallaba rodeada por una barrera de cortinas con una sola entrada que les permitía llegar hasta el altar de holocaustos. Por encima de la barrera podían discernir la cubierta externa del tabernáculo y muy poco más. Sin embargo, había una manifestación notable que sin duda llenaba el corazón del israelita piadoso de gozo, y quizá el del inicuo de terror: la nube de la "presencia" que posaba sobre el lugar santísimo, y que reflejaba a menudo la gloria de diversas revelaciones divinas.
Hablaremos de los detalles del tabernáculo en su lugar, pero necesitamos tener una idea del conjunto de la "morada" desde el punto de vista de lo que ello podía significar para los hombres y mujeres de la congregación. Al israelita oferente le fue permitido llevar la víctima que presentaba hasta el altar de holocaustos, donde sería sacrificado según el ritual establecido para cada tipo de ofrenda de sangre. Sabía que tocaba a los sacerdotes presentar la sangre de expiación delante del Señor. Desde aquel lugar podía ver el lavacro que servía para las abluciones de los sacerdotes, y más allá vislumbraba la hermosa cortina exterior del tabernáculo. Los sacerdotes podían pasar, según las exigencias de su servicio, al lugar santo, que constituía la primera pieza del tabernáculo en sí, y donde se hallaba la mesa del pan de la proposición al lado norte, con el candelero enfrente, al lado sur. El lugar santísimo fue separado del lugar santo por medio de un hermoso velo, y delante de él, justamente en medio, se situaba el altar de oro, que no servía para sacrificios de sangre, sino para ofrecer incienso.
Nadie pasaba más allá del velo —dejando aparte las mudanzas necesarias que se hacían con muchas precauciones— sino el sumo sacerdote, una vez al año, en el día de la expiación (Lv 16) cuando esparcía la sangre de la víctima a favor de todo el pueblo. El arca no era más que una caja rectangular de madera de acacia cubierta de oro, pero la tapa era de oro puro, de la que surgían las misteriosas figuras de los querubines alados que miraban para abajo, hacia el propiciatorio —así se llamaba la tapa— donde caían las manchas de la sangre expiatoria. Dentro del arca se hallaban las segundas tablas de la ley, de las cuales hablaremos en su lugar.
El israelita y el tabernáculo. Sabiendo ya de manera muy superficial lo que era el tabernáculo, volvamos al caso del israelita piadoso que quería saber lo que significaba todo aquello y cómo se relacionaba el tabernáculo y sus servicios con su propia personalidad y vida. Ya hemos notado su gozo al pensar: ¡Dios mora en medio de su pueblo! ¡Ha cumplido su promesa, y nosotros somos pueblo suyo! Pero él mismo no podía pasar más allá del altar, a sólo unos metros de la entrada del patio. Y aun así, no sin sangre. Parecía que había un "camino" que podría llevarle a la misma presencia de Dios, pero, a la par, no se le había abierto para él. Aún tratándose de un hombre piadoso e inteligente, que meditaba en los caminos del Señor, no podemos suponer que llegara a entender todo lo que "la sombra" significaba, pero le era posible saber que el pecado separaba a los hombres de Dios, y que sólo Dios pudo hacer provisión para el perdón y la recepción del pecador, diciendo con David: "Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado" (Sal 32:1). Podría ver, al colocar su mano sobre la víctima, que ésta moría mientras que él se mantenía con vida. Le sería posible comprender que había una relación estrecha entre su culpabilidad y la muerte del sustituto.
Lo positivo fue que, por una obra de la gracia de Dios, podía ser perdonado y recibido al favor de Dios como miembro de su pueblo. La parte negativa del régimen de sombras se expresa muy claramente en (He 9:6-8): "Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente ... pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo...".
Sin duda el israelita humilde y piadoso que aprovechara los medios de gracia que se ponían a su alcance por medio del sistema levítico podía comprender, pese a la escasa luz de tipos y figuras, que le era posible andar con Dios, aun confesando su impotencia frente a las demandas absolutas de la ley. Se sometía a lo que Dios le revelaba, y, como David, sabía que había provisión para cubrir las transgresiones del pecador arrepentido y sumiso. Es preciso realizar el esfuerzo de colocarnos en el lugar de los israelitas de entonces, a favor de los cuales fue levantado el tabernáculo, evitando la tentación de lanzarnos en seguida a la tipología que, sin duda, revela facetas de la gloria del Señor y de su obra. Pero lo tipológico "nuestro" no ha de hacemos olvidar el fondo histórico, recordando que esta obra de Dios fue ordenada para la bendición de Israel a través de largos siglos.
Resumiendo el significado del tabernáculo y sus servicios desde el punto de vista del israelita durante la época cuando funcionaba normalmente, podemos hacer constar lo siguiente:
1. Era "templo portátil", santuario y "morada", donde Jehová, Dios de Israel, se manifestaba en medio de su pueblo. El lugar santísimo fue "sala del trono" del Altísimo.
2. Para el israelita mismo, el mueble más importante era el altar de holocaustos, hasta donde podía llegar, viendo cómo las víctimas inocentes morían en su lugar derramando su sangre. La pobreza de la "vida" de los animales domésticos era evidente, pero no había otro modo de enseñar la lección de la "expiación" hasta que la realidad se cumpliera en el Cordero de Dios. El acto de colocar la mano sobre la víctima antes de que ésta fuera inmolada enseñaba la "sustitución", ya que el oferente se había identificado con la víctima expiatoria. Nosotros sabemos que el valor de la sangre era simbólico y que siempre hablaba de la que había de ser derramada en el Calvario. Sin embargo, esto no quiere decir que el acto fuese desprovisto de todo sentido para el israelita fiel.
3. El lugar separado enfatizaba la santidad de Dios, como también todos los actos necesarios para que el israelita se mantuviera en un estado de limpieza ceremonial. Había camino al lugar santísimo, pero aún no se había abierto. El símbolo reforzaba las profecías sobre una obra futura de la gracia de Dios.
4. El tabernáculo también constituía el lugar de comunicación, pues Dios quería "hablar" con su pueblo. Esto se ve muy claramente en el caso de Moisés, quien tenía el privilegio de entrar en el lugar santísimo, como fiel mayordomo sobre toda la casa de Dios, diciéndole el Señor: "Y de allí (del arca y del propiciatorio) me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio..." (Ex 25:22 (He 3:2). Parece probable que el sumo sacerdote debía haber heredado este privilegio, como mediador entre Dios y el pueblo, pero el pecado de Nadab y Abiú, quienes quisieron entrar a su manera en el santuario, recibiendo el castigo correspondiente (Lv 10:1-2), dio lugar a las condiciones señaladas en Levítico 16 por las que el sumo sacerdote sólo entraba en el lugar santísimo una vez al año en misión de expiación y no de comunicación. Con todo, "la puerta del santuario" fue lugar normal para comunicaciones de Dios a su pueblo, siendo el lugar donde se ofrecían los holocaustos diarios y continuos (Ex 29:42-45).

La tipología y el tabernáculo

1. Principios básicos sobre la tipología
¿Cómo hemos de discernir un verdadero tipo? Ningún estudiante que admite la autoridad inspirada de la Biblia niega la existencia de tipos en el Antiguo Testamento que prefiguran aspectos de la persona y obra de Cristo. Además, la historia de Israel abunda en incidentes que sirven para la admonición de los creyentes de esta dispensación, escribiendo Pablo: "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1 Co 10:11). El libro de Hebreos está estructurado sobre la base de personas e incidentes del Antiguo Testamento cuyo testimonio —de gran valor en su época— se ha superado por la persona y obra de Cristo. Ya hemos visto que aquel libro nos otorga la clave inspirada para entender el simbolismo del tabernáculo, por lo menos en sus líneas más destacadas. Es evidente, sin embargo, que una viva imaginación podría discernir "tipos" en el Antiguo Testamento al meditar en personas e incidentes históricos que no tienen más que su valor natural dentro de las lecciones morales y espirituales que surgen en todas partes de las Sagradas Escrituras. ¿Cómo hemos de evitar los peligros de interpretaciones forzadas y humanas, y, a la vez, conservar lo que Dios nos ha dado? Para distinguir un verdadero tipo hemos de hacer dos preguntas:
1. ¿Fueron ordenadas las circunstancias y el desarrollo del incidente (o del rito) por Dios mismo, o fue algo que surgió de la experiencia de los protagonistas que seguían el curso de su vida en aquella época o momento? Es preciso que veamos la mano de Dios obrando de una forma directa, pues si no, es imposible tener la seguridad de tener delante un incidente o rito revestido de valor profético.
2. Hemos de buscar la confirmación del tipo en las enseñanzas del Nuevo Testamento, bien que esta confirmación —si se ha cumplido la condición 1 de más arriba— puede ser indirecta, ya que no es posible hallar comentarios en los evangelios y epístolas sobre todo el abundante material del Antiguo Testamento. Ya hemos visto un ejemplo indudable de un tipo, muy rico en significado espiritual y profético, en la Pascua, según se detalla en Éxodo 12. Por una parte Dios ordenó todo lo que los israelitas habían de hacer, y por otra el Nuevo Testamento declara: "nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros" (1 Co 5:7). Huelga decir que hay mucho más en el Nuevo Testamento que confirma el tipo central del Cordero pascual.
El peligro de las alegorías. La alegoría mejor conocida y más lograda de la literatura extrabíblica es "El peregrino" de Juan Bunyan, y el lector se acordará de la maestría de Bunyan al hacer que sus personajes "representen" ciertas características, ilustrando los incidentes y coyunturas de la vida, o de los creyentes o de los enemigos del evangelio. En el terreno de los estudios bíblicos se trata de escoger un incidente del Antiguo Testamento, dando "significado" a los protagonistas, que llegan a representar conceptos abstractos. Los rabinos judíos utilizaban este método, y el filósofo judío Filón de Alejandría, alegorizaba extensamente el Antiguo Testamento, convirtiendo los caracteres e incidentes históricos en ideas filosóficas, de acuerdo con los conceptos de los griegos.
El único ejemplo desarrollado en el Nuevo Testamento se halla en (Ga 4:21-31), y es digno de notar que Pablo lo emplea frente a los gálatas, que se hallaban en peligro de ser arrastrados por los judaizantes, como si dijera: "Os hago ver vuestra locura siguiendo los métodos de vuestros falsos enseñadores". La buena exégesis exige que examinemos cada palabra del texto bíblico según su sentido original, entendiendo las frases en su debido contexto y a la luz de toda la Palabra de Dios. Sin duda el material del Antiguo Testamento nos ofrece valiosas ilustraciones, y siempre existen analogías fundamentales cuando coinciden principios básicos; sin embargo, hemos de tratar el texto con honradez, no pasando nunca analogías, ilustraciones o aplicaciones secundarias antes de haber visto y proclamado el sentido exegético de lo que tenemos delante, y, para llegar a él, tenernos que preguntamos en primer término lo que significaba para el escritor inspirado y para sus lectores.
2. Consideraciones sobre la tipología del tabernáculo
El conjunto y sus partes. Al considerar el significado del tabernáculo para el israelita piadoso notamos muy de paso el significado del conjunto, y volveremos al tema en el párrafo siguiente. Los capítulos ya mencionados de Hebreos determinan, sin lugar a dudas, que el modelo que fue enseñado a Moisés en el monte constituyó el símbolo de maravillas en lugares celestiales. Sin embargo, las interpretaciones no son tan claras cuando se llega al detalle. Desde luego, la primera condición para reconocer un tipo —que Dios ordena todo el proceso— se cumple abundantemente en este caso, y, empezando con ciertos componentes que reciben aclaración en el Nuevo Testamento, es legítimo aplicar el principio de la analogía a otros semejantes. Con todo, mucho depende de la comprensión de quien estudie esta extraña "asignatura" del tabernáculo, y conviene evitar el dogmatismo. Entre muchos comentarios bien basados en realidades bíblicas, Scofield afirma "sin más": "El significado tipológico de las tablas es una clara referencia a Cristo" (Biblia Anotada de Scofield, p. 97, nota 1, refiriéndose a Ex 26:15). Ya veremos lo que podrá haber de evidencia para sacar esta conclusión, pero, por lo pronto, el tono dogmático es inconveniente, y la reacción en contra de una excesiva espiritualización del tabernáculo —con escasa referencia a las condiciones históricas del pueblo de Israel y la revelación que suponía para entonces— ha dado lugar a la actitud contraria, que rehusa ver más que conceptos religiosos análogos a los normales entre las naciones vecinas. De paso, podemos notar que ciertos términos técnicos con referencia a santuarios y sacrificios, que antes no se conocían fuera de la Biblia, se han hallado en "manuales sacerdotales" de la biblioteca que los arqueólogos encontraron en Ras Shamrah. Esto sitúa el tabernáculo en el fondo religioso de aquellos tiempos y tierras, pero las instrucciones de Éxodo y Levítico —comparadas con las de los ritos idolátricos— muestran que la fe en el Dios único, Creador de todas las cosas, quien ordena los detalles de su propio culto, eleva todo el sistema levítico a alturas morales y espirituales muy por encima de la superstición y corrupción de los ritos y costumbres paganos.
Distribución del conjunto. Las primeras palabras de Hebreos 8 afirman la realidad de Cristo como Sumo Sacerdote, sentado ya a la diestra ministrando en "aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre" (He 8:1-2). Sigue una referencia a los sacerdotes que presentan ofrendas y de ellos se dice: "los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés ... Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte" (He 8:5). ¿Qué es lo que fue mostrado a Moisés en el monte? Al repasar los detalles que determinan la construcción del tabernáculo y sus muebles, uno pensaría en una especie de maqueta que utilizara el divino Instructor con el fin de grabar las lecciones en la mente y memoria de Moisés, responsable de realizar una perfecta reproducción de lo que había visto. Quizá había algo de eso, pero seguramente había mucho más también, como se indica por las citas que se han destacado de Hebreos 8, según las cuales Cristo ministra en un santuario que tiene por centro "la diestra del trono de la Majestad en los cielos".
Lo que corresponde a este centro, en el santuario hecho con manos, es el arca, con el propiciatorio y los querubines. Al pasar al capítulo 9 de Hebreos encontramos una descripción de los dos compartimentos del tabernáculo, seguida por una lista de los muebles del interior de la "morada". El valor simbólico se señala en el versículo 9, donde se nota la insuficiencia de las comidas, bebidas, abluciones y ordenanzas "camales" impuestas hasta el tiempo de "enderezar" todas las cosas (así el fin del versículo 10, literalmente). Pero Cristo, ya presente, es Sumo Sacerdote de los "bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación" (He 9:11).
Siguiendo el simbolismo del día de la expiación (Lv 16), el autor de Hebreos dice: "entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (He 9:12). Con referencia a la sangre de toros y de machos cabríos y las cenizas de la becerra, el autor declara en (He 9:23): "Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que éstos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios" (He 9:23-24). El versículo 26, con referencia —en el tipo— a los sacrificios del día de la expiación, sitúa el sacrificio en el centro de todos los siglos: "ahora, en la consumación de los siglos, se presentó (Cristo) una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado". El capítulo 10 de Hebreos enfatiza el valor del sacrificio y de la entrada del gran Sumo Sacerdote al verdadero lugar santísimo, abriendo camino a través del velo, es decir, de su carne (He 10:10,13,14,18-22).
Moisés vio las esferas que rodean el trono de Dios, y quizá le fue concedido comprender algo del único sacrificio que podía "quitar de en medio el pecado" en la consumación de los siglos. No podemos ir más allá de lo que se ha revelado, pero los versículos que hemos citado hacen constar muy claramente que hay un tabernáculo real, no hecho de manos —es decir no material— y allí los dos puntos ejes son el trono, el lugar donde Dios se digna dar una manifestación especial de su gloria, y el Altar, o el lugar de sacrificio, que se sitúa en la cumbre de todos los siglos. El sacrificio ya pasó, pero queda su significado eterno. Al pasar a la nueva situación, "estando presente Cristo", y habiéndose consumado el único sacrificio una vez para siempre, el velo se rompe y, lejos de excluir al pecador —ya redimido— constituye el nuevo "camino". Ya no hay patio externo, un lugar santo y otro santísimo, sino la morada de Dios que se extiende a todos sus dominios, presidiéndolo todo Cristo como Sumo Sacerdote a la diestra, garantizando a todos sus dominios la plena bendición y la seguridad de todos los redimidos. Por fin, en el régimen de los siglos, no hará falta templo en la ciudad "porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (Ap 21:22).
En su conjunto, pues, el tabernáculo representaba las esferas que rodean el trono de Dios, ilustrando a la vez la obra de la redención. Pero no estaba presente Cristo aún, de modo que, al contemplar el tabernáculo material, volvemos a las vertientes positivas y negativas de su simbolismo; positivo fue el hecho de la manifestación de Dios entre su pueblo y la posibilidad de que su pueblo le rodeara, gracias a las provisiones plasmadas en los sacrificios; negativa es la indicación de que, en el tiempo preparatorio, el camino hasta el lugar santísimo no estaba franqueado. Los capítulos 8 al 10 de Hebreos nos llevan a la consumación del significado del plan de la redención formulado antes de la fundación del mundo, destacando la gran diferencia del nuevo pacto, ya que el único sacrificio se ha ofrecido, permitiendo que todos los que se humillen y crean puedan pasar a la presencia inmediata de Dios como sacerdotes espirituales.
3. Materiales, colores y números
Materiales. Los materiales que más se mencionan en relación con la construcción del tabernáculo son: oro, plata, bronce (cobre), madera de acacia, lino fino, tela de pelo de cabra, pieles de otros animales. Al pensar en el posible significado simbólico de estos materiales hemos de evitar dos extremos: el de dogmatizar en todos los casos, creyendo que el sentido ha de ser el mismo siempre a través de toda la Biblia; o el de menospreciar el lenguaje simbólico, limitándonos a meras consideraciones prácticas e históricas, atribuyendo el uso de los materiales a las costumbres religiosas generalizadas en el Oriente. No es posible hacer un largo inciso aquí sobre el simbolismo relacionado con los materiales, pero invitamos al lector a meditar en este hecho sencillo y fundamental: debido a que Dios nos revela verdades que pasan más allá de nuestra experiencia en este mundo, el lenguaje humano llega a ser inadecuado para este propósito, puesto que no sabemos cómo será la realidad espiritual y celestial detrás del velo de las cosas materiales que manejamos y las circunstancias humanas que nos son conocidas. Podemos tomar como norma el que Dios emplea lenguaje normal, que ha de interpretarse según las reglas de la hermenéutica, siempre que ello sea posible. Pero al pasar más allá de las posibilidades de los conceptos humanos y su expresión normal Dios se digna valerse del símbolo, que no nos dirá toda la verdad ni fijará exactamente el sentido de lo que se quiere revelar, pero sí abre una ventana en el cielo y nos ayuda a vislumbrar algo de lo de más allá. Esto se ve especialmente en los libros apocalípticos de Daniel y del Apocalipsis.
En la sección que estudiamos se trata no sólo de "lo de más allá", sino de los misterios de la redención que no podían contemplarse claramente hasta que viniera Cristo. En general el valor simbólico de un material se fija por su uso en repetidos contextos. Con todo, puede haber excepciones que se determinan por el contexto, y de allí surge el peligro del dogmatismo. Por ejemplo, fijándonos en el oro, parece razonable tomar este mineral precioso, duradero, resistente a los ácidos, símbolo y norma de valores monetarios hasta el día de hoy, como expresión de la divinidad del Señor en la obra del tabernáculo. Con todo, en el contexto de (1 P 1:18-20), representa los valores más altos de los hombres, que son "corruptibles" e incapaces de procuramos la redención.
No es posible justificar todos los simbolismos que hemos de notar a continuación, pero hallaremos "claves" que nos abrirán posibles significados en el curso del estudio detallado de los muebles. La plata se toma como el símbolo de la redención por razones que se indicarán más abajo. El bronce (cobre) se asocia con el juicio, y esto se deduce primordialmente por su uso en el altar de los holocaustos. La madera de acacia, desde el punto de vista histórico, se empleaba porque se hallaba poca madera en la península de Sinaí aparte de este árbol que resiste el calor y puede desarrollarse con un mínimo de agua. Con todo, en contraste con el oro, y siendo producto de la tierra, no es descabellado —en vista de muchos contextos— pensar que podría señalar la humanidad del Señor. El lino fino, con los dibujos y colores asociados con él en el tejido del velo, recibe, como veremos, luz especial en la Epístola a los Hebreos. Con las cubiertas de pelo de cabra y de tejones —animal que no se ha identificado— pasamos a un terreno donde poca luz se recibe de sus contextos bíblicos; en tales casos no se han de excluir suposiciones discretas, pero debemos evitar todo dogmatismo, pues se trata de nuestro concepto de lo que sería adecuado. Es de lamentar que, al querer sacar el sentido espiritual del tabernáculo, haya enseñadores que echan mano de clichés del siglo pasado como si tuviesen una autorización dogmática, sin volver sobre las fuentes para ver si estas cosas son así.
Colores. Una obra de tanto prestigio como The International Standard Bible Encyclopedia dedica algunos artículos al uso de los colores en la Sagradas Escrituras, discurriendo sobre sus posibles simbolismos, de modo que no hemos de creer que la consideración de ellos es algo limitado a escuelas tradicionalistas. De hecho, los términos hebreos del original no son siempre tan claros como aparentan ser en nuestra traducción, ya que el oriental pensaba más en la sustancia y el uso del material que no en su color. Los colores azul, púrpura y carmesí se emplean en el velo, en la "tienda" interior, en la cortina exterior y en la cortina a la puerta del patio; y como veremos, el velo se define en (He 10:20) como "la carne" del Señor Jesucristo, término que necesitará más explicación en su lugar. El azul se toma —por una analogía obvia— como símbolo de lo celestial. La púrpura, por ser un tinte de gran valor que los fenicios extraían del marisco murex, señalaba realeza o la preeminencia de magnates. Carmesí se traduce también por escarlata o grana, y el tinte se derivaba de la hembra del insecto coccus ilisis. La característica que más se destaca es su brillantez y se emplea en contextos muy variados. Es un error, por lo tanto, pensar: "La sangre es de color carmesí, y, por lo tanto, este color tiene que representar simbólicamente la sangre". Recordemos que en (Is 1:18) describe el horror llamativo del pecado. El uso de este color en el velo podrá destacar las glorias del Señor.
Números. Las dimensiones del tabernáculo y su atrio se determinan con gran exactitud en la descripción del "modelo" que Jehová dio a Moisés, pero ni los escriturarios más dados al simbolismo se atreven a muchas explicaciones en este caso. Existe lo que se conoce como numerología, pero tratándose de las dimensiones del tabernáculo los números son muy variados, empleándose poco los que llevan significados más o menos reconocidos, como tres, cuatro, siete, doce, cuarenta. Lo importante parecen ser las proporciones de las dimensiones de los componentes del tabernáculo. El número siete —que suele significar algo que llega a su debida consumación— se halla en relación con la serie de sacrificios ofrecidos para la consagración de Aarón y de sus hijos (Ex 29:37).

El sacerdocio y los sacrificios

1. La importancia del sacerdocio
Aarón y sus hijos. El complicado ritual del sistema levítico no podía ponerse en marcha hasta que hubiera "templo", siquiera portátil, que proveyera el marco adecuado y el instrumental necesario para las funciones sacerdotales. Por eso la descripción del tabernáculo ocupa dos secciones del libro de Éxodo, separadas por el triste inciso del pecado de la adoración del becerro de oro. Levítico había de ser el libro que desarrollara el tema de los sacerdotes y de los sacrificios, pero, con todo, a fin de que el tabernáculo no fuese una mera "cáscara" material, Dios dio a Moisés los detalles de las vestiduras del sumo sacerdote y de sus hijos (capítulo 28) y ordenó el culto de consagración para ellos (capítulo 29), bien que esta ceremonia había de detallarse más cuando llegara el momento histórico de su cumplimiento (Levítico capítulos 8 y 9). Aquí nos limitaremos a subrayar los conceptos primordiales del sacerdocio ateniéndonos a los datos que constan en el texto inspirado. Ya hemos visto que el centro del lugar sagrado era el "trono de Dios", ya que su presencia se manifestaba en el lugar santísimo. De Dios, por Dios y para Dios son todas las cosas, exclama Pablo en (Ro 11:36), de modo que la meta final había de ser el disfrute permanente de su presencia.
Mientras tanto se había de mantener la comunión posible con Dios, pese al hecho del pecado que anidaba en el corazón de todos los israelitas, afectando tantas veces su comportamiento colectivo a través de los siglos que habían de intervenir antes de convertirse la sombras del tabernáculo en la gloriosa realidad de la obra de Cristo que hemos notado en Hebreos 8 al 10. Sólo la sangre, como señal de la vida de valor infinito que había de ofrendarse en el Calvario, podía procurar la continuación de la comunión de Dios con el pueblo escogido. En esencia, el sumo sacerdote del orden levítico era mediador entre Dios y el pueblo sobre la base de los sacrificios, que, sin duda, representaban distintos aspectos de la obra de la cruz.
El autor de Hebreos resume las funciones del sumo sacerdote de este modo: "Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados" (He 5:1). Así era Aarón, y así había de ser Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, pero éste había de ejercer sus funciones sobre un plano de realización y de consumación. Los hijos de Aarón se asociaban con él para el debido cumplimiento de sus funciones, pero la figura que se destaca es el mismo sumo sacerdote. Los levitas eran "dados" a los sacerdotes para lo que podemos calificar de "trabajo manual", sin llegar a sacrificar víctimas salvo en circunstancias muy especiales. Ya hemos visto que todo israelita piadoso tenía el privilegio de mantener comunión espiritual con Dios, pero la vida corporativa del pueblo escogido exigía que determinados hombres y mujeres se mantuvieran en estado de "limpieza ceremonial" para poder participar en el culto nacional ordenado por Dios. Estas provisiones y los esfuerzos por mantener esta "limpieza" externa podían llegar a ser onerosos, o convertirse en mero legalismo, si no tocaban el corazón del adorador, pero Dios ordenó este largo período de disciplina y de entrenamiento, y nosotros no somos llamados a criticarlo sino a aprender las lecciones de esta escuela divina. De paso podemos recordar que muchos de los términos que expresan la doctrina neotestamentaria de la cruz se forjaron mediante las sombras del tabernáculo, pasando al idioma griego a través de la traducción griega LXX.
El sacerdocio aarónico y el del "orden de Melquisedec". Aun antes de presentar a Cristo como el Sumo Sacerdote del tabernáculo, el autor de Hebreos había dedicado bastante espacio a su carácter y misión como "Rey-sacerdote" según el orden del Melquisedec, siendo Hebreos capítulo 7 el comentario inspirado sobre (Gn 14:17-20) y el (Sal 110:4). El salmo profético declara: "Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec". Sin duda resulta sumamente difícil resumir un tema tan complicado en un párrafo introductor de este capítulo de nuestro comentario, y sólo cabe decir que el sacerdocio aarónico ocupa una especie de paréntesis que tiene por término el sacrificio de Cristo en el Calvario en la consumación de los siglos. Al llegar a la consumación de la obra redentora, Cristo, el Dios-hombre, actuó como Sacerdote y era, a la vez, la víctima inmolada, ya que "se ofreció a sí mismo". Después de la muerte y resurrección de Cristo el sacerdocio de los sucesores de Aarón en la tierra llegó a ser (espiritualmente) inoperante, ya que el velo había sido rasgado, abriéndose camino vivo que llegaba hasta el lugar santísimo. Antes de inaugurarse el sistema levítico cada rey —o jefe de tribu—había sido también sacerdote de su pueblo, como en los casos de Melquisedec mismo, Job, Abraham, Isaac, etc. Sigue la necesidad de un Mediador y de un Sumo Sacerdote compasivo que actúe a favor del pueblo, pero el sacrificio no ha de repetirse, ya que el ofrecido en el Calvario satisfizo una vez para siempre las justas demandas de Dios frente a un pueblo pecador. El valor de la sangre permanece; y es base del sumo sacerdocio actual; pero el Mediador mismo es Rey-sacerdote que no sólo sirve a su pueblo sino que "espera hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies" (He 10:12-13).

El nuevo pacto

No podemos estar seguros de la propiedad de saltar, sin más, de la forma y detalles del tabernáculo a la Iglesia. Sin duda la Epístola a los Hebreos fue dirigida a creyentes de origen judío, que formaban parte de la Iglesia. Sin embargo, lo que interesaba al autor era hacerles ver —en vista de una tendencia a volver al judaísmo— que el nuevo pacto había traído a una gloriosa consumación todo lo prefigurado en el Antiguo. El tema, pues, es la consumación del nuevo pacto en relación con el pueblo de Dios, designación que podría abrir horizontes más amplios que sólo la Iglesia en su testimonio especial durante esta dispensación.
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