Estudio bíblico: Preparándose para entrar en la Tierra Prometida - Exodo 23:14-24:18

Serie:   El libro de Éxodo   

Autor: Ernestro Trenchard y Antonio Ruiz
Email: antonio_ruiz_gil@hotmail.com
España
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Preparándose para entrar en la Tierra Prometida (Exodo 23:14-24:18)

Las tres grandes fiestas del año religioso (Ex 23:14-19)

El valor de las fiestas. A primera vista parece una obligación bastante onerosa que todos los varones israelitas tuviesen que dejar sus trabajos para realizar el viaje al centro religioso de la nación, fuese el tabernáculo o el templo en Jerusalén, tres veces al año, con el fin de participar en las fiestas prescritas. Tengamos en cuenta que tales reuniones, en escala masiva, eran conocidas en varias zonas y épocas de la antigüedad. Dentro de Israel eran conocidas en varias zonas y épocas cortas. Siglos más tarde de la promulgación de la ley, los griegos de distintas ciudades dispersas acudían a los juegos olímpicos (y otros), siendo estos viajes mucho más largos que los necesarios para llegar al centro de Israel desde sus puntos extremos. Muchos historiadores conceden gran valor a estos juegos de los griegos, ya que promovían la intercomunicación, afirmando la unidad de la raza y de la civilización, pese a la fragmentación política que era normal en las épocas de la libertad.
En el caso de Israel, estas santas congregaciones ayudaban poderosamente a mantener la unidad religiosa y política de las doce tribus, pese a ciertas tendencias dispersivas. Si hoy en día se considera normal que muchos disfruten de un mes de vacaciones, no debe considerarse una pérdida extraordinaria de tiempo el que los israelitas hicieran su peregrinación tres veces al año en compañía de sus familiares y vecinos. Seguramente el pueblo ganaba mucho en salud, y, tratándose de tiempos de obediencia, se gozaban en el Señor y en comunión los unos con los otros. Esta alegría y comunión halla expresión poética en los llamados "salmos graduales", exclamando el israelita piadoso: "Yo me alegré con los que me decían, a la casa de Jehová iremos" (Sal 122:1). No había televisión, ni radio ni periódicos, de modo que las peregrinaciones orientaban a los israelitas en cuanto a lo sucedido en el país y en el extranjero.
Naturalmente, las ventajas que hemos notado son de orden secundario, ya que el objeto de cada fiesta era el de glorificar al Señor, rindiéndole el culto que debía recibir de su pueblo redimido.
El origen de las fiestas. Las tres grandes fiestas correspondían a tres señaladas épocas del calendario agrícola, muy conocidas antes de redactarse el libro del pacto: 1) la primavera, con las primicias que prometen la abundancia de las cosechas; 2) la siega de lo sembrado, cincuenta días después, con la posibilidad de presentar panes de la harina nueva; y 3) la recolección de los frutos del campo en lo que —en otros lugares— se llama la fiesta de los Tabernáculos, o enramadas, ocasión de gozo al finalizarse el año agrícola en el otoño. Como tales fiestas agrícolas, eran conocidas por todas las tierras del Medio Oriente, pero plugo a Dios poner su sello sobre ellas, dándoles un sentido profundamente religioso en relación con la adoración del Eterno, Dios de Israel y también el Creador de todas las cosas. Notemos estas frases determinativas en cuanto al calendario total: "Tres veces en el año ME celebraréis fiesta ...y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías" (versículos 14, 15 y 17).
La fiesta de los panes sin levadura (Ex 23:15). "Como yo te mandé" recuerda que Moisés ya había recibido amplias instrucciones sobre la celebración de la Pascua, y referimos al lector a las notas sobre ella. En este resumen del libro del pacto se recuerda la salida de Egipto, pero enfatizando que la fiesta había de durar siete días, durante los cuales los israelitas habían de comer ázimos, o panes sin levadura. No se pierde el significado histórico, pero se subraya la necesidad del alejamiento del pecado, manifestándose un verdadero espíritu de obediencia.
Esta fiesta se reviste de tal importancia que se vuelve a mencionar en el versículo 18, pues, sin duda, hemos de entender aquí la sangre derramada del cordero pascual al emplear la frase "la sangre de mi sacrificio", que hace eco de (Ex 12:26-27). En relación con este sacrificio hallamos en los dos pasajes la misma prohibición de la presencia de pan leudo. El mandato de no dejar "la grosura de mi víctima" hasta la mañana nos recuerda que los restos del cordero pascual habían de ser quemados para evitar todo riesgo de corrupción (Ex 12:10).
La fiesta de la siega (Ex 23:16). El capítulo 23 de Levítico complementa la información que se da aquí sobre el calendario religioso de los israelitas, y, muy relacionado con la Pascua, tenemos la fiesta de Primicias. Aquí se pasa a lo que, posteriormente, se había de llamar la fiesta de pentecostés; nombre que se deriva de los siete septenios que la separaban de la Pascua. Se llama aquí "la fiesta de la siega", los primeros frutos de tus labores que hubieres sembrado en el campo. No se trata de la primera espiga posible (primicias), ni de la siega otoñal, sino de las primeras cosechas de cereales, que empezaban con las de cebada y pasaban a las del trigo. En (Lv 23:16-17) se habla del "nuevo grano" que se ofrece a Jehová, y al mismo tiempo se presentaban dos panes con levadura como ofrenda mecida. Era ocasión de gozo, ya que el pueblo empezaba a aprovechar el fruto de sus trabajos en los campos. Los judíos asociaban esta fiesta con la promulgación de la ley; sin embargo, bien que la época del año coincide más o menos, no es concepto bíblico.
La fiesta de la salida del año (Ex 23:16). Hallamos aquí el primer esbozo de una fiesta que había de adquirir gran importancia en la vida del pueblo de Israel, sobre todo después de su retorno del cautiverio de Babilonia. La "salida del año" se refiere al año agrícola, pues ya se lleva a cabo la vendimia, se recogen las aceitunas, y se mete en casa el rendimiento de los árboles frutales. Coincidía aproximadamente con nuestro mes de octubre.
El valor simbólico de las fiestas. Puesto que el Cordero de Dios fue ofrecido en la época de la Pascua, enlazando él mismo los conceptos de lo antiguo de la fiesta con la consumación del nuevo pacto, es natural que la Iglesia haya recogido tal fecha para celebrar la muerte y la resurrección del Señor. No existe necesidad para ello, y llega a ser un mal si el sagrado recuerdo de la muerte se limita a cierta época. Pero hacemos bien en notar que la "Semana Santa" halla sus raíces en este antiquísimo documento llamado el "libro del pacto". De igual manera, pentecostés fue escogido por Dios como fecha para el descenso del Espíritu Santo y el nacimiento de la Iglesia, ilustrando la manera en que el "grano de trigo" que cayó en tierra y murió llegó a ser "dos panes con levadura": el conjunto de los suyos, no sin manchas del pecado pero surgido de la cosecha de la cruz. Lo que nos interesa es el gran plan de la redención, pero nos gozamos en poder discernir un esbozo, muy borroso aún, de lo que ha de revelarse como el plan de la redención.
Al final de las instrucciones acerca de las fiestas principales hallamos una reiteración de la obligación de traer los primeros frutos de la tierra "a la casa de Jehová tu Dios" (Ex 23:19). En esta etapa de la revelación sobre un culto centralizado se suele emplear una paráfrasis para el templo, algo como (con variantes): "El lugar que el Señor tu Dios escogiere para poner allí su nombre", puesto que nada se había determinado aún sobre Sión, que había de surgir conjuntamente con el trono de David. Naturalmente "la casa de Jehová tu Dios" puede entenderse en sentido muy amplio para incluir el Tabernáculo en su día, además de los arreglos hechos durante el período de los jueces, hasta llegar a la culminación de la gran obra de David y de Salomón.
El cabrito y la leche de la madre (Ex 23:19). La extraña prohibición que termina los preceptos del libro del pacto se repite tres veces en los libros de Moisés, aquí, en (Ex 34:26) y en (Dt 14:21), lo que pone de relieve su importancia. Los antiguos expositores no sabían qué explicación dar a la prohibición, y solían atribuirlo al carácter antinatural del rito, aun tratándose de animales. La arqueología ha venido a echar luz sobre el asunto, puesto que se halla un texto denominado "El nacimiento de los dioses" entre los libros de la biblioteca de Ras Shamrah (véase Peake's Commentaty, 1964 in. loc.) por el que sabemos que era costumbre de los paganos guisar cabritos en la leche materna con el fin de esparcir el caldo y la carne deshecha sobre los campos, como parte de los "ritos de fertilidad". Los israelitas habían de esperar la bendición del campo de Jehová su Dios, creador del cielo y de la tierra, evitando las abominaciones de los ritos mencionados que rozaban con la inmoralidad más desenfrenada.

El Ángel guiador y protector (Ex 23:20-23)

La personalidad del Ángel. Bien que el Ángel no se menciona directamente después del versículo 23 es claro que él dirige todas las operaciones de la conquista que se detallan hasta el fin de la sección. Al comentar Éxodo capítulo 3 ya notamos que el término "ángel" en sí quiere decir "mensajero", utilizándose tanto para hombres que llevan a cabo misiones bajo órdenes de sus superiores como para mensajeros celestiales que sirven al Altísimo en el desarrollo de sus planes. Cuando se destaca la personalidad del ÁNGEL, como en el pasaje referido de "la zarza" y aquí al hablar del futuro de Israel, notamos que a veces el Ángel llega a ser identificado con Jehová, bien que se percibe una nota de subordinación tratándose del cumplimiento de una misión. No sabemos por qué la obra de Dios —que se presenta en general en términos muy directos y valiéndose el autor de expresiones antropomórficas— se ha de describir indirectamente aquí como misión del Ángel, pero no nos toca dilucidar este misterio sino observar con cuidado los términos empleados dejando las razones fundamentales a la sabiduría infinita de Dios.
Al estudiar el Evangelio de Juan hallamos los mismos conceptos de "identificación" y de "subordinación", con referencia al Padre y al Hijo, pero en el Nuevo Testamento nos hallamos mejor orientados puesto que se revela la encarnación del Hijo, quien lleva a cabo el plan de redención determinado desde antes de la fundación del mundo, sin perder por eso su naturaleza divina. Aquí estamos en época anterior a la encarnación, sabiendo, sin embargo, por la luz del Nuevo Testamento, que el Verbo era siempre el agente divino de todas las obras de Dios. De acuerdo, pues, con la mayoría de los expositores que toman como norma la autoridad inspirada de toda la Biblia vislumbramos aquí algo de la obra especial del Verbo, quien siempre llevaba a cabo los pensamientos y proyectos del Padre. La identificación entre Jehová y el Ángel se destaca claramente en la frase "mi NOMBRE está en él" (Ex 23:21), puesto que el nombre —para los hebreos— encama la idea de identificación y de plena autoridad. Se confirma por el versículo 22: "Pero si en verdad oyeres SU VOZ e hicieres todo lo que YO te dijere...", que identifica la voz del Ángel con las palabras de Jehová.
La misión del Ángel (Ex 23:20-23). Largos trechos de camino desérticos separaban aún a los israelitas de la Tierra de Promisión, acechándoles bastantes enemigos en la ruta. Canaán se hallaba poblada por "las siete naciones", según las listas como la del versículo 23. Por medio de Moisés Dios había ordenado la vida civil, religiosa y jurídica del pueblo, pero quedaba por realizar el largo viaje que lo llevaría a Canaán. El pueblo necesitaba guía, protección y potencia, y todo ello se le promete enfatizando la misión del Ángel de Jehová, quien había de ir delante, guardando al pueblo hasta que fuese introducido en el lugar preparado (versículo 20). Se destaca la labor del Ángel como precursor en el versículo 23, ya que había de preparar la entrada de Israel en Canaán cuando tendría que hacer frente a los moradores de la tierra. El pueblo de Dios andaría por un camino ya trillado por quien se revestía de todo el poder del Omnipotente. Según la figura del versículo 22 había de ser el gran aliado de Israel, lo que suponía una lucha contra sus enemigos.
La piedra de toque de la obediencia (Ex 23:21-22). Dios anima a su pueblo dándole estas seguridades de ayuda especial, prometiéndole potencia, que sobrepujaría toda la fuerza de los enemigos. Sin embargo, todas las promesas dependían de su sumisión al aviso: "Si en verdad oyeres su voz...". A este principio tendremos que volver con mucha frecuencia.
Los juicios del Ángel (Ex 23:21). Algunos expositores han expresado sorpresa frente a la admonición del versículo 21: "Guárdate delante de él y oye su voz; no le seas rebelde, porque él no perdonará vuestra rebelión...". Admitiendo que el Ángel sea el Verbo eterno, quien lleva a cabo las obras de Dios en la historia, les extraña que aquel que había de llamarse Jesús, porque perdona a su pueblo de sus pecados, se represente aquí como juez que no perdonará la rebelión.
De hecho no hay contradicción alguna, sino sólo distintas facetas de la verdad que Dios revela. El Señor Jesucristo —según se revela en el Nuevo Testamento— ha de ser juez, y, de hecho, puso bajo sus juicios a los líderes judíos rebeldes de su día. El Dios-hombre es Salvador y ha hecho posible la salvación de todos, pero ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se promete en parte alguna que los rebeldes serán perdonados, ya que ellos mismos se excluyen del pacto de gracia.
Es verdad que Dios conservaba al pueblo de Israel con el fin de que su misión histórica se cumpliera, pese a multitud de rebeliones que luego se notan. Con todo, no faltaban juicios severos que caían sobre los promotores de subversiones. Al mismo tiempo, Dios podía otorgar su perdón a los sumisos y conservar la nación, gracias a la obra de expiación y de redención que se representaba simbólicamente por medio del culto levítico que hemos de estudiar en el próximo capítulo.

Vislumbrando la conquista (Ex 23:23-33)

Las naciones cananeas y sus prácticas (Ex 23:23). El territorio de Canaán nos parece limitado, especialmente en la parte que media entre el Jordán y el Mediterráneo, y, pasados los siglos, los israelíes de hoy comprenden la necesidad de mayor anchura por razones estratégicas. Es preciso recordar que durante los siglos próximos al Éxodo el potentado que dominaba una ciudad y sus contornos se llamaba "rey", y que se hallaban muchos de estos reinos diminutos en Canaán. Teniendo en cuenta la lentitud de las comunicaciones, todas las distancias parecían mucho más largas entonces. A veces —después de las iniciativas de Nimrod— grandes conquistadores se apoderaban a la fuerza de muchas ciudades y zonas, imponiéndoles su voluntad como "emperador", pero los pueblos en sí seguían siendo muy fraccionados.
Debido a su posición geográfica, muchas gentes pasaban por Canaán, y según el significado de los movimientos migratorios o las fortunas de las guerras, algunos fragmentos de distintas razas lograron establecerse en zonas distintas del país. Los pueblos más arraigados eran los cananeos y los amorreos, que a veces se confunden, y éstos ocupaban las costas y los valles más importantes. Luego aparecerán los jebuseos como dueños de Jerusalén y de sus contornos hasta la época de las victorias de David. Los heteos equivalen a los hititas, y serían grupos de la gran raza hitita que durante siglos dominaban el centro y el occidente de Asia Menor, extendiéndose hasta el río Éufrates. Los heteos de nuestra lista serían ramas desgajadas del reino principal que habían ocupado partes de Canaán. Los demás pueblos nombrados tenían importancia muy relativa y poco se sabe de ellos. Desde los días de Abraham se habían producido cambios, como se aprecia si comparamos la lista de (Gn 15:18-21) con la que tenemos a la vista, pero la raza típica era la de los amorreos, aun en tiempos patriarcales, y a Israel no le fue permitido exterminar a los moradores de la tierra hasta que hubiese llegado a su colmo la iniquidad de los amorreos (Gn 15:16).
La profecía dada a Abraham echa mucha luz sobre el contenido de este epílogo, ya que nos enseña que Dios no tiene favoritos en sentido nacional y carnal, pues aun el plan de colocar a su siervo Israel en su tierra tuvo que esperar el momento de juicio, cuando las naciones cananeas habían llegado al límite de la iniquidad permisible bajo el justo gobierno providencial de Dios, siendo focos de contagio moral que envenenaban a los mismos pueblos, las generaciones sucesivas y las naciones adyacentes. En estas circunstancias el exterminio llegó a ser una operación quirúrgica ineludible.
La iniquidad de los amorreos se hallaba en íntima asociación con la idolatría que de nuevo se prohibe, añadiéndose el mandato de quebrar totalmente sus estatuas (Ex 23:24). Naturalmente, había imágenes de dioses y diosas en los templos paganos y sus laterales, pero aquí "estatuas" son estelas o columnas, que podían colocarse frente a casas particulares en "lugares altos". Antes de consagrarse a su misión de salvar a Israel, Gedeón tuvo que derribar el altar de Baal y también cortar la "imagen de Asera" que estaba junto a él (Jue 6:25-32), tratándose en el último caso de la columna levantada en honor de la diosa, llegando a llamarse los símbolos por el nombre de la diosa, "Asera". Eran símbolos de toda clase de inmoralidad —la "asera" representaba el "árbol de la fertilidad"— de modo que su destrucción no ha de considerarse como un acto de vandalismo —aun si fuesen notables obras de arte, que no lo eran normalmente— sino la limpieza moral necesaria antes de implantarse el culto de Jehová.
Las bendiciones prometidas al pueblo fiel (Ex 23:25-27). Ya hemos notado que la "piedra de toque" había de ser la obediencia. Si Israel se consagrara al servicio de Jehová su Dios, limpiando su tierra de las abominaciones de los idólatras, sería bendecido de varias maneras. "El pan y agua" no corresponde a un régimen de penitencia sino que simboliza el sostén material, según la analogía de la petición del "Padre Nuestro": "Nuestro pan cotidiano, dánoslo hoy". Se repiten las promesas dadas en Mara sobre el nivel de salud del pueblo, que había de estar libre de muchas de las enfermedades de las naciones vecinas. Las madres serían fértiles, sin perder a sus criaturas. Los ancianos llegarían al término adecuado de sus días en la tierra. Son promesas propias de la vida natural, puesto que de ello se trata al tomar posesión de Canaán, pero ello no excluye las bendiciones de orden espiritual, de las cuales las naturales vienen a ser la señal externa, como vemos por tantas expresiones en los Salmos. Todas estas promesas son condicionales, siendo imposible que los rebeldes reclamen para sí el bendito fruto que brota de las raíces de la gracia divina.
La ayuda divina para la conquista (Ex 23:27-30). Había de caer una especie de pánico colectivo sobre los reinos de Canaán, y seguramente, si los israelitas no hubiesen fallado tan lamentablemente en Cades-barnea (Nm 13-14), cuando estaba aún más vivo el recuerdo de las plagas de Egipto y la destrucción del ejército de Faraón, este "terror" habría abierto más puertas al avance de las fuerzas armadas de Israel. Pero aun después de treinta y ocho años más era notorio en Canaán que Israel disponía de un poder misterioso que multiplicaba la eficacia a sus campañas militares. Al notar el efecto de la prolongación de las plagas en Egipto recordamos la confesión de Rahab a los dos espías: "Sé que Jehová os ha dado esta tierra ... ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jos 2:9-11). Los gabaonitas, habitantes de una de las ciudades más afamadas de Canaán, prefirieron la esclavitud al riesgo de pelear contra Israel (Jos 9). Otro ejemplo es el miedo de Balac rey de Moab, quien, al llamar a Balaam, buscaba auxilios mágicos con el fin de contrarrestar el misterioso poder de Israel (Nm 22-24).
Con todo, no era conveniente que una guerra, que suponía el exterminio de mucha gente, diera como resultado una despoblación tal de las tierras que éstas sufriesen deterioro, multiplicándose las fieras que aún abundaban en Canaán. La lectura de Josué da la impresión de una serie de grandes victorias logradas en el sur, centro y norte que puso la tierra rápidamente bajo el poder de los israelitas, pero hemos de fijamos también en la mención frecuente de pueblos que no fueron expulsados o exterminados entonces. Una victoria militar es siempre importante, pero los vencedores no se hallan siempre en condiciones de explotar su triunfo hasta el punto de poder dominar y organizar grandes extensiones de territorios, y por ello las fuerzas enemigas pueden recuperar bastante de lo perdido. De hecho, en el tiempo de Josué y los jueces, los israelitas se hacían fuertes más bien en las regiones montañosas del sur, centro y norte, y sobre la misma época los filisteos afirmaron más su dominio en la región costera del S.O. Sólo las victorias de David lograron el pleno fruto de la conquista. Más tarde, en vista de los muchos desvaríos del pueblo, Dios dio otra razón para no desplazar a todos los cananeos en seguida, dejándolos judicialmente para la prueba y castigo de Israel en sus épocas de apostasía (Jue 2:20-23).
"Enviaré delante de ti la avispa" (Ex 23:28) es una frase que ha dado lugar a mucha discusión. ¿Acaso sería la avispa capaz de echar fuera al heveo, al cananeo y al heteo delante de Israel? Una plaga de avispones en gran escala, cuya picadura provoca mucho dolor, siendo capaz de causar la muerte, podría determinar la evacuación de ciertas zonas afectadas por ella, de modo que el sentido literal dista mucho de ser imposible o ridículo. Con todo, el célebre arqueólogo Garstang, basándose en el hecho de que cierto tipo de avispón —al igual que la serpiente— se consideraba como símbolo de la fuerza de Egipto, creía que la frase representa las frecuentes invasiones de Canaán realizadas por los faraones de Egipto durante el período de las peregrinaciones en el desierto, con el fin de establecer —o mantener— su soberanía sobre los pueblos de Canaán. Sin duda estas incursiones debilitaban a distintos reinos de Canaán, envolviéndolos en frecuentes luchas que surgían de las intrigas de la diplomacia egipcia, según se lee en la biblioteca descubierta en Tell-el-Amarra, Egipto, que conserva la correspondencia del Departamento para Asuntos Extranjeros de la casa real de Egipto durante el período que precedió a la invasión israelita. La teoría de Garstang es interesante y toma en cuenta las condiciones de la época, pero no puede darse por probada.
La extensión de la tierra (Ex 23:31-33). ¿Cuáles son los límites de la Tierra Santa? A veces la tierra parece ser la que se extiende entre el Jordán y el Mediterráneo, y desde el río de Egipto hasta el Líbano. Sin embargo, las tierras de Galaad y de Hesbón, al este del Jordán, fueron conquistadas antes que las del oeste del Jordán, y, entregadas a las dos tribus y media, formaban parte de la herencia de Israel. Fue desde aquella región de donde David volvió a hacerse con el poder real después de la sublevación de Absalón. Hubo pues una "Canaán mayor" que abarcaba tierras colindantes con los reinos de Amón, Moab y Edón, sujetos éstos a Israel en días de prosperidad. La promesa original que Dios dio a Abraham, después de la ratificación del pacto abrahámico, abarcaba mucho más que esto, asegurando el Señor al patriarca: "A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates" (Gn 15:18). Efectivamente, como imperio, bajo el dominio de Israel, David dejó esta vasta extensión de territorio a su hijo Salomón, y la promesa se cumplió literalmente. Sin embargo, una cosa es dominar sobre varios pueblos y otra es habitar la tierra.
Los términos del versículo 31 no son fáciles de comprender. Como vimos al describir el Éxodo, "el Mar Rojo" se emplea o para la zona del canal de Suez, o para el mar profundo que rodea la península de Sinaí. "El mar de los filisteos" sólo puede ser el que baña el litoral S.O. de Israel, y sorprende que hubiese recibido un nombre que lo asocia tan íntimamente con los filisteos en la época de esta comunicación. Es el único texto que da a entender que Dios incluía la península de Sinaí en su donación a su pueblo. El epílogo al libro del pacto termina con otro aviso sobre el peligro de hacer alianzas con los pueblos de Canaán, "ni con sus dioses", ya que se reconocía una identificación entre las divinidades, los reyes y los pueblos que las adoraban. Inspira este último aviso el principio fundamental de que la tierra había de ser de Jehová, entregada a Israel para el cumplimiento de su misión, y no como propietarios. Según el plan de Dios esta área había de ser "tierra santa", separada geográfica y étnicamente de las gentes para el servicio de Dios. Cualquier clase de sincretismo llegaría a ser "tropiezo" para el pueblo-siervo, deshonrando, además al Dios de la tierra.

La confirmación del pacto y su importancia

La ocasión de la ratificación. Volvemos a resaltar el orden de la presentación de las distintas facetas de la promulgación de la ley y la aceptación del pacto por el pueblo. Primeramente, hubo la proposición de parte de Dios y la aceptación preliminar del pueblo, que aún no sabía lo que implicaba este tremendo contrato entre Jehová y ellos (Ex 19:3-8). No era posible proceder a la confirmación del pacto hasta que Dios se hubiese revelado en su majestad y gloria, con el fin de que el pueblo "temiese" al comprender el dominio, la santidad y la justicia de su Dios. De en medio de la "nube" procedía la voz que promulgaba los grandes principios de las demandas de Dios frente a una raza que él había creado, pero que había caído siguiendo directrices satánicas. En cuanto a Israel en particular, el "matrimonio" entre Jehová y el pueblo había de fundarse en la obediencia de modo que el anuncio del Decálogo había de preceder a la ratificación del pacto. Pero el DECÁLOGO pese a la claridad y la autoridad de sus diez palabras, no aplicaba los principios a la vida diaria de un pueblo oriental, ya regido por su "ley común", y de ahí la necesidad de la comunicación del LIBRO DEL PACTO que acabamos de estudiar. El pueblo ya pudo expresar su voluntad de confirmar su pacto con Jehová con mucho más conocimiento de causa, que involucrara mayor sentido de responsabilidad. Antes de completarse cuarenta días se había de ver que ni aun la visión de la gloria de Dios había inculcado aquel santo temor en grado suficiente. En la respuesta del pueblo volvemos a echar de menos una confesión sincera de debilidad moral frente a las exigencias de la ley, que ya conocían.
Un aviso preliminar (Ex 24:1-2). Antes de la lectura del libro del pacto y la ratificación del pacto mismo se introduce un aviso preliminar sobre el ascenso al monte —hasta un lugar determinado— de Aarón, con Nadab y Abiú, sus hijos mayores, además de setenta ancianos del pueblo. No había de subir el pueblo, y sólo Moisés llegaría al máximo acercamiento a Jehová que fuese posible. El anuncio fue dado a Moisés en el monte y se cumplió después de la solemne ratificación del pacto, según el relato de los versículos 9 al 11.
Un anuncio general (Ex 24:3). Moisés tuvo otro encuentro con el pueblo después de haber recibido los preceptos del libro del pacto, y suponemos por el versículo 3 que les dio por lo menos un resumen de cómo se había de aplicar el Decálogo a la vida del pueblo. En contestación el pueblo afirmó: "Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho". Reiterando las consideraciones que expresamos frente a la declaración anterior es evidente que Israel había de colocarse en postura de obediencia y de sumisión frente a la voluntad manifiesta de Dios; sin embargo, no hay señal alguna de la necesaria comprensión de que no eran capaces de obedecer aparte de las provisiones de la gracia de Dios. La suficiencia propia era mal consejo en aquel momento solemne en que Israel se colocó debajo de la ley.
El libro escrito (Ex 24:4). No se dice nada del tiempo que invirtió Moisés en la redacción por escrito de los preceptos y ordenanzas del libro del pacto. Como profeta que era no tenía dificultad en recordar los oráculos divinos, y el arte de escribir era ya muy conocido. Podemos pensar en rollos de pergamino como medio material para plasmar el mensaje, ya que el papiro sería poco duradero, y bien que los babilonios y otros escribían en tablillas de barro no parece que este medio vaya bien con el contexto, según se interpreta en (He 9:19). No nos olvidemos que esta labor de redacción dio principio a la publicación de la ley, y quizá fue el primer núcleo de todo el Pentateuco. Sin duda Moisés empleaba documentos muy antiguos al redactar Génesis, pero es probable que aquella labor fuese posterior a estos principios de plasmar la ley en un documento; en este caso el versículo 4 señala la primera entrega de "la Palabra de Dios escrita".
El altar y las doce columnas (Ex 24:4). Ya que la voluntad de Dios se había plasmado en un libro, Moisés procedió rápidamente al solemne acto de ratificación, madrugando para ello (versículo 4). El altar era necesario para los sacrificios, y sin la sangre de éstos hubiese sido imposible confirmar el pacto. Sin duda Moisés, al levantar el altar, siguió las instrucciones ya recibidas según (Ex 20:24-25), empleando o tierra o piedras sin labrar. Las "columnas" encerraban peligros en comunidades dadas a la idolatría, pero los hebreos podían levantarlas como memoriales de personas o de acontecimientos señalados que habían de ser recordados. El altar hablaba del acceso a Dios por medio del sacrificio. Las columnas representaban a la totalidad del pueblo de Israel: las "doce tribus" como número completo y redondo. El escenario sigue siendo el pie del monte donde Jehová aún manifestaba su presencia.
Los holocaustos y sacrificios de paces (Ex 24:5). Los holocaustos eran conocidos desde antes de los tiempos de Noé, y también se ofrecían sacrificios de paz en los albores de la historia de este pueblo y de otros. No habiendo aún sacerdotes consagrados al servicio del tabernáculo, son "jóvenes" escogidos —hombres en la plenitud de la vida— que actúan para inmolar los becerros, y probablemente se escogerían de entre los "primogénitos" especialmente dedicados al Redentor. Después habían de prescribirse otros tipos de sacrificios de sangre, pero lo importante es el simbolismo de la sangre misma. Otros pueblos orientales confirmaban solemnes pactos por medio de "la víctima del pacto", según diversos ritos, uno de los cuales se empleó en el pacto abrahámico (Gn 15). Quizá es conveniente recordar que el holocausto ("del todo quemado") ascendía totalmente a Dios (es símbolo de llamas y humo) como algo para él solo. En cambio, los sacerdotes y los oferentes podían participar de los sacrificios de paces, que añadían al concepto de expiación por la sangre el de la comunión (o participación), expresado por comer distintas partes de la víctima del pacto. Proveían la carne para el banquete que solía comerse después de la confirmación de los pactos.
"He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros" (Ex 24:6-8). Los "jóvenes" inmolaban los sacrificios, pero fue Moisés quien recogió parte de la sangre en tazones con el fin de esparcir inmediatamente una porción sobre el altar, lo que equivalía a presentar la "vida" de las víctimas delante de Dios. Luego vino la lectura del libro del pacto con el fin de que todo el pueblo oyera los preceptos. Esto motivó la tercera declaración del pueblo y la más completa: "Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho y obedeceremos". Moisés volvió a actuar en seguida, rociando al pueblo —en las personas de sus representantes— con la sangre reservada en los tazones, haciendo la solemne declaración: "He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas". El comentario inspirado de (He 9:18-22) da la impresión de "cierta prisa" de parte de Moisés (Ex 24:4) y el escritor enfatiza: "De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre ... sin derramamiento de sangre no se hace remisión".
Hemos de interpretar la escena de la ratificación a la luz del simbolismo de toda la Biblia en sus referencias al derramamiento de sangre. Según Levítico 17 la vida está en la sangre, que, derramada según el ritual, hace expiación "en virtud de ser la vida" (Lv 17:11). El concepto de una "vida" entregada por otra —a favor de la persona que no muere— se destaca claramente, pero el plan de la redención tiene por centro la cruz, donde el Cordero de Dios entrega su VIDA de valor sin límites; cada sacrificio de sangre ordenado por Dios en el Antiguo Testamento refleja el valor supremo del sacrificio del Calvario. Después de prometer obediencia, sabiendo bien ya lo que exigía la ley, el pueblo se hallaba expuesto a la ira de Dios, pues no pasarían minutos sin que hubiera algún pensamiento pecaminoso —o quizá palabras y hechos en los corazones del pueblo al pie del monte. Fue necesario que empezara el largo período de disciplina y del escrutinio del corazón del hombre caído (bajo la ley) pero, según las palabras ya citadas de Hebreos, ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre, de este modo se manifestaba públicamente la realidad de la obra de expiación, ordenada antes de la fundación del mundo, y que había de consumarse en la historia en el monte del Calvario. Por eso Balaam, obligado por el Espíritu Santo, tuvo que decir en cuanto a este pueblo: "No ha notado (Dios) iniquidad en Jacob ni ha visto perversidad en Israel..." (Nm 23:21).
Continuidad y contraste. Resaltamos de nuevo la complejidad del pacto de Sinaí y la promulgación de la ley. Por una parte, como ya hicimos constar, el pueblo recoge el pacto abrahámico, también sellado con sangre, y llega a ser "pueblo de Dios" y "esposa" de Jehová. Para que esto sea posible no puede faltar el simbolismo de la sangre, y ya estudiaremos la importancia del simbolismo al ver el lugar que ocupa el sistema levítico en la vida nacional de Israel. Lo nuevo del pacto sinaítico es la expresa declaración de las demandas morales y espirituales de Dios frente al hombre: la criatura que se dejó seducir por Satanás llegando a ser pecador.
Esta norma divina que se coloca delante de Israel, (y a través de Israel al mundo) es una necesidad para los múltiples fines que estudiamos en su lugar. Fue preciso también que Israel reconociera la necesidad de obedecer; al mismo tiempo ni un solo israelita era capaz de cumplir la condición. Ya hemos visto que esta piedra de toque dividía el pueblo en tres grandes clases, según su actitud ante la ley, que, en último término, equivale a su actitud delante de Dios. Todos estos caminos se orientan de diversos modos a la persona de Cristo y al sacrificio del Cordero de Dios. Mientras tanto, Dios cumple sus propósitos eternos y providenciales a través de la extraña historia de Israel, siendo posible la prolongación en esta historia, y el éxito final de la misión encomendada al pueblo escogido, gracias al profundo significado de la obra del Cordero inmolado antes de la fundación del mundo (Ap 13:8) (1 P 1:18-20).

Los ancianos en el monte (Ex 24:9-11)

¿El banquete del pacto? Algunos expositores señalan el hecho de que la confirmación de un pacto solía terminarse con un banquete celebrado entre las dos partes y los amigos de ambos, siendo el plato principal la carne de la "víctima del pacto". Si hay tal celebración después del pacto sinaítico se ha de dar un sentido literal a la frase "y comieron y bebieron". La idea es atrayente, puesto que la subida de la familia de Aarón y los setenta ancianos había sido anunciada antes de la confirmación del pacto y en íntima asociación con ella (Ex 24:1-2). Con todo, es bastante difícil pensar que la carne de los becerros de las ofrendas de paces fuese transportada tan arriba en el monte, y en banquete tan literal sería imposible la participación de Dios como parte principal.
La frase "vieron a Dios y comieron y bebieron" (versículo 11) se relaciona con la visión del Altísimo, que había sido otorgada a los setenta, notándose después que, pese a la manifestación de la gloria divina, considerada como fatal para la frágil vida del hombre pecador, no sufrieron daño alguno sino que seguían adelante con su vida normal, que es lo que significa "comieron y bebieron". Dejamos abierta la cuestión, pero queremos subrayar que la visión de los ancianos llega a ser la culminación de todo el proceso de promulgar la ley y confirmar el pacto. Aprendamos que la obediencia —si hubiese sido posible— habría introducido a Israel a una vida maravillosa de revelación y de comunión con Dios.
"Vieron al Dios de Israel" (Ex 24:10-11). En varias ocasiones anteriores hemos tenido ocasión de señalar que el hecho de ser Dios Espíritu, eterno e infinito, a quien el hombre no puede ver en su plenitud (Jn 1:18) (1 Ti 6:16), no impide que se revele a los hombres según los medios determinados por su soberanía y omnipotencia. Para su primer encuentro con Moisés escogió como instrumento el arbusto que ardía y no se consumía. Aquí nos hallamos en el monte de Sinaí —en una explanada por debajo de la cumbre adonde sólo Moisés fue admitido— y los ancianos contemplaron una manifestación de la gloria divina por encima de una extensión que parecía de zafiro. El "embaldosado" no está en el original. Cómo sería aquella manifestación no lo sabemos, pero, dentro de sus límites, se trata de una visión real de Dios, a quien los jefes de Israel "vieron". No hemos de envidiarles tan sublime experiencia, ya que la consumación de la revelación de Dios al hombre —antes y después de que se rasgue por completo el velo que separa lo celestial de lo material en la nueva creación— se halla en Cristo, el Verbo encarnado, comentando el apóstol Pablo: "Porque Dios ... resplandeció en nuestros corazones, para la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2 Co 4:6). En el Hijo —dice el autor de Hebreos— tenemos a uno que es "el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia" (He 1:1-3).

Preparaciones para la estancia de Moisés en el monte (Ex 24:12-18)

Arreglos administrativos (Ex 24:14). Entre el versículo 11 y el 12 hemos de suponer un inciso durante el cual los ancianos descendieron del monte después de su sublime visión, y estando de nuevo en la llanura Moisés deja poderes administrativos con Aarón y Hur, comprendiendo que su estancia en el monte, ya ordenada por Dios (versículo 12), ha de ser prolongada. Suponemos que estos dos dirigentes eran capaces de ordenar los asuntos normales de la comunidad israelita, pero fracasaron cuando llegó la gran crisis de la adoración del becerro de oro. Volvemos a encontrarnos con Josué en este párrafo, no ya como capitán de las fuerzas armadas de Israel, sino como "servidor" o "ministro" de Moisés, lo que entraña la idea de discipulado. Buscaba la presencia de Dios y estaba dispuesto al servicio que viniera al caso bajo la dirección de Moisés, caudillo del pueblo y profeta del Altísimo. Así servía durante el aprendizaje que le capacitaba para poder recoger el liderazgo del pueblo cuando Moisés hubiese cumplido su misión. Podemos deducir que Josué volvió a subir al monte hasta el rellano donde, al entrar Moisés en la nube, esperó hasta que éste volviera del sagrado coloquio en el monte (Ex 24:15-18).
Los cuarenta días y noches en el monte (Ex 24:15-18). El pueblo aún veía la manifestación de la gloria de Dios en la cumbre del monte "como un fuego abrasador", y no se quitaba la simbólica nube, que velaba el encuentro más íntimo que Dios concedió a Moisés. Este hecho resalta la negrura moral y espiritual de la apostasía en que incurrieron los hebreos, hallándose aun al pie del monte, y teniendo delante evidencias visuales de la presencia de Jehová. Moisés no fue llamado en seguida a entrar en aquel "lugar santísimo" que se había establecido temporalmente en la cumbre de Sinaí, sino que, juntamente con Josué, pasó seis días de espera en el rellano, entregado, sin duda, a la oración y meditación, preparándose para una experiencia que quizá fuese la más sublime que jamás se había concedido a hombre en la tierra.
El día séptimo —tantas veces el momento culminante de un proceso en las Escrituras— la voz dio la orden de subir, y Moisés, el hombre preparado y consagrado, emprendió su marcha solitaria para oír lo que su Dios había de decirle en la cumbre del monte. Ya se había anticipado que Dios daría a su siervo las tablas de la ley escritas con su "dedo", pero el tema del coloquio había de ser el establecimiento del servicio levítico. Seguramente Moisés pensaba que el levantamiento de las tablas había de ser el acto final del pacto, pero veremos que la flaqueza del corazón de Israel convirtió las primeras tablas en símbolo de su fracaso nacional. Sin embargo, la renovación del pacto, después del fracaso, no pudo llevarse a cabo sin tales tablas que exponían las leyes fundamentales revestidas de divina autoridad. Veremos que en la nueva etapa del pacto fueron escondidas en el arca y no alzadas en medio del campamento.

Temas para meditar

1. Discurra sobre el "libro del pacto", explicando el lugar que ocupa entre la promulgación del Decálogo y la confirmación del pacto. ¿Cuál fue su significado para Israel en el principio de su vida como nación organizada?
2. ¿Cómo es que el libro del pacto permite la esclavitud y la poligamia? ¿Cuáles fueron los resultados finales de la proyección de los mandamientos del Decálogo sobre las costumbres de Israel y las de naciones civilizadas?
3. Detalle la confirmación del pacto (Ex 24:3-8) resaltando el significado del libro, del altar, de las doce columnas y del esparcimiento de la sangre.
Copyright ©. Texto usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, y de Antonio Ruiz, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Canadá
  Ernesto Umana  (Canadá)  (30/01/2023)
Bendiciones es un placer saludarle y recibir sus materiales, gracias.
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