Estudio bíblico: El arresto de Jesús - Juan 18:1-9

Serie:   El Evangelio de Juan   

Autor: Luis de Miguel
Email: estudios@escuelabiblica.com
España
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El arresto de Jesús (Juan 18:1-9)

Introducción

Desde el comienzo del Evangelio, la vida de Jesús ha ido avanzando hacia su "hora", el momento divinamente señalado para entregar su vida en la cruz y traer salvación a la humanidad perdida. Ahora el momento ha llegado.
Podríamos decir que los hechos históricos narrados en los próximos capítulos son la base sobre la que se edifican todas las maravillosas promesas hechas durante el ministerio terrenal de Cristo. La promesa de la vida eterna, el envío del Espíritu Santo, el regreso de Jesús a por los suyos, la preparación de un lugar para ellos en el cielo, la salvación... todas ellas no serían sino sólo bonitas palabras si Cristo no hubiera muerto y resucitado.
Pero no podemos dejar de ver que entramos ahora en momentos realmente dolorosos para el Señor. Atrás quedaba el aposento alto donde Jesús y sus discípulos habían celebrado la última cena pascual. También había terminado su oración intercesora a favor de sus discípulos. Ahora el Señor se dirige hacia el Getsemaní y la cruz. Primero será arrestado, luego juzgado, y por último, muerto en una cruz. Pero veremos a lo largo de estas escenas finales en el evangelio de Juan, que no son los sufrimientos del Señor lo que se destaca, sino la elevada dignidad y la gloria divina del Dios-Hombre, junto con el control soberano que tenía sobre todos los eventos que sucedían.
Para una visión completa de todo lo que ocurrió en esas transcendentales horas es importante estar familiarizados con los otros evangelios, puesto que Juan presupone que sus lectores ya conocen esos otros relatos históricos, y lejos de volver a repetir todos los detalles que ya se habían comentado en ellos, aporta otros que sirven a su vez para transmitirnos esa visión de triunfo que acabamos de comentar. Por supuesto, la secuencia general de la historia tal como aparece en los cuatro evangelios es la misma, lo único que varía son los detalles que cada uno de ellos incluye, dependiendo de sus recuerdos y del énfasis específico que quieren transmitir a sus lectores.
Ahora bien, los momentos de crisis y dificultad ponen de relieve cómo es una persona de verdad, y eso se manifiesta con toda claridad en estos pasajes en relación al Señor Jesucristo. Veamos cada uno de estos detalles.

Jesús se prepara para cumplir los deseos del Padre

(Jn 18:1) "Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos."
El sumo sacerdote de Israel, durante el día de las expiaciones, él único en el que podía entrar en el lugar santísimo, primero oraba ante el altar del incienso y después entraba en el lugar santísimo para derramar la sangre de una víctima inocente sobre el propiciatorio, a fin de realizar la expiación de los pecados de ignorancia del pueblo. Y del mismo modo, Jesús, después de haber orado por sus discípulos, se disponía ahora a derramar su propia sangre para expiación por el pecado de la humanidad (Is 53:10).
En cuanto a los detalles del relato, se nos dice que "salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón". No se aclara de dónde salió, pero se puede sobreentender que fue de la ciudad.
También se nos dice que cruzó el "torrente de Cedrón". Este es uno de los detalles que sólo Juan menciona. Posiblemente debamos ver aquí una alusión al rey David, cuando perseguido por su hijo Absalón, que acababa de darle un golpe de estado, tuvo que salir de Jerusalén, y junto con algunos fieles que todavía le acompañaban, cruzó el torrente del Cedrón (2 S 15:23). Después subió la cuesta de los Olivos llorando, con su cabeza cubierta y sus pies descalzos, como símbolo de profundo dolor (2 S 15:30). Mientras tanto, con Absalón había quedado Ahitofel, un íntimo amigo de David, que en aquellos momentos se convirtió en un traidor, y que presentó un plan para cruzar el torrente del Cedrón y arrestar a David (2 S 17:1-2). David hace referencia a este siniestro personaje en alguno de sus Salmos mesiánicos, y habitualmente ha sido relacionado con Judas, el que traicionó a Jesús (Sal 41:9).
Es muy probable que el evangelista quiera mostrar cierto paralelismo entre ambas historias. Al fin y al cabo, en las dos ocasiones tanto David como Cristo fueron rechazados en la ciudad donde deberían gobernar, ambos cruzaron el Cedrón y subieron al monte de los Olivos con gran sufrimiento, y los dos tuvieron que soportar los planes malvados de un traidor que antes había sido un íntimo amigo, pero que luego los entregó a sus enemigos. Pero la historia no acabó ahí para ninguno de los dos. David regresó a Jerusalén triunfante, y aquellos que habían permanecido fieles a su lado fueron recompensados. Por otro lado, el Señor Jesucristo también regresará a Jerusalén para establecer allí el centro de su reino mesiánico, y con él reinarán quienes le hayan seguido con fidelidad en este tiempo.
Ya en el otro lado del torrente de Cedrón se encontraba el monte de los Olivos, en cuya ladera había un huerto. Lucas sólo habla del monte de los Olivos (Lc 22:39), mientras que Mateo y Marcos también se refieren a un lugar llamado Getsemaní, que literalmente significa "prensa de aceitunas" (Mt 26:36) (Mr 14:32). Juan, en cambio, no se refiere a él como Getsemaní, sino que es el único que habla de él como un "huerto". Y del mismo modo nos dice que la muerte, sepulcro y resurrección de Cristo tuvieron lugar en un "huerto" (Jn 19:41).
No deja de ser curioso el énfasis que Juan hace en que la obra de la salvación de Cristo a favor de la humanidad ocurrió en un huerto, sin mencionar en ningún caso el nombre de ese huerto como hacen los otros evangelios. Todo esto nos invita a establecer una conexión con el huerto del Edén. Es como si quisiera decirnos que del mismo modo que el pecado entró en la humanidad en un huerto, fue también en un huerto donde Dios proveyó una solución para él.
Ahora bien, los contrastes entre los dos incidentes son sorprendentes e instructivos.
Adán y Eva hablaron en el huerto del Edén con Satanás, mientras que Cristo lo hizo con su Padre celestial.
Nuestros primeros padres cedieron a la tentación y cometieron allí el pecado que trajo nefastas consecuencias para toda la raza humana, y después de eso huyeron de la presencia de Dios. Por el contrario, Cristo trajo en un huerto la salvación para la humanidad y después fue a la presencia del Padre.
En el Edén Satanás ganó su primera victoria sobre la humanidad, pero en Getsemaní perdió la batalla definitiva ante Cristo.
Mientras que en el Edén Adán tomó el fruto prohibido de la mano de Eva, en Getsemaní Cristo recibió la "copa" de la mano de su Padre.
Mientras que el primer Adán disfrutaba de todo lo agradable y bueno en el huerto del Edén, y a pesar de ello pecó contra Dios, el segundo Adán, Cristo, sólo experimentó dolor y dificultades en el huerto de Getsemaní, pero aun así fue un glorioso conquistador.

Judas el traidor

(Jn 18:2) "Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos."
Los líderes judíos, conscientes de la popularidad de Cristo, habían decidido que Jesús no debía ser arrestado durante la fiesta de la Pascua a fin de evitar conflictos, pero éste no era el plan de Dios, así que, curiosamente ellos cambiaron de opinión. La razón fue la oferta que les hizo Judas, el traidor. Él les propuso prender a Jesús durante la noche en un lugar fuera de la ciudad, donde no habría riesgos de altercados graves.
Parece que todos ellos estaban preparados, esperando únicamente que Judas les señalara el momento para movilizarse inmediatamente.
El lugar al que el Señor se dirigió con sus discípulos en aquella noche era bien conocido por Judas, puesto que muchas veces iba allí a pasar la noche con ellos: "Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron" (Lc 22:39) (Lc 21:37). Dicho sea de paso, es curioso que nunca se menciona un lugar concreto donde Jesús hubiera habitado o se reuniese con sus discípulos dentro de Jerusalén, a excepción del aposento alto donde celebró la última cena pascual con sus discípulos.
Por lo tanto, Judas conocía tanto el lugar como las costumbres de Jesús. Y también el Señor sabía que Judas se había convertido en un traidor, como claramente anunció durante la cena. ¿Por qué entonces llevó el Señor a sus discípulos a aquel lugar? Es obvio que si hubiera querido esconderse, no habría ido allí, lo que nos lleva a deducir que la razón por la que no cambió sus hábitos en aquella noche fue porque no quería frustrar los planes de Judas, es decir, Cristo se estaba entregando voluntariamente por nosotros.
Nos preguntamos qué estaría pasando por la mente de Judas mientras guiaba a toda aquella compañía al mismo lugar en el que tantas veces había estado con Jesús, y en el que le había escuchado enseñar la Palabra. Parece que su pecado había producido en él un profundo endurecimiento de su corazón que lo hacía insensible a todos estos recuerdos, de tal manera que pudo silenciar en su mente todos los buenos momentos de comunión íntima y de oración que allí había vivido junto a Jesús y los otros discípulos.
Ese proceso se había consumado cuando Judas, después de tomar el pan que Jesús le había ofrecido durante la cena pascual, decidió salir del aposento alto a las tinieblas de la noche en busca de los líderes religiosos del judaísmo con la intención de entregar al Señor (Jn 13:26-30). Así se convirtió en el traidor, uno de los conceptos más repulsivos para los seres humanos en todas las épocas. Y también de ese modo su nombre se convirtió en un insulto al ser sinónimo de la bajeza a la que un traidor puede llegar.
No obstante, en años pasados, la opera rock "Jesucristo Superstar" presentó a Judas como uno de sus principales protagonistas, llegando a convertirlo en el centro desde el que se sigue toda la acción. A lo largo de toda la obra se expone a Jesús como un hombre carismático que había defraudado a Judas por sus continuas dudas, así que trata de forzarlo para que cumpla con su papel de Mesías judío, derrotando a los romanos, castigando a los malos y estableciendo a Jerusalén como la capital del mundo.
Por supuesto, esta obra, y otras parecidas a ella, sólo tienen como propósito presentar al Señor Jesucristo como un hombre, despojándolo de su divinidad. Para ello no dudan en presentar a Judas como un hombre honrado y honesto, un auténtico amigo de Jesús y su causa. Pero el problema es que no tiene en cuenta el testimonio histórico de aquellos que vivieron aquellos momentos. Por ejemplo, Juan describe sus motivos como egoístas y malignos, alguien que se mueve por su odio a Jesús, el amor al dinero y a sus propios intereses.

Preparados para arrestar al Hijo de Dios

(Jn 18:3) "Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas."
Como acabamos de ver, Judas es un insondable misterio de maldad. Había acompañado a Jesús durante varios años, disfrutando de sus enseñanzas y milagros, se había declarado como creyente y había trabajado y predicado en su nombre, pero no era sino un impostor, por lo que su corazón se había ido endureciendo cada vez más, al punto de que en esta ocasión lo encontramos dirigiendo a un numeroso grupo de enemigos de Jesús para prenderlo. Todo esto nos advierte de que los privilegios espirituales no garantizan la salvación de una persona, es más, el mal uso de ellos parece que embota cada vez más la conciencia.
Judas había decidido traicionar al Señor, y momentáneamente el mundo le colocaba en un puesto de cierta importancia. ¡Era su momento de gloria! Aquí aparece guiando a una numerosa compañía de hombres que seguían sus indicaciones. Esto es siempre así; cuando abandonamos nuestra fidelidad a Cristo, el mundo puede "premiarnos" por un breve espacio de tiempo, para luego dejarnos en el olvido y la desesperanza que produce una actitud así.
Notamos que se resalta el gran número de fuerzas que intervinieron en el arresto de Jesús. Por un lado había una "compañía de soldados", es decir, un destacamento de soldados romanos acuartelados en la torre Antonia, junto al área del templo. La palabra usada en el original se refiere a una cohorte romana que constaba de unos mil soldados romanos y que era comandada por un tribuno. Seguramente en esta ocasión no estaba toda la compañía completa, sino un destacamento más reducido. En todo caso, era un grupo de soldados lo suficientemente numeroso para que el "tribuno" los acompañara (Jn 18:12). Estos podían ser puestos a disposición de las autoridades judías cuando eran solicitados en interés del orden y la seguridad pública. Además, fueron suplementados por los "alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos", es decir la policía del templo bajo el mando de los líderes religiosos. De hecho, según Lucas, algunos de los principales sacerdotes, ancianos y jefes de la guardia también estaban presentes para supervisar la labor de sus alguaciles (Lc 22:52).
Debemos notar que Juan es el único evangelista que menciona a la compañía de soldados romanos, dando a entender con ello que los gentiles participaron en el arresto de Jesús junto con los judíos. Y esta no fue la única ocasión, porque podemos recordar también que después de la muerte del Señor las autoridades judías volvieron a solicitar a los romanos una guardia para cuidar el sepulcro del Señor (Mt 27:62-66).
Esta combinación de autoridades judías y romanas trabajando de común acuerdo en el arresto de Jesús nos resulta extraña, puesto que los soldados romanos y los guardias del templo eran enemigos entre sí. Pero en esta ocasión aparecen unidos tal como había anunciado David y confirmaron los apóstoles (Sal 2:1-2) (Hch 4:27): "Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel". Estos son los enemigos que Cristo y su causa siempre han tenido: el poder religioso oficial representado por el sumo sacerdote, el poder político representado por los soldados romanos, los miembros de la aristocracia representados por los principales sacerdotes y ancianos, y los falsos cristianos representados por Judas. Todos estos poderes aparecen combinados aquí para hacer la guerra y perseguir la causa de Cristo. Es una clara representación de la movilización de las fuerzas del mundo, con toda su capacidad represiva en contra de Cristo.
No obstante, también queda claro que la iniciativa surgió de las autoridades judías, porque una vez que se produjo el arresto de Jesús, no lo llevaron en primer lugar ante el gobernador romano, sino ante el sumo sacerdote judío (Jn 18:12-13).
En cuanto al elevado número de personas involucradas en el arresto del Señor nos hace pensar que tanto las autoridades romanas como las judías temían que el arresto de Jesús pudiera producir algún tipo de revuelta, aunque éste tuviera lugar en la noche, lejos de su actividad diaria en el templo. Aunque también es muy posible que los enemigos de Cristo hubieran llegado a la convicción, al ver los numerosos milagros de Jesús, que él era un hombre muy poderoso al que difícilmente podrían arrestar. ¿Cómo podrían oponerse a él si ese fuera el caso? Pues pensaron que tendrían que usar de una gran fuerza armada.
A parte de esto, se nos dice que toda aquella compañía iba provista "con linternas y antorchas, y con armas". Suponemos que iban bien armados porque esperaban encontrar una fuerte resistencia de parte de Jesús, pero la mención de "internas y antorchas", bien podría ser una nota irónica de Juan: ir a arrestar a aquel que es la "Luz del mundo" (Jn 8:12) con linternas y antorchas, sería como si estuvieran intentando iluminar el sol con ellas. ¡Qué absurdo, buscar la Luz del mundo con antorchas y linternas!
Ni las armas, ni las antorchas ni las linternas pueden servir para hacer la guerra a la causa de Cristo, tal como los hombres han seguido haciendo hasta el día de hoy. Ahora le llaman la luz del progreso o la luz de la razón, pero estas no son nada cuando se colocan al lado de aquel que es la verdadera Luz que alumbra a todo el mundo (Jn 1:9).

"¿A quién buscáis?"

(Jn 18:4) "Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?"
Las malvadas intenciones de Judas y de sus acompañantes no lograron tomar por sorpresa al Señor: "Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir...". Él entró en aquel huerto sabiendo lo que allí le iba a ocurrir. Esto implica que él se estaba entregando voluntariamente, puesto que estando al corriente de las intenciones de sus enemigos, fácilmente podía haberlas evadido. Pero no lo hizo, no se escondió, no huyó. Es verdad que en otras ocasiones había usado su poder para salir de situaciones delicadas (Lc 4:29-30) (Jn 8:59), pero ahora había llegado su hora, y él se disponía a entregarse voluntariamente.
Para sorpresa de todos aquellos que habían ido a prenderle, lejos de huir, "se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?". El Señor no esperó a que el grupo que dirigía Judas llegara hasta donde él estaba, sino que salió al encuentro de ellos.
Con su actitud demostró su grandeza, dignidad y autoridad de una forma nítida. Seguro que ninguno de aquellos soldados estaban preparados para una cosa así. Venían preparados para enfrentar su resistencia o que huyera, pero no para que se presentara de esa forma. El efecto de esta acción por sí solo debe haber sido sorprendente para ellos, y no iban a tardar mucho en darse cuenta de que se encontraban ante alguien muy especial.
No deja de ser interesante notar que cuando en una ocasión las multitudes vinieron para prenderlo y hacerlo rey a la fuerza, él se apartó de ellos y se fue (Jn 6:15), pero cuando esta compañía de soldados vino para arrestarle y llevarle a una cruz, él se ofreció voluntariamente, a fin de traer la salvación a la humanidad perdida.

"A Jesús nazareno"

(Jn 18:5) "Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba."
Cuando la compañía respondieron diciendo que buscaban "a Jesús nazareno", él se identificó abiertamente diciendo: "Yo soy".
Ahora bien, sus palabras significaban mucho más que una simple identificación, tal como iban a comprobar inmediatamente todo aquel numeroso grupo que le buscaba para arrestarle. La forma "Yo soy", que ya hemos encontrado en otros pasajes del Evangelio (Jn 8:24,28,58), evocaba, sin duda, el nombre de Dios con el que se presentó en el pasado a Moisés y su pueblo (Ex 3:14-15).
Pero antes de que veamos la reacción que la pronunciación de su nombre produjo entre la compañía de soldados, el evangelista nos presenta por última vez a Judas, "también con ellos". Parece que una vez que los había guiado hasta Jesús, dejó de tener protagonismo para ser uno más de aquellos que estaban contra Jesús, y que a partir de ese momento experimentaría el poder divino del Señor de una forma muy diferente de como hasta entonces lo había vivido. Él había cambiado de bando, ya no estaba con los discípulos de Jesús, sino con sus enemigos. Se había quitado la máscara tras la que se escondía para ocupar el lugar al que de verdad pertenecía.

"Retrocedieron y cayeron a tierra"

(Jn 18:6) "Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra."
A fin de mostrar una vez más que nadie le quitaba la vida, sino que él la ponía voluntariamente (Jn 10:18), quiso dar una prueba de su poder majestuoso antes de entregarse a sus enemigos. Así que, cuando él se presentó diciendo "Yo soy", todos "retrocedieron y cayeron a tierra". Toda aquella multitud de veteranos soldados armados se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo, indefensos, sin poder evitarlo. La conclusión era evidente: si Jesús pudo derribar a toda aquella compañía con tan solo dos palabras, ¿qué podría haber impedido que escapara de la cruz?
Y por otro lado, si eso ocurría durante su humillación y sufrimientos, ¿qué será cuando él manifesté toda la grandeza de su Majestad divina en su plenitud al venir a juzgar a este mundo? No hay duda de que el evangelista quiere que reflexionemos sobre este hecho. La postración de los incrédulos en el polvo señala a los enemigos de Cristo cuál será su fin cuando el regrese en toda su gloria. Como bien señala el apóstol Pablo, en aquel día "toda rodilla se doblará ante él" (Fil 2:9-11).
Los incrédulos buscan otras alternativas para explicar lo que allí ocurrió. Algunos dicen que alguien tropezó y al caer hizo que otros también cayeran. Otros hablan de la impresión que Jesús les causó con su reacción. Pero el hecho es que las palabras de Jesús comunicaban un poder invisible que no pudieron resistir. Era el mismo poder milagroso que ató las manos de la multitud enfurecida en Nazaret cuando querían despeñarle, o que dejó sin poder a los sacerdotes y fariseos en su entrada triunfal en Jerusalén, o que detuvo toda oposición cuando en el templo volcó las mesas de los cambistas o sacó a los animales con los que allí comercializaban. Era la misma palabra con la que calmaba los mares, sanaba a los enfermos, echaba fuera a los demonios y resucitaba a los muertos. Esa misma palabra era la que habría impedido que cualquier rudo soldado le hubiera puesto la mano encima si él no se lo hubiese permitido.
Cuando toda la compañía de soldados llegó hasta donde Jesús estaba con un pequeño grupo de discípulos, puede ser que les haya parecido alguien indefenso, pero pronto descubrieron que era él quien estaba en el pleno dominio de la situación, y que si alguien era realmente impotente eran ellos.
Con esto se cumplieron varias porciones de las Escrituras del Antiguo Testamento:
(Sal 27:1-2) "Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron."
(Sal 35:4) "Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida; sean vueltos atrás y avergonzados los que mi mal intentan."
(Sal 40:14) "Sean avergonzados y confundidos a una los que buscan mi vida para destruirla. Vuelvan atrás y avergüéncense los que mi mal desean"
Jesús tenía un control pleno de los eventos de su pasión, y si otros individuos tenían algún poder sobre Jesús era sólo porque él se lo daba. Recordemos sus palabras a Pilato: "Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba" (Jn 19:11).
A parte de todo esto, debemos decir que en este episodio no hay ninguna base bíblica para las "caídas" que las multitudes experimentan en algunos tipos de campañas evangelísticas y de sanidad en nuestros días. Lo que Juan registra es la reacción de los incrédulos ante la declaración de divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

"Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos"

(Jn 18:7) "Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno."
Cuando la compañía de soldados retrocedió y cayó al suelo, habría sido un buen momento para que Jesús y sus discípulos se hubieran escapado, pero el Señor sabía que ese no era el camino que debía tomar, así que les preguntó nuevamente: "¿A quién buscáis?", a lo que ellos volvieron a responder: "A Jesús nazareno".
También debemos preguntarnos cómo después de lo que acababan de experimentar todavía persistían en su deseo de perseguir y arrestar a Jesús. Lo cierto es que como ya hemos comprobado anteriormente en este evangelio, ningún milagro, por asombroso que sea, logrará eliminar la enemistad que los hombres sienten hacia Dios. Tal es la obstinación de la rebeldía humana que sólo el amor y la gracia de Dios la pueden vencer.
(Jn 18:8) "Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos;"
Nuevamente vemos que es Jesús quien determina el curso de los acontecimientos. Después de haber demostrado su autoridad divina, ahora asegura la libre retirada de sus discípulos. No hay duda de que otros muchos hombres, en las mismas circunstancias, habrían vendido cara su vida, pero él no estaba preocupado por su propia vida, y por todos los medios iba a buscar que nadie más saliera herido de aquella situación. Cristo iba a amparar a sus discípulos sin considerar el costo que esto tuviera para sí mismo, demostrando de este modo que él sí que era el verdadero pastor de la ovejas, y no un asalariado, que cuando ve venir el peligro huye (Jn 10:11-12).
No hay duda tampoco de que las instrucciones del sumo sacerdote eran las de arrestar a Jesús y también a sus discípulos, de ahí la orden del Señor para que los dejaran ir a ellos. Con el paso del tiempo, viendo la labor que posteriormente realizaron por todo el mundo aquel pequeño grupo de discípulos asustados, seguramente lamentaron haberlos dejado ir en aquella noche, pero lo cierto es que no tuvieron otra opción, porque estaban siendo guardados por la mano poderosa del Hijo de Dios, y como él mismo había afirmado: "nadie los arrebatará de mi mano" (Jn 10:28).
Esto sirve como una ilustración de la intervención continua del Señor a favor de los suyos, y nos muestra cuán plenamente poderoso es él para preservar a los suyos en medio de los mayores peligros.
(Jn 18:9) "para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno."
El Señor confirma de este modo lo que hacía un momento había dicho en su oración a favor de los discípulos: "Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese" (Jn 17:12).
Es cierto que en su oración el Señor se refería a la pérdida espiritual y eterna de sus apóstoles, mientras que aquí se trata de una pérdida temporal y física, pero no debemos dejar de notar que en este caso ambas cosas estaban en peligro. Ellos debían ser protegidos por el Señor a fin de que pudieran llegar a ver de manera completa cuál sería el fin de la obra que él estaba llevando a cabo, y que ellos todavía no habían entendido. Si hubieran sido arrestados y muertos con Jesús, su fe difícilmente habría sobrevivido en ese momento a una prueba de esa magnitud.
Esto nos recuerda que el Señor está siempre en el control de aquello por lo que pasamos. Como bien explicó el apóstol Pablo:
(1 Co 10:13) "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar."
Dios sostendrá los vientos y las tormentas en sus manos y no permitirá que los creyentes sean zarandeados y golpeados hasta ser completamente destruidos. Él mide con ternura la cantidad e intensidad de cada prueba que permite que atravesemos. Siempre debemos recordar esta verdad en los momentos más oscuros de nuestras vidas.
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