Estudio bíblico: La resurrección de Lázaro - Juan 11:1-44

Serie:   Los milagros de Jesús   

Autor: Roberto Estévez
Email: estudios@escuelabiblica.com
Uruguay
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La resurrección de Lázaro (Juan 11:1-44)

Comienza el relato diciéndonos que un hombre está enfermo. Notemos que este hombre se llamaba Lázaro. Parece una historia de todos los días, un hombre llamado Lázaro está enfermo; nada puede ser (para un médico) cosa de mayor rutina; pero cuando nosotros somos los implicados, el asunto cambia mucho.
En el Nuevo Testamento hay dos Lázaros. Hubo el Lázaro de Lucas 16 del que se nos dice que era muy pobre; era un mendigo y comía de las migajas que caían de la mesa del rico. El otro tenía una casa que Jesús de Nazaret frecuentaba.
El Lázaro de Lucas sólo tenía perros como amigos que venían y le lamían las llagas. Sin duda estaba muy enfermo; luego murió y fue al paraíso, al seno de Abraham. El otro Lázaro, del que nos narra Juan, tenía dos hermanas que lo amaban y se preocupaban por él. Uno comía apenas migajas, mientras que el otro podía disfrutar de una cena en su casa sentado nada menos que junto al Señor Jesús.
(Jn 11:2) nos dice que esta María fue la que ungió los pies del Señor con sus cabellos. Observemos su acción: ungió al Señor. Esto significa adoración. Ella es conocida por ser una adoradora. A veces nosotros pensamos que somos conocidos y reconocidos por la cantidad de servicio o trabajo espiritual que hacemos, pero María fue reconocida por su adoración. "María era la que ungió al Señor con perfume y secó sus pies con sus cabellos".
(Jn 11:3) "Entonces sus hermanas enviaron para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo". Ellas no le dicen que venga. Solamente le hacen saber que el que ama está enfermo. Nosotros podemos identificar o clasificar a las personas de distintas maneras: podemos decir que éste es el mejor jugador de fútbol de su equipo; que aquel es uno de los mejores maestros de la escuela; pero aquí se dice "el que amas".
¡Qué cosa preciosa es la fe sincera en el Señor Jesús! Ellas saben que todo lo que necesitan es hacerle saber a él y él hará lo que mejor le parezca. "Señor, he aquí el que amas está enfermo". El término aquí que se traduce "amar" es "phileo". Es el mismo término que se usa en (Jn 5:20) en relación con el amor del Padre al Hijo: "Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que él mismo hace. Y mayores obras que éstas le mostrará, de modo que vosotros os asombréis". Ver también (Jn 11:36) (Jn 12:25) (Jn 16:27) (Jn 21:15) (1 Co 16:22).
El mensaje de las hermanas de Lázaro decíamos que es corto: "el que amas está enfermo". Estudiemos la respuesta del Señor Jesús: "Al oírlo, Jesús dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios; para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella" (Jn 11:4).
Las hermanas de Lázaro habrán pensado: "¿Cómo es posible que Jesús nos haya fallado?". Él dijo que no era para muerte y allí tenían el cuerpo inerte de su amado hermano. ¡Cuántas veces en nuestras vidas pasamos por situaciones similares! Hemos orado al Señor por una causa que creemos que es justa y luego pasa lo que temíamos que sucediera y nos preguntamos cómo es posible que Dios permita que esto acontezca. Creo que todos en la familia se preguntaban por qué Jesús no se había apresurado, por qué no había llegado a tiempo.
Hay algo más que es importante destacar: ¿cómo era posible que lo que sucediera en una pequeña aldea como Betania pudiera ser para la gloria de Dios? Es que la Palabra de Dios nos enseña que nada nos puede pasar a los creyentes en el Señor Jesús que Dios no lo sepa y que él no lo permita.
(Jn 11:5) "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro". Él amaba a Marta que siempre estaba en movimiento, que siempre estaba en actividad. Esa Marta que en una ocasión se quejó de su hermana que la dejaba con todo el quehacer, y Jesús la corrige diciéndole: "Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria. Pues María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada" (Lc 10:41-42). El Señor Jesús ama también a María a quien veremos en el capítulo 12 adorando al Señor. Porque María tiene el corazón de una adoradora. Ella es la que trae el perfume de gran precio y lo derrama sobre el Señor Jesús y empieza a enjugar sus pies con sus cabellos. Pero también el Señor Jesús amaba a Lázaro. De este hombre no sabemos mucho; parecería que era una persona de pocas palabras, diríamos, quizás algo taciturno.
Supongamos que un vecino del pueblo de Betania pregunta a Marta o María por el estado de Lázaro. Probablemente ellas le podrían haber dicho algo así: "Él está muy enfermo, tan grave que parece que va a morir; pero Jesús de Nazaret, quien nosotras creemos que es el Cristo, el Hijo de Dios, nos ha dicho que esta enfermedad no es para muerte".
El versículo 6 nos dice: "Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó aún dos días más en el lugar donde estaba". El Señor Jesús en su soberanía hace algo que a nosotros nos cuesta mucho entender. Se quedó allí dos días. Muchas veces me he preguntado por qué en esta situación de emergencia permanece demorado allí en vez de ir a toda prisa a Betania. Y la respuesta es que Dios no se apura como nosotros. Dios no tiene necesidad de apresurarse para llegar a un lugar porque él siempre va a llegar a tiempo, es decir, en el momento que él así lo ha determinado. Por eso uno de los grandes temas del libro de los Salmos es el de esperar en el Señor. ¿Qué significa esto? Pues significa confiar en que él, a su debido tiempo, va a hacer lo que ha prometido. En el (Sal 27:13-14) leemos: "¡Oh, si yo no creyese que he de ver la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes! Espera en Jehová. Esfuérzate, y aliéntese tu corazón. ¡Sí, espera en Jehová!". En el (Sal 42:11) leemos: "¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera a Dios, porque aún le he de alabar. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!".
Llegado el momento el Señor Jesús va a Betania. Él fue a una velocidad normal. No como una ambulancia haciendo sonar las sirenas sino con toda calma. En el versículo 11 dice a sus discípulos: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy para despertarlo". ¡Qué hermoso! El santo Hijo de Dios llama a un hombre "nuestro amigo" y agrega: "duerme". Todos sabemos que Lázaro estaba bien muerto; pero él no lo tuvo por "muerto" sino sólo por dormido. Los creyentes en el Señor Jesús cuando cierran sus ojos en este mundo los abren en la presencia de Dios. Por eso Pablo en (Fil 1:21) puede decir: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia". También en (2 Co 5:1,6-9) leemos: "Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, esta tienda temporal, se deshace, tenemos un edificio de parte de Dios, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. Así vivimos, confiando siempre y comprendiendo que durante nuestra estancia en el cuerpo peregrinamos ausentes del Señor. Porque andamos por fe, no por vista. Pues confiamos y consideramos mejor estar ausentes del cuerpo, y estar presentes delante del Señor. Por lo tanto, estemos presentes o ausentes, nuestro anhelo es serle agradables". El apóstol Pablo escribe que los creyentes pueden estar ausentes de la presencia del Señor, y esto somos nosotros los que vivimos, o pueden estar presentes con él; eso para el apóstol era muchísimo mejor.
(Jn 11:12-15) "Entonces dijeron sus discípulos: Señor, si duerme, se sanará. Sin embargo, Jesús había dicho esto de la muerte de Lázaro, pero ellos pensaron que hablaba del reposo del sueño. Así que, luego Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y a causa de vosotros me alegro de que yo no haya estado allá, para que creáis. Pero vayamos a él".
Algunos piensan que si Jesucristo hubiera estado allí Lázaro no hubiera muerto, no sólo por la insistente intercesión de las hermanas, sino porque él no hubiera permitido que su amigo fuera tocado por la muerte (Luthardt). Es interesante notar que las Escrituras no cuentan de nadie que muriera en presencia del Príncipe de la Vida (Bengel).
(Jn 11:17) "Cuando llegó Jesús, halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro". Las células del cerebro cuando quedan sin oxígeno por cuatro minutos, mueren. Hacía cuatro días que Lázaro había sido sepultado. Sin ninguna duda todos sus órganos vitales como el cerebro, los riñones, el hígado, el aparato digestivo, etc., habían experimentado lo que se llama la "muerte celular".
En el versículo 19 leemos: "y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María para consolarlas por su hermano". ¡Qué difícil es consolar a alguien en tal trance! En el día de hoy hay muchos que están interesados en ser consoladores profesionales. Pero cuán arduo es hacer esto adecuadamente. Muchas veces en estas situaciones es mejor dar un buen abrazo o un apretón de manos y guardar silencio respetuosamente, que improvisar un largo discurso que no va a entrar en los corazones de los que están sufriendo. ¡Pero qué buenas son unas pocas y oportunas palabras de la Biblia que pueden hacer tanto bien cuando el Espíritu Santo nos ha guiado específicamente a ello! En (2 Co 1:3-5) leemos: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación. Porque de la manera que abundan a favor nuestro las aflicciones de Cristo, así abunda también nuestra consolación por el mismo Cristo". Aquí vemos que Dios tiene un propósito en nuestro sufrimiento y dolor.
Qué mejor consolación en los casos de muerte que el saber que dejamos este mundo para estar con el Señor Jesús en los cielos y que habrá un día en que los muertos oirán su voz y seremos resucitados.
(Jn 11:20) "Entonces cuando oyó que Jesús venía, Marta salió a encontrarle, pero María se quedó sentada en casa". Aquí vemos de nuevo el contraste entre María y Marta. Una siempre pronta a la acción; la otra sumergida en el dolor, no se quiere mover. Sí, su corazón está lleno de dolor. El dormitorio de Lázaro está vacío; la voz del hermano ya no se escucha. La silla de Lázaro no está ocupada. Leamos las palabras de Marta en los versículos 21 y 22: "Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero ahora también sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará". Ella no le reprocha la tardanza sino la estancia. No el por qué no llegó antes, sino el no haber estado.
¡Cuántas veces en nuestras vidas creemos como que el Señor nos ha fallado y todo porque miramos las cosas desde nuestra perspectiva en tiempo y espacio! Yo creo que la iglesia (es decir, todos los redimidos en todas partes del mundo) se siente igual que estas dos mujeres. Nosotros conocemos las promesas de poder y victoria en el Señor Jesús. Pero miramos alrededor y vemos decaimiento espiritual, los niveles de moralidad han bajado, en las reuniones de adoración hay frialdad y nos preguntamos dónde está la promesa de la vida de gozo y victoria sobre las fuerzas satánicas.
En mi imaginación puedo ver la escena; con lágrimas en sus ojos le dicen: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto".
En el día de hoy no tenemos el problema de la distancia que Marta tenía, porque por medio de la oración el Señor siempre está muy cerca de nosotros. Al dejar este mundo, él dijo: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28:20). Cada creyente en el Señor Jesús en cualquier país del mundo, desde las selvas del África o las islas del Pacífico sur, puede decir con confianza: "El Señor Jesús está conmigo de acuerdo con su promesa".
A pesar de lo que parecería una falla de Jesús, dado qué Lázaro había muerto y el Maestro había dicho que esa enfermedad no era de muerte, Marta no perdió su fe y creyó que si solamente Jesús hubiera estado allí el resultado hubiera sido distinto: "mi hermano no habría muerto". Yo creo que ella tenía razón porque el Señor Jesús siempre actuó y siempre reaccionó ante el dolor humano. Sería inconcebible para nosotros que el Hijo de Dios hubiera quedado impasible frente a los acontecimientos que tocaron tan duramente a esa familia amada.
Cuando la mujer con el flujo de sangre llegó y lo tocó, él la curó; aunque pudo haber argumentado que ella no tenía derecho a tocarlo, dado que desde el punto de vista legal estaba "impura". Al paralítico de Betesda lo sanó. De los leprosos tuvo compasión y les dio una limpieza maravillosa.
Marta, a pesar del dolor en su corazón, creyó profundamente que Jesucristo tenía poder para impedir la muerte por grave que fuera la enfermedad. Agrega algo que se me hace muy interesante: Versículo 22: "Pero ahora también sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará". A mí me llama la atención la expresión "ahora también sé". Así, a través de esta experiencia tan dolorosa como la enfermedad y muerte de su hermano, Marta ha aprendido algo que no sabía. Le preguntamos: "¿Marta, podrías tú realmente creer en este momento, con todo el dolor de tu corazón, que esta enfermedad es para la gloria de Dios?". ¡Qué tremenda pregunta! ¿Podrá un creyente con una enfermedad terminal como cáncer creer todavía que ello sea para la gloria de Dios? ¡Sí, puede!
Marta ha aprendido algo, y es que cuando el Señor Jesús está presente las cosas cambian. Las posibilidades aumentan al infinito. Es como cuando pasamos una noche con un enfermo y a las 6 de la mañana empieza a amanecer. El sol nos trae vida, alegría y esperanza.
Dios no nos promete una vida sin dificultades pero sí su presencia en medio de ellas. Por eso leemos en (He 13:5-6): "Sean vuestras costumbres sin amor al dinero, contentos con lo que tenéis ahora; porque él mismo ha dicho: Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé. De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi socorro, y no temeré. ¿Qué me podrá hacer el hombre?".
Jesús le dice a Marta: "Tu hermano resucitará". ¡Qué palabras tan preciosas! Y hoy día el Señor Jesús puede repetir estas palabras a todo familiar de un creyente en él. El Mesías la mira y le dice: "Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección en el día final" (Jn 11:23-24). Y ahora es el Señor quien responde con una frase inmortal: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?" (Jn 11:25-26).
(Jn 11:27) "Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo". Marta en su frase confiesa tres verdades muy importantes: Primera, que Jesús es el Cristo, o sea, el Mesías. Segunda, que es el Hijo de Dios; ella no dijo "un hijo de Dios", sino "el Hijo de Dios". Tercera, que ha venido al mundo. Él es preexistente y fue enviado por el Padre.
Muchas veces leemos en los Evangelios que Cristo fue enviado. Él habla una y otra vez del que lo envió.
(Jn 11:28) "Y cuando hubo dicho esto, fue y llamó en secreto a su hermana María, diciendo: El Maestro está aquí y te llama". Nos hacemos la pregunta de si el Maestro realmente llamó a María, o si esa fue una artimaña de Marta para animar a su hermana paralizada por el dolor para que saliera de la casa al encuentro del Salvador.
(Jn 11:29,31) "Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y fue a donde él estaba... Entonces, los judíos que estaban en la casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se levantó de prisa y salió, la siguieron, porque pensaban que iba al sepulcro a llorar allí".
¡Qué precioso es el pensamiento que nosotros que vivimos no tenemos necesariamente que pasar por la experiencia de la muerte! En (1 Ts 4:15-17) leemos: "Pues os decimos esto por palabra del Señor: Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna manera precederemos a los que ya durmieron. Porque el Señor mismo descenderá del cielo con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos y habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para el encuentro con el Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor".
(Jn 11:32-34) "Luego, cuando María llegó al lugar donde estaba Jesús y le vio, se postró a sus pies diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Entonces Jesús, al verla llorando y al ver a los judíos que habían venido junto con ella también llorando, se conmovió en espíritu y se turbó. Y dijo: ¿Dónde le habéis puesto?. Le dijeron: Señor, ven y ve".
El Señor Jesús se conmovió en espíritu. Su corazón lleno de amor fue completamente afectado. Él actuó de una manera real.
Para mí estas palabras son importantes y vale la pena que meditemos en ellas. El término turbar o estremecer se usa muchas veces en el Nuevo Testamento y da la idea no solamente de turbación sino también de agitación o estremecimiento (Mt 14:25-27) (Jn 5:3-4,7) (Jn 12:27) (Jn 13:21) (Jn 14:1,27) (Lc 24:38). Y creo que en este día el Señor a ti y a mí nos hace la misma pregunta: "¿Por qué están turbados? ¡Yo estoy con ustedes! Yo no te dejaré ni te desampararé". ¡Alabado sea su santo nombre!
(Jn 11:35) "Jesús lloró". ¡Esto es tremendo! El Creador de los cielos y de la tierra estaba llorando y lloró de una manera tan honda y real que los judíos dijeron: "Mirad cómo le amaba". Jesucristo en su vida en la Tierra no era como un superhombre que podía hacer cosas maravillosas sin que nada le afectara su corazón. Él lloró. Él sintió el dolor de Marta, de María y de los judíos amigos.
Aquel Lázaro que antes tenía una espaciosa casa ahora ocupa un lugar muy pequeño. Y la Escritura dice: "Jesús lloró". Este es un espectáculo que solamente podemos contemplar con asombro y reverencia. El creador del universo está llorando por la muerte de una de sus criaturas.
Hay otras dos circunstancias en las que creemos que el mismo sentir de dolor profundo está presente en la vida de Jesús. En (Lc 13:34), él está mirando a esa ciudad que ama con todo su corazón pero que ha rechazado a Dios una y otra vez, y entonces prorrumpe en un lamento tan cargado de intenso dolor que aunque el texto bíblico no lo diga, creemos que era acompañado de copiosas lágrimas: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, así como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!". Ver también (He 5:7).
Volvamos a nuestro capítulo. El versículo 38 nos dice: "Jesús, conmovido otra vez dentro de sí, fue al sepulcro. Era una cueva y tenía puesta una piedra contra la entrada". Allí, en esa cueva habían puesto el cuerpo de su amigo. Algunos ya estaban murmurando: "¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, hacer también que Lázaro no muriese?". El ser humano siempre está pronto para dudar, desconfiar y criticar.
(Jn 11:39) "Jesús dijo: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque tiene cuatro días". El curso de la naturaleza es inexorable. Su cuerpo ha entrado en descomposición. Y Jesús añade: "¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?". De una manera tierna el Señor corrige a Marta. Matthew Henry dice que Marta tenía temor de que el nauseabundo olor de la muerte afectara a Jesús. Pero él no era una de esas personas hipersensibles que no pueden soportar los olores fuertes y desagradables. Si así fuera, nunca hubiera venido desde la magnífica gloria a este mundo de vicios y pecados horrendos, que son como un gran basurero moral exhalando un olor nauseabundo delante de un Dios que es tres veces santo.
La acción ahora parece que se retarda para permitirnos conocer cada detalle.
(Jn 11:41-42) "Entonces quitaron la piedra". Me imagino, por razones obvias, la conmoción general de los que estaban más próximos. "Y Jesús alzó los ojos arriba y dijo: Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la gente que está alrededor, para que crean que tú me has enviado". El milagro todavía no se producía pero el Señor Jesucristo ya estaba alabando a su Padre por lo que iba a suceder.
(Jn 11:43-44) "Habiendo dicho esto, llamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!. Y el que había estado muerto salió, atados los pies y las manos con vendas y su cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle y dejadle ir". El increíble milagro se produjo. Algunos me dirán que esto es muy difícil de creer. Y mi respuesta es, que si Jesús es en verdad la persona que dice ser, el Hijo de Dios, ¡claro que lo puede hacer! Por supuesto que si no lo fuera ¡pues ni modo que pudiera!
Cinco hechos se producen con relación a este milagro. El orden que mencionamos es solamente a los efectos del estudio, pero no de sucesión.
1) El alma vuelve al cuerpo. Por definición, la muerte se produce cuando el alma deja el cuerpo. Así que el retorno del alma al cuerpo es imprescindible para la resurrección.
2) El milagro celular. El cuerpo de Lázaro está en descomposición. Cambios químicos profundos se han sucedido. Los sistemas enzimáticos del complicado mecanismo de los distintos órganos han dejado de funcionar y están destruidos. Es importante destacar que Lázaro no es un caso de resurrección como puede suceder en un hospital si en la unidad de cuidado coronario alguien tiene un paro cardíaco y de inmediato, con los equipos electrónicos, se logra poner el ritmo del corazón de vuelta a lo normal. En estos casos, aunque se utiliza el término resurrección, la persona no está realmente muerta. Es decir, puede estar inconsciente, sin respirar, sin latido cardíaco y, sin duda, si algo no se hace de inmediato va a morir en los próximos minutos; pero creemos que esa separación del alma del cuerpo todavía no se produce. Yo personalmente como cardiólogo he intervenido en muchísimas resucitaciones cardiológicas. A veces se puede lograr restaurar el ritmo y la función del corazón y aun de la respiración, pero el daño a las estructuras tan delicadas del cerebro es tan masivo que la persona permanece en un coma severo y desgraciadamente en muchos casos ese es el resultado final. Como hemos dicho, las células de los órganos vitales como el cerebro, el hígado, los riñones, el páncreas están destruidas.
3) La curación de la causa, es decir, el proceso o condición médica que determinó la muerte de Lázaro. Suponemos que la enfermedad era una infección muy grave, como una septicemia o un proceso tumoral maligno. Ahora, la resurrección de Lázaro implica que esta enfermedad ha sido curada. Las bacterias, virus o células cancerosas fueron destruidas, porque de lo contrario unas pocas semanas o meses después se iba a morir de nuevo y eso no sucedió. El proceso que provocó la muerte fue erradicado y curado para siempre.
4) Lázaro salió atado y no podía caminar ni moverse. Salió como un bloque, no podía hacer movimientos.
Los judíos tenían la costumbre de amortajar el cuerpo del muerto envolviéndolo con múltiples telas. Esto hacía que el muerto quedara como una especie de momia. Lázaro no sale del sepulcro por sus propios medios porque le es absolutamente imposible hacer ningún movimiento. Creemos que Lázaro aparece afuera de la tumba. Jesús lo mandó salir fuera y Lázaro sale. Esto se hace difícil de entender para nuestras mentes finitas. Pero un milagro es imposible de explicar en todos sus detalles. ¿Se acuerdan de las palabras del Señor Jesús en (Jn 5:28)?: "No os asombréis de esto, porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán, los que hicieron el bien para la resurrección de vida, pero los que practicaron el mal para la resurrección de condenación". Estos versículos se refieren al día de la resurrección general cuando todos los que están en los sepulcros serán resucitados. Sin embargo, con un individuo Jesús demuestra lo que ha de hacer en aquel glorioso día.
Volvamos al relato de Juan 11. Jesús dijo: "¡Lázaro, ven fuera! Y el que había estado muerto salió" (Jn 11:43-44). Sin ninguna duda alguien se preguntaría cómo fue posible que si estaba muerto pudiera haber oído. Pero aquí está otra vez la obra de Dios. El mandato del Rey de reyes tiene un poder tal que ni aun la muerte puede impedir que su orden sea escuchada y cumplida. Es aquel que dijo: "Sea la luz, y fue la luz" (Gn 1:3).
5) El quinto milagro en relación con la resurrección de Lázaro es también importante. Se acuerdan que Marta dijo: "Señor, hiede ya, porque tiene cuatro días". Yo creo que cuando lo sacaron, la roca que cubría la entrada del sepulcro emanó el olor a muerte por la descomposición de la materia orgánica. Pero cuando Lázaro salió, el olor, por así decirlo, desapareció y el aire en ese lugar se tornó puro y diáfano como el de las montañas. Y la razón por la que decimos que el olor desapareció es porque ningún judío hubiera tocado las ropas mortuorias de Lázaro si hubieran estado impregnadas de un olor repugnante.
Cuando los tres jóvenes hebreos que menciona el libro dé Daniel fueron puestos en el horno de fuego, el rey Nabucodonosor se espantó al ver que había una cuarta persona con ellos que parecía un hijo de los dioses, y juntándose los grandes, los gobernadores, los capitanes y los del consejo del rey para mirar a estos varones, cómo el fuego no se enseñoreó de sus cuerpos ni el cabello de sus cabezas fue quemado ni el olor del fuego había quedado en ellos (Dn 3:27). Dios hizo un milagro para que los cuerpos de estos tres jóvenes creyentes ni siquiera tuvieran olor a humo. Ver también (2 Co 2:14-16) (1 Co 15:50-52,57) (1 Jn 3:1).
Para mí es maravilloso pensar en el consuelo que esta porción de la Biblia nos da. Hay un principio que se cumple: Tu hermano volverá a vivir.
Aquí vemos también al Señor Jesús con majestad y con poder que al mismo tiempo muestra su humanidad y su amor profundo por su amigo; y el Salvador llora. ¿Cómo es posible que el Rey de gloria, el Creador, el Omnipotente, esté llorando? Yo veo un aspecto de la gloria del Señor Jesús en el llorar que no se puede captar de una manera tan clara en otras porciones de la Escritura. Es la gloria de aquel que se humilló y vino a este mundo de sufrimiento, es la gloria de un amor profundo por un amigo que no es un santo sino sencillamente un miembro de una familia amada. Por eso Juan escribe: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1:14).
Al poderse efectuar la resurrección de Lázaro hemos visto la divinidad de nuestro Señor; en su llanto ante la tumba de su amigo hemos visto su perfecta humanidad. Al esperar él dos días en el lugar en que estaba, vemos que Dios nos permite que pasemos por pruebas que tienen una finalidad, un objetivo que muchas veces sólo él conoce y que nosotros no entendemos hasta mucho después.
Terminamos nuestra meditación con el versículo 25: "Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá". En esta declaración no dice: "yo era" o "yo seré" o "me gustaría ser"; él dice: "Yo soy".
"El que cree en mí, aunque muera, vivirá"; una frase maravillosa y plena de seguridad. Es una frase que no se aplica a Lázaro solamente, sino a cada individuo en el planeta Tierra que ponga su fe en el Señor Jesucristo.
"Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11:26). Esta es nuestra situación hoy. Vivimos y creemos en él. El carpintero de Nazaret es nuestro Señor, es nuestro guía, es nuestro maestro, es nuestro capitán, es nuestro todo.
Y por último, una pregunta personal: ¿Crees esto? Quiera el Señor que, cada persona que lea estas líneas con sinceridad pueda decir: "Yo creo que Jesucristo es el Hijo de Dios, es el Salvador del mundo y mío también".

Temas para predicadores

La divinidad de Jesucristo manifestada en la resurrección de Lázaro.
La humanidad de Jesucristo: Se conmovió y lloró.
Las distintas características de las tres personas en la familia; pero todas amando al Señor Jesús.
Cuando parece que Dios no responde o que su promesa no se cumple.
La resurrección de los muertos y la esperanza de los creyentes.

Comentarios

Argentina
  Mary Isabel Alderete  (Argentina)  (20/09/2022)
Sus estudios bíblicos son de gran bendición para mi, El Señor los bendice.
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