Estudio bíblico: Hermenéutica - Las doctrinas fundamentales de las Escrituras -

Serie:   Normas de Interpretación Bíblica   

Autor: Ernestro Trenchard
Email: estudios@escuelabiblica.com
Reino Unido
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Hermenéutica - Las doctrinas fundamentales de las Escrituras

El valor de las normas doctrinales

En la tercera lección presentamos aquellos postulados generales que el evangélico fiel admite como necesarios para la fiel exégesis de cualquier pasaje determinado de la Biblia. Entre ellos se hallaba la unidad esencial de la Biblioteca divina, cuyo autor es el Espíritu Santo, cuyo tema es Cristo y cuyo propósito es el de declarar la revelación que Dios ha dado de sí mismo, juntamente con la historia del desarrollo del plan de la redención. Esta unidad de propósito, realizada por el Autor divino, determina también la unidad de doctrina, pues es inconcebible que tal Autor pudiese enseñar ciertos principios básicos en un sector de su Libro, y negarlos en otros. Este hecho nos provee de un método de comprobación en el detalle de la exégesis, especialmente cuando se trata de porciones que se consideran difíciles, pues el detalle no ha de contradecir las grandes enseñanzas básicas de la Biblia en su totalidad.
Es necesaria una advertencia. La norma de las grandes doctrinas no justifica la tendencia de soslayar el claro sentido de cualquier pasaje, debidamente considerado en su contexto, en aras de unas presuposiciones, por las que el estudiante razona: "Dios no puede hacer esto o aquello porque no se concibe que eso quepa dentro de sus planes, y por lo tanto hemos de espiritualizar o sublimar estas declaraciones". Por ejemplo, hay muchos buenos evangélicos conservadores que estudian las múltiples descripciones de un reino de Dios implantado en la tierra después de la venida gloriosa del Mesías, según se hallan en casi todos los libros proféticos, con clara referencia a la tierra y el pueblo de Israel, y elaboradas con un gran lujo de detalles que solamente tienen sentido en relación con un reino que ordena la vida de Israel y la de las naciones aquí abajo, antes de la gran transformación del universo. Suelen razonar de esta forma: "Ya que la pared intermedia entre Israel y los gentiles se derrumbó por la Cruz, y la resurrección de Cristo inauguró una nueva creación espiritual, no puede haber ya un "milenio" literal en la tierra, de modo que hemos de espiritualizar todas estas descripciones". Las premisas son exactas y las razones tienen cierta apariencia de espiritualidad y de discernimiento, pero de hecho el silogismo se basa sobre presuposiciones humanas, y no sobre doctrinas fundamentales. Más sabio es aceptar el hecho de la diversidad de los caminos del Señor, dentro de la unidad de su gran plan total para los siglos, reconociendo que la desaparición de la pared intermedia en la Iglesia no implica que Dios no tenga su manera de cumplir las múltiples promesas específicas dadas a su pueblo escogido, como también de manifestar la gloria de la nueva creación a través de muchas facetas.

Las grandes doctrinas

Muchos evangélicos han sido enseñados a no conceder ninguna importancia a los grandes credos de la Iglesia antigua o a las confesiones de los reformadores, por considerarlos como algo impuesto sobre la Palabra misma. Lejos esté de nuestro ánimo admitirles valor, sino en la medida en que concretan verdades bíblicas. Pero el hecho es que se formularon frente a conceptos heréticos que querían apoyarse sobre ciertos textos bíblicos, sin tomar en cuenta la enseñanza de la totalidad de las Escrituras. Los credos y confesiones representan el intento de hacer resaltar la verdad bíblica después de un examen, hecho por esclarecidas mentes, de todos los factores y no de algunos solamente. El llamado "Credo de los Apóstoles" es un resumen de las declaraciones que habían de aceptar los catecúmenos antes de ser recibidos al bautismo durante la segunda mitad del siglo segundo (bien que la redacción que conocemos se hizo más tarde) y frente a los errores de los gnósticos. El Credo niceno (principios del siglo cuarto) definió la plena divinidad de Cristo frente a los errores de los arrianos tantas veces repetidos de una forma u otra a través de los siglos. El de Calcedonia intentó resumir la doctrina bíblica en cuanto a la persona de Cristo, insistiendo en las "dos perfectas naturalezas, la divina y la humana, en una sola persona indivisible". Este resumen queda como la mejor expresión de una verdad fundamental, frente a múltiples, extraños y peligrosos errores. Los credos antiguos tratan más bien de la persona de Cristo, aunque además hacen constar otras verdades fundamentales; pero poco se dijo de la obra de expiación. Las confesiones de las iglesias de la Reforma dicen más, ya que la doctrina de la justificación por la fe era piedra angular de la Reforma.
"¿No es mejor sacar todo eso directamente de la Biblia?", preguntarán muchos lectores. Pudiendo hacerlo, sí; pero es fuerza confesar que pocos creyentes están equipados para dar explicaciones claras, completas y contundentes sobre las grandes doctrinas frente a las sutilezas de los errores satánicos que, según sus autores humanos, se sacan de las Escrituras. Es verdad que "se sacan" de la Biblia, pero no se fundan sobre la totalidad de ella. La refutación exige conocimientos muy exactos, y a veces se necesita poder hacer referencia al sentido preciso del original. Frente a las nebulosidades de los sectores liberales del Protestantismo, los fieles se ven precisados cada vez más a formular "bases de fe", que vienen a ser los credos de nuestros tiempos. Dejando aparte los puntos que reflejan obvias tradiciones eclesiásticas (y el delicado asunto de la forma del bautismo), los estudiantes serios de las Escrituras harían bien en dar consideración a los credos mencionados arriba. No deben buscar en ello una norma autoritaria de creencias, sino comprobar lo que nuestros antepasados, tras reñidas luchas contra peligrosos errores, creyeron necesario hacer constar en cuanto a las doctrinas fundamentales. Por lo menos sirven de faro, avisándonos dónde hay peligro y llevándonos a un escrutinio más intenso de la Palabra.
Entre las grandes doctrinas que hemos de tener en cuenta siempre al interpretar las Escrituras, son de importancia extrema las siguientes:
1) Dios existe eternamente en una bendita tri-unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo, que conocemos por la revelación de las Sagradas Escrituras.
2) Dios es el Creador de todas las cosas, y Sustentador de sus obras.
3) El hombre fue creado en imagen y semejanza de Dios, por un decreto especial divino, dotado de una naturaleza espiritual además de la material, por lo que puede conocer a Dios y glorificarle, que es el objeto principal de su existencia.
4) El hombre, creado en inocencia, cayó en el pecado por un acto de desobediencia, y de esta caída surgen todos los males que afligen a la humanidad.
5) La perfecta naturaleza divina del Señor Jesucristo se une indisolublemente a su perfecta naturaleza humana, sin pecado, siendo su persona eternamente indivisible, y vehículo de la plenitud de Dios.
6) El Señor Jesucristo es el único Salvador de los hombres, y único Mediador entre Dios y los hombres, habiendo llevado a cabo la obra de la propiciación, expiación y redención por medio del sacrificio de sí mismo, en la consumación de los siglos, en la Cruz del Calvario.
7) El Señor Jesucristo resucitó corporalmente y ascendió a la diestra de Dios, desde donde él solo administra los frutos de su obra de salvación, hasta consumar su reino e introducir la nueva creación en su plenitud.
8) El hombre pecador se salva por medio de Cristo y su obra, que ha de recibir por el arrepentimiento sincero y una fe vital. Por tal medio el pecador puede ser perdonado, justificado, redimido y reconciliado con Dios. Desde otro punto de vista es regenerado y participa de la vida de Dios por medio de Cristo y la operación del Espíritu Santo.
9) El Espíritu Santo fue realmente dado a la Iglesia en el día de Pentecostés. El solo da unidad espiritual a la Iglesia, que es el conjunto de todos los verdaderos creyentes: regenerados éstos, y unidos vitalmente los unos con los otros y con la cabeza, que es Cristo.
10) Habrá una primera resurrección para vida, que incluirá a todo creyente, y una segunda resurrección para juicio y condenación para todos los rebeldes.
11) Los hechos que se presentan en los Evangelios son históricos, bien que reflejan pensamientos eternos de Dios. Toda la Escritura es inspirada divinamente, entendiéndose por "inspiración" un acto especial de Dios, quien dio a conocer su voluntad a través de los siervos que había escogido. De modo que toda la Biblia es Palabra de Dios en sí, y única fuente y norma de la verdad.

Comprobando el texto por medio de las grandes doctrinas

Es buena regla exegética que "lo oscuro ha de interpretarse por lo que es claro". No debiera extrañarnos si hallamos puntos difíciles en la Biblia, con aparentes contradicciones, si recordamos lo que hemos expuesto en lecciones anteriores. Pues es inevitable que la expresión de las verdades fundamentales varíe según la época en que vivió el autor humano, las circunstancias en que escribió, la época de su testimonio, el estado espiritual de las personas que habían de recibir el mensaje y la etapa del desarrollo del plan de la redención. Pero Dios nos ha dado declaraciones muy claras sobre puntos fundamentales en determinados pasajes clave. Pensamos especialmente en el cometido de los apóstoles que declararon la "fe que ha sido una vez dada a los santos" (Jud 1:3). Por ejemplo, se hallan ciertos textos, aun en el Nuevo Testamento, que hablan del valor permanente de la Ley de Moisés como revelación de la voluntad de Dios y como "instrucción en justicia". Pero estas referencias han de entenderse a la luz de los grandes pasajes en los que Pablo señala claramente el carácter transitorio de la Ley como sistema (Ro 3,4,10) (Ga 2 al 4) (2 Co 3). De ninguna manera deben utilizarse para situarnos bajo distintos tipos de legalismo, robándonos la plena certidumbre de nuestra justificación en Cristo, o colocando de nuevo el yugo de la Ley sobre los hombros de quienes son ya hijos adoptivos del Omnipotente (véanse más ejemplos típicos abajo).

La importancia de los "doctores" en la Iglesia

Vivimos en días cuando la evangelización de las multitudes interesa más que la sana doctrina y la búsqueda de los tesoros de la Palabra por medio de una exacta exégesis de la misma. Pero la experiencia prueba que no es posible llegar a formar iglesias (y grupos de iglesias) estables si la labor de los evangelistas no es seguida por la enseñanza de los doctores y el cuidado de los pastores (Ef 4:11-15). Cuando mengua el natural entusiasmo que se despierta al ver cómo las almas confiesan al Señor (algunas con sincero corazón y otras llevadas por el excitamiento carnal), sobrevienen los problemas de la vida cristiana, que ha de desarrollarse en medio de las circunstancias adversas y engañosas de este mundo. Si entonces no hay quien dé de comer a los recién nacidos, primero la "leche" de la Palabra y luego el "manjar sólido", el fuego del entusiasmo se vuelve en el acre humo de confusiones, de divisiones y del mal testimonio de muchos que aún toman el nombre del Señor en sus labios. Hace falta la disciplina y el entrenamiento en justicia que sólo se consiguen por la Palabra enseñada en la potencia del Santo Espíritu, por siervos de Dios dotados para este ministerio, y que sean respetados y escuchados por los niños y neófitos (2 Ti 3:14-17) (2 Ti 2:2,11). ¡Ay de las iglesias que carecen de doctores, o que, teniéndolos, desprecian su ministerio!

Ejemplos

1) (1 Ti 4:10) "El Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen."
Este texto, fuera de su contexto, y sin enfocar en él la luz de las grandes doctrinas, podría interpretarse en el sentido de que Dios ha de salvar a todos los hombres, creyentes o no, si bien estos últimos tendrán mayor bendición. Tal es la doctrina que se llama "universalismo". Pero el conjunto de los claros pasajes bíblicos sobre la salvación y la condenación nos dice con suma claridad que la condición para la salvación es la sumisión del alma que se arrepiente y cree de corazón en Cristo. Si el hombre es incrédulo, "la ira de Dios está sobre él" (Jn 3:36) y "ya es condenado" y "perdido" (Jn 3:14-21). Otros muchos pasajes hablan de la "condenación eterna" igual que de la "vida eterna". No podemos admitir, pues, ninguna interpretación del texto citado que no esté en armonía con el conjunto de esta clara doctrina bíblica. A la luz de las doctrinas básicas, pues, discernimos este sentido: Vale la pena seguir la piedad (contexto), ya que es provechosa para la vida venidera. Y los altos planes y propósitos de Dios hacen que sean llevaderos todos nuestros trabajos y sufrimientos en su servicio, porque esperamos la consumación de los designios del Dios viviente, quien es única Fuente de vida, y el que pone al alcance de todos los hombres su salvación, siendo potencialmente su Salvador, bien que son los creyentes los que se aprovechan de tan precioso don y de las bendiciones que surgen de él.
2) (Col 1:20) "Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz."
De nuevo estamos ante un versículo que parece, a primera vista, enseñar el "universalismo", o sea la salvación de todos los hombres al fin. Los mismos pasajes de antes prohiben tal interpretación, y hemos de entender "reconciliar" o "pacificar" en el sentido de "quitar todo obstáculo que quisiera oponerse a la voluntad de Dios". Nosotros los creyentes, doblegamos la rodilla delante de Dios ahora, de voluntad, agradecidos por su gran obra salvadora, y quisiéramos someter nuestra voluntad en todo a la suya. Sobre la base de la misma obra de la Cruz (donde el diablo fue "echado fuera") toda rodilla tendrá que doblegarse en un día futuro, quiera o no. Así las esferas terrenales y celestiales serán "reconciliadas" o "pacificadas", pero eso no impide la condenación de los que son rebeldes de voluntad.
3) (Ro 2:6-11) "El cual (Dios) pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos..."
Parece a primera vista indicar que, por lo menos en el caso de los gentiles de quienes se trata en el contexto, algunos, por perseverar en buenas obras, conseguirán la vida eterna. Surge el problema: ¿ Cómo puede concordar esto con (Ro 3:20-23): "Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él... todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios"?
Obviamente la doctrina general de las Escrituras se halla en el capítulo 3 de Romanos y en tantos otros pasajes, y aleccionados por ella hemos de buscar el sentido del texto citado en el contexto, donde el apóstol no ha llegado aún a la exposición de su gran doctrina de la justificación por la fe, sino que se dirige a los moralistas (sean gentiles o judíos) que reprenden los vicios abiertos de los paganos idólatras, al par que, bajo la capa de sus hipócritas pretensiones, esconden los mismos pecados que han cometido por lo menos en intención. El apóstol establece, pues, las líneas generales de la justicia y los juicios de Dios, haciendo ver que Dios escudriña los corazones, que no hace acepción de personas, que él sabe quiénes son los que le buscan y quiénes son los contenciosos. Según estas santas e invariables normas, él nota a quienes le buscan de corazón, y aumentando su luz, los conduce (siempre sobre la base de la obra de la Cruz) a la vida eterna. En cambio, los rebeldes serán juzgados "según sus obras", que están abiertas al ojo del Omnisciente. Aquí el "bien hacer" no es el medio para conseguir la vida eterna, que estaría en abierta contradicción a pasajes como (Ef 2:8-9), sino la señal de un corazón sumiso que busca a Dios, y que Dios reconoce dondequiera que se halle.

Ejercicios

1. ¿Qué contestaría a alguien que le dijera lo siguiente: "La parábola del hijo pródigo demuestra que no hace falta la muerte de Cristo, ya que allí se perdona con el arrepentimiento solamente"?
2. ¿Qué doctrina nos enseña el texto (Mr 10:45)?
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