Estudio bíblico: El campo del mundo "debajo del sol" - Eclesiastés 1:1-6:12

Serie:   Eclesiastés   

Autor: Ernestro Trenchard
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Reino Unido
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El campo del mundo "debajo del sol" (Ec 1:1-6:12)

Consideraciones preliminares

Estas notas distan mucho de ser exhaustivas, ya que tienen por única finalidad subrayar los grandes principios que se han tratado ya en la sección introductoria del libro, además de aclarar el sentido de alguna frase que el lector podría hallar difícil, sea a causa de la traducción, sea por no recordar el enfoque del libro. Los enigmas surgen de la doble vertiente de la vida del hombre natural, puesto que no deja de ser hombre —el ser que Dios hizo a su imagen y semejanza para tener dominio sobre las obras naturales de los órdenes inferiores de la creación— y a la vez se ha dejado vencer por el asalto del diablo. Por dentro lleva lo que Pablo ha de llamar la "carne" —en su sentido peyorativo— y se halla colocado en el "mundo" que —también en sentido peyorativo— es el sistema satánico por el que los asuntos humanos se rigen desde la Caída, predominando el egoísmo, las rivalidades y la tiranía de los más fuertes. Todo ello produce condiciones muy complejas. Con todo Dios no ha abdicado su Trono, bien que, hasta que disponga otra cosa, su soberanía se manifiesta por el control providencial de los asuntos de este mundo, muchos de los cuales, aun siendo malos en sí, no dejan de contribuir a la consecución del plan total de Dios. El conocimiento de la "obra de Dios" espera una revelación más completa, pero eso no anula el valor de la investigación que emprende el Predicador.

La "vanidad" revelada en el ciclo inacabable de los acontecimientos (Ec 1:1-11)

El autor (Ec 1:1). Véanse las notas sobre el autor en el capítulo anterior.
El texto (Ec 1:2-3). "Vanidad" equivale a algo que se ha vaciado de todo sentido real, y corresponde bastante a nuestro término "frustración". El versículo 3 presenta el "texto" del discurso, pues, aparentemente, el hombre se afana en la tierra con el fin de realizar sus cometidos, sin hallar provecho personal como resultado de su esfuerzo.
Lo clave del discurso. Los afanes se producen "debajo del sol", o sea, en el orden natural de la vida humana que se desarrolla dentro de las complejas condiciones que hemos señalado arriba.
Los ciclos que se anulan a sí mismos (Ec 1:4-11).
a) El primer ciclo es el de las generaciones, que se suceden sobre la tierra; desde este punto de vista el orden natural "siempre permanece" en contraste con los hombres que pasan. Si tenemos en cuenta el enfoque del libro no veremos contradicción alguna con las profecías sobre la Nueva Creación (2 P 3:7-13) (Ap 21).
b) El segundo ciclo es el de la naturaleza, ya que el sol (aparentemente) cumple continuamente su carrera diaria; los vientos cambian de un punto cardinal a otro y los ríos llevan el agua al mar que vuelve allí por el proceso de evaporación y condensación (Ec 1:4-7).
c) El tercer ciclo es el de las experiencias humanas. El sabio las mira y las estudia, hallando siempre análogas circunstancias, y sacando la conclusión de que lo que ha habido siempre volverá a producirse, sin novedad en nada esencial, con el olvido del presente, que, como hombre dotado de su personalidad propia, es lo que verdaderamente le interesa (Ec 1:8-11).

El Predicador explica su propósito (Ec 1:12-18)

La persona del autor (Ec 1:12,16). La persona del autor, con su autoridad y abundancia de recursos, prestaba un valor muy especial a la investigación que emprendió, ya que se gozaba de condiciones ideales para sacar el bien posible de la vida y hallar su significado, si es que fuese posible hacerlo "debajo del sol". Además, él mismo era hombre sabio, capaz de discernir entre las apariencias de la vida y su valor real.
Su cometido (Ec 1:13,14,17). Puso su corazón "a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo... y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y también las locuras y los desvaríos". Recordemos que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el simbolismo del "corazón" abarca mucho más que los afectos, siendo a menudo centro de la inteligencia y sede de los deseos y la voluntad, llegando a ser el meollo y "motor" de la personalidad humana. El Predicador se dedicó no tanto a un proceso de fría investigación científica, sino a una labor que le interesaba personalmente, y que exigía que empeñara en ella todas las facultades de su ser.
Las primeras conclusiones (Ec 1:14,15,18). El Predicador empezó su discurso lanzando el veredicto final: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad", pero es preciso ahora "ir por partes", ilustrando por lo menudo lo que ya había discernido en su totalidad.
a) Lo torcido no se puede enderezar (Ec 1:15). A la luz de toda la Biblia sabemos que las hermosas posibilidades de la vida del hombre se han viciado a causa del pecado, que es oposición a la voluntad de Dios. He aquí un aspecto de la "ley de frustración", el hombre es incapaz de rectificar por sí mismo esta torsión, que afecta todo lo relacionado con la vida del hombre pecador. De igual forma es incapaz de completar lo que falta para lograr la felicidad.
b) La sabiduría humana no trae la solución, bien que, más adelante, el Predicador alabará la prudencia. El versículo 18 nos enseña que si el sabio tiene los ojos bien abiertos a la luz de la razón y del discernimiento, su espíritu se turba más por lo que ve y entiende, acumulando para sí aflicciones que se ahorra el ignorante que prosigue su tenebroso camino falto de percepción. Lo mejor del panorama "debajo del sol" es la sabiduría, pero, con ser muy útil, no puede conseguir el "provecho" personal en el sentido de conseguir para uno mismo la felicidad y la satisfacción íntima.

El Predicador experimenta con los bienes de esta vida (Ec 2:1-26)

¿Satisfará el placer? (Ec 2:1-11). El Predicador repasa sus experiencias, ya que ha probado los resultados que pueden dar el placer, las obras y las riquezas. Hallamos estos tres hilos entrelazados aquí, pero, al propósito de nuestro análisis, empezaremos con el tema del placer entendido como todo aquello que puede agradar los sentidos del hombre, satisfaciendo también su capacidad estética y también su instinto sexual. Ya hemos visto que Salomón se hallaba en una posición ideal para poder dedicarse a placeres de esta índole, y puede decir de esta "prueba": "No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno" (Ec 2:10). Al mismo tiempo mantenía su sabiduría, de tal forma que no se hacía esclavo de los vicios, como habría hecho un necio en su lugar. Probaba la pasajera alegría del vino (Ec 2:3), se gozaba de la música (Ec 2:8) y multiplicaba sus concubinas (Ec 2:8). Podemos pensar que lo mencionado no son sino muestras de todo cuanto podía incluirse en el placer, tratándose de la vida del hombre "debajo del sol". La conclusión del observador, que examina con sabiduría su propia experiencia, es que la risa enloquece y que para nada sirve el placer (Ec 2:2), siendo todo ello "vanidad y aflicción de espíritu" (literalmente: "procurar captar el viento") (Ec 2:17).
¿Satisfarán las grandes empresas? (Ec 2:1-11). Una manifestación de la imagen de Dios en el hombre es su deseo de "hacer algo", pasando desde simples arreglos de casa o de taller a impresionantes obras de arte, de arquitectura, de urbanización, de mejoras en el campo, de experimentos en los laboratorios, etcétera. El placer que produce la obra, al formularse el primer pensamiento, al desarrollar el plan, al vencer las dificultades y ver la realización final, es algo legítimo y noble, siendo propio del hombre como criatura de Dios. El Predicador consideraba sus vastas posesiones y planeaba mejoras, edificando casas, plantando viñas, preparando huertos y jardines para provecho y placer. Había gozo en el trabajo (Ec 2:10), pero aún esto —tan legítimo y bueno en sí— se estropeó y se convirtió en "vanidad" por varias consideraciones: a): El sabio y sus obras serán olvidados igual que el necio y sus locuras (Ec 2:15-16). b): El sabio, el que ha realizado grandes obras para el desarrollo de los recursos naturales de la tierra y el bien de aquella generación, morirá al fin, y dejaría todo lo hecho a un heredero que quizá sería un necio: algo que se cumplió literalmente en el caso de Salomón (Ec 2:16,18). Siendo sabio, el Predicador no podía dar de lado el tema fatídico de la muerte física: el hecho ineludible que sella la "vanidad" de la vida "debajo del sol".
¿Satisfará lo sabiduría? (Ec 2:12-17). Ya hemos notado que el autor no separa sus pensamientos en apartados homogéneos, hallándose distintos hilos en todas las secciones, con la repetición de conceptos. Subrayó con anterioridad (Ec 1:18) que hay molestia en la mucha sabiduría, pues la valoración exacta de las cargas de la vida aumenta la preocupación del alma sensible. Siguiendo el mismo pensamiento, pero sobre un nivel más elevado, el Maestro, Sabiduría de Dios, había de decir: "Bienaventurados los que lloran". Hallamos el mismo tema en los versículos que tenemos delante. "La sabiduría sobrepasa la necedad como la luz a las tinieblas: el sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas" (Ec 2:13-14). Con todo, esta misma sabiduría revela la vanidad de todos los esfuerzos humanos, y da al traste con todos los intentos de vencer la frustración y el fracaso de la vida del hombre "debajo del sol". El sabio llegó al punto de odiar la vida, que prometía tanto y rendía tan poco cuando se trataba de satisfacer al hombre que tiene "eternidad" en su corazón (Ec 2:17-23). Es aquí donde tenemos que recordar que se trata de los resultados de las investigaciones del sabio —perfectamente logradas dentro del marco del cometido suyo— y que este fracaso subraya la necesidad de otra clase de vida: la que ha de manifestarse después de que Cristo, en la Cruz, venciera el pecado y su secuela de males.
Las conclusiones del sabio (Ec 2:11-24). El sabio hace constar los resultados de las pruebas que ha realizado en las esferas del placer, de los grandes proyectos y de la sabiduría, permitiéndole su discernimiento que sopesara todos los datos conocidos entonces. 1) Llega a un estado de desesperación en lo que se refiere a la posibilidad de hallar satisfacción duradera en la esfera natural de la vida del hombre sobre la tierra, tal como pudo conocerla. A esta conclusión pesimista hemos hecho referencia en el apartado anterior, pues llega a odiar la vida y los trabajos que no pueden producir frutos permanentes. 2) Al mismo tiempo, el sabio tiene pleno conocimiento de que Dios ordena las cosas, bien que no le fue concedido a él comprender el plan porque el Creador había sujetado al hombre al yugo de vanidad. Lo que hay de bueno viene de la mano de Dios, quien se agrada en algunos —en los humildes— y no se agrada en el pecador que acumula los bienes por motivos puramente egoístas. Está implícita aquí la doctrina de la providencia de Dios (en la que ya hemos meditado) y el sabio concluye: "No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba y que su alma se alegre en su trabajo". También ha visto que no se trata de "comamos y bebamos porque mañana moriremos", sino de aceptar la providencia de Dios, pese a la amargura de las experiencias penosas, sabiendo que Dios juzgará tanto al joven como al viejo en cuanto al uso que hace de los recursos de la vida (Ec 11:9-10).

Los tiempos y las sazones (Ec 3:1-9)

Un orden providencial. Ya hemos meditado en la confusión que resulta del hecho de hallarse estrechamente entrelazados dos factores fundamentales en la vida del hombre debajo del sol: su verdadera humanidad, hecha a imagen y semejanza de Dios, y las influencias e impulsos satánicos que obran en su vida como resultado de la Caída. Sin embargo, la vida del hombre no es mera confusión, ya que Dios ha ordenado que se desarrolle dentro del marco del tiempo, y dentro del suceder de los años, meses, semanas, días y horas se hallan las "sazones", que pueden ser aprovechadas en el temor de Dios, o empleadas para el mal.
La variedad de las sazones. Es de suponer que si el hombre se hubiese mantenido dentro de la órbita de la voluntad de Dios, el tiempo le habría proporcionado oportunidades para el desarrollo sano y equilibrado de su ser, con el adelanto progresivo de sus propósitos, ajustados éstos al plan de Dios: Pero su distanciamiento de Dios determina que el tiempo produzca el desgaste, de tal modo que —en sentido muy real— empieza a morir desde su nacimiento. Entre el principio y el fin de su vida se halla una sucesión de acontecimientos, que se desarrollan dentro del marco de su vida como hombre caído: Aquí el sabio redacta una lista poética de las sazones de la vida humana, contrastando sucederes opuestos, que a veces parecen contradictorios. El sabio es el hombre que logra ajustar sus actividades a lo que exige "la hora" que pasa. La elocuente lista, que señala los rasgos principales de la vida del hombre, puede ser considerada bajo los siguientes puntos de vista:
a) Son las fluctuaciones necesarias de la vida del hombre "debajo del sol", debido a su condición especial.
b) Señalan el desgaste de toda obra humana, que motiva el renovado lamento del versículo 9: "¿Qué provecho tiene el que trabaja de aquello en que se afana?".
c) Ilustran la obra de la providencia de Dios que provee al sabio las oportunidades precisas, ya que él conoce el tiempo.

Obras divinas y condiciones humanas (Ec 3:10-15)

Los obras de Dios. Al meditar en esta porción debiéramos recordar "la teología" del libro de Eclesiastés (ver la Introducción). Es evidente que el sabio se preocupa mucho por la obra de Dios, pese a los factores negativos introducidos por la Caída, y notamos las siguientes.
a) Dios hizo todo hermoso en su tiempo (Ec 3:11), que parece ser un eco de (Gn 1:31): "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí era bueno en gran manera". La hermosura del Creador se refleja en su obra, y el hombre hecho a su imagen ha recibido el don estético a fin de que pueda disfrutar de la obra de Dios.
b) Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre (Ec 3:11). El hombre es un ser espiritual, y no sólo material. Esto aumenta mucho su dignidad, pero, como hemos visto anteriormente, acrecienta también su desasosiego y su sentido de frustración, ya que no puede hallar satisfacción en lo material.
c) Dios lleva a cabo una obra "desde el principio hasta el fin", pero ni el sabio puede comprender el plan, ya que, por el momento, no se ve más que confusión (Ec 3:11).
d) Las obras de Dios son de tal calidad que los hombres no pueden añadir nada a ellas, ni disminuirlas. El sabio piensa en la estabilidad de las obras de la creación comparada con el breve paso del hombre sobre este suelo cuando dice "todo lo que Dios hace será perpetuo" (Ec 3:14). A la luz de toda la Biblia podemos pensar en el plan total de Dios, pues si bien los cielos y la tierra pasarán, todo desembocará al nuevo "cosmos" de los siglos de los siglos. El breve paso del hombre por este mundo, y su apreciación de las obras perpetuas de Dios, debieran despertar en su corazón el temor de Dios (Ec 3:14).
e) "Dios busca lo que ha sido dispersado" es la traducción literal de la última cláusula del versículo 15, y esta declaración introduce una nota de optimismo que no es común en este libro, y que nos recuerda, el sentido íntimo de la misión del Salvador: "El Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido" (Lc 19:10).
f) Dios ha dado a los hombres asuntos en los cuales debieran ocuparse, según el versículo 10. Nos recuerda el hecho de que Adán, antes de la caída, había de labrar y guardar el Huerto de Edén (Gn 2:15), pues que es parte esencial de su naturaleza (como creado a imagen de Dios) que perciba trabajos útiles, hallando el gusto en realizarlos. Naturalmente, el egoísmo del hombre caído le lleva a esforzarse por llevar a cabo trabajos materiales, pero queda la hermosa posibilidad de obrar dentro de la voluntad de Dios, bien que el sabio no tenía ideas claras sobre lo que sería la consumación.
El disfrute de los dones de Dios (Ec 3:12-13). Separamos del análisis anterior el "don de Dios" que el sabio describe en los versículos 12 y 13, ya que plasma una de las conclusiones que resultan de sus investigaciones. Dios ha dado muchas cosas agradables al hombre, pese a la confusión y la "vanidad", y es preciso disfrutar de ellas en el temor de Dios. Como notamos en la Introducción, no se trata del hedonismo, o sea, el placer por el placer, sino del "sentido común" de hacer uso de los dones de Dios, y sabiendo que habrá lágrimas además de regocijos. No se expresa aquí toda la verdad de Dios sobre este tema, pero es parte de ella, y un importante antídoto a un ascetismo espúreo. El sabio vuelve a subrayar la misma conclusión en (Ec 3:22).

Los juicios de Dios y las malas obras de los hombres (Ec 3:16-22)

El tiempo del hombre y la hora de Dios (Ec 3:16-18). El sabio no ha dejado del todo el tema de "los tiempos y de las sazones", y aquí echa su mirada sobre autoridades que abusan a menudo de su poder, ejerciéndolo, no para mantener la justicia, sino para cometer toda suerte de iniquidades. Es su "tiempo", y lo emplean mal. Pero, además, Dios tiene su "tiempo" cuando juzgará tanto al justo como al impío (Ec 3:17). Y aún ahora todos están sometidos a la prueba, con el fin de que se vea la nulidad del hombre, si no relaciona sus obras con el plan de Dios por medio del temor de Jehová (Ec 3:18).
La suerte de los hijos de los hombres (Ec 3:19-22). Estos versículos se consideran como muy difíciles desde el punto de vista de su inspiración como Palabra de Dios contenida en un libro canónico. Repetimos los conceptos que subrayamos en la Introducción, pues creemos que la solución se halla en el enfoque de todo el libro. El sabio no es "inspirado" para iluminarnos sobre la suerte eterna del hombre, sino ha de limitarse a su propio cometido: el de examinar todo lo que hay "debajo del sol", sacando sus conclusiones sobre el hombre natural, bien que su argumento va entreverado con otros que surgen del "temor de Dios". Si miramos los seres vivientes de la creación natural, vemos que nacen, crecen, llegan (normalmente) a su pleno desarrollo, se desgastan y mueren, siendo preciso enterrar los restos mortales tanto en el caso del hombre como en el de la bestia. El ojo humano no ve más. Esta trágica conclusión subraya la vanidad de la vida del hombre, que se equivoca grandemente si cree que puede satisfacer su ser por medio de la hojarasca de este mundo. Este peculiar punto de vista, ha de ser complementado por medio de otras verdades, aun en el libro de Eclesiastés, y mucho más al pasar a la revelación del Nuevo Pacto.

Las fluctuaciones de las fortunas del hombre (Ec 4:1-16)

Las lágrimas de los oprimidos (Ec 4:1-3). El sabio vuelve al tema de (Ec 3:16-17), notando que el duro corazón de poderosos opresores es insensible al llanto de aquellos que sufren los efectos de los malos tratos que reciben "y para ellos no hay consolador". La trágica historia de los hombres ha sido escrita con sangre, y sus anales secretos empapados de lágrimas. Los "humanistas" de hoy necesitan volver a estudiar la historia, que señala una y mil veces que el hombre egoísta se queja de la opresión que sufre él mismo, pero si llega a ser poderoso, se vuelve tan tirano como los opresores anteriores. Como Job, el sabio pregunta —frente a tanto dolor— si no es preferible la muerte que la vida, o, aún más, no haber nacido con el fin de salvarse de la experiencia de tanto mal (Ec 4:2-3) (Ec 9:4-6).

Observaciones prácticas (Ec 4:4-12)

El estilo del pasaje. Este pasaje ilustra la dificultad de analizar este libro, ya que el sabio sigue notando los resultados de su observación, y a la vez, mezcla con ella máximas que parecen ser proverbios conocidos. Salen varios temas en el estrecho marco de esta porción.
La envidia (Ec 4:4). El versículo 4 puede traducirse, como en R.V. (1960) "toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre"; o, alternativamente: "toda excelencia en el trabajo viene de la envidia del hombre frente a su prójimo". O sea, el hombre no busca el trabajo por el bien que encierra, sino porque ve a su prójimo prosperar, y no quiere ser menos. Por desgracia, las dos traducciones encierran trágicas verdades, siendo la envidia un veneno que brota constantemente del egoísmo.
La pereza y la tranquilidad (Ec 4:5-6). En el estilo de los Proverbios, el sabio denuncia al perezoso que se destruye a sí mismo. Al mismo tiempo ve la bendición de un espíritu tranquilo que evita la "aflicción de espíritu", frase que se traduce literalmente por "procurar captar el viento". ¡Bendito "puñado de paz" en un mundo de loca agitación y ajetreo!
El rico sin heredero (Ec 4:7-8). El sabio fijó su penetrante vista en los hombres que trabajan constantemente, sin reposo ni placer, por el afán de acumular tesoros, sin hacer un alto para pensar: "¿A quién dejo todo eso?". Es un tema que volverá a surgir, e ilustra la "vanidad" de las costumbres humanas y nos recuerda la parábola del Señor sobre el "rico insensato" (Lc 12:13-21).
El valor del compañerismo (Ec 4:9-12). En contraste con el "rico insensato", que trabaja duramente sin tener siquiera un heredero que disfrute de sus riquezas, se hallan dos amigos (o un matrimonio bien avenido) que se apoyan mutuamente, doblando así su gozo y cortando los pesares por la mitad. La última cláusula del versículo 12 ("cordón de tres dobleces no se rompe pronto") se aplica generalmente a la fuerza de un testimonio ratificado por boca de tres testigos (Dt 17:6), pero aquí el sabio subraya la fuerza inherente de un grupo de tres personas, en el que cada uno apoya a los otros dos, brotando de su compañerismo el ánimo y la eficacia que pueden confrontar circunstancias adversas, o la oposición de enemigos comunes. ¿Sabemos apreciar el valor de las amistades y de los esfuerzos mancomunados?

Las fluctuaciones del poder político (Ec 4:13-16)

La popularidad es inestable (Ec 4:13-16). Se cree que el sabio tenía delante un caso concreto que inspiró esta meditación sobre la inestabilidad del poder real y las fluctuaciones en las fortunas de los héroes populares. Un rey ha llegado a la vejez, y es evidente su falta de sabiduría, bien que en sus principios había sabido ordenar sus asuntos de tal forma que, siendo pobre y encarcelado, había llegado al trono. Pero ahora sale otro joven con el don de conmover las multitudes y que llega a ocupar el lugar del anciano y necio. Las multitudes le siguen y le aclaman mientras él afirma su poder despótico. Sin embargo, en este caso también los años pasan y se desgasta su popularidad: "y los que vienen después tampoco estarán contentos de él". Se trata del esbozo de una pequeña parábola, que apenas llega a perfilarse, y que destaca la "vanidad" de la popularidad y aún del poder real. Los héroes de hoy serán los aborrecidos de la próxima generación, y así siguen los vaivenes de la marejada de la política.

La sabiduría en la esfera de la religión (Ec 5:1-7)

Sacrificios y votos (Ec 5:1-2,4-6). Tengamos en cuenta que el sabio se mueve dentro del sistema legal y sacerdotal de la vida religiosa de Israel como pueblo de Dios. Los sacrificios eran los ordenados en Levítico capítulos 1 a 6, y los votos eran promesas hechas delante de Dios; fuesen las de entregar dinero al servicio del Señor, fuesen las obligaciones del nazareo (Nm 6). Un sacrificio ofrecido precipitadamente, o por motivos de ostentación, sin discernir la lección de la necesidad de la expiación, era "sacrificio de necios", que atraía los juicios de Dios sobre el oferente en lugar de su bendición. "¡Cuidado! ¡Escucha y aprende!" —dice el sabio en efecto— "No multipliques palabras en la casa de Dios. Dios está en el Cielo, y tú sobre la tierra, y el temor de Jehová consiste en reconocer la gloria, la justicia y la potencia del Dios trascendental". Un voto podía ser motivado por un verdadero deseo de rendir a Dios lo que era suyo, o como expresión de gratitud por un bien recibido. Muy bien. Si el motivo es bueno, y el voto se cumple, habrá bendición. Pero si alguien, con espíritu ligero y ostentoso promete, y luego le pesa tener que realizar el sacrificio implícito en su voto, alegando ante el "mensajero" (así "ángel", significando el ministro en el Templo) que se había equivocado, en lugar de bendición habrá vergüenza y condenación. No es posible agradar a Dios a no ser que acudamos a su presencia con espíritu contrito, humilde, pidiéndole la gracia suya que precisamos para ser consecuentes en la adoración y el testimonio.
La vanidad de los sueños (Ec 5:3,7). Como sabemos por los casos de José y Daniel (entre otros) Dios se revelaba a veces a sus siervos por medio de sueños, ya que solamente una parte de su Palabra se hallaba escrita. Pero es un hecho bien conocido que el espíritu carnal suele imitar los métodos divinos, movido por el orgullo (que en este caso pretende recibir revelaciones especiales), o por el afán de lucro. Muchos falsos profetas basaban sus "oráculos" en sueños que decían haber recibido, multiplicando palabras para la confusión y desorientación del pueblo de Dios. El sabio tiene poca simpatía con este falso misticismo, y aconseja, no el misterio de los sueños, sino la sobriedad del temor de Dios (Ec 5:7).

Autoridad, opresión y el amor a las riquezas (Ec 5:8-20)

Opresión y autoridad (Ec 5:8-9). El sabio reitera los males de la opresión en términos parecidos a los de (Ec 4:1), etcétera, pero hay algo nuevo aquí ya que sitúa el tema dentro del principio de la autoridad jerarquizada, tal como se conocía en una sociedad oriental de su tiempo. Hay oficiales subordinados a otros, y se insinúa que pueden ser responsables por muchos de los males; sin embargo, la jerarquía es necesaria. La última cláusula del versículo 9 debe leerse: "Sin embargo, es una ventaja tener un rey en un país agrícola". Quizá estos versículos no hacen más que notar la necesidad de una autoridad jerarquizada, pese a los males que existen, con el fin de evitar la anarquía, pero el "otro más alto" nos recuerda el tema del gobierno providencial de Dios, quien vigila todo y, al fin del camino, dará a cada uno conforme a sus obras.
La vanidad de las riquezas (Ec 5:10-20). Este tema se repite mucho puesto que el hombre natural tiende a creer que todo se soluciona por medio de dinero, y el sabio ha de corregir este error. El dinero no satisface (Ec 5:10) sino que los que desean enriquecerse caen en "tentación y lazo" hundiéndose en "destrucción y perdición" (1 Ti 6:9). Al olor de la abundancia acuden muchos codiciosos para consumirla, y el dueño no saca más satisfacción que la de ver con sus ojos la riqueza que no puede disfrutar (Ec 5:11). ¡Más vale el profundo sueño del trabajador! Las riquezas pueden perderse en un mal negocio (mejor que "malas ocupaciones") y el rico saldrá de este mundo tan desnudo de todo como entró en él. ¿Qué hacer frente a la vanidad de las riquezas? ¿Abandonar todo y llevar una vida asceta? Hemos visto anteriormente que eso no es la solución normal bíblica —podría quizá, ser una vocación especial— sino el disfrute, decente y honesto de los bienes que son "don de Dios". Naturalmente, dentro del Nuevo Pacto, el Maestro y sus apóstoles tendrán mucho más que decir sobre el principio de la "mayordomía", por el cual el creyente reconoce que no pasa de ser el administrador de los bienes materiales que posee, que han de usarse para el engrandecimiento del Reino de Dios.

Aspectos del "yugo de vanidad" (Ec 6:1-12)

¿Qué valdrían dos mil años de vida? (Ec 6:1-6). Sólo por conveniencia hacemos una división aquí, pues el sabio sigue desarrollando el tema de la vanidad de las riquezas. Sin embargo, no sobra la reiteración, subrayada por expresiones contundentes, pues ya hemos notado que el amor a las riquezas, y su excesiva valoración, es una de las grandes equivocaciones de la humanidad. El hombre que acumulara riquezas durante dos mil años, sin poder disfrutar de más de una pequeña porción de ellas, viendo sus bienes consumidos por extraños, y preocupado por mil enojosos asuntos, se halla en peor caso que una pequeña vida abortada que no ha conocido el mal y el dolor.
La vanidad de los deseos y de las palabras (Ec 6:7-12). El versículo 9 hace ver —en traducción más literal— que lo que vemos con los ojos, disfrutando por un momento de su hermosura, es mejor que los deseos que pasan rápidamente de un objeto codiciado a otro. Lo normal en esta vida es comprender que el más fuerte vencerá al más débil (Ec 6:10). (Quisiéramos aceptar la hermosa traducción de RV 60 aquí, pero no parece ajustarse al contexto). Los hombres son muy capaces de multiplicar palabras, pero muchas veces éstas no son más que el esfuerzo por dar importancia al "yo", sustituyendo la acción eficaz (Ec 6:11). Por fin el sabio vuelve a su conocido tema, de que el hombre "debajo del sol" ha de llevar a cabo su obra sin saber lo que habrá después de él, de modo que nunca ve la consumación de sus proyectos. Este lamento corresponde aún a la realidad de las obras humanas, pero el cristiano da gracias a Dios por la posibilidad de traer su "oro, plata y piedras preciosas" con el fin de colocarlos sobre el único Fundamento, el cual es Cristo, dentro del plan de Dios para su Iglesia, cuya consumación se verá en los siglos de los siglos.
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