Estudio bíblico: La mejor elección - Eclesiastés 7:1-9:18

Serie:   Eclesiastés   

Autor: Ernestro Trenchard
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Reino Unido
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La mejor elección (Ec 7:1-9:18)

Entre tristes alternativas, hemos de escoger "lo mejor" (Ec 7:1-9)

Lo que es "mejor". La palabra "mejor" se halla en los versículos 1, 2, 3, 5 y 8. No se trata de "lo mejor" en sentido absoluto, sino de alternativas que se presentan en este mundo "debajo del sol", percibiendo el sabio que lo que más amarga la boca puede ser la experiencia mejor para el hombre en la perspectiva general de su vida. La primera cláusula del versículo 1 recalca la importancia de un buen "nombre" o "fama" entre los hombres. Es importante que cada hijo de Dios evite actos que afecten su reputación, pues de ello depende la eficacia de su testimonio. Al mismo tiempo, hemos de cuidar mucho de no dañar la buena fama de otros, pues los chismes y las calumnias pueden hacerles más daño que heridas físicas. Con todo, si hombres y mujeres en la sociedad no comprenden lo que corresponde al testimonio cristiano, y nos denigran porque buscamos a todas las almas en todas las circunstancias, entonces hemos de seguir a nuestro Maestro, a quien tildaban de ser "amigo de publicanos y pecadores".
Es mejor reconocer la realidad de la muerte (Ec 7:1-8). Los hombres del mundo se sienten muy incómodos cuando surge el tema de la muerte. "De eso no se habla", y si es preciso "cumplir" con la familia del difunto en un entierro, se nota el alivio de la gente cuando el acto termina y es posible ir a casa o al café. Y si se reconoce el hecho inevitable de la muerte física, son "ellos" que mueren, sin que la persona en cuestión reconozca que él está incluido entre "ellos". El predicador dice que eso es una locura, pues, por desagradable que sea, es mejor enfrentarse con el hecho ineludible. En "un mundo de falacias", el día de la muerte es mejor que el del nacimiento. Es mejor estar en la casa de luto que no en la de banquetes, pues existe la posibilidad de que los vivientes mediten en la brevedad de la vida. Traduciendo literalmente hallamos una paradoja bastante atrevida en el versículo 3: "Mejor es el pesar que la risa, porque con la tristeza del rostro se alegra el corazón". No sólo se enmienda el corazón por comprender la realidad de la vida y de la muerte, sino que el sabio podrá alegrarse por hallarse libre del yugo de vanas esperanzas. ¡Cuánto más cuando tenemos la esperanza de estar con el Señor al salir de los estrechos límites de esta vida, esperando la consumación de la resurrección!
Es mejor la reprensión de los sabios que la risa loca (Ec 7:5-6). Pocas veces se habrá dado con símil tan apto como el del versículo 6: "Porque la risa de necios es como el estrépito de los espinos debajo de la olla". En días de gas y de electricidad no tenemos mucha experiencia de lumbres al aire libre, pero, con todo, en un día de excursión habremos echado nuestra contribución de espinos secos (o cosas semejantes) debajo de la olla o de la sartén, oyendo el "estrépito" que se produce al alcanzarlos las llamas: un ruido seco, que se repite durante algunos momentos, antes de convertirse el pábulo en ceniza. También hemos oído el eco de "risas" artificiales de grupos de jóvenes (u otros) que, de taberna en taberna, quieren hacer ver que se están divirtiendo mucho, y recordamos la figura del sabio: "el estrépito de los espinos debajo de la olla". El versículo 8 sigue el tema de la superioridad del "fin" en comparación con el "principio", mientras que los versículos 7 y 8, en forma típicamente proverbial, advierten contra los males de la opresión y del enojo.

El valor de la moderación en todo (Ec 7:10-23)

Es inútil lamentar sobre los días pasados (Ec 7:10). He aquí un consejo muy útil y necesario, ya que tantas personas, movidas por la nostalgia de su juventud, tienden a despreciar lo presente al compararlo con lo pasado. De hecho, dice el sabio, los factores esenciales de la vida humana debajo del sol son siempre los mismos. Nosotros cambiamos a causa del paso de los años y vemos las cosas de otra manera, pero el diagnóstico del sabio siempre será valedero. Es más sabio enfrentarnos con la vida tal como se presenta ante nosotros, orientados por la luz de la revelación, que no confundirnos por los espejismos de la nostalgia.
La relativa protección que proveen la sabiduría y el dinero (Ec 7:11-14). Tanto la sabiduría como el dinero pueden proteger al hombre de algunos de los males de la vida, pero ambos tienen sus limitaciones, y es mejor considerar la obra de Dios, pues si él, por la "ley de vanidad", hace que los asuntos de los hombres se tuerzan, ¿quién será capaz de enderezar lo torcido? Con ello el sabio vuelve a su reiterado consejo de gozarse del bien y de meditar en el día de la adversidad, ya que todo ello viene de la mano de Dios para el logro de sus propósitos "debajo del sol": algo escondido del ojo del hombre dentro de esta perspectiva.
El valor de la moderación (Ec 7:15-18). Como tantos otros dichos del sabio, estos versículos pueden interpretarse mal si no recordamos el enfoque del libro. A la luz del Nuevo Testamento la entrega total a la voluntad de Dios es el "sumo bien" del creyente, pero el sabio considera que hombres "debajo del sol", si se exceden de su religiosidad o en su sabiduría, pueden salir perdiendo en lugar de ganando. Aun en nuestra dispensación el consejo conserva un valor bien que limitado, pues es un hecho que ha habido siervos del Señor tan preocupados por su misión y ministerio que se han olvidado de que son hombres, cuyas condiciones psicológicas son iguales a las de todos sus semejantes, y que necesitan cambios de ocupación, relajamiento de nervios, algún esparcimiento honesto que alivie la tensión, como todo ser humano. Si se tira de una cuerda en un solo sentido por bastante tiempo llegará a romperse. Así hombres verdaderamente piadosos han exagerado hasta la piedad, con resultados funestos para su salud mental. Podemos dar gracias a Dios por el "sentido común" de las Escrituras.
Varios consejos que surgen de la búsqueda de la sabiduría (Ec 7:19-23). Los versículos 23 al 25 recalcan la dificultad de llegar a la verdadera sabiduría, pero, con todo, fortalece grandemente al sabio (versículo 19). Dentro de esta sabiduría hemos de aprender que el pecado afecta a todos los hombres, aun aquellos que buscan la justicia al colocarse en la debida actitud de humildad y de fe delante de Dios (Ec 7:20). El versículo 21 nos da un consejo muy bueno: de no hacer caso de todo lo que se dice. Ya andarán "chismes" por allí, y quizá tu mismo criado (o "amigo") estará propagándolos, pero si sigues tu camino en rectitud y sabiduría podrás librarte del temor constante de hallar tu nombre en boca de personas que se deleitan en lo negativo, sin querer comprender lo positivo de tu vida. A la luz de otras Escrituras, podemos añadir que lo que importa es una buena conciencia delante de Dios. Podemos volver al versículo 18 y subrayar algo muy importante: "Aquel que a Dios teme saldrá bien en todo".

El hombre como Dios le creó, y sus perversiones (Ec 7:24-29)

Un principio fundamental (Ec 7:29). Al tratar de la teología y de la antropología del hombre en la Introducción, notamos la importancia de este texto, que insiste en la rectitud primigenia del hombre, tal como Dios le creó. No da información explícita sobre la Caída, pero este desastre está implícito en el contraste: "rectitud"..., "perversiones". El enigma que el sabio es incapaz de descifrar no es parte de la creación original, sino algo torcido en el hombre que le aleja de la norma primitiva y le enreda en las perversiones que Satanás ha introducido en su ser.
El peligro de las mujeres malas (Ec 7:26-28). En el estilo de Proverbios capítulo 5, Salomón advierte contra las mujeres malas, ya que la confusión y la depravación de las relaciones sexuales había llegado a ser una de las "perversiones" más desastrosas del hombre a quien Dios había creado "recto". El peligro es grave ya que la fornicación es la perversión del admirable instinto sexual que Dios ha implantado en el hombre y la mujer para hacer posible el matrimonio y la procreación de hijos. Distingamos entre lo que es de Dios, y lo que, bajo influencias satánicas, es el fruto venenoso de las perversiones de los hombres pecadores. Frente al pesimismo del Predicador en cuanto a la mujer (Ec 7:28), hemos de colocar las vidas de las renombradas heroínas del Antiguo Testamento —como Débora, Ana, Abigail, etcétera— y el canto de alabanzas a la mujer fuerte de Proverbios capítulo 31. ¿Dónde buscaba el sabio la mujer fiel?

El bien permanente en medio de la confusión aparente (Ec 8:1-17)

"Yo también sé que se les irá bien a los que a Dios temen" (Ec 8:12). Quisiéramos interpretar este pasaje a la luz de la hermosa confesión de fe que sirve de epígrafe para este párrafo. El Predicador dudaba de muchas cosas, pero el ancla de su esperanza se agarraba a la Roca de los siglos. No se hallaba sujeto a la limitada filosofía de los amigos de Job, pues percibía la aparente prosperidad de muchos pecadores, sabiendo que a la larga, el temeroso de Dios había de ver el bien, y que las esperanzas de los malos habían de desvanecer. Quizá esta idea de la necesidad de evitar falsas impresiones se halla en el versículo 10, cuya construcción y traducción es difícil. Podemos entender que aún si los inicuos llegaran a conseguir sepultura honrosa, no cambiaría el principio fundamental de que el bien se halla en la presencia de Dios y que el mal se reserva para quienes se desviaban de sus caminos.
Autoridad y anarquía (Ec 8:1-9). No nos olvidemos de que el Predicador —como todos los autores humanos de los libros bíblicos— escribía dentro del marco de su tiempo, cuando —aparte de contadas excepciones— los hombres creían que no había punto medio entre la autoridad absoluta del monarca, y el desorden y la anarquía si prevalecieran los deseos de la multitud. Quizá hacía falta la influencia —siquiera indirecta— del cristianismo para que el hombre comprendiera la posibilidad de una libertad ordenada a la manera de las democracias estables de hoy. Ya sabemos que es un problema que nunca halla una solución perfecta entre sociedades compuestas de hombres pecadores, pero lo que nos interesa aquí es comprender las condiciones y conceptos de aquellos tiempos. El rey mandaba, y el sabio obedecía pronto.
Frente a la autoridad incontrovertible del monarca, y el hecho de que nada puede posponer el día de su muerte, el sabio recuerda que para todo hay tiempo y juicio (o el camino apropiado). La vida es dura, pero hemos de buscar lo mejor posible en las coyunturas de su acontecer (Ec 8:6-8).
El gran secreto en medio de los problemas (Ec 8:10-17). Hay poco en esta sección que el Predicador no ha tratado antes, y el interés central, como ya hemos visto, es la gran confesión de los versículos 12 y 13. Dios no ha abandonado el timón, y ordenará todos los asuntos "debajo del sol" de tal forma que el creyente obtendrá bien mientras que los rebeldes serán juzgados conforme a sus obras.

El loco devaneo de los hombres que no pueden determinar su suerte (Ec 9:1-6)

Lo que contempló el ojo escudriñador del sabio (Ec 9:1-3). El Predicador sigue sus investigaciones, y los resultados son los mismos. Lo que varía es la expresión, que aquí llega a ser muy contundente al ver que la carrera de los hombres depende de factores desconocidos, y, muchas veces, fuera de su control. No hemos de entender que es lo mismo ser hombre de fuerte personalidad, capaz de enfrentarse con las circunstancias, capeando el temporal hasta que lleguen tiempos de bonanza, que ser flojo y miedoso, víctima evidente del flujo y reflujo de la marea de la vida. Esto no sería verdad, pero con todo, el sabio ve que, en general, todos los hombres pasan por el mismo tipo de experiencia, de modo que aun los más fuertes pueden ser quebrantados igual que los flojos. Hay hombres buenos, que sacrifican a Dios con corazón sincero; otros hay cuyo corazón está lleno de maldad e insensatez; sin embargo, tanto los primeros como los segundos pueden perder la salud o hallarse en dificultades económicas, o estar rodeado de un ambiente agradable o irrespirable. Es la "vanidad" de siempre de las cosas debajo del sol.
Los justos y sus obras están en la mano de Dios (Ec 9:1). El efecto de la totalidad del pasaje es de un pesimismo deprimente, pero nunca falta la cuerda de la esperanza en la lira del Predicador. Toda la vida de los hombres —buenos y malos— parece ser un puro juego de azar, y así es en realidad si omitimos el factor DIOS. Sin embargo, quienes obran con sabiduría y buscan a Dios (los justos) se hallan "en la mano de Dios", con todas sus obras. La figura es hermosa y se emplea por el Maestro en (Jn 10:28-29), con referencia especial a la protección de las "ovejas". Aquí recibimos el mismo consuelo, pues ¿quién podrá dañar al "justo" que está en la mano de Dios, pese al caótico y peligroso vaivén de la vida? Pero suponemos —por el contexto—que el hecho de que el justo y su obra se hallan en la mano de Dios presta significado profundo y eterno al acontecer de la vida, que, sin esta consideración, parecía a las pajas de la era en un momento cuando un torbellino estival las levanta, haciéndolas girar locamente. El apóstol Pablo había de enseñar, llegado el momento de mayor luz, que cada acontecimiento humano tiene dos vertientes: lo inmediato y temporal, que desaparece y se olvida; la posibilidad de transmutar el momento y su accidente en algo de valor eterno por buscar la manera de honrar a Dios a través de lo sucedido (2 Co 4:17-18).
La vida vale más que la muerte (Ec 9:4-6). Los hombres se agarran a la vida física por el impulso biológico que es factor fundamental de su naturaleza, pese a las amarguras, pese a que muchas veces parecería mejor la solución de la muerte. Por eso el sabio trae a la memoria lo que sería un conocido proverbio: "mejor es perro vivo que león muerto". Dentro del enfoque de esta vida "debajo del sol", la existencia física siempre ofrecerá la posibilidad de un "algo" favorable o positivo, mientras que la muerte termina con todo. Ya sabemos que hay factores espirituales que podrían cambiar mucho el cuadro; pensamos en la muerte de un Esteban, por ejemplo, que fue una victoria que sembró la semilla de muchas bendiciones posteriores en el cielo y en la tierra. Sin embargo, aquí hemos de limitar nuestra interpretación a los términos de la discusión. ¡Qué pronto pasa el recuerdo de los muertos! ¡Qué alegría la del cristiano sabiendo que la disolución del cuerpo no destroza la personalidad que Dios ha creado, que, siendo redimida, llegará a su consumación y no a su anulación!

Hay que disfrutar en lo posible de esta aciaga vida (Ec 9:7-12)

Trabajos y goces (Ec 9:9-10). En generaciones pasadas la primera cláusula del versículo 10 se colgaba como lema en las casas de los creyentes, y en sus escuelas, con miras especiales a animar a niños perezosos a trabajar con mayor diligencia: "Todo lo que viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas", o, quizá, "con todas tus fuerzas". No nos citaban el contexto: "¡porque en el Seol, a donde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría!". Pero dentro o fuera del contexto, el consejo es bueno. El descanso después de un trabajo bien hecho, con la posibilidad de un sano esparcimiento, es algo muy grato y provechoso, pero el ocio, o el trabajo hecho de mala gana y a medias, es la negación de las ricas posibilidades de la personalidad humana, y aun siendo un tanto exagerado el dicho: "el ocio es madre de todos los males", es cierto que produce muchísimos de ellos. Ya en nuestros días hablan de "ministerios gubernamentales del ocio", para planear las horas que la automatización del trabajo dejarán en blanco, y que el diablo aprovecharía para aumentar el crimen. Quizá el trabajo que hallamos a mano no será exactamente el que más nos guste, pero si es "tiempo" para aquello, y si es bueno y necesario, es preciso "ceñir los lomos" y cumplir la tarea con energía y gusto. Este esfuerzo viene a ser una buena gimnasia para fortalecer la personalidad.
No hace falta repetir que el sabio considera estos trabajos, como también el goce del bienestar legítimo, como el resultado lógico de los vaivenes de una vida debajo del sol, en las condiciones que tantas veces ha estudiado. A él no le fueron reveladas las maravillas de la "vida más allá del sol", de modo que sería una locura exegética fundar doctrinas en cuanto a la vida venidera sobre las frases ya citadas del fin del versículo 10.
El hombre no conoce su tiempo (Ec 9:12-13). Está bien correr con esfuerzo hacia la meta; son los valientes que suelen prevalecer en la batalla, y las obras útiles y artísticas suelen salir de las manos de hombres hábiles y diligentes. Pero no siempre sucede así, como ya vimos al principio de este capítulo. La sabiduría ayudará al hombre a conocer "la ocasión", y el "momento oportuno", pero nada puede garantizarse "debajo del sol", y a veces los hombres mejor preparados llegan a ser como peces cogidos en una red.

La parábola del sabio pobre (Ec 9:13-17)

La ilustración del Predicador (Ec 9:13-16). Repetidamente hemos aprendido que la sabiduría es mejor que la fuerza, las riquezas, etcétera, pues ve y obra conforme a la verdadera naturaleza de las cosas. Con todo, el Predicador nos ha recordado también que aún el sabio puede fracasar, y lo que falla siempre es el corazón del hombre perdido. Como buen enseñador, recoge sus lecciones en la forma de una parábola a fin de que sus discípulos recuerden las lecciones mediante los detalles de una historia, o ilustración. Una parábola es una historia, o verídica, o verosímil, que sirve de vehículo para una lección moral o espiritual, y ya sabemos el uso sublime que el Maestro hizo de esta forma de instrucción. Quizá el Predicador había conocido personalmente el caso que relata. Se trata de una ciudad pequeña, con una población reducida. Un rey grande —recordemos los emperadores de Asiria y Babilonia que tantas veces se extendían hacia el occidente en sus campañas de conquista— asedia la ciudad con todos sus tremendos recursos bélicos. Parecía que la fuerza superior del enemigo haría imposible la defensa de la ciudad; sin embargo, dentro de ella se hallaba algo mejor que los pertrechos de la guerra: un hombre pobre, pero, a la vez, sabio. Este súbdito —desconocido hasta entonces, quizá, ya que era pobre— se puso a cavilar sobre las condiciones de su ciudad, y a estudiar las medidas que habían tomado el enemigo. Se le ocurre un plan. ¿Sabía de algún medio de sacar fuerzas de choque de la ciudad por caminos escondidos, o por un pasaje subterráneo para poder atacar los enemigos de espaldas y por sorpresa? No sabemos el detalle, pero sí, que su plan fue aceptado, y, puesto por obra llegó a ser medio de derrotar las ingentes fuerzas enemigas. La sabiduría valía más que la "fuerza bruta". Podemos imaginar el regocijo de los habitantes de la ciudad y las celebraciones de la victoria. No faltaría la alegría, y sería lógico pensar que elevasen al "sabio pobre" al gobierno de la ciudad que había salvado. Pero nada de eso, pues en una frase escueta, sobria y triste añade el Predicador: "Y nadie se acordaba de aquel hombre pobre". ¡Qué comentario sobre el corazón del hombre! Entre tantas personas que celebraban la victoria no había ni uno que gritara delante de sus conciudadanos: "¡Hermanos! ¡Debemos la alegría de este día al sabio que nos señaló el remedio! ¿Dónde está y cómo podemos honrarle?". No esperemos nada de los hombres. La parábola nos recuerda la infinita sabiduría de la Cruz, que efectuó la derrota del gran enemigo de la raza humana por el enigma de la Cruz. El Sabio se hizo pobre para que nosotros, por su pobreza, fuésemos enriquecidos. ¿Y cuántos se acuerdan de él? Gracias a Dios si, por su gracia y por la obra del Espíritu Santo, cuando rodeamos la sencilla Mesa, nos despierta la dormida memoria, diciéndonos: "Haced esto en memoria de mí".
Con todo, el premio de la sabiduría se encarna en sí misma y no en el aprecio de los hombres, de modo que el Predicador añade: "Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del pobre sea menospreciada y no sean escuchadas sus palabras". Quizá algunos discípulos "escucharán en quietud", y así hallarán las verdaderas riquezas de la vida. En cambio, "un pecador destruye mucho bien", como una alimaña roedora que debilita las vigas de una hermosa casa, causando por fin su ruina.
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