Estudio bíblico: El llamamiento de Eliseo - 1 Reyes 19:19-21

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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El llamamiento de Eliseo

(1 R 19:19-21) "Partiendo él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por delante de él, echó sobre él su manto. Entonces dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elías, y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo? Y se volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la carne, y la dio al pueblo para que comiesen. Después se levantó y fue tras Elías, y le servía."
Elías, este poderoso profeta, había caído en una profunda depresión después de su triunfo sobre los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo. Jezabel, la mujer del rey impío Acab, le había enviado una amenaza de muerte ro­tunda. Y el profeta, que hacía pocos días había tenido el valor de ponerse él solo del lado de Dios, en contra de to­dos, poco después huyó al desierto ante las amenazas de esta mujer, deseando la muerte allí.
Pero Dios tenía aún importantes tareas para su profeta humillado y sin ganas de vivir. Después de que Dios le hubiese dado a Elías sobre el monte de Horeb una pro­funda muestra de su gracia y verdad, le envió otra vez de vuelta con la misión de ungir a Eliseo, el hijo de Safat como profeta y al mismo tiempo como su sucesor.
Parece como si Elías conociera a Eliseo, el joven hijo granjero —posi­blemente era uno de los "hijos de los pro­fetas"— pero lo que sí está claro es que era uno de los sie­te mil en Israel "cuyas rodillas no se doblaron ante Baal".
Es conmovedor observar el sabio cuidado de Dios en este suceso. En la última etapa de su vida, Elías, este lucha­dor solitario, recibe un compañero, un joven amigo, "el que vertía agua en las manos de Elí­as", según leemos en (2 R 3:11); dicho de otro modo: Eliseo fue para el an­ciano profeta de mucho refrigerio y aliento.
"¡Dios conocía los peligros que conlleva el pasar frío al ser grande y solitario en el pueblo de Dios!", así lo expli­ca acertadamente un co­mentarista.

Un encuentro con serias consecuencias

Mientras que Elías se puso en marcha obedientemente para llegar en varios días a Abel-mehola, Eliseo estaba arando allí con doce yuntas de bueyes delante de sí. No podemos suponer que sospechara con qué mandato venía Elías, pero la breve narración del primer encuentro nos hace pensar que de alguna manera Eliseo estaba ya pre­parado por Dios para ese momento. En su comportamien­to podemos reconocer varios rasgos de carácter que son una condición necesaria para todo aquel que quiera se­guir al Señor y servirle.

Fiel y trabajador en la vida cotidiana

Los hombres y mujeres que Dios llamó a su servicio no eran holga­zanes, ni los que encontramos en la Biblia ni los que conocemos de la historia de la iglesia. Todo lo contrario, era gente activa y diligen­te. Casi siempre fue­ron llamados mientras estaban trabajando, pen­semos por ejemplo en Moisés, Gedeón, David, Pedro, Juan, Santia­go y Leví.
Diligencia es trabajar solícitamente y con gusto. En nues­tra historia vemos que el joven Eliseo evidentemente ha­bía aprendido a trabajar consciente de su responsabilidad. Delante de sí tenía 11 yuntas de bueyes llevadas cada una por un siervo, y él como último observaba responsable­mente cómo se hacía todo el trabajo.
El sabio Salomón meditó mucho sobre la diligencia:
(Pr 12:27) "El indolente ni aun asará lo que ha cazado; pero la dili­gencia es un tesoro para el hombre."
Sus comparaciones con la hormiga nos son familiares desde niños y las muchas biografías de la Biblia nos muestran que Dios comienza la preparación para el mi­nisterio en el trabajo diario y a menudo tam­bién en cir­cunstancias difíciles. Es allí donde se forma el carácter que Dios busca y no en las escuelas bíblicas o en los se­minarios. Las plantas de invernaderos suelen crecer con más rapidez, pero luego no resisten las situaciones adver­sas al aire libre.
Una situación familiar difícil, colegas desagradables, condiciones de trabajo frustrantes, jefes injustos y co­rruptos, y circunstancias que no nos gustan en absoluto son a menudo las piedras de afilar que Dios usa para for­mar nuestro carácter. La humildad, por ejemplo, la apren­deremos solamente mediante las humillaciones y no a través de con­ferencias académicas sobre este importante tema.

Ningún individualista

Contrastando con Elías, Eliseo fue educado para trabajar en equipo en su trabajo cotidiano. Arar derecho con doce yuntas de bueyes y un montón de siervos solo es posible cuando uno ha aprendido a trabajar en equipo y tener consideración con los demás. Los hijos únicos a menudo tienen muchas dificultades en la vida.
Los que se han criado en una familia numerosa ya de muy pequeños han aprendido lecciones dolorosas que más adelante pueden evitarles muchos problemas y gol­pes en la convivencia con otras personas.
Aquellos que tienen experiencia en los campos misione­ros saben muy bien que los mayores retos de los misione­ros son sus colegas misioneros que a veces les hacen la vida imposible y dificultan su ministerio. Los individua­listas a menudo tienen que hacer pronto sus maletas.
El servicio posterior de Eliseo como profeta y su forma de compor­tarse con los "hijos de los profetas" muestra que había aprendido a trabajar en equipo, a tener pacien­cia con los colaboradores y a ser moderado y comedido.

Capaz de tomar decisiones y preparado

La pasividad, el no comprometerse, la pereza para tomar decisiones, son algo característico en nuestra sociedad actual, especialmente en la generación más joven. Este problema también lo describió Salo­món ya en sus tiem­pos: "Como las puertas giran sobre sus bisagras, así también el perezoso en su cama" (Pr 26:14).
Es como si viéramos a un hombre bostezando que se echa de un lado para otro en su cama inventándose mil razones para justificar la locu­ra de apagar el despertador y levantarse inmediatamente.
A mí me parece que la pereza y la falta de capacidad para decidirse son parientes cercanos.
En nuestra historia vemos cómo Elías se acerca a Eliseo de repente e inesperadamente, echando sobre él su manto y siguiendo adelante. Eliseo comprendió de inmediato el profundo significado simbólico de este acto y reaccionó inmediatamente: Abandonó los bueyes y el arado, siguió a Eliseo y le pidió que le permitiera despedirse de sus pa­dres.
No vemos ningún titubeo ni que pidiera tiempo para pen­sárselo. Eli­seo reconoció de inmediato que tenía que re­accionar inmediatamente, para no perderse la oportuni­dad y tomar la decisión más importante de su vi­da.
En los últimos mundiales de fútbol hemos podido apren­der que los equipos que dominaban el arte de cambiar rá­pidamente la estrategia de juego, casi eran invencibles. Comprender la situación en un se­gundo y reaccionar in­mediatamente de forma correcta, eso también es una bue­na receta para el éxito en la vida espiritual.
Eliseo mostró interés espiritual - conocía al profeta Elí­as.
Conocía el significado del manto.
Parece ser que estaba preparado y dispuesto a ser llama­do por Dios.
Hacía tiempo que había echado cuentas y sabía lo que costaba obe­decer al llamamiento de Dios. Estaba dis­puesto a renunciar a una vida asegurada.
Cuando dejó sus bueyes para seguir a Elías había tomado la decisión correcta en ese momento tan decisivo de su vida.
La dirección de Dios en nuestras vidas puede ser muy di­ferente en cada caso. A menudo Dios nos guía por medio de encuentros con personas, a veces por circunstancias inequívocas o por medio de su Palabra. Pero siempre queda claro lo que Dios espera de nosotros, y entonces lo importante es reaccionar inmediatamente y no perder tiempo alguno.
Una y otra vez vemos jóvenes creyentes que se preguntan cómo reco­nocer la dirección de Dios al tener en el cora­zón el deseo de servirle. Mi consejo es el siguiente: sé fiel y diligente en el lugar donde te en­cuentres en este momento preciso; ya sea en tu oficio, en tus estudios o donde sea. Prepárate para tus futuras tareas estudiando la Biblia y practicando una vida de oración intensa. Aprovecha las oportunida­des en las circunstancias actuales de tu vida, honrando a Dios y sien­do una bendición para tu prójimo. No te adelantes para llevar a cabo un ministerio especial en la obra del Señor, pero estate preparado para cuando Él te llame y entonces sé obediente.

"Honra a tu padre y a tu madre..."

Cuando Eliseo le pidió permiso a Elías para despedirse de sus padres, eso no era una puerta trasera para volver quizá otra vez a su vida an­terior. Esto le distinguió del hombre en (Lc 9:59) a quien el Señor llamó para que le siguiera y que con palabras similares pidió una pró­rroga. Evidentemente, para Eliseo era importante honrar a sus padres con una despedida cariñosa y marcada por el agra­decimiento. No sa­bemos si pidió su bendición. Pero lo que sí podemos ver es que no pusieron obstáculos en su camino, pues le dejaron hacer la fiesta de despedida don­de preparó una abundante comida para sus colaboradores antes de despedirse definitivamente.
Es una escena de despedida poco vista y bella: Un joven, llamado a ser profeta, honra a sus padres. Y al otro lado los padres, que en me­dio del dolor por tener que despe­dirse de su hijo (y quizá también de aquel que los iba a mantener en su vejez) no se aferraron a él, sino que le de­jaron libre para que pudiera seguir a Elías.
Honrar a los padres, a lo cual nos amonesta (Ef 6:2), eso va unido con una bendición especial. Es triste que en nuestra sociedad a penas se aliente o instruya a practicar esta an­tigua virtud bíblica. Nuestros días más bien nos hacen pensar en (Pr 30:11-14), donde Agur describe una genera­ción que "maldice a su padre y a su madre no bendice... cuyos dientes son espadas".
Por otro lado, hallamos hoy a menudo a padres creyentes que tienen graves problemas cuando uno de sus hijos de­cide renunciar a estu­dios superiores, a una carrera y una vida asegurada para obedecer al llamamiento de Dios de ir a la misión, confiando plenamente en Él.
Contrastando con esto, William MacDonald describe en su pequeño libro "Buscad primeramente..." la siguiente escena conmovedora:
Hace algunas décadas un padre estaba en su cuarto de trabajo, cuando alguien llamó a su puerta. "¿Quién es?", preguntó. "Soy yo, Ed". — "Entra, Ed". Ed entró, se sentó y después de algunas palabras introductorias dijo: "Pa­dre, he decidido dejar mis estudios de dere­cho, porque el Señor me ha mostrado que me quiere usar como mi­sionero". El padre le contestó: "Ven, oremos sobre esto".
Allí, sobre sus rodillas, el padre encomendó su hijo a Dios y a la pa­labra de su gracia (Hch 20:32). Este padre fue el Dr. T. E. McCully. Su hijo fue a Ecuador y dejó su vida a la orilla del río Curaray...
A menudo, cuando el Dr. McCully contaba esta historia añadió: "Cuán agradecido estoy hoy que no le dije a Ed ninguna palabra que hubiese podido desanimarlo o im­pedirlo, cuando me contó del llamado a la misión".
También Elías se comportó de manera ejemplar. No pre­sionó a Eli­seo, sino que con su respuesta dejó claro que él tenía que tomar la de­cisión delante de Dios, frente al cual era responsable.

Una ruptura radical

Hasta ese momento arar era una de las tareas que Eliseo cumplía con fidelidad. Pero después del llamamiento a seguir a Elías, su antigua profesión podía convertirse en un impedimento. En esta situación, Eliseo mostró una ra­dicalidad ejemplar: Puso un punto final a su pa­sado y al matar a sus bueyes quiso que su antigua profesión no le im­pidiese obedecer al llamado de Dios. Derribó todos los puentes y se encomendó al hombre de Dios que había echado su manto sobre él mostrando con este gesto que aparte de llamarle a ser profeta se en­cargaría también de su bienestar.
Así, Eliseo hizo un fuego con el arado, asó la carne de los animales sobre él y dio de comer a su gente. "Más bie­naventurada cosa es dar que recibir" (Hch 20:35) — en el futuro esto será una marca del carácter de este hombre que no acumuló provisiones para sí, sino que dio a otros lo que Dios le había encomendado.

Un humilde servicio

Hasta ese momento Eliseo había estado acostumbrado a dar órdenes, sabiendo que sus colaboradores obedecerían. Ahora, en la escuela su­perior de Dios, él tenía que apren­der a someterse. Seguramente que no fue una lección fá­cil para uno que se había criado en un hogar adi­nerado y que era el responsable de la agricultura.
No sabemos en qué consistieron sus humildes servicios. Ya hemos mencionado que Eliseo después era conocido como uno que "vertía agua en las manos de Elías". Des­de el punto de vista humano algo que no exigía muchos dones ni esmero, y algo que no prometía mu­cha honra.
Pero es así como Dios forma a sus siervos. Un sabio di­cho reza así: "Aquel que hace lo pequeño como si fuese algo grande, también hará lo grande como si fuese algo pequeño". El pastor Theo Leh­mann solía decir siempre que las escuelas superiores de Dios eran escuelas infe­riores, o sea que enseñan el camino de abajo, de la hu­mildad y de la abnegación. En la historia de la iglesia es bien conoci­da la iglesia de los hermanos de Herrnhut cuyo padre espiritual fue Nicolás de Zinzendorf (1700-1760). Antes de formarse la "iglesia en Herrnhut en el este de Alemania, hubo primero una pequeña iglesia ca­sera que se había formado en el castillo del Conde en Bethelsdorf. A esta pequeña iglesia pertenecie­ron algunas personas muy sencillas y originales. Entre ellas la sierva ordeñadora Anna He­lene Anders, que era tuerta y fue una de las primicias en Bethels­dorf. De ella leemos que "vivía y se movía en la Palabra de Dios" y que fue una consejera espiritual con una fuerza y frescura originales. Zinzendorf confesó de ella que "la fidelidad hacia los animales fue el escalón para subir a un minis­terio superior".
El simple trabajo en el corral de las vacas, hecho con fi­delidad, se convirtió en escalón para entrar en una impor­tante tarea espiritual.
Fidelidad en lo pequeño es una de las lecciones importan­tes que Eli­seo aprendió al vivir en comunión con Elías.
En nuestros días, donde los estudios teológicos en semi­narios y es­cuelas superiores son muy valorados, es im­portante enfatizar que en la Biblia el aprendizaje espiri­tual ocurrió casi siempre compartiendo la vida con otra persona; donde un siervo de Dios maduro y con experien­cia instruía y formaba a uno o varios jóvenes.
Pensemos por ejemplo en Moisés y Josué; en nuestro Se­ñor Jesús y sus discípulos; en Pablo y sus acompañantes; en Pedro y Marcos; en el matrimonio Aquila y Priscila y Apolos.
"El tiempo que Cristo pasó enseñando a sus discípulos, produjo más fruto duradero que todos los milagros que obró en presencia de las masas" (Arturo Pink).

Comentarios

Estados Unidos
  Lazaro de Jesus  (Estados Unidos)  (08/02/2022)
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